
Por Federico Sánchez Parodi (*)
Ya de nuevo en Baires, acomodándome otra vez al ritmo de vida que llevamos acá. Siempre palo y palo, claro, como en las carreras, pero con la simple diferencia del paisaje.
Vengo de correr La Misión, un ultra trail de los más duros del país que consiste en recorrer 160 kilómetros en menos de 76 horas, atravesando cerros, valles, arroyos, bosques y sorteando un sinfín de obstáculos a través del sur argentino.
Un año pasó desde que en el km 100 en San Martín de Los Andes tuve que tirar la toalla, no por algo físico o mental, sino por dos ampollas que me impedían caminar. Todo el año me comió la bronca, la sed de revancha, las ganas de superarme y de lograr completar el sueño.
El 2012 tuvo muchos condimentos. Homologué mi primera media maratón (había hecho más, pero nunca oficiales, sino como fondos de entrenamiento) y metí 80k en el Champaquí (la Half Misión), aunque al margen de ello, no fue un buen año en lo personal. Algunos temas de mi entorno terminaron por dejarme herido. Fue por eso que la carrera era algo muy importante para mí. Esa necesidad de ir por una meta, el tener un objetivo y anhelar cumplirlo se convirtió casi en una obsesión.
Villa La Angostura fue el lugar para recorrer los 160k. Frío, lluvia, granizo, nevadas, principios de hipotermia, todo…no faltó nada, como si nos hubieran vendido el paquete completo.
Es más, creo que si alguien quería hacer la carrera más dura desde lo climático, dudo de que lo hubiera conseguido. Y así fue. Tras los pasos previos (arribo, reencuentro con viejos y nuevos conocidos, inscripción y charlas con Martín Torrent, con quien compartí todos los preparativos), el arranque (durante el mediodía del miércoles) fue bajo lluvia, pero con la adrenalina típica.
Mucha gente detrás, que con sus llamados, mensajes, y cariño, me empujaban…y el plus de tener a Christian Moll y su hija Delfi alentándome fue IMPAGABLE. No puedo estar más que agradecido a todos, y a ellos dos en particular. Christian es quien me metió en este baile y lejos de putearlo por lo duro que es el desafío, era tal vez la persona que tenía que estar en la previa, dado que conoce a la perfección lo que todo humano siente antes de largar.
Ya en la subida al Cerro Bayo, luego de la lluvia, un instante previo a encarar los filos, el granizo nos sorprendió en la salida del bosque. Cerca de 30 éramos y todos nos miramos. ¿miedo? ¿sorpresa? Sabíamos que iba a ser duro, pero no eso. Ya arriba, una nevizca me quemaba las piernas. Salí con calzas cortas, no me molestaba, pero en ese momento complicó un poco. Como si fuera poco, como no me había puesto las gafas, debía cubrirme la cara con la mano.

En la bajada al centro de ski todo fue recuperación, velocidad, y una sonrisa de oreja a oreja. ¡Sorpresa! Otra vez Chris y Delfi estaban ahí esperando. Charlé dos minutos y seguí. Dio fuerzas, fue lindo…
Ya en el inicio del segundo día, después de caminar y caminar, nos esperaban los filos del Cerro O´Connors. 1900 mts, una etapa de filos y una subida DURISIMA. Frío (mucho), nieve y cenizas, pero al mismo tiempo, un paisaje INCREIBLE nos rodeaba. Exigente, duro, cansador, pero también inolvidable, con el Tronador de fondo. Realmente fabuloso.
Eso derivó en una bajada complicada a partir de las cenizas (que había por todos lados, terrible) pero con salida a Bahía Manzano, donde en la primera cantina disfruté de una coca y un paty con queso. Iban 60 kilómetros, cansancio, muchos desafíos y la sensación de decir “con todo lo que hice, puedo abandonar, que la medalla está bien ganada igual”. Lo pensé eh…y ver a muchos conocidos claudicar hace que el bienestar le gane la pulseada al hambre de seguir. Pero me puse de pie y encaré los 8 kilómetros cansadores (por el pobre paisaje, en comparación al resto) de ruta. Tras tirarme 5 minutos a descansar en el bosque (se sumaron 15 más, porque me quedé dormido), el arroyo y el col La estacada fueron los puntos a superar, cruzando los brazos del arroyo La Negra unas 20 veces…SI, 20, NO ES NINGUNA CONFUSIÓN. Ya estaba podrido del agua, aunque imagino que les pasará lo mismo de sólo imaginarlo.
Ahí fue cuando llegamos hasta un nuevo puesto de control en el que tuvimos que esperar para avanzar. El lindo día del jueves llegaba a su fin y oscurecía. “Lleguen a Traful antes de la noche y podrán dormir en un gimnasio con calefacción, aparte va a llover”, nos habían dicho, pero el tiempo no nos daba.
Pasadas las 2.30, el km 96 invitaba al menos a seguir hasta el 101 antes de subir el Piedritas (1850 mts) , pero la tapera de dicho puesto estaba “completa” y no se podía avanzar, ya que era peligroso subir el cerro de noche. Todos aguardaban allí cuando caían las primeras gotas. Nosotros, cinco mil metros detrás y sin bosque cerca ni refugio a mano, nos tiramos contra unos arbustos, algo que no sirvió de nada, ya que el agua cayó más fuerte y NOS EMPAPAMOS.
En esos momentos decís PARA QUE VINE…y odías el momento en que pagaste la inscripción. Hipotermia, sólo combatida por un chocolate, hizo todo más duro. Con tiempo perdido, gran parte de la ropa y el equipo empapado, fuimos para delante, llegando cerca pasadas las 5 a una tapera con un hornito que estaba cerca de ser algo paradisíaco. Si quería imaginar el paraíso, eso lo era. Secar ropa y descansar. La lluvia había vuelto más complicado todo, y se venía un duro compromiso.
Otra vez una subida eterna agotó, pero el hecho de no tener que hacer filos, sino tan sólo cruzar el cerro hizo que la bajada me permitiera acortar los tiempos, para ya encarar el camino a Traful, donde dos kilómetros antes me cruzaría con Pablo, un corredor de Comodoro que me seguiría hasta el final. El iba a abandonar. Había metido tiempos excelentes de arranque, pero luego flaquearía por una tendinitis, aunque le insistí para que me acompañara.
Paré en Traful. Una coca, un sándwich, 90 minutos de sueño, llamadas a dos amigos, a mi entrenador Mati Stampone, a mi casa.
Confieso algo. Así como todos los alientos dan fuerza, en momentos de duda y casi de abandono te juegan en contra. Pero por suerte, siempre miré hacia el frente. También es cierto que decís “no saben lo que es” a todo aquel que te tira que vas a llegar. Es como que te digan “vas a volar”. No me la creo.
A ENCARAR LA PARTE FINAL. El último par de medias secas, la dri-fit que restaba y muchas ganas. En mi voz se notaba. Ya era cuestión de llegar y nada me detendría. Darle de una, o cambiar y descansar una hora no modificaba los planes.
10 k de calle, coles, arroyos cruzados (más mojaduras), y el último desafío, el cerro Buol. Juro que no quería encararlo de noche, ya sea por paisaje o por cansancio, aguardar una hora en el puesto de control, pero el frío lo impidió. Había que moverse para no congelarnos (cuando hablo de congelación, piensen en temblar sin poder controlar tu cuerpo…).
Una subida imposible (tardé cerca de mil años, con esfuerzo, casi arrastrándonos metro a metro) y sin fuerzas. Estaba vacío allí. Llegué a la cima gracias a una soga que salió de no se donde, para caminar por los filos en medio de la neblina y las nubes bajas. No se veía más allá de dos metros para los costados. No encontrábamos las marcas, temblábamos, se hacía eterno. Me tuve que clavar otro sándwich ¿hambre? No, sueño y miedo a desviarme del camino recto, con un precipicio de costado. Me quedaba dormido. Me entró el cagazo de caerme (más de lo que lo hacía) hacia un costado. ya los pies, casi descoordinados por cansancio, saturación y agotamiento, no respondían. Se llevaban puesto todo.

