“¿Querés subir?” II (segunda parte)

A estas alturas, ya no sé si “subir” es o no una provocación para “tener sexo“, pero fueron tantas las hipótesis que despegaron del post del viernes pasado que decidí levantar el teléfono y preguntarle a mi amiga cómo había terminado el episodio del candidato que aquella noche arrugó redepente, despúes de haberle aceptado seguir la velada en su casa.

Efectivamente, del sujeto, ni noticias. Pero como María A. quiso cerrar el capítulo y pasarlo a mejor vida, llamó al celestino que los había presentado. El desaire le estaba quitando el sueño. ¿Qué pudo salir tan mal, si ese día ella había barrido, cambiado las sábanas… y hasta el gato olía a Woolite de tan limpio?.

¡Y yo que había ordenado todo!.   Satoshi Saikusa

-¿y tu amigo, que dijo?, pregunté con algo de morbo

– nada, que “quizá ese día el tipo no estaba preparado”

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“¿Querés subir?”

A María A. le presentaron un chico que ya por teléfono le resultó un encanto. Salieron, y efectivamente el príncipe no destiñó en toda la noche, lo que no es poco a esta altura de la soirée, dar con alguien que de entrada te guste. Después de una velada muy animada en un restaurán de Palermo Viejo, entre riñoncitos al vino blanco y música estimulante, él la acercó en auto hasta su casa. Había señales de que el hechizo era mutuo.

A pocas cuadras de llegar, ella abrió la cartera para sacar las llaves…y él empezó a bostezar. Uff, no le gusté, fue lo primero que pensó. Pero, no.

La volvió a llamar.

Disculpá el desorden… ¿querés un cafecito?

A la segunda salida la reciprocidad era tan obvia que más tarde, ya en la puerta del edificio, como él seguía dándole charla y estaba fresco, la enlujuriada de mi amiga lo invitó a subir. Subieron. Arriba (controlando sus demonios) le mostró el departamento, encendió la cafetera, y mientras buscaba un cidí de Coltrane para poner el clima él se despachó con un “muy linda tu casa, pero disculpame, ya es tarde”.

-¿Para qué aceptó? se pregunta, desflorando todo tipo de teorías

Y, le digo yo, ¿desde cuándo “querés subir” es sinónimo de “vamos a tener sexo”?

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Cómo bailar en el caño sin romperte el cuello

Lo que la naturaleza no te da, en un curso se aprende. Quienes desconfíen de sus habilidades naturales para besar o desabrocharse la camiseta a lo Kim Bassinger en 9 semanas y media; para aquellos que van al albergue transitorio y encuentran que la habitación tiene un caño – pero apenas pueden treparse a un banquito y hacer la postura del ornitorrinco-, sepan que en Buenos Aires han florecido academias y escuelas donde imparten técnicas para despabilar u orientar ese “yo erótico” que todos llevamos dentro.

Mi amiga Marilú, por ejemplo, toma clases de estriptís. Ya sabe bailar en el caño. Hasta fue a Cabildo a comprarse un traje de Gatúbela de cuerina charolada, medio berreta (se le descosió) y hace poco consiguió en Páginas Amarillas una empresa que coloca el caño a domicilio, por lo que puso en venta la bicicleta fija. Todo en el dormitorio no entra.

Hay que ampliar el repertorio sexual, querida

K. flight via ponyxpress

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Dogging en Palermo Viejo

Sin duda el costado salvaje del sexo es para quienes han superado pruritos y tiquismiquis varios. Otros, ni estando muy urgidos se animarían a desabrigarse en un espacio público sólo para tener un encuentro erótico. Menos aún si el escenario amatorio es un parque porteño salpicado por las deposiciones caninas (aunque la culpa no es de los perros).

A éso iba: ¿sabían que a la práctica del sexo en la via pública ahora le dicen Dogging?. Yo recién me entero. Semanas atrás aprovechando el veranito de Santa Rosa mi amiga María Inés sacó a pasear a Petra, un salchicha arrogante y mal humorado que está obsesionado con el Rosedal de Palermo. Iban caminando por Libertador, a la hora pico, cuando el can detecta un arbusto que se mueve. Corre furibundo hacia el yuyo, mi amiga lo sigue….y oh sorpresa: lo que agitaba la planta era una parejita enroscada, con los pantalones semibajos, concentradísimos en el objetivo.

