No era en la galería Barro, sino en el espacio de Ignacio Liprandi donde me crucé con ella en la última edición de ARCO. Pasé una y otra vez frente a esa pieza, porque la imagen era inquietante y bella al mismo tiempo. Ayer supe que será Claudia Fontes, la artista que creó esta obra, la representante argentina en la proxima edición de la Bienal de Venecia, la 57 edición que se inaugura el 13 de mayo. Fontes vive y trabaja en Inglaterra, lo cual termina de desterrar el prejuicio de que hay que vivir en el país para representar al país. El informe distribuido por Cancillería y firmado por el Director de Asunto Culturales, embajador Mauricio Wainrot, inaugura también una nueva modalidad, si se quiere más democrática, o, en todo caso, más conversada. Los curadores de las bienales del siglo XXI, Mercedes Casanegra, Adriana Rosenberg,Fabián Lebenglik, Inés Katzenstein, Fernando Farina, Rodrigo Alonso y María Costantin votaron para definir el envío. En Chile también se vota, pero lo hace un jurado intenacional integrado este año, entre otros, por el mexicano Cuhatémoc Medina y el brasileño Ivo Mesquita. La Bienal más antigua del mundo sigue siendo el escenario consagratorio por excelencia. Es la meta de todos los artistas planetarios que sueñan con llegar a los Giardini del Castello que huelen a jazmín. Nuestros artistas no sueñan con los Giardini porque Argentina no tiene pabellón propio. Nunca lo tuvo, sí lo tienen Uruguay, Brasil y Venezuela, si hablamos de esta parte del mundo. Pero tenemos un espacio muy bueno en los Arsenales, negociado durante el gobierno de Cristina Kichner con Paolo Baratta, presidente de la Fundación Bienal, donde ya se vieron los envìos de Nicola Costantino y Juan Carlos Distefano.
El curador de esta 57 Bienal será Andrés Duprat, director del MNBA, quien seguramente estará en estos días en La Serenísima para la presentación del film, que compite en la Bienal del Cinema, Ciudadano ilustre, de cuyo guión es autor junto con su hermano Gastón. La elección de Fontes marca una nueva era, otro estilo. En buena hora.
Claudia Fontes nació en Buenos Aires en 1964. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Participó de la beca Taller de Barracas, Buenos Aires, en 1994 y 1995. Ganó una residencia de post grado en la Rijksakademie van beeldende kunsten de Amsterdam, Holanda, durante el período 1996-1997. Fue becada por Antorchas. En BA exhibió en el ICI , en el Moderno y en la galería de Luisa Pedrouzo. En 2017 expuso en ARCO, Madrid. Referencia ineludible de su acciòn y compromiso fue la participación en el proyecto TRAMA que coordina desde 2000. Vive en Brighton, Inglaterra.
En la mañana lluviosa del último sábado, Adriana Rosenberg fue distinguida con el diploma de Ciudadana Ilustre de La Boca por su gestión como presidenta de la Fundación Proa. Las bandas de Gendarmería y la Armada dedicaron al público reunido en el Museo Histórico Nacional de La Boca, Almirante Brown al 1300, el himno y marchas de entrañable calado en el alma de los argentinos.
Fue un acto emotivo y cargado de sentido para los vecinos que vieron crecer a Proa con su ambicioso proyecto cultural, desde la primera casa comprada por Roberto Rocca en la Vuelta de Rocha. La apertura veinte años atrás se hizo con una muestra del mexicano Rufino Tamayo. Punto de partida que marcó la calidad de las exposiciones, una constante que celebramos en este blog con la nota publicada en adnLA NACION EN 2012 CON MOTIVO DE LA EXPOSICIÓN DE LA OBRA DEL SUIZO ALBERTO GIACOMETTI.
