Deathmatch: Batman vs. Iron Man

*Deathmatch propuesto por: Anis & Gaby

¿Quién me manda a mí a meterme en este Deathmatch? Ah, cierto: Anis y Gaby :P. Como siempre les digo en esta sección, lo que más me divierte son las defensas vehementes de sus respectivas elecciones y ver cómo sufren al tener que hacerlas, jajaja. Lo mío va a ser bastante simple (y bastante arbitrario): Batman. Pero lo curioso es que mi “decisión” está más vinculada a lo que significa la saga de Christopher Nolan para mí que al personaje en particular (incluso, aunque ya saben lo que siento por Bale, tampoco es un factor incidente acá). Porque si me detengo a pensar un rato en lo que hizo Robert Downey Jr. en Iron Man, entonces la balanza se va a inclinar más para su lado que para el de Bale, a quien siempre encuentro opacado por los villanos de turno (perdón, Christian). ¿Estoy dando muchas vueltas? Lo sintetizo así: Batman por la saga. Y por esa  penúltima escena, con esa mirada cómplice con Alfred.

*1. CHRISTIAN BALE COMO BATMAN:

*2. ROBERT DOWNEY JR. COMO IRON MAN:

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 ¿Batman o Iron Man? ¿A cuál de estos personajes prefieren? ¿Qué opinan de sus respectivas sagas?; comenten y, de yapa, propongan una secuencia y/o versus para el jueves próximo; ¡Gracias!

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DEATHMATCH WINNER: BATMAN

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La última vez enfrentamos a… HAN SOLO con INDIANA JONES

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[OFF TOPIC] Hoy se dieron a conocer en este blog los finalistas de los Premios Mutimedia de lanacion.com, les dejo el video para que lo chusmeen; supongo que Fede estará contento, ya que aparece Terry Gilliam representando a Cinescalas 😛

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Pollock, el instinto y el instante

Ed Harris como Jackson Pollock

Ayer hablábamos de ritmo, del amor como sinónimo de ritmo, de la música como sinónimo de amor, de expresar las cosas a través de una musicalidad persistente. Recordando un poco esa novela que marcó mi etapa iniciática en la literatura (El gran Gatsby), se ponen de relieve las descripciones de Fitzgerald que, también, hablan de ritmo. De un ir y venir constante. De hombres y mujeres que entran y salen de fiestas “como polillas, entre los susurros, el champagne y las estrellas”. Casi que podemos palpar el movimiento en su prosa, en los vestidos con sus flappings, en los rostros que se superponen, en la heterogeneidad de los sucesos, en el entusiasmo desbocado, en el estado de subyugación absoluta. Fitzgerald utiliza mucho el verbo glide y, sabemos, lo hace a conciencia. Quiere aludir a una época sin ataduras, a partir de períodos descriptivos cortos, para darnos idea de movimiento y (volvemos a lo mismo) de musicalidad. Fitzgerald quiere aludir al jazz. Décadas más tarde, apareció un hombre que, en otra rama, también se basó en sensaciones rítmicas, que también quebró las ataduras y que también creía que lo artístico tenía mucho que ver con el terreno medio, con el disfrute de la experiencia. Ese hombre fue Jackson Pollock. El movimiento de su obra, la pintura como acción, como hecho, como algo que se activa sin especulaciones o preconceptos, no son más (ni menos) que un reflejo de la postura ante sus cuadros. Esos cuadros que surgen y no dejan de surgir nunca, incluso al ser vertida la última gota sobre el lienzo. Después, ya no son de Pollock: son nuestros. ¿Cómo, entonces, interpretar lo que hay en ellos? No hay forma, hay una superposición de niveles, o hay tantos niveles como nosotros veamos, como nosotros percibamos. La experiencia sensorial es, claro, la experiencia personal. Sin embargo, nuestro ejercicio no difiere tanto del de Pollock mismo. En ambos casos es imperativo volver a las bases, a una primera impresión, a una reacción visceral. Así como él ponía sus manos en las pinturas, convirtiéndose en su propio objeto de realización (sus manos reemplazando al pincel), volviendo a lo primitivo, nuestra percepción no dista de un proceso similar. Los hombres en las cavernas, intentando descifrar el entorno, pasamos a ser nosotros.

