Ya llegó la primavera

Ventanas arboladas

Son las 20h30 y todavía “es de día”. El conductor del colectivo silba « La vie en rose », de Edith Piaf. En Châtelet, una señora se sube y con una gran sonrisa saluda al chofer. “Bonjour Monsieur”, con una entonación aguda al final de la frase, frecuente entre los parisinos. Los parisinos suelen ser excesivamente sonrientes en situaciones de interacción comercial. Una coordinación momento-emoción distinta a la argentina. Ejemplo clásico: las panaderías. Uno va a comprar un “pain au chocolat” a la mañana, dormido, o una baguette a la tarde, cansado después del trabajo, y la simpatía de la “Madame” que atiende suele ser desproporcionada. De esos saludos que agobian o que ponen de mejor humor. De esos saludos que revelan el tono anímico que flotará en el aire ese día.

Volviendo al saludo en el colectivo, el conductor responde: “Bonjour Madame”. Misma entonación aguda al final. Saludar con sólo “Bonjour” no es lo mismo que saludar agregando al final el “Monsieur” o “Madame”. Direccionar el saludo es de gran educación en Francia. Decir sólo “Hola” queda muy mal. La diferencia es tan radical que en algunos medios pone en evidencia el nivel de educación que uno tiene.

El viaje en bus sigue. Situaciones cotidianas de estos viajes: la del adolescente que no le da el asiento a la persona mayor (el escudo es aislarse con los auriculares). Pero el silbido del conductor, el saludo de los pasajeros y un nivel de queja menor que de costumbre evidencian la llegada de la primavera: las temperaturas comienzan a ser agradables y el sol se queda por más de cinco días seguidos.

A los parisinos el buen tiempo les saca el mal humor. Y París, en primavera, se vuelve muy friendly. Se empieza a sentir la llegada del verano, esa época en donde las calles y los bares al aire libre se llenan de personas que sobrevivieron a la “hibernación” y en donde la luz solar se alarga hasta pasadas las 22h. Esa época en la que uno finalmente siente, al menos por unos cortos meses, que vive en una ciudad muy canchera.

Primavera Cartier

Primavera puestito

Propinas y besos porteños

Baldozas

Buenos Aires es humedad, es felicidad, es ruido, es sonrisa, es aturdimiento, es risa, es amigos, es asados. Buenos Aires es sol, es calor, es exhibición de todo tipo, es algún llanto catártico, es parques enormes en el medio de la ciudad.

Cuando uno vive en París, las estadías porteñas son momentos intensos: gran disfrute, por un lado, e incesante intento personal por escapar de las comparaciones, por el otro. Pero, inevitablemente, en estas estadías se redescubren aquellos rituales o particularidades que antes pasaban desapercibidas. Y siempre hay alguien (en general, los no muy amigos) que comentan: “Esto en París no existe, ¿no?”

Las comparaciones se imponen. Aquí van algunas.

Besar a los mozos

En Paris se dan dos besos (y hasta tres o cuatro en otras regiones de Francia). Tanto ritual obliga a limitar el afecto: si no son muy cercanos, el saludo es una sonrisa o un estrechar de manos. Ni hablar en los restaurantes: no importa cuan bien uno conozca al mozo, no importa cuanto desee ese cliente conseguir una mesa en un lugar con mucha espera, el saludo no pasa del contacto manual. En Buenos Aires, los besos son regalados, para todo y para todos (mozos incluidos, con un “¿Qué hacés campeón?”). Algunos lo tienen tan automatizado que apoyan la mejilla y el beso sale disparado al aire. O no hacen ruido. Otros logran aproximarse increíblemente cerca de la frente del besado.

La propina, con doble sentido y para todoCartel

El servicio de mesa está incluido en París, si bien siempre pueden dejarse unos euracos más cuando la atención ha sido muy buena. Pero no es lo habitual, uno se desacostumbra a pensar en el “10%”, y al llegar a Buenos Aires se siente un “rata” con el constante “¿tanto le dejan?”. Pero en los restaurantes ya es un clásico. Es así desde hace años.