GIACOMETTI EN BUENOS AIRES
POR Alicia de Arteaga
Más de 130 obras del artista suizo procedentes de la Fundación Alberto y Annette Giacometti de París se exhiben en la Fundación Proa, último tramo de un viaje que comenzó en San Pablo y en Río de Janeiro. Pinturas, dibujos, grabados y objetos decorativos escoltan su escultura icónica, El hombre que marchaComo si se cerrara una historia de múltiples afinidades, la retrospectiva de Alberto Giacometti acerca la obra de un artista ligado a los argentinos por múltiples coincidencias. Elvira de Alvear, radicada en París en la Bèlle Époque, sobrina del general Carlos María, esculpido por Bourdelle, compró su primera escultura cuando nadie lo conocía. Fue Jean-Michel Frank, asceta de la decoración que vivió en Buenos Aires durante la Segunda Guerra, quien lo conectó con los Born, Jorge y Matilde, para ellos creó una serie de diseños destinados a la casa de San Isidro. Finalmente, quiso el destino que el suizo recibiera el Gran Premio de Escultura en la Bienal de Venecia de 1962, el mismo año en que Antonio Berni se adjudicaba el máximo galardón en la categoría Grabado. La Nacion registró entonces esta coincidencia que dio oportunidad a Gyula Kosice, jovencísimo curador del envío argentino, de entrevistar a Giacometti en la cima de su fama (ver foto de página 8), consagrado como el artista capaz de transformar con sus manos y con la intensidad de su mirada la escultura del siglo XX. Kosice y Giacometti, el encuentro menos pensado. Una perlita del archivo.
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La muestra de Proa es realmente excepcional. Uno de esos acontecimientos únicos que enriquecen la agenda de la ciudad, quedan para siempre en la memoria de los visitantes y confirman la voluntad de Adriana Rosenberg, presidenta de la Fundación, de mantener alto el listón de una trayectoria expositiva de nivel internacional.
El tamaño, el volumen y la logística no han sido obstáculos para llevar a las salas de La Vuelta de Rocha muestras monumentales. Basta con recordar dos ejemplos: la colosal cabeza olmeca, que nunca había salido de México y exigió fletar un avión para trasladarla como única carga con destino a Buenos Aires, y la araña de Louise Bourgeois. Un año atrás Proa dobló la apuesta e instaló en la puerta de su sede la araña gigantesca, ominosa. De la magnitud y complejidad de este operativo sólo pueden opinar, en su total dimensión, Delmiro Méndez, mayor especialista local en el traslado de obras de arte, y, por supuesto, Adriana Rosenberg. La araña, Maman, metafórico relato visual del vínculo de la artista con su madre, fue durante meses parte del paisaje de La Boca, el fondo para la foto.
Véronique Wiesinger, curadora y directora de la Fundación Giacometti de París, habla un francés pausado y tiene una mirada clara. Juntas recorremos la muestra, cuando todavía las enormes cajas de madera están a la vista. Es un desembarco con todas las letras. La producción de Base 7, un grupo brasileño dedicado a proyectos culturales, con la coordinación por el lado argentino de Miguel Frías, logró lo que parecía imposible. La energía vital de Giacometti se desprende de las figuras espigadas, descarnadas, que de manera filosa indagan al hombre y la realidad. Esculturas, dibujos, pinturas y objetos decorativos han poblado las salas de Proa según el guión curatorial de Wiesinger, ajustado al espacio expositivo. El acento está puesto en la escultura, si bien la curadora cree que el aporte del suizo nacido en los escarpados Alpes, frontera natural con Italia, descolló en todas las disciplinas que abordó, siempre atento a una técnica y una expresión formal que fueran eficaz vehículo de sus ideas.
