Por Juan Pablo Calviño D´Ambra (*)
Como todos los años, la temporada de maratones en Argentina se abrió con los 42K A Pampa Traviesa. En su 30° edición, el maratón más tradicional del país se dio el gusto de contar con más de mil corredores entre las tres distancias y lograr la cifra de 180 corredores en los 42195 metros (número que no se alcanzaba hace ya varios años).
El sábado Santa Rosa sorprendió a los visitantes con temperaturas bajas y vientos de más de 50 kilómetros por hora. Entre los corredores amateurs no se hablaba de otra cosa. Durante la conferencia de prensa los elite fueron igual de cautos en sus declaraciones. Nadie arriesgaba un tiempo.
El domingo 13 de abril los runners comenzaron a acercarse a la zona de largada (en la plaza principal, frente al Municipio) tapados de pie a cabeza. La sensación térmica era de tres grados bajo cero. El viento se hacía sentir, pero mucho más moderado que en la víspera.
Sin la histeria que caracteriza las carreras de Capital Federal, los atletas de 10, 21 y 42K se ubicaron en la manga de largada. Se cantó el himno nacional y a las 8 de la mañana puntual se dio inicio la carrera.
El nutrido pelotón recorrió el primer kilómetro en bajada hasta llegar a la Laguna Don Tomás donde los grupos comienzan a acomodarse para evitar el desgaste que genera el viento.
A la salida del Parque Recreativo los corredores de 10K se separan y el resto continúan con el circuito (los de media dan una vuelta de 21K y los maratonistas repiten el curso).
El cielo despejado permitía que el sol asome pero no llegaba a calentar a los atletas que aprovechaban los retomes para recuperar segundos ahora con viento a favor. Mayormente se corre por los carriles centrales de largas avenidas o caminos. El corte de tránsito funciona a la perfección, pero la cantidad de espectadores se ve reducida (situación que se modifica cuando se circula por calles céntricas). Los pocos valientes que alentaban aplauden el paso de los corredores y aprovechan para moverse y sacarse el frío.
La cabeza de los maratonistas tiene que estar bien templada ya que en los últimos kilómetros de la primer vuelta sufren las embestidas de los corredores de 21K que buscan el remate. Al acercarse al arco ven como la mayoría toma el ingreso a meta y el pasillo del parcial del medio maratón (único punto con alfombra para el chip) se vuelve desolador.
El locutor en vez de alentar a los corredores anuncia la temperatura y la velocidad del viento, que es bien sabido que en el parcial final aumenta. Es momento de templar la cabeza.
Lo que antes eran pelotones ahora son individuos. Si alguien cuenta con compañía es difícil que quiera dejarla. Hora de repetir el mismo camino.
La hidratación es fantástica, ahora ya cuenta con bebida isotónica. En los retomes se aprecia el trabajo de los jueces que anotan el paso de todos los atletas. Los voluntarios animan. Esos gritos de aliento duran poco. Luego la soledad es solo acompañada por el viento.
El muro coincide con el punto más alejado del circuito. El desgaste prematuro pasa factura a muchos. Muchos bajan el ritmo y asi y todo superan a otros corredores. Llegar a los puestos de hidratación es un oasis, no por la sed, sino por los aplausos.
El sol tímidamente empieza a calentar. Los gorros, las mangas, los guantes ya no son tan necesarios.
El kilómetro 39 se ubica en la Avenida San Martín, la principal. A lo lejos se ve el mástil. Nunca llega. El viento hace mella en la única pendiente en contra. El público empieza a ser más nutrido. No tardan en llegar los gritos de aliento. El mástil. La llegada está del otro lado de la calle. Último kilómetro, último retome. Leve bajada y otra vez el viento. Metros finales, aplausos. La meta. La medalla (de muy buena calidad).
Tiempo de recuperarse y reencontrarse con los amigos. Abrigarse y elongar. En la plaza se ubica una carpa de masajes como servicio para los maratonistas y a pocos metros el escenario de entrega de premios.
Aquí, los resultados completos.
(*) Juan Pablo Calviño D´Ambra es shoes specialist, periodista, preparador físico y maratonista.
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