
Hoy en Runner Blog escribe: Brenda Spasiuk (*)
Etimológicamente las palabras acero, hierro y hojalata pueden ser usadas como sinónimos. Pero en materia de adjetivos para describir a las personas que utilizan como principal herramienta su cuerpo, para cubrir distancias largas en tres disciplinas deportivas consecutivas, una de esas tres tendría que ser descartada.
Se trata de la última. El motivo más explícito es debido al personaje de la novela infantil “El maravilloso mago de Oz”, de L. Frank Baum. En la historia, el Hombre de Hojalata se presenta como un ser sin corazón, sin sentimientos y cobarde. Algo completamente opuesto a lo que voy a referirme a continuación.
En el mundo deportivo de pruebas combinadas, existe la disciplina llamada triatlón y comprende la natación, el ciclismo y el pedestrismo. Muchos entendidos en destrezas físicas alegan que quienes hacen (hacemos) ese deporte no son talentosos en ninguna de las tres por separado, por lo que deben realizarlas juntas, sin descanso.
Hay que asumir que en esa afirmación existe un punto racional. Pero debo agregar que para lograr juntar los tres deportes, existe un talento: la búsqueda constante de desafíos físicos y mentales.
Entonces, ¿cuál sería el desafío extremo de un triatleta? Respuesta: convertirse en un IRONMAN (Hombre de Hierro).
Brevemente y salteando el relato histórico de sus inicios en las playas de Hawaii, el nombre hace alusión a la importancia de formar un temple de acero, estado físico inquebrantable y una pasión inconmensurable para cubrir las distancia correspondientes a 3800 metros de natación, 180km de bicicleta y 42,195 km de corrida.
Sólo para la línea de largada, un atleta debe entrenarse cientos de horas y a distintos ritmos de velocidad. Esto también implica alimentarse a conciencia para soportar dicho entrenamiento y de esa forma colaborar con la recuperación muscular, y hacer elecciones diarias de prioridad de actividades que muchas veces te aíslan de los compromisos sociales.
Mi nombre es Brenda Spasiuk, tengo 23 años y vengo de los aires norteños de la tierra más colorada del país, la provincia de Misiones y practico triatlón desde que tengo 10. Hace una década, soñaba con la piel erizada y con un aire de utopía, en llegar a ser lo suficientemente fuerte como para convertirme en una Mujer de Hierro. Era tan sólo una jovencita a la que le faltaba el aire tras competir en el circuito provincial las distancias cortísimas que comprenden la categoría juvenil.