Desde muy temprana edad -no es errado decir que era un niño prodigio- estuvo rodeado de arte, estimulado por Giovanni, su padre pintor, y por su hermano Diego, álter ego, modelo y socio en la aventura de la creación. Compartimos con Véronique Wiesinger una asociación inmediata: recordar a la familia Bugatti que dio también un diseñador soberbio como Ettore, el animalier impresionista que fue su hermano Rembrandt, inspirado en los animales del zoológico de Amberes, modelos de sus esculturas, y Carlo, el fundador de la dinastía, un ebanista exquisito, diseñador de muebles que son un atajo con la obra de arte.El itinerario por el mundo y la producción de Giacometti comienza por el principio. Sus primeras pinturas delatan la influencia de Cézanne, una naturaleza muerta de paleta fauve y una montaña “esculpida”, según la nueva perspectiva de los cubistas. En la vitrina central está la antológica Mujer cuchara, expuesta en 1927 en el salón de las Tullerías. Ese tótem liso, perfecto y simbólico delata la afinidad con Brancusi. Ambos han mirado con atención las máscaras africanas. Como Picasso.En 1931, adhiere al movimiento surrealista y comparte la visión mágica, onírica, y el desplante estético de Breton. Sin embargo, Giacometti se mantiene fiel a la simplicidad de los objetos utilitarios del arte primitivo; esa fuente de inspiración será la cantera de una serie de piezas decorativas, de líneas puras y funcionales, como la mesa minimalista que diseñó para el local de Jean-Michel Frank en el Faubourg Saint Honoré. Cuatro patas lisas y una tapa de hierro sostienen el libro de cuero salido de los talleres de Hermès. Allí anotaba los encargos el decorador enjuto, que sólo vestía de franela gris. Veinte trajes iguales hechos a medida por un sastre londinense colgaban en el ropero de Frank. Vasos, bajorrelieves, lámparas, chimeneas, apliques, en los años treinta el suizo se entrega de lleno a la producción de estos objetos que comercializa Jean-Michel Frank y difunde entre la clientela exquisita: la chilena Eugenia Errázuriz, tastemaker de la época, Louis-Dreyfus, los vizcondes de Noailles, los Born (ver aparte), los Martínez de Hoz, los Patiño, y, más tarde, Nelson Rockefeller y el Chase Manhattan, en Nueva York.
En la Sala 2 de Proa se exhiben piezas centrales que testimonian el vinculo Giacometti-Frank, incluidas las lámparas inspiradas en los objetos funerarios egipcios. La documentación exhaustiva, resultado de la investigación de Cecilia Braschi, es reveladora. Jean-Michel Frank viaja a Buenos Aires a fines de los años treinta, empujado por el alerta de la invasión nazi y la amenaza de persecución. Cuando clausuran su local del Faubourg , huye lo más lejos posible, aterrorizado, ya que tenía la doble condición de judío y homosexual. La proverbial amistad y la relación con los Pirovano, Ignacio y Ricardo, le abren las puertas de la casa Comte en Buenos Aires. Colabora con ellos y deja pruebas de un talento avant-garde, en el extremo opuesto del gusto bibelot. Años después, en casa de Celina Arauz de Pirovano, la mujer de Ricardo, que continuaría el espíritu de Comte en el Grupo Charcas, tuve la oportunidad de ver auténticos diseños de Frank, un dressoir con los materiales que él combinaba de manera elegantísima: espejo, roble y cuero. Celina aportaba lo suyo y tapizaba los sillones franceses con barracanes salteños. Entre otras obras, Frank colabora con el diseño de interiores del Hotel Llao Llao, obra del arquitecto Alejandro Bustillo. Es posible que si Giacometti hubiera viajado a Buenos Aires, como afirma Cecilia Braschi en su investigación, otra hubiera sido la historia.
En 1941 Frank abandona Buenos Aires y se instala en Nueva York, en un departamento de la calle 63. Sufre una gran depresión, como su madre, y no puede escapar al sino familiar y se suicida, como su padre, arrojándose por el balcón. Más tarde escribirá Andrée Putman, deudora absoluta de su estilo: “Ese salto al vació fue su última línea recta”.
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Giacometti crea la escultura con su base: el hombre y sus circunstancias en el credo orteguiano. Las obras no están en el aire; fuerza la conexión con el mundo y con la realidad que lo rodea. Con los pies sobre la tierra, al hombre le cuesta dar el paso, avanzar en el espacio. Es una extraordinaria imagen contemporánea. De sus búsquedas y bocetos nace El hombre que camina, su obra más emblemática y la escultura más cara de la historia. Una versión de esta pieza Hombre 1, de 1961, fue adquirida por la millonaria brasileña Lily Safra en 2010 por 104,3 millones de dólares.
Ligada a la Argentina por lazos familiares, Safra es una coleccionista de gusto ecléctico, famosa en el circuito de las subastas y conocida por su actividad filantrópica. Colecciona desde pintura francesa hasta muebles italianos. Ella puso a Giacometti en la portada de los diarios. La cifra pagada por la señora Safra dejó atrás el récord de Muchacho con pipa, el Picasso rosa con el que todos soñamos. Otra versión de El hombre que camina, y es imposible no recordarla, está en la transparente sala de la fundación proyectada por Renzo Piano para Ernst Beyeler en Basilea. Uno de los museos más lindos del mundo.
