Día 2: La primera noche en la sabana fue impresionante. El impactante silencio sólo era interrumpido por los ruidos de la naturaleza: grillos, sapos y el llamado de los hipopótamos en el río Talek a unos 30 metros de la carpa en la que pasé mi estadía en la Reserva Masai Mara.
En el campamento, que no puede divisarse desde el aire ya que está “escondido” entre los arbustos de la sabana, se puede hacer una vida normal, eso sí utilizando los recursos de un modo inteligente. Aquí la eficiencia energética no se pregona, se practica. Cada carpa cuenta con los servicios necesarios: hay un baño con inodoro, lavatorios y ducha. Y sólo se usa lo necesario.
“Nada en Africa es abundante, a excepción de la naturaleza”, me explica Jackson Looseyia, dueño junto a Gerard Beaton de este lugar increíble. Con esta filosofía puede observarse que, a pesar de la escasez de recursos, no hay pobreza ni desnutrición. Sólo convivencia con el ambiente en donde se vive.
Cada carpa cuenta con una linterna, una bocina y un insecticida. La linterna hace las veces de guía y de llamado. Es que de noche ningún huésped puede salir solo de su habitación. Un encuentro con un animal podría arruinar la estadía. Así, cada vez que uno quiere dirigirse hacia otro espacio cuando la oscuridad se adueña del espacio, debe prender su lucecita y uno de los Masai llegará para acompañarlos a donde sea necesario. La bocina sólo se usa en casos de emergencia médica y el insecticida, por las dudas.
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