Intento transformarme en Apóstol

(Fuente de la imagen)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 49 años …

Vengo de una familia católica. Mis padres son los 2 muy practicantes. De hecho fue mamá quien nos preparó a unos amigos y a mí para nuestra Primera Comunión. Dios siempre estuvo presente en mi familia y en mi vida. A partir de 6to grado fui a un colegio marista con lo cual su presencia era diaria. Siempre fuimos a misa. De hecho en algún momento me cuestioné si quería o no entrar al seminario. Hasta los 17 o 18 años estuvo muy presente.

Gracias a Dios, en mi vida no tuve problemas “graves”. Mis padres viven. Mis hermanos viven. Mis amigos viven. Ninguno tuvo alguna enfermedad seria. Nunca nos faltó el trabajo. Nunca nos faltó la comida. Digamos que los golpes todavía no aparecieron, y espero que tampoco lo hagan por un buen tiempo. Si bien nunca dejé de ir a misa, en la adolescencia comencé a distanciarme un poco. Aunque con más o menos fervor, siempre participaba.

Alrededor de los 30 años cambié de trabajo y me metí en una empresa familiar que conducía mi madre. Al principio fue un salto al vacío pero nos iba bien. No ganaba fortunas ni mucho menos pero estaba cómodo. La veía fácil. Estaba teniendo logros. Y tenía el foco puesto en lo económico. Con el correr de los años, mi madre se despega de lo laboral y me quedo solo al mando del barco. Y con el pasar del tiempo, empiezan los problemas propios acordes a la época que se vivía. Y los principales fueron los económicos. La plata faltaba y no podía pagarle a mis empleados. Por unos allegados conozco a unas señoras que tenían locuciones de la Virgen. Les daba mensajes para diferentes personas. Y yo, sin pedirlo, recibí algunos. Con el nacimiento de uno de mis hijos, por ejemplo. En un momento me empezó a angustiar el tema del futuro y la plata. Algo que en una época fluía tan fácilmente, dejó de fluir. Una vuelta estaba con un problema económico importante que no tenía casi ninguna posibilidad de resolverse e imprevistamente se solucionó. Mi madre me dijo que le habían dicho que se quedara tranquila porque esa plata estaba en camino y efectivamente llegó antes de lo previsto.

Y las cosas empezaron a darse de esa manera. Y empecé a cambiar un poco mi forma de vivir el hoy. Pensando en no hacerme tanta mala sangre por lo que iba a venir; sino disfrutando lo que estaba sucediendo. Y así empezar a sanar un par de cosas que habían tenido que ver con mi vida y de alguna manera me las reprochaba. Empecé a poner foco en la providencia y a no negar a Dios frente a los demás. Por ejemplo, si en casa bendecía la comida empecé a disfrutar también de hacerlo en un restaurante. No quiero decir que me paraba y hacía que todo el mundo rezara sino que en lugar de tratar de ocultarme por el famoso “qué dirán” podía perfectamente hacer la señal de la cruz sin importarme si me estaban mirando o no. Hoy en día doy gracias sin preocuparme por quién me mira. Y eso es una forma de no negar a Dios frente al prójimo.

El año pasado un grupo de amigos me invita a un viaje, que económicamente era de un costo muy bajo, pero me parecía que yo no podía irme de vacaciones sin dejarle los sueldos a la gente. Y como no podía pagarlos en tiempo y forma había decidido suspender mi viaje. Y por esas cosas de la vida, aparece uno que no era ni por asomo de mis más allegados y sabiendo la situación me ofrece prestarme la cifra que yo necesitaba para pagar, sin ningún apuro, diciendo que yo tenía que irme de vacaciones para poder seguir estando para mis empleados. YO me estaba volviendo loco para encontrar quién me podía dar la plata y la providencia hizo que me llegara por otro lado por donde jamás se me hubiera ocurrido. Lo que quiero dejar en claro acá es que uno no solo tiene que poder ayudar al prójimo sino que tiene que aprender a dejarse ayudar, que muchas veces, es lo más difícil. Dejar que un empleado lo ayude a uno. Antes hubiera pensado que era una vergüenza mostrarme vulnerable frente a mis empleados. Pero con el tiempo aprendí que ellos también pueden darme una mano si es que hace falta.

Un día yo decido llamar a una de estas señoras que recibían los mensajes. Y lo que rescato en limpio de nuestra charla es “bajate del pedestal y déjate ayudar”. No encontraba de qué manera yo podía hacerme chiquito. Me acuerdo que se acercaba Navidad y tenía que pagar los aguinaldos. Otra situación parecida a la anterior. Entonces junté a todos mis empleados y les fui totalmente sincero. Les expliqué la situación en la que estábamos todos. Les dije que si a mí me pagaban lo que me debían no habría problemas pero que con las cuentas así como estaban me iba a ser imposible cumplirles con los pagos en tiempo y forma. Sé que les tengo que pagar. Confíen en que voy a hacerlo. Pero no va a ser antes de Navidad. Y ahí sentí que ellos, a pesar de la situación, me entendían y creían. Ellos veían que me estaba desnudando frente a ellos. Me mostraba totalmente vulnerable. Cuestionándome un montón de cosas. Y tuve muy buena respuesta de ellos. Y terminada la charla, volví a mi oficina y cuando me senté en la computadora y abrí el banco para ver en qué situación real estaba me encontré con que las cuentas empezaban a pagarse y la plata empezaba a entrar. Toda. Sentí como que Dios me decía que como yo había cumplido con mi parte de sacrificarme frente a los demás y abrirles el corazón, Él me estaba devolviendo lo que yo necesitaba. Porque uno da sin pedir nada a cambio; pero cuando las cosas vuelven puede llegar a relacionarlas. Y ese mismo día, por la tarde, pude pagarle absolutamente a todos.

Y como esa tuve varias. Y sentí que después yo era llamado de varias formas. Fui Ministro de la Eucaristía. Me convocaron para algunos retiros. Nos llamaron, con mi mujer, para dar charlas para novios desde la parroquia. Yo lo único que pido es que me ayude a discernir si tiene que ver con su llamado. Porque de alguna manera, a estos llamados yo le digo que sí siempre. Porque intento transformarme en apóstol. A no callarme. A poner mi granito de arena. Trato de ver en qué maneras Dios se hace presente en mi vida cotidiana. Y siempre se hace presente en el prójimo. Vivo agradeciendo el día a día. Muchas veces me siento bastante tonto frente al resto. Pero después veo lo que tengo y lo que me ayuda, y sigo agradeciendo más aún.

Yo le hablo mucho a Jesús. Pero le hablo como si te estuviera hablando a vos. De igual a igual. Tenemos charlas asiduamente, que pueden ser muy largas. Y hablándole así me siento muy cómodo. Paso por una iglesia y antes no hubiera entrado. Hoy me siento a conversar con Él. Al menos 3 minutos. Y otras veces estoy en la cola del banco rezando el rosario y no me importa si la gente me está mirando. Y si justo vino mi turno y pude rezar solo 3, es mejor 3 Ave María que ninguno. Hoy estoy casado y tengo 4 hijos de entre 11 y 18 años y trato de transmitirles, en el día a día, que recen. Que Dios no está ahí marcándonos las cosas y retándonos, sino que está esperando ahí para abrazarnos. Afortunadamente mi mujer vive la espiritualidad de la misma manera.

Hoy siento y percibo que Dios está muy presente en mi vida. En mi familia. Y que en los últimos años me ha ayudado a ser una mejor persona. Y yo también me siento bien conmigo mismo.

Yo no tuve una conversión de un día para el otro. Sino que mi vida es un proceso de conversión constante. Trato de vincularme bien conmigo mismo. Y le pido a Dios, constantemente, que me ayude a ayudar.

