Cruce de los Andes 2014… ¿Qué decir? ¿Cómo comenzar a realizar un balance? ¿Por dónde empezar? ¿Por lo bueno o por todo lo malo por lo que atravesamos?
Resulta difícil. Pasan los días y toda la energía vivida no se disipa. Pasan las horas y la dimensión de lo obtenido se agiganta. Para uno, claro. En realidad, para mí y para Claudia Villapun. La Negra resultó ser bastante, mucho más que una simple compañera de equipo. Esta carrera, mantengo la postura, sin dudas, es para hacer en dupla. Aquella invitación fue la mejor elección. Sobre todo desde la negativa de Cristian Grosso, amigo personal de esos que me regaló la profesión.
Promediaba octubre y no tenía con quién correr hasta que un llamado fue suficiente. La Negra Villapun (una chica Olé) fue la única elegida para esta aventura de #LaCorpo (La Nación + Clarín/Olé), tal el nombre que le pusimos al equipo. Acaso, como un guiño ante tanta “solemnidad K”.
Claudia, como yo, hace su #terapiaenzapatillas. Si en eso nos parecíamos, el ritmo era lo de menos. No me importa ni ambiciono ganar. Nunca. Ni en los sueños. Lo mío, mejor dicho lo nuestro, pasa por otro lado. Por disfrutar, por conocernos, por correr para simplemente sentirnos mejor. Algo así como un espacio lúdico y de introspección, que a los 38 años me da, nos da, la posibilidad de autoconocernos cuando estamos a mitad de camino.
La carrera…
La dureza del día 1 nos golpeó desde el inicio. No tuvimos tiempo, casi, para acomodarnos. El entusiasmo desapareció tras 4/5 km por la costa pedregosa del Paso Desolación, lindante con el volcán Osorno, tan inmenso y lejano que la escasa visibilidad no dejaba apreciar. Una subida tenue pero constante con viento y lluvia que iba y venía por todos los frentes. En síntesis, paso lento, lentísimo con -10 grados de sensación térmica y a tratar de evitar perder el calor corporal. Momento de indecisión y muchas ganas de abandonar. Tenía poco abrigo y la estaba pasando realmente muy mal. A mi lado, firme y decidida, estaba Claudia que no aflojaba. Su temple fue el inicio de la verdadera simbiosis que tuvimos como equipo. “Yo no quiero abandonar acá. Vinimos a terminar. Dale, dale, no aflojes y sigamos”, espetó balbucenate, casi sin poder mover los labios. Estábamos tiesos, inmóviles y con miedo por lo que vendría. El frío cuando ataca no tiene reparos. Se torna un enemigo complejo de esquivar. Al llegar al área de auxilios, observar cómo corredores se subían desesperados a autos y ambulancias daba el real cuadro de situación. La colaboración del Club Andino de Chile y los auxiliares fue tremenda. Como podían asistían a todos. En todos los casos, pedían que nadie dejara de moverse. Los casos de hipotermia ya estaban dejando sus secuelas. Luego, un descenso que nos alivió en espíritu y alma. Así, el cuerpo recuperó el calor y las sensaciones de hastío, por un buen rato, se esfumaron. El barro hasta las rodillas posterior al único puesto de hidratación fue difícil, muy dIfícil de sortear. Pero sentía que la primera etapa estaba cerca de concretarse. Y que lo peor estaba por venir. Una innecesaria demora de casi 2 horas para sortear una bajada muy resbalosa y con una cuerda. ¡Con una cuerda para cerca de 1600 almas! Inentendible. Innecesario. Mucho más con la lluvia que volvía con la intención de quedarse como testigo privilegiado de una mala decisión. Pasar ese trance implicó aprender a esperar y mucho. La tolerancia, por momentos es verdad, perdía su batalla con la bronca y el reclamo contra la organización tenía un justificativo evidente. Pero no quedaba otra que esperar el turno. Sorteado ese escollo nos aventuramos en el último tramo para arribar tras 9h58m. “¡Una locura!”, repetía para mis adentros mientras felicitaba a Claudia. “Avanzamos un casillero. Nos quedan dos, Negra”, apenas pude decirle exhausto. Sin casi poder disfrutar del campamento, nos cambiamos lo más rápido posible y fuimos a recargar energías en una enorme carpa de circo. El ánimo estaba magullado, pero no por ello fuera de nuestro foco: terminar #ElCruce2014.