Pollock y su Action Painting

La primera vez que vi Pollock – película protagonizada y dirigida por un enorme Ed Harris -, lo hice para intentar desentrañar qué había detrás del impulso de ese artista. Qué lo llevaba a encerrarse en el taller, qué lo llevaba a  ser un verdadero partícipe de su propia obra. Lo interesante es que Harris, independientemente de instancias en las que se apoya en lo discursivo o en lo anecdótico (la rivalidad de Pollock con DeKooning, por ejemplo), le hace honor a su objeto y lo muestra en acción más que en reacción. Lo interesante, también, es el lugar central que le da a la mujer del pintor, Lee Krasner (una increíble Marcia Gay Harden), una gran artista ella misma, de sensibilidad única. Por eso, las mejores escenas de Pollock son las que lo siguen a Harris en ese movimiento, acertando en eso en lo que muchas biopics fallan: mostrando la esencia del artista (motivaciones, ímpetu, pero también hechos autodestructivos) desde la forma (la vieja noción de forma [adecuada] para reflejar un contenido), con la intención de que, al recordarla o repensarla, la primera imagen que resurja de la película sea la de un hombre sobre un lienzo y no la de un hombre merodeando en una galería. Años después, cuando tuve la posibilidad de pararme frente a “Summertime” en el TATE Modern, comprendí cabalmente qué es eso del automatismo psíquico, qué es eso de estar fuera de centro, que alguien te corra de tu eje. Intentaba encontrar en el cuadro esos niveles, pero sabía que no los tenía que rastrear en las intenciones de Pollock sino en mí misma. “Dejá de querer buscar respuestas a todo”, me dijeron una vez. Siempre fui así. Pero no siempre las respuestas (me) llegan. Supongo que no siendo una erudita de la pintura, parte del desafío de haber estado frente al cuadro más fascinante de Pollock me forzó a no querer preguntarle cosas que nunca iba a poder responderme. Entonces, mi reacción primitiva fue llorar. Pero ese brote ni siquiera tenía que ver con el viaje a Inglaterra en sí, o con todo lo que me deparaban los días posteriores: tenía que ver con el hecho de estar, en ese preciso instante, parada frente a ese cuadro. Ese momento y no otro. Curiosamente, el quid del expresionismo abstracto: el ahora.

Jackson Pollock en su estudio

“En el suelo es donde me siento más cómodo, más cercano a la pintura, y con mayor capacidad para participar en ella, ya que puedo caminar alrededor de la tela, trabajar desde cualquiera de sus cuatro lados e introducirme literalmente dentro del cuadro. Prefiero la pintura fluida que gotea y se escurre”. Cuando Pollock habla de fluir pienso en Fitzgerald. Pienso en que ambos eligen esos verbos precisos porque quieren dejar asentado una suerte de manifiesto creativo. Podrían haber usado otras palabras, pero no, hay que ser exactos para hablar de ritmo y movimiento. Hay que ser exactos para darle vida, darle forma, darle impronta. Porque el fluir no solo implica, en el caso de Pollock, su propia libertad de pensamiento, sino también la nuestra, el predominio de las sensaciones individuales por sobre cualquier hegemonía. De todo eso, de él sobre el lienzo, de ese ritmo (justamente, una de sus obras más logradas se titula “Ritmo otoñal”, porque también hay algo de otoño en el jazz si queremos proseguir con las asociaciones), no puede emerger otra cosa que la novedad, o al menos la promesa de algo nuevo, promesa dirigida, paradójicamente, por un componente azaroso. Aunque probablemente no haya nada de azaroso en este post. A fin de cuentas, se relaciona extrañamente con el de ayer. Quería centrarme en Pollock como otro creador de un momento único, como otro artista al que le interesa hacer prevalecer el aquí y ahora. El impulso, el instinto. Lo que dura mientras dura. Nadie mejor que él para explicar lo que sucede en un lapso de tiempo sin noción del antes ni el después: “La pintura abstracta es abstracta. Te confronta. Una vez un crítico escribió que mis cuadros no tenían ni principio ni final. No lo quiso decir como un cumplido, pero para mí lo fue”.

♦♦♦♦ Ed Harris en Pollock, la película ♦♦♦♦

♦♦♦♦ Galería de cuadros de Pollock ♦♦♦♦


Created with flickr slideshow.

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Hoy los invito a compartir cuáles son sus pintores y/o cuadros favoritos, si son asiduos a visitar museos o galerías; a contar qué biopics sobre pintores más les han gustado; y también invito a los que quieran a escribir sobre Pollock (película y hombre/artista); ¡Espero sus comentarios! ¡Buen miércoles para todos!