Sin comentarios

“Hola, te estábamos esperando”

(Fuente de la foto)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 47 años …

Una de las experiencias donde sentí que Dios estaba presente fue a raíz de una separación que yo tuve con mi mujer. Ella pedía un tiempo y nos distanciamos. Estando yo en el departamento me veía con 1 colchón. 1 banquito. 1 mesita. 1 lámpara. 1 tostador. Mucho individualismo. Mi madrina, a quien quiero mucho me muestra una nota que había salido en el diario La Nación que hablaba de un Monasterio que estaba en Los Toldos a donde la gente podía ir a hacer un retiro. Y me dice que tal vez era una oportunidad para mí. Ella creía que esto me iba a hacer bien para reencontrarme un poco conmigo mismo. Estaba pasando unos días muy complicados. Bastante mal. Esto fue unos cuantos años atrás con lo cual la tecnología no es lo que conocemos hoy. Había que llamar por teléfono y esperar una respuesta. Y no habían celulares, sino que era un aparato fijo que estaba en un lugar específico y había que tener la suerte de llamar justo en el momento en el que alguno de los monjes estaba en ese lugar y dependía mucho del clima y de la antena.

Siento curiosidad por esto. Quería ver qué era. Habíamos estado ocho años de novios. Un año y medio de casados. Y de pronto ahora estaba separado hacía como 6 meses y como que no me veía muy bien. Estaba constantemente atrás de respuestas. Logro contactarme con el Monasterio y como venía Semana Santa quería aprovechar ese fin de semana para ir. Pero justo hay una tormenta y un rayo deja sin teléfono al Monasterio así que me quedé sin la confirmación de si tenía o no lugar.

Era tal la tristeza, angustia y soledad que sentía en esos días que el jueves a la mañana, decidí agarrar el auto e ir de todas formas. A lo sumo, lo peor que podía pasar era que me dijeran que no había lugar, con lo cual pegaba la vuelta y listo. Agarré el mapa de las rutas, me fijé dónde quedaba y emprendí la marcha. Aclaremos que el gps no era algo usual en aquella época tampoco. 6.30 am ya estaba en viaje. En silencio. Tranquilo. Después de recorrer los 310 km que separan a la ciudad de Buenos Aires de la de Los Toldos, llego al Monasterio Benedictino Santa María de los Toldos. Entro y me quedo en el jardín tratando de ver si había algún tipo de movimiento ya que no me animaba a entrar directamente a la Capilla de movida. Quería encontrar alguna puerta amigable que me invitará a entrar. Golpeo y no contesta nadie. Al rato aparece un monje y me pregunta si necesitaba algo o qué estaba haciendo ahí. Me presento, le digo quién soy y que había llamado para poder estar en Semana Santa con ellos pero debido a la tormenta y el corte de las comunicaciones me había quedado sin la confirmación y había decidido acercarme igual a ver qué pasaba. Y tal era mi desesperación que en ese mismo instante le dije, que estaba separado y pasándola muy mal con lo cual necesitaba estar ahí. Y de una forma muy tranquila Daniel (ese era su nombre, Daniel Menapache, el hospedero de esos días), me mira a los ojos y llamándome por mi nombre me dice “te estábamos esperando”. Ante semejante declaración se me aflojó todo. Jamás me hubiera esperado una respuesta de esa índole. Llamarme por mi nombre e invitarme a pasar era muchísimo más de lo que me podía haber imaginado.

Me acompaña hasta el lugar a donde yo iba a dormir, y en esa época, tuve la gracia de poder convivir con ellos, en el claustro de los monjes. Cruzármelos por los pasillos. Comer con ellos. Vivir con ellos. Si bien la hospedería queda en otro lugar compartías con ellos una infinidad de cosas. Incluso, el lugar donde se cambian y se ponen esos hábitos marrones con los que estamos acostumbrados a verlos para entrar a la Capilla. Así arranqué mi Jueves Santo en la celda que me asignaron que era la de San Marcos. Cama, escritorio, Biblia y nada más. Pude conocer en persona a Mamerto Menapache de quien ya había leído varias historias. Y pude confesarme con los monjes a través de una charla muy sincera. Incluso hablando con uno de ellos en un momento me dice “por más que vos sigas rezando y pidiendo, si tu mujer no quiere volver con vos, no va a hacerlo”. Y eso no me lo estaba diciendo un amigo y que yo ya lo sabía. Me lo estaba diciendo un monje. Aquel a quien yo había ido a pedirle la solución mágica a mi problema. Un pensamiento más profundo con la solución a la situación por la que estaba pasando para recuperar a mi mujer. Y encima, como en toda Pascua, ellos tienen la Ceremonia del Lavado de los Pies. Y me invitaron si quería ser uno de los que les lavaran los pies y no fue sino el Abad quien vino a hacerlo. Eso me impresionó muchísimo. Y me permitió tocar fondo y empezar a disfrutar de las miradas. Las sonrisas. Los actos. Esa fue la primera vez que yo hice un Vía Crucis completo. Empecé a sentir regalos.

Uno de ellos fue de un hermano consagrado que estaba estudiando ahí, se me acerca y me pregunta si lo podía ayudar a limpiar el Cristo. Cuando lo bajaban en esa fecha se aprovechaba, como es de madera, para pasarle cera. Y la verdad que uno no está acostumbrado a tocar esas imágenes. Son enormes. Imponentes. Y recuerdo estar pasándole la cera y sentir como si estuviera tocándolo a Jesús. Sintiendo su cuerpo. Sus brazos. La forma de sus músculos. Y yo estaba limpiando uno de los brazos. El hermano limpiaba el otro. Y el Abad estaba parado en los pies. Mientras que charlábamos. Y le conté toda mi historia. Y ellos quedaron muy conmovidos porque si hay algo que ellos tienen es un poder de escucha increíble. Y un sinfín de historias dolorosas de gente que va allá. Y en ese momento sentí que se producía una unión impresionante porque encima estaba Jesús en medio de nuestra charla literalmente. Y ya sentía que el estar ahí no estaba pasando de casualidad. Pude disfrutar muchísimo de una Misa de Resurrección diferente y ver como el silencio que había reinado en esos días se transformaba en una fiesta donde venía a compartir con ellos la gente del lugar. A celebrar.

Me acuerdo muchísimo de todas las actividades en las que participé. Y una de las cosas que más me quedó grabadas fue otra acción de uno de los hermanos. Ellos tienen como algo muy importante las siestas. Porque es su momento para descansar. Se levantan muy temprano. Y sin embargo, uno de ellos me dijo que como él veía que yo necesitaba hablar, que fuera con él a su claustro y ahí íbamos a poder charlar tranquilos. Él estaba ofreciéndome a mí su momento de descanso. Y cuando terminamos de charlar mira para todos lados y me dice: “no tengo nada para darte para que te lleves, pero si puedo darte este cuadrito.” Y me dio una imagen de San Benito que él tenía. Y yo pensaba, que no sólo ellos dejan todo para entrar ahí, sino que de lo poco que tenía estaba buscando algo para darme a mí. Era el que menos tenía el que más daba. Él no tenía por qué hacerlo, simplemente quería demostrarme que estaba dispuesto a acompañarme a llevar mi cruz.

Termina la misa y después del mediodía me vuelvo para Buenos Aires. Y yo volvía pensando que si realmente las cosas se podían llegar a solucionar tenían muchísimo que ver con todo lo que yo había vivido en ese fin de semana. Muy especial. Había logrado ver desde otro lugar todo lo que yo estaba viviendo.