Lo que es distinto es que, en los últimos meses, la propina parece haberse impuesto en otros “servicios”. El taxi cuesta 18,70 pesos. “Cobre veinte”, dice el pasajero. En la parrilla de la esquina, las buenas “mollejas de corazón” son para el que le tira unos pesos, cada sábado, al parrillero. Y al del estacionamiento se le dejan 2 o 5 pesos además de lo pagado por esas horas de estadía. Tratamiento “VIP” para quien paga por ello.

Vida de perros

Los perros porteños tienen vida propia. Siempre hay un perro ladrando en el sonido de esta ciudad (o muchos si es la mañana y están saliendo con el paseador). Son grandes, y es como si ellos sacaran a sus dueños a pasear y les ampliaran su mundo social: sus dueños se saludan cuando se cruzan, se conocen por sus perros. En París, son aceptados en todos lados (a veces, incluso más que los niños) pero son perros más chicos, de esos que entran en las carteras, y parecen seguir la vida de sus dueños: no los sacan solos –no existen los paseadores– sino que salen cuando sus dueños tienen algo para hacer.

El tuteo

Cuando la persona no responde un llamado, la voz femenina del contestador del celular dice: “…dejá tu mensaje..”. Tuteo directo. Así, sin esas distancias formales que en París son sinónimo de respeto. Quizá por coquetería, a muy pocos les gusta ser tratados de usted. Totalmente a la inversa en París.

Otras diferencias, desordenadas y en forma de enumeración: el ladrido como uno de los primeros sonidos del despertar porteño, el taxista que quiere hablar (“Linda noche, ¿no?”), los quioscos “25 horas” (que sigan abiertos después de la medianoche es de por sí una sensación de gran libertad), las veredas anchas que estimulan una caminata amistosa de a varios (en París las veredas son tan estrechas que es muy frecuente darse vuelta para hablar mientras uno camina, o sea, dejar de hablar), la gran cantidad de taxis libres en la calle, los medicamentos ultra cerrados con cinta adhesiva y los perfumes guardados bajo llave en las estanterías de vidrio de los shoppings (para evitar los robos, dicen), las vendedoras-pesadilla que hablan sin parar, los que incluyen una puteada cada tres palabras.

Fashion Week: los ladrones de almas

Todas esas sombras en el piso... son de fotógrafos

Todas esas sombras en el piso... son de fotógrafos

Algunas culturas o tribus son reticentes a aparecer en fotografías porque consideran que las imágenes les roban el alma. A esos creyentes: abstenerse de ir a un desfile en París.

Aparte de los fotógrafos profesionales, que alimentarán luego a los medios con imágenes, los alrededores de los desfiles están plagados de personas con cámaras que sacan fotos sin parar. Son, en general, blogueros de la moda.

Se abalanzan sobre el que está llegando y empiezan a disparar intensamente. A veces, porque les interesa. Otras, porque los otros le están sacando. Al principio, los amateurs en esto creen que quizás se trata de alguien conocido en el mundo de la moda. Luego de algunas experiencias, uno se entera que la atracción es simplemente porque está bien vestido.

Ellos también son interesantes de fotografiar.

En acción

En acción

En el jardin des Tuileries, el lunes

En los Jardins des Tuileries

Primero apareció el de pantalón verde..

Primero apareció el de pantalón verde..

.. y atrás se le vinieron todos

.. y atrás se le vinieron todos

Y otros más

Y otros más. Para ese entonces, el precursor ya estaba en otra..

