“More than a drug is what I need,
need a change of scenery
need a new life”
“Say Something” – James
*Atención: se revelan algunos detalles del argumento
“¿Qué es lo que estás escondiendo?” pregunta Tim Booth en el tema de la cita superior, “Say Something” de su banda James. Como con toda canción, el significado va mutando a través del tiempo y/o en función del espacio en el que se la reubica. Hace unos años, esa canción para mí representaba una súplica por obtener esas dos palabras que cambiarían el rumbo de cualquiera y, en consecuencia, la letra se expandía, se abría, era inconmensurable. Un poco como se abre Lloyd en Say Anything. Un poco como nos abrimos todos cuando estamos aguardando que el otro nos provea de una certeza. Tiempo después – y encuentro cercano con Booth mediante – me olvidé de la canción como uno se olvida de lo que es profundamente conocido: sabiendo que está aguardando nuestro regreso. Hace unos días, “Say Something” revivió en la ópera prima de Josh Mond James White, particularmente en una secuencia antagónica al romanticismo más clásico. Gail (Cynthia Nixon), en un arrebato de frenesí y de desapego de la realidad, pone el volumen al máximo para escuchar James mientras revisa sus bibliotecas y apila libros del pasado de un modo ciertamente maníaco. Su hijo, también llamado James (un descomunal Christopher Abbott), la observa perder poco a poco la conciencia con la compañía subrepticia de esas palabras de Booth. “Your silence is deafening”. El silencio es clave en James White. El joven del título tiene una enorme dificultad para comunicarse con los demás, dificultad que puede rastrearse a dos hechos puntuales: la muerte de un padre que se alejó de la familia y el cáncer que padece su madre. Mond abre su película precisamente en un contexto donde las palabras sobran. James se refugia en un boliche pero tapa el sonido de la electrónica con unos auriculares de los que nunca sabremos qué se desprende. Tras la falsa presunción de que es de noche, James sale del lugar transpirado y jadeante mientras se reconecta con una Nueva York en plena tarde. Toma un taxi, se duerme y aparece en la casa de su madre para velar a su papá. Con una espontaneidad que a Mond le valió el apresurado (pero no del todo descabellado) mote de discípulo de John Cassavetes, el director nos mete en el conflicto tal como lo vive James: abrupto y agitado. El funeral es un caos porque lo observamos desde la perspectiva de ese hijo que está perdido, que toma, se droga, no trabaja, se involucra en peleas ajenas y termina durmiendo siempre en el sillón de su madre. En una decisión de puesta en escena tan exasperante como inevitable, Mond sigue a James con la cámara pegada a su rostro o con la cámara pegada a su espalda (reminiscente al trabajo de los hermanos Dardenne). La ansiedad que genera semejante grado de proximidad nos permite ocupar su lugar, sentir en carne propia lo que es vivir en un estado de ebullición.
James White solo respira (y rápidamente) en su segundo tramo, segmento que no hace más que sondear la tranquilidad antes de la paliza. Luego de que su madre le ruega que ponga por escrito lo que significó para él la muerte de su padre, James acompaña a su amigo Nick (el músico y compositor de la banda sonora, Scott Mescudi, en una excelente intervención) a México, donde el intento por verbalizar su estado de confusión queda trunco por la aparición de una mujer; es decir, por toparse con otra vía de escape que colabore en su negación del sufrimiento. Éso es lo que tiene la negación, es como una canilla: podemos dejarla correr siempre y cuando nadie venga a cortarnos el agua. La negación se termina para James con un llamado telefónico de su madre, quien le comunica que el cáncer al que había vencido finalmente volvió. Abbott deja caer unas bolsas del supermercado al piso y se va acercando a la cámara de Mond dando vueltas e interpretando la reacción de James girando en círculos, caminando de un lado al otro. Es un detalle ínfimo, uno de los tantos que tiene el film, consecuentes con ese comportamiento de perro que se muerde la cola de su protagonista. Asimismo, el llamado resulta brutal porque nadie estuvo exento de haberlo recibido. Hablo de ese minuto que nos saca de una suerte de realidad paralela para situarnos en lo feo, lo sucio, lo oscuro, la misma mierda. Así, James pasa de su idea de paraíso con sexo, fiestas y drogas, a limpiar el vómito de su mamá, acompañarla al baño y atestiguar su fallecimiento paulatino. En una escena que dura más de veinte minutos, Abbott transmite esa puja de estadios que se suscita cuando estamos donde no queremos pero donde debemos estar. Nadie quiere pasar por el momento de presenciar la muerte de un ser querido, pero al mismo tiempo no hay otro lugar donde pararse. En este sentido, James White no es una película más sobre un duelo, no es una película más sobre el cáncer, no es una película más sobre un joven a la deriva que se termina hallando a sí mismo. Acaso por su propio contacto con una situación dolorosa que no pudo manejar – y que lo llevó a moverse en lo genuino y a escribir sin desinfectar – Mond no pretende ni redimir a James (su confeso álter ego) ni crear un prototipo de despedida prolija. Todos somos varias cosas al mismo tiempo, ¿no? James puede ser quien muestre una actitud superadora a la hora de desnudar sus sentimientos (por eso divaga en sus diatribas, por eso no se apega a lo concreto) y James puede ser quien consiga escribir al menos tres páginas (rotas, incoherentes, apresuradas, pero escritas al fin) sobre la familia y la destrucción de la utopía.
“The thing about us is, we feel good things way up here, but we feel bad things, way, way, way down there, and we gotta try and remember, theres all this space in between, we gotta try and live in there too” le dice Gail a su hijo, tangencialmente aludiendo a una bipolaridad presente en ambos (nunca confirmada, siempre latente, dado que James White no cae en la sobreexposición sino que arranca en la acción misma, en pleno desastre) pero también a la sinuosa búsqueda de ese terreno intermedio entre la euforia y el choque. En los ojos melancólicos de Abbott – su mirada es similar a la del episodio que marcó su reciente regreso a la serie Girls, “The Panic in Central Park” – ya podemos vislumbrar que ese consejo de su madre, esa súplica (“say something, anything”) por recordar que en algún rincón suyo está la promesa del equilibrio, no será seguido a rajatabla. “No puedo hacer esto” dice James cuando su madre muere, y nuevamente empieza a sostenerse la cabeza, a moverse en círculos, ignorando las palabras de un psicólogo (esos “terapeutas del duelo” a los que Mond sutilmente desdeña) para salir otra vez al encuentro de Nueva York, solo que ahora es de noche y el vacío es mayor. Mond respeta a James como se respetó a sí mismo: no lo castiga sino que legitima su huida como otra forma más de decir adiós. Así es cómo, dentro del vértigo, la urgencia y la prepotencia con la que James White avanza, su realizador descansa un rato mientras su doppelgänger toma aire, fuma y observa el entorno. Otra vez sin decir palabra. Otra vez triste. Otra vez diciéndonos que estar mal a veces está bien. ◄
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► [TRAILER] Algunas imágenes de James White de Josh Mond:
JAMES WHITE (Trailer) from filmswelike on Vimeo.
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¡BUEN MIÉRCOLES! Hoy dejo dos consignas: 1. Quienes hayan visto James White pueden explayarse sobre la misma 2. ¿Qué otras películas focalizadas en un solo personaje recomendarían? ¡Gracias por leer! Nos reencontramos el viernes con un podcast noventoso; ¡hasta entonces, muchachada! UPDATE: Finalmente nos vemos la otra semana, estoy teniendo unas semanas infernales, mil disculpas a todos…
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