Voy directo a la casa de mis padres, porque como era Pascua íbamos a juntarnos a comer en familia. Y además estaban todos muy expectantes a cómo me había ido ya que estaban todos movilizados por todo lo que a mí me estaba pasando. Y cuando estábamos comiendo suena el teléfono, y antes que atiendan yo les dijo, “esa es ella”. Mi ex sabía que yo iba a ir al Monasterio. Y efectivamente era ella que sólo quería saber, al igual que el resto, cómo me había ido. Era el primer gesto que ella tenía para conmigo. Hablamos un ratito y combinamos para encontrarnos. A partir de ahí empezó todo un proceso de recuperación, de unos 6 o 7 meses, que unos días atrás era casi inviable. Y de hecho, hoy, mi ex es mi mujer con la que tuvimos 3 hijos y estamos juntos.

Y como forma de agradecer todo esto, la invité a mi “novia” a que me acompañara a ver dónde yo había encontrado esas respuestas que buscaba y así fue como llegó Pentecostés y fuimos a visitar el Monasterio. Y los hermanos que ahí estaban, al verme venir y que se las presento, no podían creerlo. Había un gran avance. De la nada misma donde el matrimonio estaba perdido. En la resurrección de la Pascua, nacía un resurgir de nuestro matrimonio y se nos presentaba una nueva oportunidad que dura, incluso, hoy en día.

Este fue el primer momento donde yo encuentro que Dios estuvo muy presente en mi vida. Sigo yendo a Los Toldos cada tanto. Saben quién soy. Saben que está mi mujer. Saben de mis hijos. Se alegraron y lloraron con nosotros.

Sin comentarios

Mi paz les dejo, mi paz les doy

¿Cuántas veces buscamos paz interior? ¿Cuántas veces nos sentimos perturbados por conflictos o inquietudes? ¿Cuántas veces son las que no entendemos lo que nos pasa, pero sabemos que necesitamos un poquitito de calma en nuestra alma y corazón?

En evangelio según San Juan (14, 27-31) nos dice: “les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. No se inquieten ni teman”. Y entonces la gran pregunta es, ¿cómo conseguimos obtener esa paz que tanto anhelamos; ese sentimiento de armonía interior que nos permite estar felices? “El hombre que está feliz también está en paz y el que encuentra la paz, encuentra la felicidad”, escuché decir a un sacerdote en su reflexión sobre el evangelio de Juan. Y es cierto, dado que en ese estado existe una consonancia con nosotros mismos y con los demás.

Y cuando hablamos sobre esto, pienso en la Virgen de Medjugore. Según los seis  videntes, María se presentó el 24 de junio de 1981, en Medjugore, un pueblito de la ciudad de  Bosnia-Herzegovina  diciendo que era la REINA de la PAZ y que venía a recordar y a pedir lo que ya había pedido en apariciones de otros lugares: la fe viva, la conversión y la oración para conseguir la paz del mundo y la salvación de todos los hombres y les aseguró que por medio de “cinco piedrecitas” podíamos vencer el mal del mundo. Las cinco piedras son: confesión mensual, lectura de la Biblia, vivir la Eucaristía en profundidad, oración del Rosario con el corazón y ayunar a pan y agua los miércoles y viernes, como signo de penitencia. Si bien el Vaticano no ha reconocido oficialmente aún las apariciones,  en 2010 creó una comisión internacional de investigación sujeta a la Congregación para la Doctrina de la Fe, compuesta por cardenales, obispos, peritos y expertos, que trabaja de manera reservada en el caso. Igualmente, podríamos tomar algunas de esas “cinco piedrecitas” como herramientas en las cuáles trabajar diariamente para así no solo estar mejor interiormente, sino también crecer en nuestra fe.

Por último, ¿qué otras acciones pueden ayudarnos a hallar esa paz? Bueno, acercarse un ratito a una Iglesia. Tan solo para saludar a Dios un ratito, para rezar alguna de tus oraciones, o lo que vos consideres. Hacer actividades que nos llenen el alma: si participás en alguna organización, movimiento, ayudás en tu parroquia o capilla, grupo; buscá en eso que realizás tu paz. Si hace mucho no estás, acercate. También la paz la podemos encontrar en el prójimo. Decile te quiero y abrazá a aquellos que más querés: tu familia, tus amigos, tu novio/a, tu esposa/o, tus hijos, abuelos, sobrinos, tíos. No hay nada más lindo que encontrar paz y calma en el amor. Y ya que estamos en el mes de mayo, pedirle a María para que nos ayude a encontrar esa paz que tanto buscamos y al Espíritu Santo para que que con sus dones  nos guíe para alcanzarla.

Fuente: www.corazones.org

 

 

 

Sin comentarios

Jesús me lleva de la mano

(Fuente de la imagen)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 57 años …

Me considero una persona a la que Jesús agarró de un brazo y le dijo “vos de acá no te vas”.

De chico fui a un colegio que no era religioso. Y creía que si iba tocando la pared de la iglesia del colegio vecino, a mí ese día me iba a ir bien. Tanto en lo que me tomaran los maestros como en el resto de las cosas cotidianas. Como a los 10 o 12 años quise aprender las oraciones y la única que logré aprender fue el Padre Nuestro. Pero tenía mucha vergüenza con Dios porque al rezarlo me provocaba bostezos. Hasta que a los 14 años, decido, por mi cuenta, tomar la Primera Comunión. Nunca había tenido una práctica activa en la religión. Nunca fui a misa. En mi casa nunca se rezó ni se dio gracias por nada. La religión en mi casa no existía. De hecho un montón de familiares son ateos. Entonces decidí ir por mi cuenta a la Iglesia de donde yo vivía y ahí me encontré a la Señora Inés que me enseñó todo lo que sé de catecismo. Un día me puse el saco del colegio y una camisa, fui a misa y tomé la comunión. No hubo ni fiesta, ni invitados. Sólo Dios y yo. Después de eso volví a entrar en una meseta, sin práctica ni nada. Hasta que un día prendo la tele y me encuentro que estaba Juan Pablo II en el Obelisco. Eso me emocionó muchísimo, hasta las lágrimas, al punto tal que me levante y me fui solo a la 9 de Julio para poder estar cerca de él. Sentía que tenía que estar ahí. Cantaban canciones que yo no sabía pero que por oído empecé a aprenderlas. Y otra vez, la certeza de Jesús llevándome de la mano.

Pero todo esto lo veía una vez que pasaba y podía mirar para atrás. Ahí seguí con la práctica religiosa unos 6 años más o menos. Me casé por primera vez. Mi mujer no era practicante a pesar de haber ido a un colegio religioso. Y me volví a alejar, como siempre. A los 4 años nos divorciamos.

En el año 98 se enferma mamá y yo empiezo a escribirle cartas a Jesús. Me parecía una manera práctica de comunicarme. Yo podía mirar para atrás y verlo a Jesús en cada uno de mis momentos. Paralelamente a eso conozco a quien es hoy mi mujer. Nos embarazamos y nace mi hijo mayor. Mamá tiene la oportunidad de conocerlo y alzarlo. Después de un tratamiento muy largo, al poco tiempo de nacer mi hijo, mamá muere.

Un día ordenando las cosas encontré el diskette con esas cartas y quise ver qué había puesto. Fue realmente muy emocionante poder leer todo eso tanto tiempo después. En los momentos de ira me enojaba muchísimo, no con Él, pero me enojaba en serio. Y en los momentos de reflexión me limitaba a la frase del Padre Nuestro “que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

A Jesús uno no lo ve a futuro, yo lo veo siempre que miro para atrás. Ahora te lo cuento y se me pone la piel de gallina. Pero cada vez que miro para atrás lo veo a Jesús agarrándome de la mano.

Cuando mi hijo empieza el colegio, yo lo llevaba por las mañanas y ahí comienzo a tener un poco más de contacto con la religión. Empiezo a rezar por las mañanas. Hasta que viene la preparación para su comunión.

Una mañana, iba al trabajo, y me quedaba la Catedral de pasada. Me gustaba ir a visitarlo a José. Para mí San José es el ejemplo de lo que se debe ser. Entonces decidí llevarle a mi hijo. Y presentárselo. Y al igual que ahora, me emocioné muchísimo, lágrimas incluídas. Pero ese día entendí que tenía que dar un vuelco en un montón de cosas, con todas las renuncias que eso implicaba.