Misma situación acá: el primero en verlas fue el mismo que antes (pantalón verde)

Misma situación acá: el primero en verlas fue el mismo que antes (pantalón verde)

Y después se sumaron todos. Evidentemente, es un vanguardista

Y después se sumaron todos. Evidentemente, es un vanguardista

Todos a la espera de ver quién llega

Todos a la espera de ver quién llega

Y momento de descanso, cuando ya empezó el desfile adentro, para unos fotógrafos japoneses

Y momento de descanso, cuando ya empezó el desfile adentro, para unos fotógrafos japoneses

Dónde comer en París (sin pensar en el “por 5”)

Cerca de Vivienne

Le Grand Colbert, en la rue Vivienne (2e)

El post anterior sobre este tema estaba más enfocado en buenos planes para el mediodía. Este post es una continuación del anterior, aunque con una selección más amplia, y menos restringida por el presupuesto (para aquellos que pueden comer un pescado o un plato de pastas sin pensar en esos 150 pesos).

Porque hay que asumir que París es una ciudad turística (las consecuencias sociales de ello son un buen material para algún otro post) y porque, en medio de esa manada de turistas, todo el mundo quiere sentirse local.

Comer por menos de 50 euros

Le Grand Colbert (2, rue Vivienne, 75002). Cocina francesa tradicional en un salón del 1800.

Le Petit Lutetia (107, rue de sèvres, 75006). Típica brasserie del 1900, estilo art nouveau.

Tsukizi (2bis, rue des Ciseaux, 75006). Japonés. Para llegar temprano y comer en la barra mirando al cocinero. Muy buen chirashi.

Amici Miei (44, rue Saint-Sabin, 75011). Italiano. Para conversar con uno de los mozos italianos (Argentina: Maradona..) y sentirse más en casa.

Usagi (58, rue de Saintonge, 75003). Japonés. Su dueño es un diseñador fanatizado por los conejos, y eso se ve en toda la decoración. Incluso el baño tiene forma de conejo.

Chez André (12, rue Marbeuf, 75008). Brasserie de los años treinta.

Guilo Guilo (8, rue Garreau, 75018). Menú en 6-8 platos. Comer en la barra. Hay que reservar varias semanas antes.

Bofinger (5-7, rue de Bastille, 75004). Brasserie típica con buenos frutos de mar. Son los mismos dueños que La Coupole y Le Boeuf sur le Toit, entre otros.

La Gazzetta (29, rue de Cotte, 75012). Italiano.

Breizh Cafe (109, rue Vieille du Temple, 75003). Galettes y crêpes bretonas. Para comer con sidra.

Café des Musées (49, rue de Turenne, 75003). Típico francés.

La Fidélité (12, rue de la Fidelité, 75010). Un salón gigante con arañas y columnas retomado por el dúo André-Lionel (los mismos de Le Baron, Le Montana y Hotel Amour).

La Bricciola (14, rue Normandie, 75003). Italiano.

Chez Janou (2, rue Roger Verlomme, 75003). Bistrot francés.

Tokyo Eat (13, avenue du Président Wilson, 75016). Es el restaurant del Palais de Tokyo (aunque la cocina no es sólo japonesa, claro). En verano lo reinstalan en la terraza, con vista a la Tour Eiffel. Canchero.

Chez Omar (47, rue de Bretagne). Couscous y buenos dulces. Aunque lo deben haber referenciado en algunas guías porque ahora se llena durante las semanas de la moda.

Hotel du Nord (102, Quai de Jemmapes, 75010). Espacioso. La especialidad es el millefeuille (milhojas) de atún crudo cocinado a la japonesa.

Highlights

Prunier Restaurant (16, Avenue Victor Hugo, 75016). Frutos de mar y pescados. Ostras de todo tipo y caviar, en medio de una decoración art déco. Fue retomado hace algunos años por Pierre Bergé (el compañero eterno de YSL).

Pierre Gagnaire (6, rue Balzac 75008). Tres estrellas Michelin.

El Fogón (45, Quai des Grands Augustins, 75006). Paella. Una estrella Michelin.

Nomiya (13, avenue du Président Wilson, 75016). El restaurant es una caja de vidrio instalada sobre el techo del Palais de Tokyo. Literalmente. Y con vista a la Tour Eiffel, para los soñadores.

