Cada quien paga lo suyo (una costumbre parisina)

Entrada del Comptoir Général (reconvertido en bar), en el Canal Saint Martin

Hay inevitablemente pequeñas costumbres parisinas que no pasan desapercibidas. Esas que aquí se viven casi al cotidiano y que de todas formas disparan la reflexión cada vez que suceden. Esas que por no ser las que uno vivió toda su vida dan lugar al análisis. Aquí van algunas.

– Cada quien paga lo suyo. Es casi sistemático. Cuando llega la cuenta en un restaurant, y a menos de que se trate de una comida de a dos en la que realmente todo fue compartido, el parisino analizará al detalle para ver lo que consumió y pagará sólo por ello. Sobre todo en grandes mesas de amigos, en las que queda bien en claro que quien no tomó vino o no pidió postre (porque no quería o, justamente, para cuidar su economía) no tiene porqué pagar por quien sí lo hizo. Cada uno asume sus gastos y se respetan las posibilidades del otro. El parisino no se desprende pretenciosamente de su dinero. Es cuidadoso. Y, por supuesto, nadie tildará de “rata” al otro por esta actitud.

– Desesperarse para subir al bus. A menos de que las filas estén delimitadas por cintas, como en los aeropuertos o en las entradas de los museos, el parisino no respetará el orden de llegada. El caso más llamativo es la parada del autobús. La gente llega y se va amontonando como puede. Cuando llega el bus, se abalanzan sobre él sin ningún tipo de disimulo. No importa quién llegó antes. No importa si alguien tiene más dificultad para moverse y necesita delicadeza. No es realmente por mala educación. Es simplemente una costumbre: en ningún lado dice que una fila imaginaria debe respetarse, y por ello nadie lo hace (de la misma forma que sí respetarán algo cuando un cartel lo señale). Para quien no está acostumbrado, la desesperación por subir al bus sorprende e irrita (distinto a Buenos Aires, donde hacen fila aunque dejan finalmente pasar primero a las mujeres y después entre los hombres se van dejando pasar según quien llegó primero). La excepción son las boulangeries (panaderías): las vitrinas operan como contención y los parisinos forman fila en paralelo a ellas. Diferente a algunas de Buenos Aires, donde a uno lo obligan a “sacar número” incluso cuando el lugar está vacío..

– “Les cobro que termina mi turno”. Uno llega a un bar, se sienta y pide un café. El mozo pide cobrarlo ni bien lo trae. Nada anormal, puede pasar. Pero ese pedido a veces llega en medio de un almuerzo, cuando uno está a punto de empezar a comer. En las brasseries por ejemplo, en donde el servicio es continuado y se sirve a toda hora. El mozo trae el pedido y, al principio o en medio de la comida, sin saber si el cliente querrá algo más después o no, solicita que se le pague porque “su turno terminó”. Y ahí la escena bartulera de sacar unos euros, con el plato ante uno y sin empezar. Si se quiere luego otra cosa, uno termina pagando en partes.

– La jarra de agua. En París no hay necesidad de pedir agua. En general el mozo trae una jarra automáticamente con la comida. Está totalmente instalada la costumbre de tomar agua de la canilla. La de botella es más rica, pero el parisino generalmente no la pide. Y a veces se detecta el aprovechamiento con los turistas (por cuatro o cinco euracos más): en vez de traerles esa jarra automáticamente, los mozos preguntan si quieren agua y les traen de botella.

El hombre parisino vs. el macho porteño

 


En la barra de un bar de París

 

Escena uno. Tres amigas llegan a una fiesta. Hablan perfectamente francés pero, como son argentinas, entre ellas se impone el español. La llegada genera la misma reacción que en cualquier parte del mundo: la novedad atrae miradas. Las chicas se sirven un vaso de vino y se acercan al salón en donde algunos bailan. Ambiente fiesta de cumpleaños. Dos chicos se acercan y empiezan a articular algunas pocas palabras hispanas que conocen. Hablan entre ellos, pero están posicionados semi girados hacia las chicas. En el “barrio” de estas amigas (allá de donde ellas vienen), esa actitud es onda, es claramente leída como un cierto interés de ellos por ellas, y vendrá seguida automáticamente de un acercamiento. En este barrio “prestado” que es París, no. Lamentablemente.

Escena dos. Se encuentran fortuitamente en la cocina de una casa. Los dos iban en busca de algo para tomar, luego de zigzaguear entre la treintena de personas que está bailando a pocos metros. Él encuentra la botella de vino primero, ofrece servirle, ella acepta. Se descubren, y se quedan conversando. Conversan, y ríen. Ella empieza a gustar de él. Siguen conversando. Ella confirma que él le gusta. Se siguen riendo. Ella muere por él. Ella viene de un lugar en donde tanto tiempo dedicado a alguien significa atracción. Y, en ese lugar, llega un momento en donde la atracción se convierte en acción. Ella lo está esperando. Pero aquí, según los “testimonios reunidos”, dos alternativas: 1) no pasa nada, porque él no se acerca, y 2) no pasa nada porque él se va… con su novia que lo viene a buscar a la cocina.