Para mí ir a la Iglesia es ir a visitar a un amigo. Pasaba por la Iglesia y rezaba pero tal vez no iba a misa. Tomó la comunión mi hijo. Y después mi mujer me pide que nos casemos. Pero como yo estaba divorciado fui a pedir una bendición sobre mi matrimonio sabiendo de antemano la respuesta y ante la negativa, mi mujer se enojó muchísimo. Yo ya sabía que esa iba a ser la respuesta que me iban a dar y, francamente, no me molestaba.

Me gustaba mucho rezar y quería rezar. Fue lo primero que busqué en el contacto con Dios de chico. Y después de dejar a los chicos en el colegio a la mañana me iba a la Iglesia de la esquina a rezar solo un rato. Conseguí en la parroquia de mi barrio un curso sobre las Cartas de San Pablo. Y ahí empecé a conocerlo a Pablo. Una vez terminado el curso me compré un Evangelio y empecé a leerlo por mi cuenta.

A mí me gustó siempre la parábola de Los Talentos. Tengo muchísimas cosas por las que agradecer. Y me imagino el día del Juicio Final. Me imagino a Jesús preguntándome qué hice con todas las cosas que me fueron dadas.

Entendí, en su momento, que era algo que tenía pendiente y comencé a charlar regularmente con un cura de la Parroquia. Y me sugirió que siguiera con los cursos que daban ahí que eran seminarios de teología. Pero yo necesitaba algo más personal, más vivencial. Tenía que correrme un poco de los libros y ver qué se sentía. Y empecé a buscar un retiro. Al tiempo, viene el director del colegio de los chicos y me dice que tiene un retiro ideal para mí. Y la verdad que fue un antes y un después. Independientemente de lo vivencial que me resultó. Yo no sabía rezar el Rosario, y vino Javier, uno de los miembros de ese equipo, que había escuchado de afuera una conversación mía y me regala un folleto diciéndome, “tomá, así se reza el Rosario”. con lo cual, siguiendo con las oraciones de la mañana en la parroquia del colegio, iba con el Rosario, el Evangelio y el folleto; había que aprender a rezarlo. Empecé así a rezarlo todos los días. Y desde ahí no paré más. Rezo constantemente. Para mí la oración es como comer. La sensación que me da al finalizar de rezar no la puedo comparar con ninguna otra cosa.

Sin comentarios

Y Jesús estaba a mi lado.

(Fuente de la imagen)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 49 años …

Fui un bebito demasiado esperado, deseado y mimado. Primer nieto, primer sobrino. Mis padres tenían un hermano cada uno. Y ellos son mis padrinos. Creo que ese es el primer signo visible por el cual siempre dije que soy un niño mimado de Dios. Y si bien hubo algunos golpes de chico y de joven, como la muerte de mi padre. El momento donde me sentí más mimado y querido y protegido por Dios fue a los 40. Como yo cumplo en enero y nunca hay nadie, estoy acostumbrado a festejarlo en marzo. Y ese año, quería celebrarlo. Estaba todo listo y el 5 de marzo hacemos el festejo. 3 días después, mi mujer, embarazada de nuestro 5to hijo, me dice que se va al médico a la ecografía de rutina y quise acompañarla. En el momento en que le hacen la eco, no encuentran latidos. Lloraba la médica. Lloraba mi mujer. Mi cabeza recuerda que ese día por la mañana salimos los tres rumbo al médico y a las 10 de la noche estábamos volviendo los dos solos. Estábamos en la clínica y se produjo igual el parto. La médica me ofreció verlo y entraba en la palma de mi mano. También le ofreció a mi mujer si quería verlo. Nos dijo que era un varón. Lo bautizamos mi mujer y yo y se lo llevaron. Y ese fue el momento en el que siento mi primer sacudón en la vida y siento que no soy yo quien maneja las cosas. Y a pesar de ese golpe, algo que todavía hoy me da vueltas en la cabeza y que no logro entender el porqué, es que al volver a casa, yo sentí alivio. ¿Como no mal interpretarlo?. Recuerdo haberle dicho a mi mujer, en el momento de enterarnos del embarazo, que para algo venía un hijo. Pero yo estaba obsesionado con las cuentas. Y un quinto hijo no sería cosa fácil de llevar. Y no podía dejar de pensar cómo yo sentía alivio ante semejante panorama. Recuerdo haber empezado terapia, incluso ir a hablarlo con un sacerdote porque no entraba en mi forma de vida semejante pensamiento.

A los pocos días de haber vuelto a casa mi mujer se enferma de golpe. Le da una neumonía galopante que no le permitía levantarse de la cama. Y yo tuve que atenderla a ella, los chicos, la casa, los colegios, el trabajo. Y ahí sentí nuevamente que Dios estaba ayudándome. Porque si no fuera así, jamás podría haber hecho todo lo que tuve que hacer esos días. Solo no hubiera podido nunca. Y un día nuestro hijo de 8 años le dice a mi mujer; “mamá, si vos nos transmitís la fe que cuando nos morimos vamos a estar mejor, nuestro hermanito se mudó a otra casa y no entiendo por qué llorás.” Y eso le hizo hacer un click. Empezó con terapia y con médicos y pudo salir adelante. Y entendimos que teníamos 4 hijos más por los que seguir adelante y no podíamos caernos por la pérdida de uno. Y ahí fue como empecé a transitar lo que todos conocemos como la crisis de los 40. Pero acompañado.

Pasó el tiempo y a los 45 me agarra un cólico un domingo en casa por la tarde y me voy a la clínica, como no andaba el ecógrafo me hacen volver al día siguiente. En los estudios dicen que no había nada pero que tenía sangre en la orina a lo que yo digo que no. Y el médico dice que se ve en el microscopio y no a simple vista. Me indican un par de estudios más mientras mi mujer me esperaba afuera. Yo entraba y salía de un consultorio a otro. Hasta que en uno, la médica me muestra un resultado en el que se veía todo negro y un “algo” blanco que parecía una moneda. Le digo a la médica, eso ahí no tiene que estar y ella me contesta. No, pero sos joven, así que no te preocupes que va a estar todo bien pero hay que sacarlo ya. Salí con una paz increíble y mi mujer me pregunta qué me pasa, y yo solo pude contestarle que tenía algo en la vejiga que había que sacar cuanto antes. Quedate tranquila que va a estar todo bien, y me encontré a mí mismo consolándola a ella. Porque yo seguía en paz. Fuimos a ver a un ahijado mío que es médico porque la verdad que nos había tomado de sorpresa y no entendíamos mucho y nos hizo el contacto para que nos viera urgente un colega de él, quien hoy sigue siendo mi médico. Con los estudios en mano me dijo que eso era un tumor y que el 95% de los casos era maligno, y que no tuviera muchas esperanzas de entrar en el 5% restante porque no era mi caso con seguridad. Yo al médico no lo conocía y al hospital en el que me estaba atendiendo tampoco. Pero cuando entro a su consultorio veo una imagen de la Virgen de Schoenstatt, que era muy importante en casa, y al verla yo le digo a mi mujer “mirá quién está”, y el doctor pregunta quién más había venido con nosotros pensando que yo me refería a una persona. Y cuando le dije que me refería a la imagen me dice que el jefe de servicios trabajaba en Schoenstatt. En ese momento supe que de ahí no me movía nadie. Y sin conocer al médico decidí operarme ahí. Solo confié. Y me abandoné en Dios y en la Virgen. Me acuerdo que antes de la operación vino a verme mi hermano, 5 años menor, y justo cuando se iba del cuarto me mira y me dice “te quiero mucho”. Fue la primera vez que nos lo decíamos. Eso también vino a traerme la operación. Y me acuerdo que ante su pregunta de en qué podía ayudarme yo le pedí que cuidara mucho a mis hijos. Ocupate de ellos en este tiempo.

