Por Pedro Cesar Meza (músico)
Mi nombre es Pedro, toco la guitarra y canto desde los 19 años, soy un embajador más, como tantos otros, de los estudiantes correntinos que se vienen a Buenos Aires, en la búsqueda de nuevas historias y horizontes cercanos en el plano personal, laboral y social. La música no es mi actividad principal, pero si un modo de comunicación esencial para mi vida, ya que me hace feliz y me acerca a muchas lindas historias.
Desde el primer momento en que se acerca una oportunidad para descubrir un nuevo escenario, me provoca intriga, cargada de incentivos y curiosidad, el hecho de poder desarrollar arte a través de la música.
Esta vez me encontré con un escenario distinto, con un público que no es aquel con el que habitualmente me encuentro. Me invitaron a participar de un programa cultural, el que busca introducir libertades, a través del arte, a personas privadas de su libertad física. Presos en poblaciones con pequeños espacios compartidos, donde impera la regla de la autoridad y donde la convivencia es un horizonte conflictivo en muchos casos y en otros, una cuestión de vida o muerte.
El programa es de Lito Cruz y María Dutil, quienes llevan su arte a las cárceles para que los presos, a través del teatro, puedan adquirir valores y ensayar libertades por medio de la expresión.
Nos dirigimos una mañana a la cárcel de máxima seguridad de Ezeiza, junto a Ariel Caputo, quien comparte un dúo de música popular conmigo; sentí temor por verme próximo a explorar un lugar desconocido. Pero a la vez, eran muy fuertes las ganas que tenía de vivir esa experiencia.
Arrancamos desde el Servicio Penitenciario ubicado en el barrio de Once. Bajando por la autopista Richieri empezamos a visualizar a lo lejos los altos alambrados con torres de avistaje y una entrada, cuál aduana. Ya estábamos ahí, en aquella cárcel con tonalidades grisáceas.
Estábamos próximo a entrar, hacía un calor que rajaba la tierra, eran las 11 de la mañana, y el escáner de entrada hacía lo suyo, mientras pasábamos los instrumentos y todo aquello con lo que contábamos para armar el pequeño show. No nos dejaron entrar nada que te permita documentar en imágenes lo que haces, sin un permiso previo, como cámaras, celulares, etc.
El aire era distinto, las puertas eran muchas, hasta llegar al interior del complejo, donde empezamos a caminar hacia el pabellón II, por calles internas.
En el pabellón II están los presos que ingresaron por primera vez al penal. Aquellos que no tienen ningún tipo de antecedente. Nos esperó un guardia cárcel y nos llevó al interior. Fin de las contemplaciones: era hora de empezar a vivir la experiencia.
El lugar cuenta con juegos para los niños que visitan a sus padres, una cancha de fútbol, un parque donde sentir el viento y el sol al aire libre, un gimnasio, comedor diario donde recibir a las visitas, lugares de cultos religiosos, aulas donde se dan clases de nivel primario y secundario. Nos ubicamos en un gimnasio, lugar donde ordenamos las sillas en media luna y nos apostamos en el medio para desplegar nuestro pequeño espectáculo. Estos son lugares comunes de esparcimiento, con estricta vigilancia.
Cuentan, también, con una gran cocina, donde los cocineros son los propios presos. Se fundó hace varios años un club de fútbol bendecido y visitado en otro momento por el, entonces, cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco. Hablamos con los fundadores de este club de internos, quienes asumieron con mucho orgullo esa responsabilidad. Es un logro poder mantenerlo a través del tiempo en un lugar atípico. Pudimos ver presos a quienes conocíamos, ya que sus historias trascendieron, por volverse públicas y mediáticas.
Pensé, en un primer momento, qué cosas cantar y qué temas hablar. Pero como toda vez que uno pisa un escenario, la experiencia se repitió al momento de la primer canción: uno es la música, y canta, y expresa, da lo mejor de sí, para que el oyente pueda sentir esa conexión. Se vive a pleno el momento. Teníamos un público de 45 internos, aproximadamente, al principio no se expresaban, pero aplaudían al final de cada canción, y el silencio era aquel que buscamos todos los que desarrollamos una expresión artística ante un público. Obviamente, me puse a contar la historia de cada canción, sus autores, y en ese momento sí buscaba la interacción. Por lo general, los autores y la popularidad de sus canciones hicieron más fácil el momento, por ejemplo cuando nombré a León Gieco, los de imaguaré de Corrientes con letras del Padre Zini, Cura cantor, quién es conocido por muchos en esta ciudad por su obra con Mamerto Menapace y Luis Landricina, los Carabajal, etc. A partir de estos próceres de la música, se generó una comunión de entendimiento. Todos coincidíamos en que las canciones románticas siempre nos llevan al recuerdo de algún amor, correspondido o no. Es una formidable sensación. Pero no todo era música, también nos acompañaba una pareja de baile, que encontró otros caminos de comunicación, haciéndolos partícipes del espectáculo, invitándolos a bailar. La experiencia de una hora de música, baile y charla, se transformó en un excelente momento. Un momento que nos hizo olvidar todo aquello que se interponga entre el arte y nosotros.
Al finalizar la actuación, pude ver la emoción de muchos, hombres duros, con lágrimas en los ojos, en una cárcel, no es una experiencia de todos los días. Cada uno se levantó a darnos un abrazo, y a agradecer el buen momento vivido. Señal de que, lo que antes me hizo dudar, ya valía la pena.
Al finalizar la actuación en el pabellón II, tomamos nuestras cosas para ir hacía el pabellón IV, un lugar de reincidentes, internos que algún día consiguieron su libertad y la volvieron a perder a raíz de otro delito.
Mientras caminábamos hacia la salida de la población pensaba: ‘Un paso dado, aún nos queda tal vez otro más difícil’. La experiencia no dejaba de ser buena, pero el momento, tampoco dejaba de ser extraño y difícil. No debía imaginarme qué delito cometió cada uno, o la inseguridad del afuera, etc. Podría limitarme y no daría lo mejor de mí.
Este fue el pabellón donde el teatro fue el gran protagonista, con actuaciones de presos, los dueños del proyecto, Dutil- Cruz, aplausos y más aplausos, afectos y más afectos.
La gente del proyecto da lo mejor de sí, creen en lo cambios que pueden realizar. Me quedé con algo que mencionó María: “Nosotros pensamos que las presos deben cumplir sus condenas como consecuencia de los delitos realizados y el dolor causado. No buscamos perdonar, simplemente buscamos enseñarles otras herramientas para el mundo de la comunicación, de la sociedad, otros modos, otros caminos. No olvidemos que todos, algún día, cumplirán sus condenas y deberán salir al mundo a reencontrarse con la interacción social. Pero sin herramientas nuevas, sin educación, sin afectos, volverán a lo mismo”. Sabio pensamiento para entender por qué el desafío que afronté era digno de hacerlo. Un granito de arena en el desierto, fue tal vez, pero el aporte fue realizado. Un gran desierto está conformado de infinidad de granitos de arena.
Al momento de volvernos sentí la libertad como nunca. Somos dueños de las acciones que realizamos, y en muchos casos nos agobia el mundo sin darnos cuenta que es nuestro en todas sus dimensiones.
Somos artífices de nuestro destino, soñar nos hace libre, ser correctos y respetar la integridad de los demás nos vuelve insuperables. Sólo depende de nosotros. La inmortalidad lograremos compartiendo lo que somos para que nos recuerden con el corazón contento.