Francia quedó en el puesto n°25 entre los 65 países que aceptaron participar de PISA, el programa de la OCDE que evalúa el nivel de los alumnos de 15 años en lengua, matemática y ciencia. Así y todo, aquí no están contentos. Mientras que en la Argentina hablan del estancamiento de la educación, de la ausencia del tema en la última campaña política y de la década perdida en calidad educativa por haber quedado en el puesto 59, acá los medios se enfocan en analizar las desigualdades de la escuela francesa: “una escuela en donde se profundiza la distancia entre buenos y malos alumnos, una escuela que sabe incentivar a los hijos de los ejecutivos y de los académicos pero no a los de la clase media y obrera”, escribe el diario Le Monde. Estos resultados, al final, revelan los temas que actualmente inquietan en cada sociedad. Y en la francesa muy rápidamente la preocupación recae sobre la integración y los “hijos de inmigrantes”.
Según el estudio, el nivel socio-económico influencia la performance de los alumnos, sobre todo en Francia. Aquí, los que “provienen de la inmigración” (la expresión engloba incluso a los franceses hijos de inmigrantes) son al menos dos veces más susceptibles -en comparación con los otros países- de formar parte del grupo de alumnos en dificultad. “Francia es salvada por sus buenos alumnos. Una elite escolar que se distingue por la correlación entre el nivel socio-económico y el resultado”, escribe Le Figaro.
Citados en los medios, los especialistas dicen que los colegios tienen una dimensión particularmente segregacionista: los establecimientos muchas veces se dividen entre los que concentran malos alumnos y de origen popular y aquellos con buenos alumnos y de origen más acomodado, cuando lo mejor sería mezclarse para estimular esperanzas escolares y profesionales en los más débiles sin reducir aquellas de los más fuertes.
Es raro. Visto de afuera, el nivel de las escuelas francesas parece muy bueno y, sobre todo, más igualitario que lo que uno conoce. En Francia hay tres tipos de escuela: pública (es el sistema que predomina, reúne alrededor de 12 de los 15 millones de alumnos, cada quien va a la que le corresponde según el barrio y por ello las desigualdades) y privada, que se divide entre aquellas instituciones subvencionadas por el Estado (asisten unos dos millones de alumnos, cuestan alrededor de 3000 euros al año) y las llamadas “hors-contrat”, sin subvención del Estado y por ello más caras (concentran unos 45.000 alumnos y pueden costar entre 800 y 1000 euros por mes). A los colegios privados asisten en general quienes tienen problemas en la enseñanza y necesitan atención especializada o quienes buscan una escuela que no sea laica.