Y entré a la operación. Y encontraron un tumor grande y muchos chiquitos. Cuando salgo del quirófano, que fue una operación larga, me llevan al cuarto y me empiezan a despertar y abro los ojos; lo primero que veo es a mi viejo al lado de la cama, a mi suegra a los pies, y a Jesús, acostado conmigo en la cama. Jesús estaba al lado mío. Yo lo miré y Él se sonreía. No era una visión. Estaba ahí y lo podía sentir. Los tres me habían estado cuidando durante la intervención y habían venido hasta el cuarto a cerciorarse que yo me despertara. Muy difícil de explicar. Increíblemente maravilloso de vivir. A partir de ahí, lo veo a Jesús casi diariamente.

A los 20 días cuando vuelvo a buscar los resultados el médico me confirma que era un cáncer. Y que él me había dicho que no iba a entrar en aquel 5%. Que por cómo estaban dadas las cosas podía empezar ya con la quimioterapia. Decidimos hacerlo así. Y ahí también me sentí muy acompañado y protegido por Dios. Porque la quimio fue localizada, no me circuló por el cuerpo, no se me cayó el pelo. En todo lo malo que estaba pasando, la estaba sacando barata. Me hizo todas las sesiones juntas que se podían, pasó el período de descanso y volvieron las sesiones finales. La posibilidad que volviera a salir era en el primer año así que los controles iban a ser periódicos. Y así fueron pasando los años hasta este momento en el que estamos hablando, que sin darme cuenta, hoy se cumplen 4 años de aquella operación. Y como transité todo con mucha paz y mucha confianza mi mujer me regaló y tengo colgado en una cerámica en casa una oración que describe cómo fueron las cosas; “Nada te turbe” (https://www.youtube.com/watch?v=VNAxkzq5qDA).

Y este año, una vez pasado mi cumpleaños 49, cuando pensamos que la quimio podría haber destruido varias cosas en su camino, mi mujer me dice que estábamos nuevamente embarazados. Algo que creíamos que nunca más iba a suceder, pasó. El embarazo vino sólo para confirmarnos que la vida continúa. Todavía podemos dar vida. Y en ese instante me hizo revivir los miedos de aquel otro embarazo. Y cuando vi el test me hizo revivir la alegría enorme que había sentido en nuestro primer embarazo. Y me hizo entender el porqué de aquel sentimiento equívoco de alivio que había sentido hacía 9 años. Era un volver a empezar en todo sentido. Sentirnos cocreadores. Y exactamente el mismo día que aquel 8 de marzo, volvía a pasar lo mismo y volvíamos a perder este nuevo embarazo. Pero a pesar del nuevo golpe siento que este nuevo embarazo que no prosperó, sirvió para hacerme entender un montón de cosas que habían quedado inconclusas en su momento. Y toda esta euforia y amor que sentía por la llegada de un nuevo hijo, quedará guardada, desde otro lugar, para la llegada de los nietos. Y sirve, además, como inyección de vida para vivir el presente. Para disfrutar, aún más, a los cuatro hijos que ya tenemos. Para aprovechar el momento y ver esas señales que, a veces, pasan de largo.

Y a pesar de todas las cosas que fueron pasando, nunca me sentí abandonado. Muy por el contario, sentí que en cada momento de flaqueza, Dios me cargaba. Y la Virgen me cubría con su manto. Porque uno no elije lo que le pasa pero si elige cómo transitarlo.

Sin comentarios

El guionista NO soy yo

(Fuente de la image)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 42 años …

Tuve una infancia muy buena. Espectacular. Éramos más de 40 primos hermanos que nos reuníamos siempre. Soy el cuarto de cinco hermanos muy seguidos. Una familia muy linda de chiquito. Y a medida que iba creciendo veía los problemas que había alrededor. No había terminado la primaria cuando empiezan a verse los cortocircuitos de la casa y mis padres se separan. Al poco tiempo a papá le agarra un resfrío que se complica en una neumonía por la cual lo internan, y muere a los 5 días. Todo muy rápido. Y nos quedamos en casa con una madre que tenía problemas de pastillas y alcohol.

20 años después logré entender que todos los mandatos y presiones familiares que tenía el viejo habían hecho que explotara. Me costó mucho entenderlo. Y en casa teníamos a mamá en una cama algo así como desconectada de la realidad.

Durante mi primaria, en un colegio católico, tengo el recuerdo de vivir bajo la presión de la culpabilidad y castigo. Si no hacés esto te va a pasar tal cosa. Y si hacés tal otra te va a pasar … y así constantemente. Hoy por hoy puedo ver y comparar eso con el Año de la Misericordia. Donde la Iglesia intenta cambiar la imagen que los adultos jóvenes tenemos de Dios. No es un Dios que te castiga y te reprende sino que es un padre bueno que te espera con su abrazo y te perdona. Creo que si de chicos hubiéramos tenido esa línea las cosas serían completamente diferentes.

A los 13 años me di cuenta que no tenía padre. Que tenía una madre enferma. Que mi abuelo había sido una persona importante. Que eso me iba forzando a mí a “tener que”. Me idealizaba situaciones. Como mi padre había sido así yo tenía que ser asá. Hoy de grande puedo ver que mi padre no era ni la mitad de las cosas que yo me imaginaba. Que por su forma de ser había perdido su vida. Por estar cargándose con las culpas de los demás terminó explotando. Y a lo largo de mi adolescencia y juventud yo apuntaba exactamente a lo mismo. Hoy, gracias a Dios, soy un tipo que suelta las cosas. Vivo el presente mucho más relajado. Logro no hacerme mala sangre por todo.

Como mi padre había muerto siendo yo muy chico, me imaginaba que cuando yo llegara a esa edad tenía que ser otra cosa. Ya estaba casado, tenía hijos y no quería morirme a la edad de mi padre sin dejarle la vida resuelta a mis hijos. Sin dejarles una estructura armada como para que no se caiga al momento de yo no estar más.

Un año después de la muerte de mi padre empezaron los problemas en casa. Abríamos la heladera y lo único que había eran botellas de vino blanco. Empezaba a faltar la plata para pagar las cuentas. Y se vino el primer cambio de colegio empujado por la situación social en la que nos había dejado mi padre. Con colegio y club con un status bien posicionado. Pero todo ese castillito empezaba a desmoronarse. Y pasaba de un colegio a otro. Y de la mañana a la tarde y de la tarde a la noche. Para poder recibirme porque ya había empezado a trabajar.

A los 16 ya estaba trabajando. Para poder mantener ese status que me habían impuesto. De lunes a viernes era alguien que escondía esa situación y los fines de semana trataba de ser lo que no era juntándome con mis amigos que tenían otro “nivel”.

De los 13 a los 19 viví como pude. Y los fines de semana eran un descontrol total. Al punto que no sé todavía cómo los sobreviví. Salía el viernes y volvía el lunes para poder ir a trabajar. Había muchísima libertad. O mejor dicho, una absoluta falta de límites. Toda esa época sin religión. Sin confesión. Sin Iglesia. Y toda esa libertad y responsabilidad hace que uno vaya madurando muchísimo más rápido.

A los 20 años, aproximadamente, tuvimos que agarrar a mis tíos, con uno de mis hermanos, y obligarlos a que se hicieran cargo de nuestra madre porque lo poco que nos había quedo se lo estaba “tomando”. Nos estaba llevando al tacho. Y no podíamos tener esa responsabilidad. Yo seguía siendo una máquina. Lleno de mandatos autoimpuestos. Y eso te genera una fortaleza y una coraza que no entendés. Era sentarme en casa escuchando música y tomando un whiskey que terminaba siendo la botella casi entera. Eran cumplir todas las cosas materiales.