Mesa de té en Mariage Frères

Mesa de té en Mariage Frères

Murmullo celeste y blanco

La foto es de Christoph Mendt

La foto es de Christoph Mendt

Aeropuerto internacional Charles de Gaulle (CDG), lunes, 20h30, terminal 2E. Como todos los días, en algunas horas despega un vuelo de Air France hacia Buenos Aires. El CDG está al noreste de París. Está más alejado que Orly (al sur) y es más grande que Orly. Y allí, en ese ambiente todavía muy francés, de silencio y de tranquilidad, se escuchan las primeras voces en español..

Bienvenidos al mundo de la argentinidad al palo. Un mundo de ansiedad feroz, de deseos ilimitados y de espíritus por momentos poco comunitarios (al menos en comparación con los franceses). Un mundo ilustrado en cuatro escenas.

1. El check-in: a diferencia del francés, el argentino prefiere el contacto humano

A partir de las 30 horas antes del vuelo, uno puede registrarse online, desde su casa, e incluso elegir su asiento. Air France promueve esta modalidad para evitar las largas filas y la espera. Uno puede llegar al aeropuerto más tarde, y la etapa de “dejar las valijas” es más ágil.

Pero los mostradores especialmente preparados para ello, para quienes ya hicieron el “check-in” online, están casi vacíos. No es por ignorancia. El argentino posiblemente conozca esta alternativa, pero prefiere el “cara a cara”. Sobre todo si tiene exceso de equipaje. Prefiere el contacto humano, y el visual, al momento de elegir su asiento.

Una de las escaleras del CDG. La foto es de Daquella Manera.

La foto es de Daquella Manera.

2. El Duty Free Shop: la “última comprita”

El hombre tiene una remera de Independiente. Las mujeres podrían confundirlo con River (son los mismos colores), pero las siglas dicen “C.A.I.”, Club Atlético Independiente. Tiene un sweater atado a la cintura, y está pagando unas últimas compras en uno de los “Duty Free Shop” del aeropuerto. A los gritos, mientras la cajera espera para cobrarle: “Comprátelo, te digo… yo te lo pago. Yo lo tengo, es bueno”. Le está hablando a un amigo, también de unos cincuenta años, que está agachado mirando el perfume “Le Male” de Jean Paul Gaultier (ese que viene en una lata). “Y bueno…dale, dale”, le responde resignado el amigo. Y allí, siempre delante de la cajera y en voz alta, “arreglan” cuentas del viaje, calculan quién le debe a quién, mientras el de Independiente está pagando en efectivo e intenta sacarse todas las monedas de encima. Con la ayuda de señas, y pronunciado en español, agrega en dirección a la cajera: “En dos bolsas separadas, eh?”

3. El embarque: el objetivo es ser el primero

Anuncian por micrófono que comenzarán a embarcar a los pasajeros. Unos minutos antes, ya, muchos intentaban ubicarse en filas imaginarias para acomodarse lo mejor posible frente al llamado. El anuncio finalmente llega, y los pasajeros forman fila de forma algo torpe: todos quieren ser primeros.

Dos mujeres controlan los “boarding pass”, y una de ellas se demora un poco más. Se le trabó algo, lo está solucionando, pero necesita dos minutos. El francés que está detrás se queja con gestos faciales, pero espera. El argentino que estaba justo por pasar cuando ello sucedió se impacienta. Y vacila: quiere cambiar de fila, pero no quiere que se active la “ley de Murphy”, pero ve que los de al lado pasan rápido y que el se queda varado. Discute con su mujer y para cuando decide intervenir verbalmente con un “¿Qué pasa?” casi agresivo hacia la azafata, el control se vuelve a poner en marcha.

La foto es de Martin BIshop.

La foto es de Martin BIshop.