La noche no fue larga, ni fría. O sí. Como venía el día era un paso más hacia la meta. Al día siguiente, otro transfer de unos 45 minutos para largar con llovizna y el sol que intentaba asomarse. Con lo vivido en la etapa 1 y de acuerdo a los consejos en la charla técnica de la noche, fuimos preparados con mucho más abrigo, agua, geles (que por raro que suene casi ni probé), barras de cereal, turrones, etc. La advertencia de Sebastián Tagle fue clara: “Son 11,5km o 12 de iday regresan por el mismo camino”. Con los hechos, nos dimos cuenta que nada de lo previsto estuvo acorde a lo informado. Fueron 33 casi 34 km de un circuito alternativo, con gran parte por la costa de la playa Las Gaviotas, que dejó sus secuelas en varios corredores. Hasta en los de punta que vimos pasar por el km 13 con signos de evidente deshidratación, cuando, en realidad, ya deberíamos estar de vuelta. En ese instante pensé: “Estamos en problemas. Si los de elite están volviendo en este tramo, tenemos para rato”. Nos miramos con Claudia y sólo atiné a decirle un “vamos bien, vamos bien… sigamos”. A decir verdad, el fastidio me había vuelto a ganar. Creo que lo peor que podés informarle a un corredor es pifiarle con la distancia. Y mucho más en una carrera de aventura o montaña, donde cada centímetro recorrido deja su marca en el cuerpo. Luego de subir por una interminable pradera que parecía un campo recién cortado, comenzamos a bajar y subir el ritmo. Allí, el sol estaba en su esplendor y, con él, el calor terminó por hacernos desarropar y correr lo más sueltos posible. Al llegar de nuevo a la playa, había que ir unos 2 km hacia atrás y regresar. Una especie de retome que más de un tramposo aprovechó para cortar camino. Allá ellos, enormes perdedores de la vida que afanan km al circuito sin darse cuenta que se están engañando a sí mismos. ¿A quién querían ganarle? En esa parte, era complicado correr. Por las piedras y el cansancio acumulado. Aprovechamos para conversar bastante con Claudia y con Gustavo Montes y Daniel Campomenosi, amigos y compañeros de Factor Running Radio. Cantos de cancha, con All Boys como hit principal y algunos más que al día siguiente arengaron a los corredores en la línea de partida. Hasta pudimos hacer parte de nuestro trabajo: conversar con otros otros corredores, un lujo que nos damos por el simple hecho de vivir las carreras desde adentro. Pasaron 6h5m y pasamos el arco de llegada que estaba vacío, sin agua para hidratarnos y con dos transfers para ir hasta el campamento 2, en Antillanca.
El viaje se hizo interminable. A falta de unos 15km el colectivo rompió el embrague y tuvimos que esperar cerca de 3 horas para que nos vengan a buscar. Ese viaje lo hicimos separados con Claudia. Por un error mío o de los dos, ella llegó al campamento sin problemas hasta que se encontró en problemas. Nuestra carpa se había volado. Con esa buena nueva, aguantó y a las 12 de la noche cuando llegamos hechos una pila de nervios, cansancio, hambre y sed, comimos y nos trasladaron a un hotel distante a unos 1500 metros del lugar. No fuimos el único caso. Unas 50 parejas estaban como nosotros y debieron dormir en el hotel Antillanca. La noche, otra vez, volvió a ser corta y con poco tiempo como para reponernos, algo tradicional en El Cruce.
El día 3, tal vez el más esperado, nos encontró de nuevo bajo la lluvia y con el caos de un campamento a medio hacer. Se sabe, las inclemencias climáticas en la montaña no dan tregua y esta vez no fue la excepción. Con la mayoría de los corredores en la manga de largada, con Claudia, Gustavo y Daniel nos dispusimos a divertirnos un rato. A reirnos y a intentar levantar el ánimo de quienes estaban a punto de concretar ese sueño de correr en la montaña. “Hipotermia, hipotermia… Hipotermia, hipotermia…” ó “Corredores, la ….. de su… a ver si ponen… que no corren con nadie”, “Otra etapa, otra etapa, otra etapa, otra etapa”, pasaron a cantarse por muchos compañeros de aventura. Si al fin de cuentas, esta es una gran aventura.
Ya estábamos ahí y nada, salvo una lesión grave, iba a poder sacarnos la medalla de finisher. De nuevo, frío y lluvia para subir el Casablanca. En el descenso, me sentí Kilian Jornet al bajar en zigzag. Por un instante, por supuesto. Aunque, a decir verdad, ni cerca… A esa altura, estaba dolorido, cansado y con el tobillo derecho con varias torceduras, y Claudia sumaba desde el día anterior un fuerte dolor en su pierna izquierda que le impedía correr con naturalidad. En sí, estábamos como todos. Con más de 80km en el lomo y con ganas de terminar de una buena vez. La llegada a Aguas Calientes fue rara. Tras salir de un bosque cargado de troncos, ramas y mucha humedad, ingresamos en un camino y a lo lejos vimos banderas. El pensamiento al unísono nos engañó. Creímos que se trataba de un puesto de hidratación. Y no. Era la llegada. El deseado arco de llegada. Nos miramos con la Negra y aceleramos el paso. Habrán sido 1,5km de risas, miradas cómplices y manos agarradas. Al pasar la alfombra, en 3h41m, nos fundimos en un abrazo interminable. Las lágrimas de Claudia eran de felicidad, de emoción… Algo que sólo quien corre puede entender. Me aparté y, por un instante, lloré en soledad.
Fotos: Juan Manuel Izzi, Diego Winitzki, Graciela Zanniti y Leandro Chavarría.
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