Final del recorrido por la planta baja y una sorpresa; un estallido. En la pequeña sala de límites precisos, un bosque de figuras: dos mujeres, una cabeza y El hombre que camina. En un costado, la pequeña maqueta del proyecto para el Chase que nunca llegó a concretarse.
Véronique Wiesinger ha buceado en los pliegues de la vida de Giacometti, al que define como el más abstracto de los figurativos. Importa más por lo que evoca que por la evidencia, a menudo la perspectiva es engañosa. La forma resulta sólo una excusa para acceder al alma, cada uno ve en la obra lo que quiere mirar, porque el deseo es esculpir en un hombre a todos los hombres.
Jean-Paul Sartre, con quien comparte amistad, ideario y lecturas, señaló la “monumentalidad interna” de su obra. Sartre escribirá uno de los ensayos fundamentales sobre Giacometti; se publican en 1948 y 1954 y tratan específicamente cuestiones de la percepción. No es lo mismo mirar la obra de frente que de perfil. Un deliberado y reiterado recurso que subraya la importancia del punto de vista. En sus investigaciones visuales, Giacometti se concentra en el retrato; desde 1951 hasta su muerte trabaja en cabezas anónimas de facciones apenas esbozadas, sólo importan la mirada y la punta de la nariz. Dos puntos en los que fija su atención y que concentran la máxima expresividad.
Una mujer como un árbol, una cabeza como una piedra, esta aproximación a la figura desde la naturaleza tiene mucho que ver con el paisaje de la infancia transcurrida en la región de los Grisones. La montaña inmensa y ese entorno agreste al que hay que domesticar serán parte de su código expresivo. Entre los retratos de pequeño formato se cuentan los de la mecenas Marie-Laure de Noailles y de la escritora Simone de Beauvoir, aunque sus modelos preferidos serán siempre Annette, su mujer, y Diego, su hermano.
Si la revelación de la forma es una oportunidad para entregar la energía creadora, las manos nerviosas ponen, sacan y agregan en la materia blanda del yeso. Hay también instantes reveladores en la muestra.
En el ADN estético de Giacometti están su padre y Cézanne, pero también Bourdelle, de quien aprende lecciones imprescindibles que son invisibles a los ojos. En sus pinturas, retratos de hombres que son todos los hombres, hay una sombra gris de contornos difusos que se vuelve violácea, recortada por un marco pintado: está allí una matriz baconiana. Seguramente Bacon miró los retratos de Giacometti, como antes había mirado al papa Inocencio X pintado por Velázquez.
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La retrospectiva de Alberto Giacometti es el resultado de tres largos años de trabajo y de cooperación entre la Fundación Giacometti de París, los museos de Arte Moderno de Río de Janeiro, la Pinacoteca de San Pablo, Base 7 Proyectos Culturales y la Fundación Proa.
Un largo viaje con tres escalas ha permitido hacer posible lo imposible y trasladar a la remota Buenos Aires una de las más conmovedoras muestras que nos hayan visitado. Sin el impulso de una herramienta como la ley Rouannet de beneficios impositivos, que le ha permitido a Brasil encarar proyectos ambiciosos, el “socio” argentino de este esfuerzo internacional tiene doble mérito.
Giacometti es otra de las cartas de triunfo de esta primavera del arte que florece en Buenos Aires. De manera inédita, y quizá por única vez, conviven las pinturas de Rubens, Tiziano y Rafael con las instalaciones de Boltanski, las esculturas de Giacometti y, en unos días más, las pinturas de Caravaggio en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Adn GIACOMETTI
Borgonovo, 1901 – Coira, 1966 Nace en un pequeño pueblo de la Suiza italiana. Hijo mayor de Giovanni Giacometti, pintor, y de Annetta Stampa. Sus hermanos Diego y Ottilia compartieron su temprana vocación. En 1955 llega la consagración internacional con las retrospectivas en Nueva York, Londres y Alemania. Muere en enero de 1966, víctima de un paro cardíaco, y es enterrado en el cementerio de Borgonovo.
Cabeza que mira
Ésta es la primera obra que vendió Giacometti, en 1929. Era un artista desconocido y tuvo la suerte de ser incluido en una muestra de alta circulación donde Elvira de Alvear, amiga de Borges y editora, descubrió la pieza y la compró en un gesto audaz e innovador.