El tiempo fue pasando y entre los cambios que se sucedieron en mi vida, algo se mantuvo siempre intacto: mi pasión y amor por el triatlón de larga distancia. Hace dos años atrás empecé a participar de competencias de Medio Ironman o Ironman 70.3 (1900 nado, 90km bike, 21km corrida) y logré estar presente en dos Campeonatos Mundiales de esa distancia como atleta amateur de la categoría 18/24 años.
El 2011 fui elegida para animarme a debutar en la prueba más difícil y dura del triatlón: el IRONMAN. El escenario en cuestión: la Isla mexicana de Cozumel. La fecha: el domingo27 de noviembre.
Ese día, la playa azteca fue invadida por 2300 atletas, entre ellos, 50 argentinos. A las 6.40 fue el disparo de largada para los triatletas profesionales (es decir los monstruos que hacen tiempos inhumanos) y a las 7 en punto, se escuchó el disparo correspondiente para el grupo más numeroso y ansioso por desafiar sus cuerpos ante esa exigencia extrema que se sabe con antelación, te llevará algunas largas horas para terminar.
El circuito de natación era una sola vuelta, delineada por un rectángulo de boyas anaranjadas y amarillas. El agua salada y cristalina, a una temperatura de 27 grados recibió los golpes de unas 4300 manos que parecían simular la escena posterior proyectada en el film Titanic, tras el hundimiento del barco.
Por momentos, el fondo distaba de muchos metros con la superficie, pero si un atleta miraba para hacia abajo podía ver con claridad hombrecitos en miniatura buceando y admirando las bellezas marinas (que claramente no éramos los atletas).
Una alfombra azul marcaba el camino de la primera transición. Había que dirigirse al parque cerrado para buscar la bicicleta. En una curva, hecha a destiempo, salí expulsada del caminito y una piedra puntiaguda hirió la planta de mi pie izquierdo. Maldije y no para mis adentros.
La ruta iluminada por un sol furioso pero perseguido por unas nubes tímidas se encontraba hambriento por ver pasar a los ciclistas tres veces (eran tres vueltas de 60km cada una).
Con el paso de las horas, el viento costero se hizo más violento y tentó a varios triatletas a infringir la regla de la prohibición del drafting (es cuando un ciclista va detrás de otro para hacer menos esfuerzo). Por cierto, algo muy triste de observar.
Y como consecuencia, las nubecitas del inicio se acercaron cargadas de una lluvia que se mantuvo con algunas intermitencias hasta la noche. El cansancio se encontraba camuflado en la postura sentada del ciclismo y estaba expectante por hacerse notar una vez que las piernas de los participantes hicieran contacto directo con la tierra firme.
La transición número dos fue personalmente necesaria para hacer un paso por el baño químico. La vejiga pedía vaciarse para encarar los 42km 195 metros que faltaban por correr.
Mi mente me sorprendió sobremanera. Nunca había sufrido una metamorfosis tan variada. Inicié un planteo mental de 2 x 21km, luego a causa de la fatiga y el dolor muscular, pasó a encarar 4 x 10km y un poquito más. Para terminar, luego del paso por el kilómetro 25, en 5 minutos de trote x 2 minutos de caminata hasta cruzar la línea de llegada.
Ahí es cuando aparece la mentalidad de HIERRO. Ahí es cuando hay que ponerse un impermeable mental que evite el paso de las sensaciones de sufrimiento, descompostura, irritabilidad y sensibilidad. En el momento que ya no queda mucho por recorrer. Personalmente, visualicé a mi familia y a todos los misioneros fanáticos del deporte que estaban asidos a la computadora esperando ver el registro de mi paso por la alfombra que detectaba el chip número 1754. Quise evitar que ellos permanecieran más tiempo esperando que mi carrera terminara pero mi físico se había desinflado y el IRONMAN se había convertido para mí en un monstruo de siete cabezas que me enfrentaba estando yo desarmada.
Miré para arriba, cerré los ojos, respiré profundo. Me acordé del arma que tenía guardada por si me tocaba ese estado de debilidad física. Era mi corazón y latía contento porque faltaba poco, muy poco, y todavía estaba lleno de un combustible color rojo pasión que no me iba a abandonar.
Crucé la meta tras 11h8m y una sonrisa enorme. Finalicé segunda en mi categoría, detrás de una brasileña que me sacó 4 minutos. Como todo debut, esa marca quedará guardada en el tesoro de los recuerdos. Pero espero con ansiedad más oportunidades para ganar experiencia y conseguir cubrir los 42 km como realmente acostumbro correr. Sin parar y a un buen ritmo.

Mis felicitaciones a todos los atletas que cumplieron el sueño de terminar una carrera oficial de IRONMAN y en especial a los profesionales por ser una pieza importante de admiración e inspiración.
Un agradecimiento profundo y sincero a la provincia de Misiones y a la Yerba Mate ROSAMONTE por al apoyo incondicional, la confianza y el seguimiento.
Un dato final: es cierto que las 72 horas posteriores uno descubre dolores en el 99% del cuerpo, que no se pueden bajar las escaleras de forma convencional y que si uno no apestara no se bañaría pero también es cierto que después de todo el esfuerzo uno puede ser llamado “Hombre de Hierro” y eso es algo irreversible.

* Triatleta, periodista y escritora. Recientemente presentó su primer libro, una novela de ciencia ficción titulada “Hierro Líquido”.
No te olvides de dejarnos tu comentario y de seguirnos en Twitter.