4. Guardar el equipaje: ya metí el mío, me quedo tranquilo

El argentino quiere guardar rápido ese equipaje de mano que, si bien dentro de los límites autorizados, es de gran tamaño. Si llega a faltar espacio, que sea el problema del otro. Él ya estará para ese entonces bien cómodo en su asiento. En el momento de la logística, el francés dejará pasar por detrás suyo al resto de los pasajeros mientras él hace acrobacias. Pero el argentino, tan compenetrado que está con esa ocupación, se olvidará que el resto de los pasajeros pueden seguir circulando si él sólo se corriera unos centímetros. Y así, cada gran bulto en camino al compartimento es sinónimo de espera y de bloqueos para los que vienen detrás.

Cuatro escenas de la argentinidad al palo. Un mundo que puede irritar al argentino que viaja a Europa por unas semanas y que, sin ganas de volver, se encuentra con ese panorama ya desde el aeropuerto. Pero un mundo que hace sonreír, luego de haber aturdido un poco, al que vive en París.

…y a la mañana siguiente, ya en suelo argentino:

– el “hincha” de Indepediente, ese del free shop, pasará sospechosamente por los mostradores de la Aduana reservados exclusivamente para “diplomáticos”;

– el ansioso que quería cambiarse de fila deberá, obligado, esperar una “última comprita” de su mujer en el Duty Free de Ezeiza;

– el que bloqueó el pasillo mientras guardaba sus tres equipajes de mano, e hizo así esperar al resto de los pasajeros, será de los últimos en reencontrarse con sus valijas despachadas.

La foto es de Leandro´s World Tour

La foto es de Leandro´s World Tour

Louis Vuitton: fotos de backstage y video del show

Dos de las modelos, en el backstage del desfile

Dos de las modelos, en el backstage del desfile (con una copita a las 11am)

El desfile de Louis Vuitton es uno de los más esperados de la semana de la moda. La invitación es en general un cartón negro con el nombre del invitado y su ubicación, escritos a mano, en blanco o en dorado. Los últimos shows fueron instalados en una carpa especial dentro de la Cour Carrée du Louvre, aunque el lugar nunca es revelado con anterioridad y sólo se conoce al momento de recibir la invitación.

El desfile es esperado, si, pero no sólo por esa atracción a veces irracional por las carteras y su monograma. Louis Vuitton atrae a los parisinos porque es visto como un símbolo de la creación francesa, algo que a los franceses les gusta reivindicar. Y forma parte de un universo, originalmente francés, todavía más grande: LVMH (Louis Vuitton-Moët Hennessy), un grupo creado en 1987 y que hoy reúne a más de 60 marcas. Todas, sinónimo de lujo, y no sólo del mundo de la moda: Dom Pérignon, Veuve Clicquot, Moët & Chandon, Céline, Givenchy, Guerlain, Le Bon Marché, Loewe, Emilio Pucci, Kenzo y Fendi (incluidos sus perfumes), relojes Dior, Tag Heuer e incluso la argentina Terrazas de Los Andes, entre otros. Recientemente adquirieron Bulgari y participan en el capital de Hermès (lo que causó polémica porque esta última se considera como una marca más familiar frente al imperio LVMH).

El presidente del grupo, Bernard Arnault, tambien alimenta la fantasía de los franceses: es el cuarto hombre más rico del mundo (el primero entre los europeos), según la última clasificación de la revista estadounidense Forbes. Con una fortuna de 41 mil millones de dólares, está bien por delante de la heredera del grupo francés l´Oréal, Liliane Bettencourt (para los curiosos, el número uno de la lista es el mexicano Carlos Slim, magnate de las telecomunicaciones, con más de 74 mil millones de dólares).