Empecé a trabajar muy chico y a crecer muy rápido. A subir escalones en el trabajo. Y me encontraba a los 25 años en una posición para la cual necesitaba el doble de trayectoria. Decidí terminar mi carrera solamente porque ya la había empezado pero sabía que no era lo mío. Vino la crisis del 2001 y yo estaba en Uruguay. Cuanto problema y locura había, ahí iba yo a tratar de solucionarlo. “Es un caos?, dámelo a mí”. Empezaron a haber un montón de momentos violentos dada la situación del país que me hicieron perderle el respeto a la gente mayor, pero en el sentido de tener que decirles las cosas de las maneras más crudas que uno se pueda imaginar. Gente que tal vez estaba perdiendo todo. Con toda esa crisis yo me recibo de la facultad y me caso. Y decidimos con mi mujer irnos de Buenos Aires porque era todo un caos. Una adrenalina y locura galopantes. Termino, no sé muy bien cómo, administrando un campo demasiado grande. Y en esa falta de respeto de la que hablaba antes, enfrento al dueño y le digo que yo no puedo estar ahí porque no entiendo nada del tema. Pero todo el camino recorrido hacía que las metas que me proponía las fuera cumpliendo y esta persona decide que sea yo quien se ocupara de todas maneras. Y ahí fui. A solucionar un problema más. “Yo puedo” era el lema. Y siempre subiendo la apuesta. Y lográndolo. Entonces me creía que nada podía conmigo y seguí para adelante. Me divertí mucho estando en el interior. Y después decidimos volver a Capital. Y cuando voy a decirle al dueño del campo que renuncio porque ya me había aburrido de eso, me dice, de ninguna manera, tengo otro trabajo para vos en Buenos Aires. Tenía 33 años y estaba sentándome a la mesa de los grandes de los números. 8 horas por día trabajando y otras 7 escondido estudiando para poder seguir en el lugar en el que estaba. Feliz de esa vida. Pero también me empiezo a aburrir. Y busco abrir una empresa con todos los problemas nuevos. Para cuando esos problemas se solucionaban me aburría. Y ahí, en ese aburrimiento me llaman para decirme que había un problema inmenso con una empresa que necesitaba ponerse a punto en menos de 6 meses. Y como no podía ser de otra manera, dije que sí. Y también salió adelante y funcionando. Pero ese problema era un poco más grande que yo y me explotó en las manos. Todos los días sentía que hablaban de mí. Me sentía “sucio”. Qué iba a hacer con mis mandatos y mis ideales. Todo empezó a salir pésimo. En medio de todo ese caos y de empezar a volverme loco, uno de mis mejores amigos se enferma de cáncer y en muy poco tiempo se muere. Y esa fue la gota que hizo que rebalsara mi vaso e hiciera click. Y de golpe y porrazo me encontré con el juez de línea levantando el cartel luminoso con mí número. Afuera de la cancha. A no jugar más. Y mi cabeza no lo estaba tolerando. Era algo demasiado fuerte para mí. Desde muy chico estaba a diez mil revoluciones trabajando y de pronto me encontré que no solo me sacaron sin mandarme al banco, sino que me mandaron derecho al vestuario, sin siquiera poder ver cómo seguía el partido. Y me sentía la persona más inútil del planeta. Y ahí otro amigo mío me empezó a decir que escuchara un poco más a Dios. Y me invitó a un retiro. No me contó ni la mitad de las cosas que iba a vivir pero me sumé igual. Necesitaba poder parar la pelota para que me llamaran a la cancha, otra vez, en el segundo tiempo. Llegó el retiro y lo que más me acuerdo fue descubrir que yo no era el guionista de mi vida. Salí de ahí dándome cuenta que no tenía un léxico de padre de familia, un léxico sentimental. Mi mujer insistía que yo había salido convertido. Y esa palabra tampoco me gustaba, no sabía a qué se refería. Ella se reía y me decía, por ejemplo, cuando querés mucho a una persona tenés que decirle “te quiero” o “te amo“. Eran palabras que no estaban dentro de mi cerebro. Yo, por mi lado, sólo sentía PAZ y FELICIDAD. Es lo único que creía entender.

Y en toda esa revolución interior que estaba teniendo, aparece un cura a confesarnos. Y da la casualidad que era el mismo cura que había casado en su momento a mi amigo que había muerto. Señales que yo no sabía ver. Muchas situaciones en las que yo podría haber arruinado todo y sin embargo salían bien. Y que mirándolas para atrás, me doy cuenta que yo no era el guionista de mi vida.

Y me pasó de empezar a ir a misa y sentir cosas excelentes. Como salir sintiendo que tenía el tanque lleno para toda la semana. La fuerza que necesitaba para llegar al domingo siguiente.

A mí yo de años atrás no le puedo decir nada. Sino que pienso en qué lástima que no tuve un tipo grande en quien apoyarme. Un tío o un padrino que me hubiera dicho pará, tomate tu tiempo, pensá y hacé tu vida. No te cargues los problemas de los otros. Dedicate a lo tuyo. Sacate las ganas.

Y lo que le diría a la gente de mi edad hoy es; no planifiques tanto; hacé foco en lo que realmente importa. Dedicate más a tus hijos y a tu familia. Sentate frente a un amigo y decile lo que te pasa. Esto más que nada porque una vez a mí me sentó un amigo y me dijo: “lo que más me molesta de vos es que sos incondicional, estás al pie del cañón para todo el mundo pero nadie sabe quién sos vos ni qué te pasa.” Siempre fui impenetrable.

Hoy puedo ver todo esto con muchísima Paz. Sabiendo y entendiendo que Dios estuvo, está y estará siempre. Reconociéndolo en la mirada de muchos amigos.

Esto lo cuento porque asumo que está y que es Él quien escribe el guión de mi vida. Si no fuera así no te lo estaría contando. Y estaría bueno para vos, que te preguntes ¿Cómo Estás? y ¿Qué es lo que realmente te importa?; y viví en consecuencia.

Sin comentarios

Libro cerrado, Maestro callado…

Los protagonistas: Matías y Mariana.

En estos días en que, en la Ciudad de Buenos Aires, la Feria Internacional del Libro se instala por 20 días, somos muchos quienes comentamos sobre libros y autores. Buscamos títulos, leemos críticas, escuchamos citas y vamos al encuentro de la cara y de la voz de esa pluma que finalmente nos dará su autógrafo y dedicatoria. Los libros nos atraen. Año tras año, surgen un sinfín de publicaciones. Siempre hay novedades, libros de moda y libros clásicos. Y hay un libro que es un clásico que nunca pasa de moda y siempre tiene algo nuevo que contar.

– Mamá, ¿qué es este libro?- preguntó Matías de 9 años.

Seguir leyendo

Yo volví a Dios para agradecer

(Fuente de la imagen)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 48 años …

 

Me acerqué de vuelta a Dios sin darme cuenta. Vino un muy amigo mío que me pidió que le regalara un fin de semana y como ni me imaginaba para qué era, confié en él y le dije que sí, después de todo, nos conocemos desde que tenemos 5 años. No sabía a dónde me llevaba. Me puse en sus manos.

Resulta que terminé encontrándome a mí mismo en un retiro. Y una vez ahí, a medida que pasaban las horas, sólo pude comprobar que Dios estaba ahí. Que pasó por delante mío y pude verlo. Que pude verlo en el otro.

Ahora que ese retiro ya pasó y que lo puedo ver en retrospectiva, me doy cuenta que en realidad Dios siempre estuvo. Era que yo no sabía verlo. El retiro me sirvió para confirmar que Él está. Y también para darle forma a esa frase que todo el mundo repite muchas veces y es que el picaporte en nuestro corazón está del lado de adentro, somos nosotros los que tenemos que abrir esa puerta.