Lo que se extraña en París es el hombre que intenta. El hombre “indicado” que  intenta. Ese que toma decisiones. Ese que halaga, que asume y que se anima. Aquí, los hombres no arrancan. Seducen, sí, pero no siempre atacan. Miran, claro, pero pueden tardar años en acercarse. Se interesan, eso parece, pero no siempre tantean.

Y sobre ello, dos teorías.

1) Según un amigo, son posmodernos: le prestan excesiva atención a las formas y dejan de lado el compromiso social (tal como es definido el movimiento cultural surgido en Europa en los años ochenta). Básicamente, no se juegan por nada. Prefieren esperar a que ellas tomen una decisión, si es que ellas quieren, si es que ellas tienen alguna.

2) Según una amiga: lo carnal aquí es sinónimo de bajeza, porque ligado a un costado más primitivo del ser humano, mientras que la seducción forma parte de un plano más intelectual (alma máter de los parisinos), y por ello superior. Razón por la cual hacen durar lo más posible ese momento.

¿Por qué las parisinas no engordan?

La escena es alrededor de una mesa, en el comedor de una empresa. Los pepinos españoles son, todavía por esas horas, culpables de las muertes en Alemania. El de al lado está comiendo pepinos. La charla se impone. Y deriva, minutos después, en qué contienen, de forma más general, los alimentos que se ingieren. Se abordan temas como los naturistas, los veggies, aquellos a quienes les apena que los animales sufran y aquellos radicalmente carnívoros.

Las miradas se dispersan, pero hacia todos lados se nota lo mismo: las bandejas de las parisinas están repletas. Ensalada de entrada, plato principal con acompañamiento, queso, mini baguette y postre (dulce, yogurt -que lo consumen aquí como un postre- y/o fruta). Y así vuelve esa pregunta recurrente (sobre todo teniendo en cuenta que la imagen generalizada de la porteña de oficina, al mediodía, es el yogurt descremado y la fruta): ¿por qué no engordan las parisinas? Se las ve comer de todo -incluidos los croissants de la mañana y la mitad de esa baguette que compran a la tarde camino a sus casas-, no parecen fanatizadas con el gimnasio ni obsesionadas con el cuerpo y, sin embargo, mantienen la línea. ¿No comen de noche? ¿Es algo genético? ¿Qué onda?

Aquí van algunas razones. Una mezcla de las opiniones de los comensales de ese día, los testimonios de algunas parisinas y las afirmaciones de la directora de la filial estadounidense de los champagnes Veuve Clicquot, Mireille Guiliano, una francesa radicada en Estados Unidos que escribió el libro “Las francesas no engordan: los secretos de comer por placer”. Fue traducido en 37 idiomas, best seller en el mundo y número uno en la lista del New York Times Bestsellers.

1. Los horarios. Las parisinas no “pican” entre las comidas. Son estructuradas, y por ello comen en el horario de la comida. La cultura de tres comidas diarias (no ingieren nada a la hora del té) está muy anclada en la cultura francesa. Un “pain au chocolat” o un croissant a la mañana, si, pero luego nada hasta el mediodía. No se tientan: comen cuando tienen que comer. En verano, de hecho, los días son largos y no se hace de noche hasta pasadas las 22h. Ellas pueden comer alrededor de las 20h30, sin importarles que el rayo de sol les pegue en la frente o en el ojo, porque es la hora en la que acostumbran hacerlo.

2. La cultura de invitar a comer. A las parisinas les gusta recibir invitados a comer en sus casas y asocian la cocina a ese momento de placer. Consumen algunos platos más preparados, industriales, pero por lo general cocinan, lo que implica saber qué contiene cada preparación. Van al mercado y eligen los productos.

3. No a las dietas radicales. Las parisinas no se embarcan en privaciones radicales cuando quieren bajar esos tres o cuatro kilos de más. Nada de dietas de la sopa o de sólo proteínas. Por eso tampoco nunca pierden el control frente a la comida.

4. Calidad y cantidad. Comen un poco pero de todo. Las porciones son más reducidas pero hay mayor variedad en el menú. En una comida habrá varios platos más chicos en vez de un sólo plato principal gigante. Esas pequeñas porciones típicas de la comida francesa que muchos extranjeros critican son en realidad una costumbre incluso puertas adentro.

5. Comer es comer. El momento del almuerzo es eso: un momento. Nada de TV ni teléfono ni trabajo frente a la computadora. Se toman una hora para ir a comer, siempre.

6. Caminar. En París los transportes públicos se utilizan todo el tiempo y para todo, lo que también implica caminar o tomar una bici cuando el tiempo está más lindo. Nada de ir en auto de puerta en puerta. Poco delivery. Poca costumbre de que el supermercado envíe las compras. La parisina hace de todo: con los tacos del día de trabajo pasa por el super, sale cargada y camina con las bolsas hasta su casa.

Según estadísticas de 2009, casi el 32% de los franceses tiene sobrepeso. A las parisinas no se les nota. Están siempre bastante radiantes.