Detrás de los shows de Marc Jacobs (diseñador de LV), hay siempre un concepto: en el desfile anterior fue la opulencia y, en este último, el fetichismo. MJ dirá en el backstage, al momento de las entrevistas, que el poder de una cartera como símbolo de la industria de la moda no puede ser subestimado. “Decidí explorar el fetichismo. No obligatoriamente el sexual, sino más bien ese deseo a veces irracional por los accesorios de moda”. Como luego de cada desfile, MJ estaba super excitado y agotado, y siempre con su asistente que le pasa el agua y que le prende los cigarrillos.

En esta última colección, después de ser recibido por unas soubrettes con sus plumeros (una especie de “mucamita sexy deluxe”), el público vio desfilar a 67 modelos, lideradas por Kate Moss, que subían en ascensor a la pasarela: quepis (gorra militar) con el monograma LV o forradas, botas de goma de color, guantes en piel de pitón y mini bolsos amarillos.

Para los que les interesa la moda, y para los curiosos en saber un poco más sobre qué pasa detrás, aquí unas fotos del backstage y un video (amateur, como siempre) del desfile. Porque París tambien es la ciudad de la moda, y la Fashion Week se impuso en la actualidad de estos días.

Entrada

Entrada LVMedias

Kate Moss smoking

Mario Testino (a la izquierda) y Jamie Hince -The Killers y novio de Kate Moss- (a la derecha)

Mario Testino (a la izquierda) y Jamie Hince -The Kills y novio de Kate Moss- (a la derecha)

Kate Moss mientras le sacan las botas. Paparazzi

Kate Moss mientras le sacan las botas. Paparazzi

Marc Jacobs luego del show, dando entrevistas

Marc Jacobs luego del show, dando entrevistas

Vivienne Westwood

MJ

Kate

Sobrevivir a una Fashion Week (+video)

Jardin des Tuileries, afuera del desfile de Chloé

Tres amantes de la imagen, en los Jardins des Tuileries

Y, de nuevo, otra semana de la moda en París. En las pasarelas se vieron las tendencias otoño-invierno 2011/2012 (es decir, para el próximo período septiembre-febrero), lo que está bastante más en armonía con la realidad: como en algunos días empieza aquí la primavera, las boutiques ya venden sus colecciones de verano, pero en París todavía hacen 5-10 grados.

Indicaciones de showrooms en los hoteles

Indicaciones de showrooms en los hoteles

La Fashion Week revoluciona siempre la ciudad, incluso para el que no se quiere dar por enterado. París se sintoniza con la moda. Los centros de exposiciones (como el Palais de Tokyo) y los parques (como los Jardins des Tuileries) se convierten en espacios para desfiles. En los hoteles y en los locales -hasta ese momento desocupados o invisibles- se instalan showrooms, para que compradores (mayoristas) y editores de la moda se acerquen a ver las colecciones. Los puestos de revistas -de por sí ya es insólita la cantidad de magazines que ofrecen, pero eso será para otro post- “renuevan sus espacios” y ponen en primera línea de mirada todas las revistas de moda. Y, por todos lados, sale y entra ropa colgada de los camiones.

Y después… después están los protagonistas de la FW. Las modelos (en general, las “under 21” menos conocidas) se pasean medio en solitario por la ciudad entre una y otra prueba de foto, con sus books de presentación bajo el brazo y con un gran vaso de Starbucks en la mano (cuando una de esas les aparece al lado en el subte, las mujeres se intentan convencer, durante el resto del trayecto, de que la imagen no es todo).

Luego de un desfile en el Palais de Tokyo

Luego de un desfile en el Palais de Tokyo

Los estilistas se mueven en grupo y segmentados por nacionalidad (portugueses, alemanes, ingleses, brasileños, entre otros). Los locales más chicos aprovechan para celebrar algo y así convertir el espíritu festivo de estos días en posibles compras. Y algunos, simplemente amantes de la moda, aprovechan para ponerse de todo.

Cada Fashion Week pone en evidencia, además, una “dramática” realidad: uno no está viviendo en ese París glamoroso. Y por eso aprovecha para reivindicar, a modo de protesta y de defensa, un París intelectual, bohemio, cultural. Pero no hay excusas. Uno vive en PNG: París No Glamour. Lógico, entonces, que algunos no se quieran ni dar por enterados de lo que sucede del otro lado.