Yo llegué al retiro, a diferencia de la mayoría de la gente, siendo un tipo feliz. Estando bien conmigo mismo. Teniendo una buena familia. Sin problemas serios. No vengo de una vida complicada ni difícil que me llevara a recurrir a Dios para pedirle. No, muy por el contrario, me ví agradeciendo. Y pude comprobar que mi vida después de ese retiro fue infinitamente más feliz de lo que ya era. Me sensibilizó en un montón de cosas. Aprendí a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida que antes ni siquiera reparaba. Lo que sí es curioso es que los golpes me empezaron a venir después. Como la muerte temprana de un ser querido, por ejemplo. Y las cosas se pusieron un poco más difíciles. Pero de vuelta, Él apareció recordándome que estaba a mi lado. Apareció en el momento que tenía que aparecer y yo me aferré a él. Yo volví a Dios para agradecer, y no para pedir.

A partir de aquel retiro yo siempre me acerco para agradecerle. Laburo muchísimo pero como hago lo que me gusta se me hace muy corto el día. Se me pasa volando y con una adrenalina de la linda. Aprendí a poner en balance y a convivir con mi familia de una forma diferente. Aprendí a disfrutar momentos con mi familia distintos a los que tenía antes. Mucho más profundos y mucho más procesados. Y eso, creo, no podría haberlo hecho si no me hubiera reencontrado con Dios y conmigo mismo. Y encontrar este espacio para ir y rezar. Yo había dejado la oración de lado y reencontrarme con él fue volver a rezar.

Por ejemplo, a mí me pasaba de no llegar a entender una Adoración. No lograba enganchar. Y Monseñor Eguía me contó una historia tan simple como que una monjita decía “es muy fácil. Yo me paro delante de él. Lo miro y él me mira. Si quiero le hablo y si quiero lo escucho.” Y eso me hizo ver lo fácil que era y lo puse en práctica. Y hay miles de veces en las que yo también me paro a verlo y le hablo, le agradezco. Y otras en las que quiero escucharlo simplemente me quedo en silencio. Escucharlo es parar. Es mirar en mi interior. Es contemplar. Y también tengo la confesión. Dios es todo misericordioso y si yo estoy profundamente arrepentido me va a perdonar. Y para el futuro hay que creer en su providencia. A veces nos cuesta. Pero se puede. Todos tenemos todo para ser felices. Entonces, con todo esto sobre la mesa. Reencontrarme con Dios fue pura felicidad. Puro abrir mi corazón y sensibilizarme. Y una de las cosas que me pasa después de haber hecho aquel retiro es emocionarme cada vez que tomo la comunión. Son pocas las veces que voy a comulgar y no vuelvo con lágrimas en los ojos. Es un momento de reencuentro con Dios que a mí me marcó muy fuerte. No tengo una respuesta a esa reacción, pero es algo que me emociona profundamente. Y fue muy complicado intentar explicárselo a mis hijos. Es una emoción linda. Un llanto de alegría y de poder encontrarnos los dos en un momento único. No es algo que busco cada vez que voy a misa, sino algo que se da sistemáticamente por obra del Espíritu Santo. Y me encanta que me siga pasando. Afortunadamente es algo que no puedo controlar. Ojalá me siga pasando siempre. Con mis hijos y mi mujer compartimos la misa. Y ellos aceptan esto que me pasa pero no es que lo conversamos cotidianamente.

A mi YO de hace un par de años le diría que tonto que fuiste por no haber abierto antes el corazón. Cuántas cosas te perdiste por no haberlo hecho antes. Me reprocho el no haberme dado cuenta antes de todo esto.

Pero ahora trato de compartirlo con quien se me cruce. Y seguir participando me produce una alegría y un placer enorme, a pesar de la demanda que significa. Pero al final del día, cerrás los ojos y ves que Jesús pasó. Que todos pudimos verlo. Y a esto lo tomo como mi propio proceso de evangelización. Uno a veces se pregunta qué hacer para salir a Evangelizar y para ir a las periferias como dice el Papa Francisco. Y creo que el compartir todas estas cosas y entregárselas al prójimo es un claro ejemplo. Yo no soy el mismo, por ejemplo, con el retiro que sin el retiro. A mí me ayuda. Le agrega calidad al tiempo que después le dedico a mi familia. Siento que me hace mejor papá. Mejor marido. Mejor hijo. Mejor sobrino. Mejor amigo. Y cada vez que lo vuelvo a hacer lo vivo de una manera diferente y salgo distinto de cada uno. Podría tomarse como algo egoísta porque es algo para mí. Pero en definitiva es algo para poder compartir con los demás.

Seamos Evangelio vivo

Estoy convencida que la mayoría de nosotros – por no decir todos –  sentimos la necesidad de mostrar y dar a conocer a Jesús en todos los ambientes de nuestra vida. Pero, la pregunta que nos hacemos es: ¿cómo hacerlo? Bueno, hoy vengo a tratar de ayudar con esa respuesta, pero  aclarando que mis palabras no son reglas a seguir; sino una propia reflexión.

Cuando pienso en presentar a Cristo a los demás no pretendo convencerlos ni leerles el evangelio para que así puedan conocerlo, sino hacerlo desde mis actitudes y actos. ¿A qué me refiero? Simplemente a que ellos vean en mi a Jesús y ver en ellos a Él. Lo tenemos de modelo principalmente a Él y a María, pero también a todos los santos, santas, beatos, beatas y personas que dieron todo de sí para anunciar al Señor. Uno de ellos fue San Francisco de Asís, quien se despejó de todas sus pertenencias para llevar adelante una vida en pobreza, pero rica en espíritu. También Beata Madre Teresa de Calcuta, que se entregó de lleno a los más necesitados con un único propósito: “quiero llevar el amor de Dios a los pobres más pobres; quiero demostrarles que Dios ama el mundo y que les ama a ellos”.

Entonces, en cierto modo uno se convierte en su propio evangelio, como escuché decir una vez a un seminarista: “la experiencia de Jesús en nuestra vida, es nuestro evangelio”. En otras palabras, podemos dar a conocer a Cristo y el inmenso amor que nos tiene, a través de la vivencia de nuestra fe. Predicar el evangelio, como decía antes, no es recitarlo sino ponerlo en práctica. Decía San Francisco: “La verdadera enseñanza que trasmitimos es lo que vivimos; y somos buenos predicadores cuando ponemos en práctica lo que decimos”. Esto se refleja en nuestras acciones hacia los demás: escuchándolos, apoyándolos en situaciones alegres y tristes, haciéndoles saber que vamos a estar ahí cuando lo necesiten, rezando por ellos, siendo alegres, ayudando, dando sin esperar nada a cambio, en abrazos, dando palabras de aliento. En definitiva, a través de los pequeños gestos. Que los otros vean que no solo creemos, sino que también lo vivimos y sentimos, que estamos comprometidos realmente con la fe.

“Lleven en sus manos la Cruz de Cristo.

Lleven en sus labios el mensaje de Vida.

Y en sus corazones, la Palabra Salvadora del Señor”

Papa Juan Pablo II

Les dejo esta linda canción, Evangelio Viviente, que hace referencia a San Francisco de Asís.

Fuente: Youtube- MisericordiaEMusical

 

Sin comentarios

A Dios no le puedo pedir más

(Fuente de la imagen)

Cada historia va cambiando. Cada crónica va apareciendo. Cada Milagro Personal sigue pasando. Y Parroqui@ Online está ahí para contártelo. Hoy me toca ser un padre de 55 años …

A Dios no le puedo pedir más. Ya estoy hecho. Cuando llegás a decir eso es porque pasás por una experiencia que te marca un antes y un después. Y eso me pasó con mi hijo. El varón. Después de dos hijas mujeres. Hoy está por cumplir 18 años.