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Melodía sentimental

“I live on the blue planet that I saw in your eyes”

Sabiendo que en pocas horas va a morir, Dodge entra a la habitación de Penny y, luego de detenerse en algunos detalles, va directo a los vinilos, los vinilos que son un apéndice de ella. Se sienta y empieza a mirarlos uno a uno. De manera casi imperceptible, uno de los que observa es 69 Love Songs de los Magnetic Fields. Si bien Dodge elige otro para hacerlo sonar mientras se acuesta en la alfombra buscando paz antes del inevitable final, hay algo de ese disco que apenas vislumbramos resonando en toda su historia de amor improbable. Buscando un amigo para el fin del mundo parte de una premisa directa (el inminente Apocalipsis), brevemente nos muestra el abanico de reacciones (disturbios, Radiohead+heroína, suicidios, orgías, etc.) y rápidamente salta hacia el encuentro entre Dodge (Steve Carell) y Penny (Keira Knightley). Ese primer encuentro se produce en movimiento (ella dejando a su novio, él mirándola huir) y el segundo es más intimista y lacónico (ella envuelta en una manta, sola, sin saber adónde ir). A partir de ese momento nace una promesa: uno ayudará al otro a encontrar ese último destino al que llegar, ese lugar donde imaginan emitir el último suspiro. Ella, en Londres con sus padres. Él, con su primera novia a quien nunca pudo (ni quiso) olvidar. Más allá de que sabemos que hay todo un mundo allí afuera lidiando con la catástrofe, la ópera prima de Lorene Scafaria (guionista de Nick & Norah’s Infinite Playlist) se centra en esas dos personas que nunca se hubieran encontrado en otras circunstancias y lo hace atenuando la tragedia. La historia se reduce a cómo uno conoce paulatinamente al otro y se mueve a contramano de cómo debería: lejos de ser caótica, desesperada, es una suerte de melodía suave, que deja que esos dos personajes se vayan acercando de a poco, enamorándose de a poco, a partir de situaciones simples, cotidianas. Para dos individuos que saben que van a morir en cuestión de días, sus conductas son impensadas: no se apresuran ni buscan grandes aventuras. Más bien eligen preparar una cena, mientras él comparte (sin siquiera decirlo) cuánto le afecta la ausencia de su padre y ella, en contraposición, expresa cómo la presencia del suyo siempre estuvo ligada a la música.

“I thought that somehow we saved each other”

“La esencia del mundo es musical (…) Toda ley es una ley de ritmo, y el ritmo es el amor. He aquí que la divina mañana, virginidad del día, me trae un descubrimiento: el amor es el ritmo. La ciencia del ritmo son las matemáticas; la expresión sensible del amor es la música. La expresión, no su realización”, asegura Augusto, el protagonista de Niebla, la fascinante novela de Miguel de Unamuno. Buscando un amigo para el fin del mundo habla de todo eso. Penny es el ritmo que sacude la vida de Dodge. La virginidad se despliega en cada segundo que pasan juntos; ellos, quienes una semana antes no sabían que iban a morir y quienes, aún viviendo en el mismo edificio, jamás se habían cruzado. Ellos, quienes encuentran en la música la manera perfecta para desnudar sus sensibilidades. “Los discos son mis mejores amigos”, dice ella, mientras él, en una playa (donde predomina la tranquilidad por sobre el pánico), le enseña a tocar la armónica. Ambas cosas (esos vinilos, esa armónica) están estrechamente ligadas a sus respectivas familias. Es decir, su conexión con la música es mucho más profunda que esa imagen de Penny sosteniendo los discos como gesto de capricho. Ni en uno ni en el otro hay un atisbo de superficialidad. A medida que pasan esas últimas horas, el descubrimiento es que, a pesar de que en apariencia son una pareja imperfecta, es precisamente esa imperfección la que necesitan para acompañarse, para salvarse. Por eso la musicalidad es constante, porque todo está dicho a través de las canciones, incluso esa seguridad de que ambos son indescifrables para la mayoría pero ideales el uno para el otro. Nadie más podría decodificarlos.

