Se ha vuelto de lo más común ver a dos famosas besarse en la boca en algún que otro evento de la red carpet. Por supuesto que en la mayoría de los casos se trata de un beso falso, sin salivas. Cualquiera sabe que ese simple gesto pudoroso rinde gloriosos dividendos mediáticos: las revistas congelan el momento y las protagonistas, divinamente vestidas con pilchas de canje, logran que se hable de ese disco o película mediocre que están publicitando (y que, seguramente, sin ese “ingrediente” erótico pasarían al olvido). A la platea le divierte y lo toma como viene: una pantomina, parte del show. Nunca como una reivindicación de nada.
La cosa cambia si la misma escena se da en la calle y entre dos mujeres anónimas, acto que por falta de costumbre puede resultar chocante para muchas congéneres. Algunas nos resulta indiferente. No sucede lo mismo entre los hombres, a quienes la sola imagen del deseo sexual entre dos mujeres les alborota los ratones …
Hace unos días salía de Starbucks con el chai y la tortita de zanahoria en cada mano, cuando veo sin mirar a dos preciosas criaturas de menos de 25 levantarse de una mesa, en dirección a la puerta…
Una se abrochaba los botones del tapado mientras la otra le calzaba en la cabeza un bonito gorro tejido al crochet. Ya afuera del local se dieron un idílico chupón y, tomadas de la mano y con cara de comerse el mundo, desaparecieron alegremente entre la multitud que salía apurada de las oficinas del Bajo. La escena paralizó a un tipo de traje que entraba a la cafetería. Me dí vuelta para ver cuál sería su reacción y compruebo que el pobre casi se desnuca tratando de confirmar el episodio. El morbo debe haberle comido el cerebro toda la tarde, porque el beso de esas chicas era auténtico, cándido, desafiante, cómplice, y muy sentido. Les salió bien de adentro, no era impostado como el de Madonna o la Bullock, que desde que su marido le puso los cuernos hace lo que puede para disimular la furia.
Pero mientras algunos se lo toman a la ligera, a otros esa postal hot se les tiñe de dudas e incertidumbres ante la confirmación de que, a veces, el gesto no es una pose cool, sino una realidad que el siglo XXI metió en la agenda política de varios países. En buena hora, aunque nadie debería discutir las opciones privadas, sino aceptarlas. El primer gran paso en este sentido lo dió la primera ministra de Islandia, que aprovechando la ley de matrimonio homosexual recientemente aprobada por unanimidad en el Parlamento, le ha dado el sí a su mujer desde hace varios años.