Hay gente que lo pasa mejor con su celular que con su pareja, pienso cada vez que miro las mesas de bares y restaurantes. Hoy el tercero en discordia es el bendito teléfono y todos los contactos con los que chateamos hasta quedar con el dedo acalambrado, y mientras nos perdemos la experiencia en tiempo real. La experiencia del presente, de la compañía y la conversación. Se han hecho muchas encuestas y sondeos y escrito ensayos larguísimos sobre la gravitación que hoy tiene la tecnología en nuestras camas, cuánto sexo tenemos desde que convivimos con el celular, y si es que éste nos procura más (o menos) encuentros del tercer tipo.
Las últimas pistas sobre este punto las aporta un reciente experimento de la firma de preservativos Durex, y que si bien no puede tomarse científicamente en serio (oxímoron) sí resulta un dato empírico. Bajo el formato de un reality televisivo la firma convocó a un grupo de parejas a pasar vacaciones relajadas en una isla paradisíaca. A unos se les permitió conservar todos sus dispositivos y a otros se los confiscaron mientras duró la prueba, cuyo fin último era determinar en qué medida aumentaba la interacción sexual en ese período. El proyecto #DoNotDisturb resultó exitoso, al menos logró mostrar lo que se suponía, tal como asintió uno de los participantes (ver en el video más abajo): “generalmente pensamos que somos muy afortunados por tener tanta tecnología, después de esta experiencia no estoy seguro de que lo seamos”, dijo el chico.
los que se hacen mucha selfis tienen poco sexo sunshine
Así estamos. Y esto me lleva a la prehistoria de la telefonía celular, cuando hace unos diez años bailando tango, en plena tanda, a mi partenaire le empezó a sonar el móvil (con tapita) que llevaba en el bolsillo del saco. A la distancia aquello es una inocentada. Una investigación realizada en Estados Unidos el año pasado entre usuarios de Smartphone demostró que el 71% se duerme pegado al aparato, un 3% se dormita sosteniéndolo en la mano, el 13% lo olvida entre las sábanas y el 55% lo deposita en su mesita de luz. El 35% confesó que lo primero que hace a la mañana siguiente antes de lavarse la cara es chequear mensajes, arruinando toda posibilidad del saludable sexo mañanero.
La contrapartida de este fenómeno son los adictos a las selfies post polvo. Según un equipo de la Universidad de Virginia, que encuestó a 221 alumnos del campus, el 10% admitió usar el teléfono durante el acto amoroso, además, entre otros datos, de verificar su dispositivo con frecuencia durante reuniones sociales (el 95) y seguir usándolo en el trabajo (el 70%).