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“No lo sé, solo…amo los vinilos. Quiero decir…no son para todos, ¿entendés? Los tenés que cuidar. Son muy delicados. Pueden arruinarse fácilmente. Realmente tenés que amarlos. ¿Escuchás cómo suenan? Obtenés más detalles. Serán difíciles de transportar, más pesados, pero siempre van a valer la pena”, le dice Penny a Dodge mientras los ojos de él se transforman y, así, a partir de esa mujer y la música, tuerce su destino aunque el tiempo se esté acabando. ¿Importa? ¿Importa enamorarse aún siendo tarde? ¿Qué es llegar tarde? La cuestión es estar en ese momento. El momento de las velas, la música, la comida y la conversación que modifica el rumbo. Un momento que es eterno dentro nuestro y no para el afuera, no para el tiempo que se nos marca sino para nuestro propio tiempo interno (“nada importa si bailamos”). Porque sabemos que Penny, además de hablar de vinilos, también está hablando de Dodge, de ese vínculo más complejo e incomprendido que cualquier otro, pero a la vez el que más sentido tiene, aún cuando ya nada parece tener sentido. Aún cuando ya todo se acaba.

Les dejo un especial sobre la película:

“Es ella, sí, es ella, es ella, es la misma, es la que yo buscaba hace años, aun sin saberlo; es la que me buscaba. Estábamos destinados uno a otro en armonía preestablecida”, se puede leer por ahí también, en otro fragmento de Niebla. Armonía. ¿Cuándo se obtiene? Pocas veces. Acaso en esos instantes donde somos fugazmente eternos. Me gusta cómo Buscando un amigo para el fin del mundo es una película que le escapa al fatalismo y se pone armónica, paradójicamente, a medida que Penny y Dodge van llegando al triste desenlace. ¿Y dónde puede haber más armonía si no es en esa imagen de él recostado, escuchando todo eso que es tan vital para ella, pensando que su lugar en el mundo no estaba en una reconquista intempestiva sino en un nuevo rostro que yace junto a él en una almohada? Con el Apocalipsis como excusa, la película se convierte, así, en una perfecta melodía, en una canción (¿puede una película ser al mismo tiempo una canción?), una canción que encierra dentro de sí dos de los más ineludibles componentes de ese riesgo que uno corre cuando se enamora: encontrar en el otro ese hogar que se estaba buscando y el tener que decir adiós cuando no queda otra salida. El final, entonces, no podría ser otro más que el que se nos muestra. Ese ritmo acelerado de un comienzo, que se convirtió en sentimental en la mitad, finalmente derivó en una canción de cuna. Porque ahora que lo pienso, despedirse con dolor, con lo inevitable digitando nuestra acción, casi siempre se lleva a cabo de modo susurrante, con uno sosteniendo al otro, absorbiendo por última vez la imagen del rostro ajeno. Como si se viniera todo abajo. Como si se terminara el mundo ahí mismo. Como si la canción dejara de sonar.

Les dejo una playlist con canciones de Magnetic Fields:

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¿Vieron Buscando un amigo para el fin del mundo? ¿Les gustó? Ahora sí, a ponernos personales: ¿Qué harían si supieran que el mundo se acaba en unos días? Sean libres de escribir lo que quieran; Si no quieren ponerse personales: ¿Qué última película elegirían ver?¡Espero sus comentarios! ¡Saludos a toda la muchachada!

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El desafío de las pequeñas cosas

Hoy en Cinescalas escribe: Javier Salas Bulacio

Suena el despertador. Un nuevo día comienza. Te debatís una vez más intentando vencer esas ganas de quedarte en la cama. “Un minuto más”, te decís a vos mismo y sabés que te engañás. Cuando finalmente, resignado, dejás la cama, aún algo dormido, los ojos semiabiertos, presumís mucho de lo que va a venir. Una ducha rápida para terminar de despertarse. Un desayuno a las corridas, en el mejor de los casos. Convertirse en maratonista para intentar alcanzar el colectivo o desafiar las leyes de la física para intentar entrar en el subte una vez más. Y así, sin más, otra vez, llegar a tu trabajo, pasar varias horas allí, rodeado de aquellos con quienes compartís más tiempo del que quizá quisieras y que muchas veces apenas te conocen, para luego emprender la vuelta en esa rueda que gira y gira. Rutina, que le llaman. Rutina con la que algunos se sienten protegidos, contra la que otros luchan, y ante la que muchos otros se dieron por vencidos.

Algo de esto, o mucho, es lo que le pasa a Martín Santomé, protagonista de La Tregua, exquisita, inolvidable novela de Mario Benedetti. Empleado, viudo, tres hijos, a punto de cumplir 50 años y próximo a su jubilación, su vida transcurre entre la oficina, algún bar y su casa; sólo ciertas discusiones familiares y algún encuentro furtivo parecieran alterar esa monotonía. Y cuando todo parece irremediablemente conducir a esa ficticia liberación que supone el final de su carrera laboral, súbitamente un hecho lo cambia todo, una mujer, cuándo no, llega a su vida para regalarle más de lo que podía imaginar, lo más cercano a una nueva vida, justo cuando él creía que su suerte estaba echada. Laura Avellaneda, o simplemente Avellaneda, como la llama él, una joven que podría ser su hija y que se convertirá en ese remanso que inconscientemente anhelaba. Un remanso, apenas eso, una tregua.