En pocas líneas
Búsqueda intelectual La reflexión creativa de Giacometti lo acerca a los grandes pensadores de su época: André Breton, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Jean Genet.
Un documento único El catálogo de la exposición es la mayor publicación sobre Giacometti que se haya editado en la Argentina, con escritos del artista, textos de la curadora y una investigación de Cecilia Braschi.
El viaje a París En 1922, con 21 años, Giacometti llega a París para estudiar escultura. Se instala en el taller de rue Hippolyte Maindron, 46, y cinco años después presenta en el Salón de las Tullerías sus obras La pareja y Mujer cuchara .
Regreso a Suiza, la guerra Entre 1942 y 1945 el escultor permanece en Suiza, conoce a Annette, que será su esposa, en 1949, y su modelo de siempre.
Los premios En 1962 gana el Gran Premio de Escultura en la Bienal de Venecia y en 1965, el Gran Premio Nacional de las Artes, otorgado por el Ministerio de Cultura francés.
MONTERREY, California. 19 de agosto de 2016. Cuna de coleccionistas, meca de las grandes marcas, la Costa Oeste fue testigo de la subasta, en la filial local de Sotheby’s, de una joya del automovilismo por 21,8 millones de dólares. EL deportivo sueño estuvo durante 20 años en manos de un importante coleccionista, ligado a la Argentina, de perfil bajo y relacionado al negocio de real state. El auto de marras era un modelo 1955 Jaguar D-Type, chassis no. XKD 501 y marcó el récord para un coche made in UK. La máquina azul petróleo ganó la edición 1956 de las 24 horas de LE MANS y ha sido considerado por la marca como un “ejemplar fuera de serie”. Durante 15 minutos los coleccionistas pelearon por el Jaguar que superó la estimación más alta de la rematadora: 20 millones de dólares. El récord anterior para un coche británico eran los U$ 14.3m pagados por un Aston Martin DB4 GT Zagato 1962 subastado, también por Sotheby’s, en diciembre del año último.
De la década menemista queda también la despampanante imagen de la ingeniera privatizadora María Julia Alsogaray posando con un tapado de zorros de Susana Giménez para Osvaldo Dubini, que sería la tapa de Noticias que la hizo famosa. La escena y sus circunstancias, de las que fui testigo inesperada, están contadas en la crónica que ese día envié LN.
La casa Curutchet de Le Corbusier, en La Plata, es Patrimonio de la Humanidad,
En Estambul fue declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco la Casa Curutchet, orgullo platense, proyecto de Le Corbusier. Es la única casa diseñada para la Argentina por el suizo, nacido Charles-Edouard Jeanneret (1887), nacionalizado francés y rebautizado, en 1920, como Le Corbusier, para cumplir con su destino de cambiar la arquitectura del siglo XX y ser paradigma del estilo moderno, junto con Mies van der Rohe, Oscar Niemeyer, Walter Gropius y Frank Lloyd Wright. Murió nadando en el sur de Francia cuando tenía 78 años.
La casa está ubicada en la avenida 53, entre 1 y 2, en La Plata, una ciudad marcada por el trazado de diagonales definidas por el fundador Dardo Rocha. Fue el médico Pedro Domingo Curutchet, personaje fuera de lo común, quien se entusiasmó con el diseño minimalista; con el uso de rampas circulatorias; ventanales continuos y la planta baja libre montada sobre pilotes. Le Corbusier había estado en Buenos Aires en 1929, invitado por Amigos del Arte. Dictó más de diez conferencias magistrales, condenó a la ciudad que daba la espalda al río y dejó una frase para el recuerdo: “ La arquitectura es el juego sabio de los volúmenes bajo la luz”.
Victoria Ocampo estuvo a punto de cerrar trato con Le Corbusier para su casa racionalista, que terminó proyectando Alejandro Bustillo, fiel hijo de la Ecole de Beaux Arts, quien nunca firmó el proyecto de Rufino de Elizalde, en Barrio Parque, hoy propiedad del FNA. Quizás, porque presionado por Ocampo, e inspirado en el suizo-francés, marcó un corte definitivo al estilo porteño en un barrio palaciego. Cortó con el “pastiche” vernáculo, entre la tradición francesa primero y la italianizante, después, con el modelo único de la “casa chorizo” determinado por los terrenos de 8.66 de frente.
