La corredora de Los Ñandúes, ex entrenadora del Swatch Running Team, medalla de bronce en el Campeonato Argentino de Montaña y ganadora de los 21k de The North Face, cuenta en primera persona qué implica el running en su vida
El éxito de un atleta se basa en la disciplina. Es muy sencillo. Entrenar todos los días, una alimentación muy simple (son pocas cosas y sencillas las que se pueden comer), mucho agua y buen descanso.
¡Qué fórmula tan fácil! Al alcance de cualquiera. Claro… si no fuese que nosotros y la vida fuese mucho más compleja.
Hay que trabajar, cuesta mucho mantener un hogar. El costo de vida sube y los sueldos no acompañan el ritmo de crecimiento. las horas se suceden y parecería que esta ola llamada rutina nos envuelve. Nos lleva, nos trae, no nos deja quietos, como residuos en la orilla de alguna playa.
Y siguiendo con la analogía, pasamos los días arrastrados como por una ola sin poder respirar, ni ponernos de pie, hasta que un día quedamos acostados sobre la arena y nos preguntamos cuánto tiempo pasó sin ser conscientes ni siquiera de nosotros mismos.
Somos tan complejos que las dietas más simples no nos llenan. Y buscamos llenar vacíos con comidas abundantes y con energía para todo un año. Como si las calorías tuvieran un canje interno con el alma. De alguna manera buscamos satisfacción y nos racionalizamos nuestros gustos bajo la excusa: me lo merezco!.
El éxito de un atleta se basa en la disciplina para llevar a cabo una planificación.
Llegar a cualquier hora a tu casa, enojada con tu jefe, renegando con tus compañeros, enojado con lo que no cobraste, maldiciendo las pocas horas de luz que viste (entras y salís de noche) y aún te quedan unas tres horas para: no perder el colectivo, evitar embotellamientos, cambiarte, superar la atracción que genera como polo magnético la calidez de tu casa o la cama o ese sillón que te invita a que te recuestes un momento antes de seguir, pero se hace tarde. Entonces, si pudiste superar la lucha con tu propia voluntad, saliste. Una vez que estás entrenando es como si la energía del mundo se apoderase de vos. Te sentís fuerte, capaz de todo, renovando el aire estancado de cada alvéolo de tus pulmones, dedicando cada pasada a cada uno de los que hicieron difícil tu día, agradeciendo que una vez más le ganaste minutos al mismo tiempo.
Hacer la vuelta a la calma… calma? Llegas, falta hacer las compras, cocinar, ordenar, bañarse y… ser persona, ser familia, ser madre, esposa, amiga, hija, parte de la sociedad (mirar un poco de tele o leer el diario para estar informada, además de estudiar o leer algún libro).
¿Te cansaste con sólo leer? Y no es un relato de ficción. Es la realidad misma.
Así transcurre el día a día de mi vida. En una lucha continua entre querer ser atleta y ser persona a la vez. Como si fuese un juego de encastre donde hicieron las aberturas más chicas que los elementos a encastrar. Así es como muchas veces la planificación queda en la teoría y uno va armando sus días como puede.
Pero no abandono mi sueño de ser atleta y de superarme. Me niego a renunciar. ¿Por qué debería hacerlo? Es lo que da sentido a mi vida.
Parecerá una vida de locos entrenar doble turno, trabajar todo el día y vivir. Sin duda se dejan de lado muchas cosas, y dejás de compartir muchos momentos con personas amadas. Todo no se puede. Y también hay que descansar.
Pero es lo que me hace feliz. Contrariamente a lo que todos piensan, soy infeliz y me siento mucho más cansada cuando por algún motivo no puedo llevar a cabo mi rutina de entrenamiento.
Los grandes logros se consiguen con grandes esfuerzos. No lo dudo. Me consta que es así. Por eso no dudé en encarar este proyecto de prepararme seriamente para las carreras de aventura.
