Lo más triste que dejan estos días son las muertes evitables. Como en casi todas las problemáticas ambientales y de las otras, como accidentes viales, por ejemplo, asistimos nuevamente a la imprevisión e falta de acciones preventivas.
El martes a la noche cuando empezaba a llover torrencialmente en La Plata me parecía ver por televisión un escenario siniestro: la muerte se producía en vivo y en directo mientras las autoridades pensaban qué pasos dar, que excusas poner o tal vez que el agua, milagrosamente se detendría.
Ningún protocolo de acción; ninguna asistencia en el lugar donde, después de una hora ya no había luz eléctrica y lo único que se escuchaban eran los gritos desesperados de la gente. Un panorama similar se había vivido 24 horas antes en la ciudad de Buenos Aires.
Es cierto que son necesarias obras hidráulicas de magnitud pero también lo es que no estarán terminadas, si empezaran hoy, al menos hasta dentro de cuatro o cinco años. Pero si una catástrofe como la que ocurrió se puede evitar, ¿por qué no hacerlo?
¿No se puede diseñar un mapa de riesgo de las zonas que tienen mayor peligro de inundación? ¿Tan difícil es montar un esquema de emergencia ante la inminencia de una lluvia torrencial? ¿No puede enviarse personal especializado para atender las eventuales necesidades de los vecinos? ¿No se pueden diseñar esquemas de tránsito alternativo para evitar que la gente quede atrapada en sus automóviles?