¿Y ahora? El descenso por Cajón Negro fue dentro de todo rápido, tratando de surfear entre la ceniza y evitar caerse o tropezarse más de 15 o 20 veces cada 100 metros.
Era entrar en el bosque y enfilar al tramo final. Ya casi. Las fuerzas volvían. No por despejarse el cansancio, sino por saber que estaba cerca.
Hacia un año que esperaba eso. Hacia un año que entrenaba con un solo objetivo hizo que toda otra medalla finisher obtenida no tuviera valor. 21, 80 o los kilómetros que fueran.
Tomas decisiones, te equivocas, sangras, calambres, pisas mal, y no haces tiempos que le peleen a Gustavo Reyes o al animal de Gonzalo Calisto, el ecuatoriano que ganó completando poco más de 22 horas. Por eso, el ser “mortal” hace que se valore de una manera diferente.
A la hora de agradecer, se piensa en todos los amigos, en los profes del Gym AT de Lomas, en los viejos y la familia, en mi profe Mati (Stampone), quien sacó lo mejor de mi, en Willy, Cristian, Facu, el Coyote (y farmacia Balboa, que me dio el botiquín), en Nico que me cubrió en el laburo, y en todos los que hacen que esto sea posible, poniendo su granito de arena en el día a día. También agradecerle al Municipio de Lomas de Zamora, es el lugar donde entreno. El Parque Eva Perón tiene todo lo que un corredor quisiera, y ni hablar de la onda de la gente del vestuario, que no tiene problemas en quedarse cinco minutos más cuando te pasaste de horario con tu rutina y te vas a bañar.
La carrera se odia en todo su trayecto, pero se ama a la distancia. La adrenalina y el masoquismo en estado puro…te hacen más adicto al dolor, a querer superarlo, y a volver a padecerlo, para arremeter contra un desafío mayor.
Haber vencido esta piedra te hace más fuerte contra todo lo que viene, lo tomas como una lección, como una prueba de fe, y te da más ánimo.
Restaba el final, cada metro se disfrutaba. Cada metro se saboreaba. Ver la meta, oír el tema de The Contender (juro que esa canción ya no será la misma en mi vida), abrazar a Delfi y a Christian…que no te salgan las palabras, que te broten las lágrimas, que quieras gritar, que lo hagas…con la mirada, sentirse libre, lleno de fuerza, de vida, de orgullo de uno mismo, golpearse el pecho. Te sacan fotos, te dicen “parate acá, levanta los brazos” y vos no entendés nada. Estar en la civilización después de tres días es raro…pero hay felicidad. Cansancio después de tanto reto, extremo cansancio. Agotamiento. Todo junto…pero con una sonrisa eterna, que quizás no se vio durante los 160k hechos, pero que durará para siempre…o al menos 365 días, los que te separan del próximo desafío.

(*) Periodista, exjefe de prensa de Banfield y runner…
Como Fede, ¿cuál es tu próximo desafío?