Con una buena base en la pista, sin descuidar la velocidad ante la resistencia, con una rutina de fuerza y también flexibilidad, nadando y entrenando todos los días, podrían superarse las distancias que me separan de los primeros puestos.
Si mi entrenador cree en mi, puedo hacerlo. Confío plenamente en él. Allí radica la importancia de un entrenador integral. Quién te exige pero quien también no te suelta la mano a pesar de que te dejes caer.
Como broche de oro, mi coach, Fernando Díaz Sánchez, le propuso a la FAM enviar por primera vez un representante al campeonato nacional de montaña. Sí, ya lo sé, no tenemos sierras ni montañas, pero soñamos con ellas. Y nos entrenamos como si las tuviésemos. Buscamos todos los ejercicios que simulan todas las situaciones posibles de una carrera de aventura. Y vamos por buen camino.
Hace unos meses esa planificación se vio trastocada por todos los cambios que se puedan imaginar: dos mudanzas sucesivas, cambio de trabajo, extensión de jornada laboral, alejamiento de mi grupo y lugar de entrenamiento, desarraigo total.
Un día Fernando me dijo: “Recordá que en la antigüedad, el mayor castigo era el destierro”. Ahora entiendo a qué se referían. Cuánto necesita uno estar con su gente, en su lugar.
Sentí que se desbarataba mi plan. Que mi sueño se descascaraba. Me costó muchísimo. Y me negué a viajar. Pero Fernando insistió. Defendió nuestro trabajo con uñas y dientes y no me dejó abandonar.
Así que viajé igual. Con una rodilla dolorida, el alma con culpa por no sentirme a la altura de las circunstancias y dispuesta a endeudarme por un viaje relámpago de un fin de semana.
Me encontré en una villa pequeña, Agua de Oro, al norte de Córdoba, con mucha tranquilidad. Recorrí las calles buscando algún club para que me den información. Me indicaron la secretaría de turismo y allí fui.
Hasta ese momento no había indicios de alguna competencia. Sin embargo, a la tarde apareció un auto con altopalantes anunciándola e invitando al pueblo a formar parte de ella. También lo mencionaba el diario local.
El desayuno del hotel era a las 8 de la mañana. Pero tenía que desayunar a las 7.30, por lo cual me levanté antes y encontré en la cocina del hotel a una familia. Todos con aspecto de corredores, compartiendo un desayuno sano. Más tarde descubriría que se trataba de una familia oriunda de Catamarca, Famatina, sede del campeonato de años anteriores y de la próxima edición, ella subcampeona 2014 y campeona 2012/13, y el hijo campeón de los menores.
Participaron todos. Boy scouts, distintas federaciones, policía, gente del pueblo, etc. Todos estaban invitados a compartir un evento de competencia con choripaneada incluída. Mucha humildad y mucha ambición.
Al mirar a mí alrededor me sentí desagradecida, ya que yo tenía la posibilidad de trabajar, entrenar y viajar allí para competir. E inspirada, todo se puede. Si ellos pueden, yo también.
Con esa mezcla de miedos, culpa, ansiedad despegué de esa meta para dar las dos vueltas de 4 km. Una carrera rápida pero con mucha pendiente.
Dejando mis pulmones y mi rodilla en la carrera terminé en el tercer puesto.
Feliz. No es un logro deportivo solamente. Feliz por haber superado muchos obstáculos personales, mentales. Por haberle hecho caso a mi entrenador y no haber dejado de ir.
Por haber terminado entre las primeras en esa competencia sabiendo que no estoy en óptimas condiciones.Feliz por haberme superado una vez más y no haber renunciado a mis sueños.
Terminó la carrera, es hora de una ducha y almorzar.
Camino hacia el hotel y debajo de mis pies, escrito en la vereda leo: “EL QUE ABANDONA NO TIENE PREMIO”.
Y sonrío. Por supuesto que sonrío.
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