Benedetti elige contar esta historia bajo la forma de un diario personal, donde el protagonista abre su corazón y nos muestra sus sentimientos, pensamientos y emociones a lo largo de varios meses. La Montevideo de los ’50 como telón de fondo para narrar escenas cotidianas que en muchos casos trascienden el lugar y la época y bien podría tratarse de la Buenos Aires de estos días. Un ámbito de trabajo plagado de situaciones y personajes reconocibles. Una familia donde sus miembros no se animan a compartir plenamente eso que les pasa. Pero por sobre todas las cosas, un amor lleno de miedos y de prejuicios por vencer, silencioso, a escondidas. Santomé le dirá a Avellaneda: “Yo la quiero a usted en eso que se llama la realidad, pero los problemas aparecen cuando pienso en eso que se llama las apariencias”. Y ahí, en esa encrucijada, se juega el eje de esa tregua que a Santomé le regala la vida.

Algunos años después, Sergio Renán eligió llevar esta novela al cine de la mano de Aída Bortnik en la adaptación, y si bien se introducen algunos cambios, la esencia está allí intacta, mérito de un gran guión que sabe plasmar el espíritu de la novela, pero también de un elenco extraordinario que se luce aún en los pequeños roles (Héctor Alterio, Ana María Picchio, Luis Brandoni, Marilina Ross, Oscar Martínez, Norma Aleandro, Antonio Gasalla, Hugo Arana, China Zorrilla, entre otros). Muchos recuerdan la película por esa inolvidable escena de la broma en la oficina, pero sin dudas, tiene otros grandes momentos para atesorar. El devenir de la relación entre Martín y Laura, esas miradas, esos silencios que se (nos) regalan resultan verdadera poesía hecha imagen, todo en el marco de una melancólica Buenos Aires, distinta en su envase, igual en su contenido.

Entre otros grandes fragmentos de la novela hay uno que siento la resume y al mismo tiempo reúne aquello que logra transmitir la película: “La felicidad, la verdadera felicidad, es un estado mucho menos angélico y bastante menos agradable de lo que uno tiende siempre a soñar. La gente acaba por lo general sintiéndose desgraciada nada más que por haber creído que la felicidad era una permanente sensación de indefinible bienestar, de gozoso éxtasis, de festival perpetuo. La felicidad es bastante menos (o bastante más, pero de todos modos, otra cosa) y es seguro que esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar”.

Un nuevo día más de vida. Abrir los ojos. Despertarse. El desayuno. El viaje al trabajo. El día de trabajo. El regreso a casa. El encuentro con nuestros seres queridos. Otro día que termina. Y la rueda de eso que suelen llamar rutina sigue girando. Tal vez, sólo tal vez, el desafío que se nos (me) plantea es comenzar a descubrir esas pequeñas cosas, esos instantes únicos e irrepetibles que nos ofrece la cotidianeidad, e intentar ser plenamente felices.

Por Javier Salas Bulacio

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¿Vieron La tregua? ¿Leyeron la novela? ¿Qué les pareció? Por otro lado, en relación a la nota de Javi, ¿Cuáles son esos momentos que más disfrutan dentro de la rutina diaria?; ¡Dejen sus comentarios!; para escribir en Cinescalas manden sus notas a milyyorke@gmail.com (gracias por la paciencia a quienes no he publicado todavía)

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—> La última vez escribió Carolina Gatti sobre…QUÉ HABILIDAD DE UN PERSONAJE DEL CINE NOS GUSTARÍA TENER

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OFF TOPIC: Aprovecho para felicitar a Gustavo Eduardo Rosatto por ser el ganador del concurso del viernes, con su nota “Un thriller inmortal”; la mención especial la obtuvo Diego Valente por su texto “Sobre el soundtrack de Trainspotting”; felicitaciones a ambos, ya me pondré en contacto para hacerles llegar los premios; ¡gracias al resto por participar! 😉

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Una buena noticia (y otro concurso)

