Foto: Sofía Ciravegna
El mejor corredor en altura del mundo, de paso por Buenos Aires tras conquistar el Aconcagua, explica por qué elige la naturaleza y le escapa al cemento de la ciudad (*)
“Sé muy bien que no me van a recodar porque, en la actualidad, el olvido es muy rápido y prematuro. En la sociedad de hoy, con el impacto de las redes sociales como Twitter, Facebook e Instagram tenemos muy poca memoria. Lo que sucedió hace dos días ya es viejo”, cuenta el catalán Kilian Jornet. Kilian Jornet es algo así como el Roger Federer del tenis trasladado al Skyrunning, un híbrido entre el montañismo y el trail running, disciplina que implica correr por senderos montañosos, huellas, rastros o caminos alternativos, con grandes trepadas y abruptas bajadas.
A los 27, Kilian conjuga a la perfección un alma de carne y hueso de 1,70 m y 57 kilos, que se anima a desafiar todos los límites que un terreno escarpado pueda brindarle. “No es por vanidad ni ego –explica–, sino porque es mi forma de vivir, hoy en día, la montaña. Es mi forma de atacarla (rápido, muy rápido). Es una opción que elijo para recorrer y conocer mi hábitat preferido. La montaña es un espacio de libertad, de absoluta libertad, y depende de la forma en la que uno la encara. Esa es mi manera. No es mejor ni peor que otra. Es mi manera de vivirla en la actualidad. De seguro, cuando sea más viejito, lo haré más lento. Es decir, sin prisa pero sin pausa”.
Foto: Rodrigo Lizama
Sostiene la mirada Kilian. La fija, sin elevar el tono de voz. Escucha con atención y se toma su tiempo para responder. Medita cada palabra. No las lanza al vacío, como cuando desciende una de las incontables cumbres que coronó. Por el contrario, es pausado y sigiloso para explicar y explicarse por qué es como es. No desafía, pero impone su impronta. No se cree un ejemplo, dice, “porque soy uno más que intenta vivir la vida lo mejor que puede sin esperar nada a cambio”. La vida, su vida, está lejos de la ciudad. Tanto cemente lo abruma. Allí se siente enjaulado, contenido y sin posibilidad de sentirse libre. “Ni bien llegué a Buenos Aires salí a correr por Palermo y a la media hora quise regresar al hotel porque todo se había tornado monótono. La ciudad es un lugar de paso para ir a la naturaleza”, precisa.
Se crió a poco más de 2000 metros sobre el nivel del mar, en el refugio Cap del Rec, en los Pirineos catalanes, donde su padre era guía de montaña y su madre, maestra. Kilian y Naila, su hermana, iban al colegio esquiando en invierno y en bicicleta en verano. A los 5 años escaló en monte Aneto, el punto más alto de los Pirineos con de 3404 m, y a los 10 atravesó de punta a punta los Pirineos. Tal vez por eso, especula con cierta ironía, “no tuve muchas opciones para elegir mi destino”, mientras continúa con su proyecto personal Summits of My Life (Las cumbres de mi vida), donde busca establecer los récords de ascenso y descenso a diferentes cumbres del mundo. Para 2015 piensa atacar el Elbrús, en Rusia, para cerrar con el emblemático Everest, en Nepal.
–Hablás de dejar de lado el ego y la vanidad porque pueden resultar traicioneras, pero estás involucrado con tu proyecto Summits of My Life, ¿no hay un poco de ego y vanidad en semejante proyecto?
–No busco derrotar a la montaña, sino estar cerca de ella. Dentro de 50 o 60 años estaré muerto y ella seguirá allí. La montaña es más fuerte que nosotros. Podemos estar allí, intentar hacer cosas, pero siempre luchamos contra nosotros mismos, contra nuestros miedos y límites. La montaña es el terreno de juego, sólo de juego porque, si ella quiere, te gana fácilmente. En definitiva, lo que podemos hacer es jugar con el medio y divertirnos un poco. No más que eso. Y el Summits es un juego en el que pretendo dar a conocer la montaña.
–¿No te aburrís de tanta autoexigencia? ¿No tenés ganas de dejar todo y dedicarte a disfrutar de otros placeres de la vida?
–¿Otros placeres? ¿Cómo cuáles? ¡Para nada! Lo bonito de correr en la montaña es que cada día estás en distintos sitios. Cada día puedes ver cosas diferentes. Cosa que no pasa en la ciudad, donde no podría resistir vivir durante mucho tiempo. En la montaña, por el hecho de descubrir paisajes nuevos, todo se renueva y uno se motiva permanentemente.
–¿Cuál fue la mayor enseñanza que tuviste como deportista?
–Todas las carreras te dejan algo. Si eso no sucede, en algo has fallado. En la larga distancia, la primera vez que hice Western State, en Estados Unidos, no bebí casi nada y tuve calambres en todo el cuerpo a partir del km 130. Vas poniendo el cuerpo al límite. Allí, al vivir la deshidratación, aprendí a alimentarme y a beber mejor. En otras situaciones de montaña te das cuenta hasta qué punto puedes ir. Lo mismo en carreras cortas, como el km vertical, donde aprendes a balancear tu cuerpo. Pero lo que más me ha marcado es la muerte de mi amigo [Stephane Brosse].
De pronto, Kilian se cierra, se contrae y mira un punto fijo. La muerte de Brosse marcó un antes y un después en su vida, cuando en junio de 2012, el entonces campeón francés de esquí caía muerto en Mont Blanc mientras hacían una travesía en Los Alpes. “Con la muerte de Stephane me di cuenta que le sucedió a él pero bien podría haberme pasado a mí. De hecho, es algo que sigue rondando mi cabeza. La seguridad plena no existe. Nunca. La vida es eso, es salir y afrontar las circunstancias. Es asumir los riesgos, sin pensarte un superhéroe”. Hace una pausa larga, medita, traga saliva y concluye: “De esos que sólo existen en la televisión”.
(*) Nota publicada en La Nación Revista del domingo 18 de enero de 2015.
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