Le Corbusier aceptó el encargo de Curutchet, pero dejó claro que no viajaría a la Argentina. La construcción estuvo a cargo de Amancio Williams, el de los parasoles sobre la costa del río, y el mismo de la Casa del Puente en Mar del Plata, que por impulso de la Comisión de Museos y Monumentos, presidida por Teresa de Anchorena, será puesta en valor. Es curioso, pero ambos proyectos tienen como premisa el respeto del entorno existente. Mientras Le Corbusier dejó el árbol, que era el mojón del lote, y lo convirtió en eje vertical del diseño, Williams adaptó el proyecto de la casa levantada para su padre, el compositor Alberto Williams, al accidente del terreno, e hizo de la estructura un puente sobre el arroyo. A la distancia, ambas inteligencias espaciales e innovadoras conectaron para dejar un testimonio único en La Plata.
La casa del doctor Curutchet, terminada en 1955, ganó visibilidad para el gran público a raíz de El hombre de al lado, el film dirigido por Gastón Duprat y Mariano Cohn, con guión de Andrés Duprat, arquitecto y hoy director del MNBA. Interpretada por Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz, la película premiada en el Festival de Sundance y en los Goya, es una historia desopilante, que deriva de lo cómico a lo dramático a partir de un absurdo litigio de vecinos por una ventana indiscreta y los “hallazgos corbuserianos” como materia en cuestión.
Volver la mirada sobre la obra del genial suizo francés es más que un homenaje. Es el guiño de la Unesco y su gente a una manera de entender el espacio donde se vive, donde vivimos, y la puesta en valor de la arquitectura moderna. Queda en la memoria de todos la excepcional muestra montada por el MoMA de Nueva York años atrás. Allí estaba todo lo que Corbu había hecho y pensado, desde la casa para sus padres en la montaña hasta la poltrona famosa de cuero y metal. Después siguió viaje al Pompidou y tuo la reverencia ue correspondìa.
(Parte del texto de este post fue publicado en la edición impresa de LN el lunes 18 de julio)
Hoy es un día para recordar. El Colegio Nacional Buenos Aires, ubicado en la Manzana de las Luces fue declarado por Decreto Monumento Histórico Nacional. Merecido reconocimiento para el edificio proyectado por el francés Norbert Maillart, el mismo del palacio de Correos y del palacio de Tribunales, único con destino educativo. Construido entre 1910 y 1938, el actual edficio es heredero legítimo de la Ecole de Beaux Arts y domina con su porte magnífico la calle Bolìvar. Fue fundado en 1863 por Bartolomé Mitre y el paso del tiempo consolidó su prestigio y excelencia educativos. Sería, y es, el Colegio Nacional de Buenos Aires, orgullo de la enseñanza pública por la calidad de sus profesores, los valores fundacionales y la pléyade de alumnos que pasaron por sus aulas. Entre ellos Daniel Stamboulian, Luis Agote, Carlos Pellegrini, Josè Ingenieros, Martín Caparrós, Pepe Eliaschev, Hernán Lombardi, Nik, Mario Roberto Alvarez, Alejo Florín y Deborah Perez Volpin. Fue el colegio de mis hijos. Y lo sigue siendo. Es EL COLEGIO. Y ESTÁ TODO DICHO. ARRIBA, la Biblioteca, fachada sobre la calle Bolívar y una clase de dibujo con los alumnos rodeados de esculturas y mármoles.
Una mirada sincera y veraz del otro lado del espejo de la Patria Grande es la muestra que se exhibe hasta el domingo en el Museo José Hernández, escala necesaria pero menos frecuentada de la Milla de los Museos. Con curaduría de María Sivia Corcuera y Delfina Helguera, la seleción incluye trabajos de 16 artistas y rinde, a su manera, un homenaje a la fecha patria. El Bicentenario puede ser elocuente en la lectura pampera y personalísima de Luis Tatato Benedit, Marcos López, Benito Laren, Zulema Maza, Nora Correas y Blas Castagna,Chiacho y Gianone, entre otros (ver abajo). Un conjunto eclético, atravesado por la necesaria referencia a la Argentina inmensa, bella y feroz. Benedit miró a Molina Campos y en su visión sincrética nos trajo el rancho, la china, la pampa y el universo surero.