Seamos sinceros: cualquier excusa es buena para organizar un concurso. Sin embargo, creo que la de hoy me vino como anillo al dedo porque está ligada a una buena noticia para el blog. Para quienes no están al tanto, lanacion.com lleva adelante, todos los años, los Premios Multimedia. Se trata de un programa de reconocimiento para la redacción del diario, que destaca la producción de los contenidos, en sus múltiples plataformas. Las categorías son seis y, entre ellas, se encuentra la de Mejor Blog. Para quienes no frecuentaban estos pagos en el 2011, les cuento que Cinescalas obtuvo ese año el premio en dicha categoría de excelencia en periodismo digital, otorgado por la misma redacción, un jurado interno y un jurado externo. También les cuento (aunque lo pueden ver acá) que parte de la comunidad me “entregó” el premio virtualmente, cuando yo estaba viviendo en Inglaterra (aprovecho para agradecer el gesto). Toda esta intro es para compartir que Cinescalas está nuevamente nominado a Mejor Blog este año, lo cual me alegra fundamentalmente por dos motivos. Por un lado, porque es, en efecto, un reconocimiento al trabajo (aunque no me gusta llamarlo así) que uno le pone a su espacio (también ya he dicho que este, además de ser un lugar para debatir sobre cine y otras cosas, es un refugio personal muy importante). Por el otro, porque me permite reiterar algo que no me gusta dar por sentado: disfruto mucho pensar cada detalle de cada post (desde el título, el texto, hasta los retoques de las fotos, sin olvidarme de los links) porque sé que, del otro lado, hay una comunidad que lo ve.

Hace poco pensaba en que nunca voy a saber a ciencia cierta el alcance que tiene lo que uno escribe. Sin embargo, ustedes se encargan de hacérmelo saber y, a veces, un post que sale de un momento particular de mi vida repercute, aunque sea por cuestión de minutos, en la vida de otra persona. Eso es invalorable. No me quiero poner cursi, pero creo que ésa es la clave de todo y posiblemente lo que más me emociona de cuando, día a día, me encuentro con ustedes acá. Por eso, lo que quiero reiterar es lo siguiente: gracias. A los que leen, a los que comentan, a los que escribieron los lunes, a los que se animaron a filmar un corto, a quienes mandan mails, a quienes me dejan comentarios en Facebook y a esas personas que he conocido por fuera de lo virtual y que le dieron a este blog un empuje fundamental en estos más de dos años de vida que tiene. A modo de agradecimiento, organicé un nuevo concurso para quienes escribieron en la sección de los lunes en los últimos meses. Más abajo les dejo la lista de notas. Tienen tiempo hasta el domingo (inclusive) para elegir su favorita. En el post del lunes 12 anunciaré al ganador, a quien premiaré con algo vinculado al cine en general y a su fanatismo en particular (creo conocer a la mayoría como para deducir qué puede llegar a gustarles). También aprovecho para felicitar a Boquitas pintadas, Ecológico, Movilandia, El Blog de Daniel Merle y Oh! My Blog, el resto de los blogs de La Nación nominados este año. ¿Algo más para decirles a ustedes? Mmm…sí. Les tengo un gran aprecio. Por la compañía. Por lo que compartimos cotidianamente y, sobre todo, por las palabras. Gracias por las palabras.

 LA LISTA DE NOTAS DE LOS LUNES PARA VOTAR:

La vida compartida por Andrés Fluxa / Cuando vivimos una película por José Ignacio López Sáez / Ciegos entre ciegos por Patricio Imbrogno / Un pasaje para Francia…solo de ida por Ana Acosta / Un thriller inmortal por Gustavo Eduardo Rosatto / “My God, we were so wrong” por Germán Gentile / Ponerse de pie por Lucila Quarleri / Me ganaste con tu persuasión por Teresita Suriani / Me gustaría que estuvieras aquí por Giselle Hidalgo / El perfecto sentido por Soledad Lamacchia / The Fall: una película, dos visiones por Martín Pacheco y Joao Paulo Rodrigues da Silva / La sangre es vida por @enjoyjessica / ¿Dónde te has ido? por Lucas G. Fernández / Emociones humanas por Eduardo Meza / Lo mejor de la ciencia ficción de los 90 por Luciano Sívori / No la pude ver de nuevo por José Ignacio López Sáez / Sobre el soundtrack de Trainspotting por Diego Valente / Ojalá tuviera… por Carolina Gatti /

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Gracias por acompañarme en este espacio todos los días y por las muestras de cariño que he recibido en este tiempo; dicho esto, me voy a festejar la nominación así:

Y también un poco así:

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 Como siempre pido en estos posts: ¡Feliciten y voten! 😛 ¡Nos reencontramos el lunes! ¡Buen Finde! 

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