Sandy Kim by lovebryan.com via Le chagrin

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Con el calor aumenta el deseo sexual

Se ha intentado probar científicamente que el calor aumenta el apetito sexual de las personas. ¿Qué factores alientan dicha hipótesis? A causa de la elevada temperatura hombres y mujeres andamos ligeros de ropa, es decir, hay más estímulo visual, al revés del invierno, época en la que uno va tapado hasta las orejas. En verano, además, las noches son más largas y bajan las horas de sueño.

Tengo un amigo que cree fehacientemente en este fenómeno. Apenas salta el barómetro a él le empiezan a llover las propuestas de sus ex compañeras de cama, lo que impacta en la frecuencia de su actividad sexual estival. Lo tomé como una fanfarroneada, pero es creerle o reventar: ayer, 20 de septiembre, estando en la cola del cine empezó a sonarle el celular. Era una vieja “amiga” intentando reflotar el vínculo, tal vez para asegurarse un revolcón primaveral.

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El sexo a lo Hollywood

Acerca del post sobre los muebles que facilitan ciertas posturas amatorias, una amiga hizo una obervación interesante a raíz de una columna que leyó en un diario español.

Y es verdad: el cine y la televisión, sobre todo el material pornográfico, tienden a magnificar las escenas de sexo dotándolas de un surrealismo erótico tal que acaba causando daño a la intimidad de los mortales comunes y silvestres. Si nos comparamos con esos acróbatas capaces de increíbles piruetas al momento de la pasión, una se siente una Carmelita, un inútil, o un aburrido. Y de ahí, a la frustración.

Es que, por muy joven que seas, no todos los seres humanos estamos en condiciones físicas de planear en la mesada de la cocina, entre las tostadas y los platos sucios, sin que el mármol te parta el huesito dulce o te saque un moretón. Tampoco hay tantos audaces con ínfulas para encerrarse en el baño del avión con ese pasajero/a de la primera fila que tiró onda, o practicar el sexo oral en un asensor de uso público. Puro Hollywood… En el intento por imitar al celuloide algunos acaban con cuello ortopédico o detenidos por exhibicionismo. Ahora me viene a la mente la película Infidelidad, cuando Diane Lane y Olivier Martínez, en el rol de amante pirómano (porque fogoso era poco) se dan un revolcón parados en el extremo de la escalera del edificio, a las apuradas, y discutiendo a los gritos con los calzones caídos hasta las rodillas. Simplemente absurdo.

Yo no imagino situación parecida en mi consorcio, administrado por una banda de jubilados enajenados que se la pasan espiando por la mirilla y controlando los pasillos con un palo cada vez que hay ruidos sospechosos. Es así, aunque no lo crean.

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El gastrosexual, o la técnica de los sibaritas

Ahora que está de moda resignificar viejas costumbres para alentar nuevos estereotipos (y luego sacarles algún provecho comercial, porque siempre hay solapado un negocio), aparece en el horizonte un nuevo modelo de hombre: el gastrosexual.

Apenas leo (y ustedes perdonen, pero sobre éstos temas me estoy desayunando ahora) interpreto que se trata de un sujeto de sexo masculino que padece desórdenes digestivos. Pero no: estamos hablando de un sibarita joven que cocina como los dioses y hace de ese arte culinario una estrategia de conquista. Digamos que es alguien que entra por el estómago, y no por los ojos. Es esa clase de hombre que en vez de hacer “el verso” te atrapa con una quiche lorraine de brócoli y un volcán de chocolate como postre. Para eso el tipo hizo previos cursos de gastronomía, y compra cuánto utensilio y batidora sale al mercado, porque lo suyo es engordar a la presa antes de llevarla al horno.

Jeff Bark via ponyxpress

Por mi parte, bienvenida sea la especie, llámese “Gastrosexual” o cocinero a secas. En mi heladera languidece un pedacito de queso semipodrido, verde de tan viejo, así que nada como un ser generoso dispuesto a darte de comer bien…y a cenarte después.

Hace unos años conocí a un encanto de éstos que muy hábilmente supo conducirme hasta su mesa. Fui convencida de que me esperaban una pizza descongelada y un flan Serenito, pero oh oh…

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Los dioses no van a la cama

Celebro que esta mujer muestre su anatomía tal y como es, sin trucos. Básicamente porque su franqueza redimió la ingesta de mi segundo Cachafaz de maicena de la tarde, alfajorcito sublime que está sedimentándose alegremente en mis caderas, junto con otros farináceos y azúcares refinados que suelo mandarme. Pero contemplando esa panza plegada por sobre la tanga (de la modelo que publicó la revista Glamour) pienso cuánto daño le hace la técnica del fotoshop a la población en edad de merecer.