Y esto es lo que sucede: ambiente en la entrada del show de Chloé, el lunes. Jardins des Tuileries, cerca de la Concorde.

El tema es “Sea, sex & sun”, de Serge Gainsbourg.

Fashion Week en París

Japoneses

Japoneses

Asistir a un desfile genera esa extraña sensación de estar en el lugar indicado y, de todas formas, estar perdiendo el tiempo. Pero la experiencia es cautivante. En algunos de ellos (en otro post, el de Louis Vuitton), la puesta en escena es inspiradora. Y siempre detrás de esa ropa que pasa hay un concepto, una idea unificadora que se quiere transmitir y sobre la que muchas personas trabajaron.

Pero, durante la Fashion Week, no sólo seducen las pasarelas. El afuera es también bastante revelador. A partir de aquí, que hablen las imágenes. Brasil tiene su carnaval, pero aquí en París nosotros tenemos el nuestro. Y nos encanta.

Hair

Intentando entrar en el desfile de Chloé

Con sol pero con frío

Con sol pero con frío

Son dos hombres

Son dos hombres

Esperando para entrar en el desfile

Esperando para entrar en el desfile

Japonesa

Japonesa

Couple

Una pareja de estilistas japoneses

Pelo corto

Pieles

Black

Él estaba muy apurado

Dos irlandesas, viajaron especialmente para los desfiles

Dos irlandesas, viajaron especialmente para los desfiles

A ella le encantaban las fotos

A ella le encantaban las fotos. A él, menos.

Un grupo de estilistas portugueses

Un grupo de estilistas portugueses

Nadie niega una foto

Nadie se niega a una foto

Tapados beiges, se vieron muchos

Tapados beiges, se vieron muchos

Dónde comer en París (al mediodía)

Una brasserie en la rue des Archives (Le Marais), al mediodía

Una brasserie en la rue des Archives (Le Marais), al mediodía

La dinámica oferta-demanda también aparece en este blog. Ante las varias consultas de algunos de ustedes que planean venir a París, y que quieren saber dónde comer, aquí van unas sugerencias. Son sólo eso: sugerencias. Está bueno que después cada uno descubra su propio París.

La lista está abierta. Juguemos a intercambiar información.

Al mediodía, por menos de 15/20 euros

Es bastante frecuente que, al mediodía, los restaurants ofrezcan la fórmula entrée+plat (entrada+plato) o plat-dessert (plato+postre) por 12, 13, 15 o 18 euros, según el lugar, y con alternativas nuevas cada día. Un poco más caro si se eligen los tres, y a veces incluyen un café. Claro que algunos también ofrecen opciones por fuera de esa fórmula.

Chez Nénesse (17, rue Saintonge, 75003). Es el bistrot de una familia (el padre cocina, la madre y el hijo atienden) que cada día ofrece tres opciones muy caseras y en nada pretenciosas.

PizarraLe Coude Fou (12, rue du Bourg-Tibourg, 75004). También son algunas mesas, típico francés.

Le Loir dans la Théière (3, rue des rosiers, 75004). Buena opción para el té: ricas tortas.

Bob´s Kitchen (74, rue des Gravilliers, 75003). Es un bio mini, a veces musicalizado por un pianista.

Le Baratin (3, rue Jouye Rouve, 75020). Cocinera argentina pero cocina francesa.

Le Marché des Enfants Rouges (39, rue de Bretane, 75003). Para comprar e ir al parque, o para instalarse en el japonés, en el italiano o en el marroquí que hace un rico couscous.

Au Rouleau de Printemps (42, rue de Tourtille, 75020). Vietnamita.