El Gardel de Marcos López canta cada día mejor, pero está, también, la vajilla celeste y blanca, que fue el servicio de mesa usado por el presidente Victorino de la Plaza en el tren histórico. UN símbolo elocuente de la magna fecha que celebramos hoy. La escena de los festejos se trasladó a Tucumán, cuna de la Independencia, con su arteria vertebral que es la avenida Mate de Luna y será el eje de la fiesta federal. Vaya como motivo de recuerdo, memoria plástica y bella, esta exposición del Museo José Hernández. Espacio digno y recoleto que bien merece una visita.
Arriba, vajilla usada por el presidente Victorino de la Plaza durante el viaje en tren a Tucumán, para la calebración del Centenerario de la Independencia, en 1916.
De un departamento espectacular al hotel de ventas del martillero Juan Antonio Saráchaga (Juncal al 1200, vista foto arriba ) se mudó la colección Acevedo Deym. Muebles, pinturas, tejas chinas, platería y objetos de arte se exhiben hasta el lunes, de 15 a 21. Fin de semana lluvioso ideal para una escala en la muestra ajustada en los detalles por el ojo entrenado de Javier Iturrioz, enamorado como pocos de las tapicerías y los perros de Fo, cerámica verde estimados en 21.000 pesos. Buen momento para medir el pulso del mercado, cuando el fantasma del cepo es solo un mal recuerdo. Aunque Saráchaga mantiene firme las cotizaciones y estimaciones en pesos, la cuenta mental a dólares es inmediata. Tentador precio, por ejemplo, para una cómoda veneciana de tamaño ideal , madera de nogal colección Acevedo Deym, base 35.000 pesos. Linda imagen es la escena de la comedia italiana en una plaza pública, pintura atribuida a Jacque Caillot, exhibida en Buenos Aires en la muestra de El Greco a Tiepolo. Será ofrecida al mejor postor con una base de 280.000 pesos.
Pica alto, y procede de otra colección, la naturaleza muerta de Cesareo Bernaldo de Quirós, elegido de siempre por los coleccionistas. Paños y Botijas (foto arriba), arrancará en subasta, la primera noche de venta (martes de 5 de julio), con base de 1.100.000 pesos. Ex colección Antonio Santamarina, fuera de serie es la escultura de Alfred Boucher, el mármol misterioso lamado Volubilis saldrá a remate el martes con base de 630.000 pesos. Sigue el remate miércoles 6 con vinos de colección. Seis botellas de San Pedro de Yacochuya 2013, base 1800 pesos; 6 botellas Catena Zapata Estiba Reservada: base 36.000 pesos (Nicolás Catena fue premiado el jueves último por la Academia Argentina de Gastronomía por su aporte a la calidad de los vinos argentinos) y, entre otras, 4 botellas de Vega Sicilia, Ribera del Duero; base 9000. Jueves 7, siempre a partir de las 19, habrá platería criolla, ponchos, cuchillos y un par de estribos de plata cincelada, mediados del XIX: base 40.000 pesos. Buen equipo para celebrar en la pista central con flete de categoría los 150 años de La Rural de Palermo. Lunes 11 de julio, arranca a las 16.30 y los libros se rematarán el martes 12, a partir de las 16.30: destacado el ejemplar ilustrado, un manual para entender la Argentina de la bèlle époque, del Tercer Censo Nacional de junio de 1914, ordenado por el presidente Roque Sáenz Peña. Base 12.000 pesos. Se incluyen en el mismo remate lotes procedentes de las colecciones Santamarina y Muniz Barreto. Para destacar es el cuadro atribuido a Peter II Brueghel, Escuela Flamenca (1564-1638). Según detalle de catálogo es fragmento de una obra mayor del artista mencionado. Colección Acevedo Deym: base 980.000 pesos (foto apertura).