Días atrás un amigo al que le pregunté cómo le había caído una chica que le presentaron ese fin de semana, me contestó: “no tiene cuello ni cintura.” Dios mío, ¡lo que está haciéndonos la dictadura estética!.

La imagen retocada construye una realidad distinta de la que vemos en la calle. Yo casi nunca me cruzo con esos seres deslumbrantes que supuestamente reúnen todos los requisitos en el mismo envase: ni estrías ni michelines ni celulitis, piel tersa, dientes enfilados, pómulos altos, vientre plano etc. etc. Tampoco los hombres lucen apolíneos como en el Olimpo Vogue: el promedio tiene barriga, tiende a la calvicie, le falta masa muscular o arrastra problemas de ortondoncia, entre otros rasgos diseñados por la naturaleza y que en definitiva no cuentan a la hora del placer. Pero lo peor es que creemos que sí, y por medirnos con esos falsos paradigmas nos alejamos de las oportunidades de pasarla bien con alguien. Puede uno tener química con el ser menos delgado de la fiesta, o al revés.

Por eso creo en el tango. Aunque confieso que una vez en la milonga me engañó el fotoshop. Creo que fue a principios de este año, cuando en Niño Bien me miró fijo un rubio parecido a Miguelito, el chapista de Merchu. Le corrí la vista. Como no soy profesional siento inseguridad si no bailo con alguien de mi tamaño. Merchu, rápida de reflejos dijo “che, a ese tipo lo conozco, ¿no es actor?”. Yo no logré reconocerlo: era Vigo Mortensen.

Claro, fotomontado y digitalizado da un protohombre. Pero ni es tan rubio ni tan alto ni tan macizo ni tan cinematrográfico. Al contrario, es un ser pedestre: más bien bajo, pálido y flacucho.

Aclaro que yo también estaba “trucada” arriba de mis tacos de 9 centímetros.

Digo ésto, y voy por otro Cachafaz.

Sexo en la primera cita

Nunca tuve mucha vocación por la antropología sexual. Me refiero a que soy poco afecta a investigar la cama de un desconocido en la primera cita. Lo que no quiere decir que en ciertas circunstancias me haya negado de plano a una experiencia así de nutritiva, porque en la vida es natural que aparezcan seres magnéticos destinados a la fugacidad, como en Antes del amanecer (¡qué linda película!).

Igual, rara vez empatizo tan rápido.

via ponyxpress

Distinta es mi amiga Marilú, una experta en el trabajo de campo: se llevó al sobre cuanto hombre le vino fácil. Porque ella piensa que los “fáciles” son ellos. Y es verdad…..

Las consecuencias de tales arrebatos fueron variadas: a veces aclaró de entrada que no quería compromiso, y en otras ocasiones el sujeto rompió el hechizo y prefirió perderlo a volver a verlo. De otras sesiones de lujuria casual surgieron amigos muy queridos, y amantes para el invierno. Y en cuantiosas oportunidades a los señores se los tragó la tierra y Marilú terminó fosilizada al pie del teléfono, esperando ese mensajito que llene el vacío. ¡Cuánta maldá para con alguien tan generoso!.

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Quién paga la cuenta I

Quiero destacar tres repercusiones del post anterior:

1) Según mi amiga Ginni, a propósito del post (modestia aparte), en el programa de Roberto Petinatto se abordó el dilema de quién paga la cuenta. Ahí la balanza se inclinó por quienes consideran que si los hombres no están dispuestos a pelar la billetera y pagar como corresponde, mejor ni se molesten en invitar.

2) El domingo me llamó Gabriela. Hace ya unos meses se está “conociendo” con un tipo muy simpático y buena gente que, por sugerencia de ella, ahora sigue este blog. Pero la noble iniciativa tuvo efecto bumerán: él aprovechó el post para escupir un “misil” que venía apretándole la glotis:

-che, a ver cuando pagás un cafecito, o algo…

Ese o algo fue fatal, “como si una maceta cayera desde un 9 piso justo en tu cabeza” dice Gaby, golpeada (por el peso de la verdad).

2) Seguramente el debate televisivo fue un poroto al lado de los comentarios que dejaron ustedes. La vida es lo que cada uno piensa de ella, recordaba yo, mientras los leía atentamente. Nadie tiene la razón completa, pero todos hacen observaciones más o menos asertivas y, lo mejor, dejan algo picando para que el resto lo piense. Recomiendo la relectura.

Sin duda, uno crece a partir de los demás.

Salut, mis lectores!!!!