Bagel Tom (12, rue Volta, 75003)

CocoCook (64, rue de Seine, 75006). Para llevar y comer en un parque

Foyer Vietnam (80, rue Monge, 75005)

Le Cambodge (10, avenue Richerand, 75010)

Le Progrès (1, rue de Bretagne, 75003). Lo mejor son los “croque-monsieur/madame” en pan poilâne. Es también un buen bar para la tarde/noche.

Maria Luisa (2, rue Marie et Louise, 75010). Italiano

Merce and The Muse (1 bis, rue Charles-François-Dupuis, 75003)

Rose Bakery (30, rue Debelleyme, 75003). Tienen otro en el barrio 9 (rue des Martyrs). Es uno de los bios más “bo-bo” (bohème-bourgeois) de París.

Higuma (32 Bis, rue Saint-Anne, 75001). Cantina japonesa muy rica.

Más sugerencias en un próximo post..

Comptoir Archives

El argentino de pura cepa en París

Una Quilmes en un bar francés

Una Quilmes en un bar francés

El colectivo se detiene. Abre las puertas, suelta a unos pasajeros, las vuelve a cerrar pero se queda en su lugar : el semáforo está en rojo. Son poco más de las seis de la tarde, es la línea 72 (su recorrido bordea el Sena, del centro al oeste de París, lo que involuntariamente lo convierte en un paseo bastante turístico) y el bus está detenido a la altura de la plaza del Trocadéro. A la izquierda, cruzando el río, se ve la Tour Eiffel.

De repente, alguien golpea con vehemencia las puertas de adelante. Los conductores aquí no siempre abren las puertas fuera de los puntos de parada, pero éste lo hizo. La precipitación del que golpeaba lo debe haber agarrado de imprevisto.

Y ahí, la pregunta, formulada en español, así como se lee, pero a los gritos: “¿Vas a Notre Dame?”

El que pregunta es un argentino, de unos 45 años. Se le suma un amigo, que venía corriendo detrás. Boina de campo, misma edad. Están con dos mujeres, muy posiblemente sus esposas, que se quedan mirando desde atrás.

Silencio total del conductor. Evidentemente no habla español, pero tampoco entiende al argentino que, con la mejor de las voluntades, desmenuza la palabra clave -“NO-TRE-DA-ME”-, abre bien los ojos y mueve las manos por todos lados en un intenso intento por ser comprendido. Si no hiciera tanto frío, una gota probablemente le estaría corriendo por la mejilla.

Nueva tentativa, dando vuelta las palabras: “A Notre-Dame, ¿vas?” –y agregando- “¿Dónde? ¿Bus stop?”

Silencio total del conductor. Y, para ese entonces, de todos los pasajeros: los argentinos están gritando. Lo que hace que los parisinos parezcan todavía más mesurados. Casi paralizados: si bien el volumen de voz es aquí agradablemente más bajo, los parisinos también pueden ser angustiosamente discretos. Y una escena como esta es la ocasión perfecta para mirar, y luego analizar, al otro.

Por fortuna para los gritones, una chica sentada adelante habla español. Les indicará cómo llegar a “No-tre-Da-me”. A los argentinos se les ilumina la cara. No sólo ya saben el camino, sino que además se los explicó una argentina. Y la chica también esta contenta: es el tipo de intercambios que se extrañan en París.

Tienen ganas de seguir conversando: “Ah, son argentinos, sos argentina, ¿qué hacés acá?, ¿Y ustedes?, ¿De dónde venís?, ¿De vacaciones?”, y tantas otras preguntas. Pero el conductor tiene que arrancar.

Esa oda a la idiosincrasia argentina (precipitarse y aturdir, pero lograr lo que se buscaba, y luego sonreír) fue un poco de aire fresco para todos esos pasajeros.

Dos señoras de unos 75 años se quedaron luego hablando sobre un posible viaje a México. Será que el español les hizo pensar en sus vacaciones latinas.

Cuando el colectivo arrancó, los argentinos cruzaron la calle. Para llegar a Notre-Dame tenían que ir en sentido inverso.