Con mi mujer tuvimos un embarazo totalmente normal y tranquilo. Yo siempre recé. Siempre tuve fe. Siempre me sentí escuchado por Dios. Estaba viviendo mi vida normalmente. Andaba muy tranquilo. Todo fluía como “correspondía”. Sin sobresaltos.

Mi infancia no fue nada fácil. Fue feliz pero éramos muy pobres. Y me di cuenta que habíamos sido pobres de grande. Porque mis padres nos llevaban con mucha naturalidad. Siempre rezando. Siempre salí adelante.

Nació mi hijo. Con un parto normal. Se comportaba como un bebe normal. Y Pasaba el tiempo. Cuando ya tenía alrededor de un año y medio empezó a “retroceder”. Lloraba muchísimo. No dejaba que yo me acercara. Decía palabras sueltas. Y a medida que crecía empezaban los roces con mi mujer porque yo le decía que algo no estaba bien. Como ella estaba todo el día con el chiquito no veía cosas raras. En cambio yo me iba a la mañana y cuando volvía a la noche veía que el enano estaba peor. Se escondía abajo de la mesa. Venía gente y lloraba. Si lo agarraba lloraba más. El pediatra nos decía que era la edad. Que ya iba a crecer. Que algunos chicos maduran antes que otros. Hasta que un día, en la consulta, tuvo uno de los episodios y el médico ahí se alertó y nos mandó a ver a una doctora que era una eminencia en todo lo que a problemas de aprendizaje se refiere. Ella era la jefa del servicio en el hospital y nos empezó a atender. Pero había algo medio extraño desde el primer instante. Porque pretendía buscar un diagnóstico donde no lo había. Tuvimos alrededor de 8 o 10 sesiones que fueron un drama por todo el contexto que había en el consultorio. Era muy difícil ir a verla y encontrarnos con chiquitos con miles de problemas “peores” que el nuestro. Hasta que un día nos dice, y nos da por escrito, un informe (que lo tengo guardado) donde dice que nuestro hijo tenía autismo atípico. Básicamente es un chico que no se va a poder relacionar con el mundo. No va a tener contacto con los demás. Difícilmente estos chicos se sociabilizan. Ahí tuvimos que ver si lo que tenía era genético o traumático. Así que empezamos a hacer estudios a toda la familia. Fonoaudiólogas. Y así pasamos 2 años que fueron para el olvido. Tanto nosotros como las chicas. Además, fue en esos dos años la única vez que nos vieron discutir a mi mujer y a mí. Y ellas también la pasaban mal porque no les dábamos mucha bolilla porque estábamos abocados al gordito.

Hicimos todos los estudios que había que hacer y el resultado, tiempo después, fue que no había nada que dijera que fuera genético. Pero tampoco había nada que dijera que fuera traumático. Entonces dijeron que lo iban a empezar a tratar en el hospital. Pero en lugar de mejorar empeorábamos todos así que fuimos pocas veces porque estábamos en un mundo que nunca nos podríamos haber imaginado.

Cuando nos habían dado aquel informe diciendo lo del autismo, íbamos con mi mujer en un taxi y el señor iba escuchando un cassette de Marilina Ross. Me acuerdo como si fuera el día de hoy que estaba escuchando la canción Honrar la Vida (https://www.youtube.com/watch?v=381zc02YVHg) y en ese mismo momento a mí me hizo un click y ya empecé a rezar con fuerza para que pasara lo que pasase, él pudiese honrar su vida de la forma que fuera. Pero principalmente para que me diera fuerzas y vida para poder acompañarlo en su camino y cuidarlo. Y ese mismo rezo, lo intensifiqué también el día que decidimos no ir más a ese hospital. Entre tanto rezo y tiempo que pasaba, alguien nos recomendó a una psicóloga especialista en chicos con todo tipo de trastornos que atendía en el Hospital Gutierrez, y hacia allá fuimos. Conseguimos un turno para 2 meses después. Se lo empezamos a llevar a ella y le contamos todo lo que había pasado y ya habíamos hecho. Empezamos con ella, más una fonoaudióloga, más terapia de juegos. Una batería de cosas. No me olvido más, una de las sesiones, me tocaba ir a mí solo con mi hijo y tenía que jugar con él. Él estaba en una punta y yo en la otra. Y tenía que hacer lo imposible para que él me devolviera una pelotita que yo le tiraba. Ella sabía que eso no iba a pasar pero en realidad lo que quería demostrarme era que hiciera lo que yo hiciera, el tratamiento dependía de él. Era en equipo. Que yo solo no iba a poder hacer que pasara. Le tiré 30 veces la pelotita. Con alegría. Con bronca. Con optimismo. Con tristeza. Con esperanza. Y la pelotita NUNCA volvió. Y me fui a mi casa llorando con un nudo terrible en la garganta. Pero por ahí, un día, seguíamos con esta terapia de juegos y la pelotita volvió. Y ese día también lloré. Así estuvimos 2 años con las terapias hasta que llegó el momento de mandarlo al jardín. Ya tenía 5 años y teníamos que decidir el colegio para que empezara preescolar. Él ya había empezado a hilvanar algunas palabras. Se dejaba abrazar. Podía estar con más gente. Y cuando había más gente estaba un poco más sociable. Y cuando estaba con otros chicos podía hablar con algunas frases. Primero nos habían dicho que lo lleváramos a una escuela especial porque si no la iba a pasar mal. Y después, esta psicóloga nos dijo que no, que lo lleváramos a una jardín normal. Que él iba a poder adaptarse perfectamente a los otros chicos de su edad. Y que llegado el caso que pasara algo con las maestras o la psicopedagoga, que les dijéramos que se comunicaran con ella, sin dar mucho más detalles. Que tuviéramos confianza. Y pasó todo ese año sin ningún tipo de episodio fuera de lo común. Para fines de año estaba el acto de cierre de ciclo. Y él tenía que actuar. Durante el año la maestra nos había estado diciendo que le costaba un poco y que probablemente el no pudiera actuar. Y nosotros, como quien no quiere la cosa, le decíamos que todo bien, que ya se le iba a pasar. Y finalmente, llegó el día del acto y lo pudo hacer perfectamente como todos los otros chicos. Como si nada. Para entrar a primer grado también fue a un colegio normal con la misma recomendación de nuestra psicóloga, que si pasaba algo se comunicaran con ella. Y tampoco hizo falta. Desde primero a séptimo grado, nuestro hijo, de quien nos habían dicho que no iba a sociabilizarse nunca, salió siempre “mejor compañero”, elegido por los otros chicos. Y en segundo año también lo eligieron como representante del curso frente al resto.

Hoy es un chico que hace natación. Juega al fútbol. Tiene muchísimos amigos. Por mi casa no dejan de desfilar compañeros de los 3.

Acá es donde yo digo que hubo un milagro. Quien nos dio el primer diagnóstico es una eminencia en su terreno. Si se equivocó o no, nunca lo sabremos porque él era como era. Pero el pronóstico que nos habían hecho no se cumplió. Y yo me quedo con eso. Que el panorama que teníamos en un principio cambió rotundamente. Yo me sentí cerca de Dios. Lo tenía al lado mío. Podía hablar mano a mano con Él. Y Él nos escuchó. Me escuchó. Y nos regaló este milagro. Todos los miedos que teníamos y las cosas de las que nos preocupábamos no existieron. Acá hubo un milagro. Dios me volvió a escuchar. Y después de todo esto a mí me pasaron un montón de cosas, incluso en el plano laboral. Pero aprendí a no quejarme nunca de lo que me venía. Dios me puede mandar lo que sea porque sé que Él está siempre a mi lado. Por eso yo sé que a Dios no le puedo pedir nada más. Si tuviera que volver a pedir por algo en mi vida, pediría por esto nuevamente. Mi milagro, en mi vida, ya se dio.

Sin comentarios