Arriba, tapicería flamenca de Oudenaarde, fin de siglo XVI, lana y seda, 6 hilos por centímetro (245 cm x 285 cm). Colección Acevedo Deym, base 210.000 pesos
La perla de la semana en la agenda cultural de Buenos Aires ha sido, Yoko Ono en Malba, precedida del suceso del MoMA de Nueva York y del León de Oro de Venecia. La veterana nipona no viajó a Buenos Aires -lo que quitaba el sueño del director Agustín Pérez Rubio-, pero sí grabó un video cálido, directo y cercano. Como la muestra, que a pesar de los años transcurridos mantiene la frescura. La genialiadad de Yoko sigue siendo la capacidad para involucrar al otro, para hacer de la contemplación una experiencia participativa. Dream come true son sus Instrucciones. A cada uno le pegan dónde más siente, dónde más duele. Por ejemplo, en la foto de arriba con su amado Lennon habla del fin de la guerra, pero… agrega la leyenda If you want it. Cada uno elige: clavar un clavo, reparar una tasa de porcelana, celebrar a la madre, pintar una pared. Todo indica que Yoko Ono repetirá el éxito de Yayoi Kusama, otra nipona veterana. ¿Sincronicidad Junguiana? Kusama es una campeona de la popularidad y pasa las noches en un neuropsiquiátrico. En estos días cautiva al público tejano en el Museo de Bellas Artes de Houston, como lo hizo en Malba o en las vidrieras de Louis Vuitton. Combinación de talento, marketing, potencia visual y acción directa. Cada espectador dejó su sticker pegado en Malba, una huella adhesiva. Sin edad y sin límite. En ambos casos, las redes sociales fueron los motores de la difusión, las activadores de las selfies. Instagram tiene 500 millones de usuarios. Y las veteranas niponas son las protagonistas. Kusama nació en 1929. Yoko Ono en 1933. Saquen la cuenta.
El martillo bajó en las subastas londinenses de Christie’s y Sotheby’s para Amedeo Modigliani, el artista amado por los coleccionistas que desde hace un año empinó su cotización, cuando un coleccionista chino pagó el récord de 170,4 millones de dolares por Desnudo recostado. Obra perfecta de tamaño, fecha, origen y calidad. Liu Yigian, el chino, que ganó sus primeros yuanes manejando un taxi, sabía de qué se trataba. No en vano tiene dos museos. Desde entonces, Modigliani, cuya marca registrada son los cuellos largos, las caras lánquidas, de rostros apenas tallados como una escultura de Brancusi, se convirtió en el elegido de los coleccionistas de todas partes. Esta semana las rematadoras anotaron buenas marcas de precio en el varano boreal por obras del italiano que amó mucho y vivió poco. Sotheby’s subastó por 56,6 millones de U$ un retrato de Jeanne Hébuterne, musa, modelo y amante, convertida en la imagen reconocible de un artista que encontró su manera, en el sentido que lo hicieron Piero della Francesca o Botero. Supo haber en Buenos Aires, y tuve el privilegio de visitarla, una colección de cindo pinturas estupendas de Modigliani compradas por el coleccionista Rafael Crespo, cuando era un joven argentino anclado en París. Cuenta la leyenda que Crespo tenía de vecino a Modigliani, un pintor sin un franco en el bolsillo, con un talento formidable que pagaba el alquiler de su cuarto con los cuadros que le compraba Crespo. Chapeau por el argentino!!. No ví más esas pinturas y el petit hotel donde estaban colgadas es hoy Casa Cavia. Una linda casal proyectada por el arquitecto Christophersen. Bueno entre los mejores.
Retrato de Jeanne Hébuterne con foulard, 56,6 millones U$ en Sotheby’s
Amedeo Modigliani nació en Livorno, Italia, en 1884, se mudó a París a los veintipico, vivió como pudo y pintó en 13 años más de 300 obras. Entre los más buscados están los desnudos de la modelo amada Jeanne Hébuterne. Y entre los más cotizados siempre, los desnudos apaisados como el comprado por el chino a precio récord. La apabullante alza de los precios tiene mucho que ver con los compradores orientales, que al acelerar la demanda impulsaron la aparición de modiglianis en todas las ventas. Leyes de mercado que se cumplen a rajatabla. El retrato subastado en Sotheby’s por 56.6 millones de dólares equivalente a 38 millones de libras, había sido vendido en 1986 por 1,94 millón de U$. Dato que explica claramente la fiebre Modigliani.
Desnudo recostado, subasta en Christie’s al récord de 170.4 millones de U$