La noche de París

El cantinero/doorman del Connétable, el bar del Marais abierto hasta las 4am

 

Hay un momento crucial de la noche de París: la 1h30 am. Porque todo, en París, son horarios. Y, en fines de semana, esa es la hora en la que uno tiene que cambiar de lugar si quiere seguir con la diversión nocturna, ya que los bares cierran a las 2am. Pero conseguir un taxi no es tan fácil (o sea, desmotivante), pasar de la rive droite (arriba del Sena) a la rive gauche es cambiar radicalmente de dinámica (del rock al fancy algo aburrido, de la remera a la camisa), y evitar el monopolio nocturno de La clique (dueños del Baron, hotel Amour y otros) es casi imposible.

Coco y sus amigos salieron el viernes pasado. Fueron a comer tacos a La Candelaria, que abrió hace poco. Es chiquito (hay sólo una mesa de madera, o la barra), tiene esa dinámica de “comida de paso” bastante canchera, un servicio non-stop de 12h a 23h/00h incluso durante la semana (atípico en París, donde muchas cocinas cierran después de las 14h30 y después de las 22h30) y empleados y dueños (mexicanos y colombianos) buena onda. Es rico (aunque al día siguiente los tres amigos estaban plegados en la cama, intoxicados, quizás hubo algo en mal estado, ese día particular, y no viene al caso).

Volviendo a la noche. La taquería tiene una puerta al fondo. Uno termina el taco y planea ir a lavarse las manos pero la puerta da en realidad paso a un cocktail bar con pinta de clandestino ya sólo por ese acceso. Ahí estaban los tres amigos tomando ricos tragos a base de tequila. Aunque la música era el sonido de las voces: los bares en París en general NO tienen música. Uno se ríe, se divierte y conoce gente, habla con uno y con otro, pero sin música: por ende, una dinámica bastante acartonada que además termina a las 2am.

Ahí es cuando empieza el problema. Si uno quiere prolongar la diversión nocturna, ese es el momento para tomar una decisión drástica. Quedarse en el barrio de la taquería implica ir al Connétable, el único bar abierto hasta las 4am. Está bueno (siempre sin música, por los vecinos) pero a veces uno quiere cambiar. Cambiar de barrio implica conseguir un taxi para salir de la zona (o dos taxis si en el grupo hay más de cuatro personas). Tarea difícil.

Si el taxi se consigue, algunas opciones son:

1. Quedarse de ese lado del Sena y conservar una dinámica algo más rock: Chez Moune, un cabaret subterráneo en Pigalle (zona roja de París) inaugurado en 1936 y desde el 2008 regenteado por la gente de La Clique, y La Fidelité, un restaurant-salón gigante con arañas y columnas y con una bodega subterránea reambientada como mini-boîte, también de ese monopolio nocturno.

2. Cruzar el Sena, cambiar la dinámica rock-amiguera-remera-cool por algo más sofisticado: el bar de cocktails Curio Parlor, con música abajo y abierto hasta las 4am, y Le Montana (mismos dueños que Le Baron), en los alrededores de Saint-Germain. Pequeña producción necesaria para poder entrar.

3. Ir hacia los alrededores del Louvre, de nuevo cambiando la dinámica: ChaCha club (uno piensa que está bueno, porque el piso tiene alfombra y es del dueño del restaurant Hotel du Nord, pero nunca es muy divertido), Le Tigre (un antiguo cabaret reconvertido en boîte de noche, bastante barroco) y el Scopitone (salón subterráneo, a veces con conciertos, ex Paris-Paris).

4. Intentar divertirse en la zona denominada “el triángulo de oro”, lo más vip de París: Chez Raspoutine, un cabaret ruso super de moda en este momento (en donde se puede bailar hasta las 5am), el clásico Le Baron y Chez Régine, una boîte menos pretenciosa de los años 70 aunque con espejos en el techo, columnas doradas y pista translúcida.

Lo mejor, claro, es una fiesta de amigos en una casa. De esas donde la 1h30 pasa desapercibida porque están todos bailando. Aunque no pasa tan seguido: poco espacio, poca iniciativa. Los tres amigos, ellos, terminaron en el Connétable.

Bar Le Progrès, siempre lleno pero hasta las 2am

Levante discreto en los bares parisinos (con direcciones)

El grupo The Drums, en un concierto en París en el 2010

 

Los bares están muy anclados en la cultura nocturna parisina. Aquí los frecuentan a partir de las 18h/19h, a la salida del trabajo y hora del aperitivo. Menos amantes de la “rotation” que los porteños (que son más de ir de bar en bar), los parisinos suelen quedarse de corrido en un mismo lugar hasta el cierre, a las 2am. Es un momento de risa entre amigos. Y, a veces también, de “levante” discreto.

Los parisinos hablan con sus amigos pero observan a los de al lado. Es incluso un tema de postura: en los bares se sientan pegados y mirando hacia la calle. Y no es fácil detectar si lo están mirando a uno por descuido, por simple curiosidad o por algo más. A veces, todo queda en miradas. Otras, se animan y se acercan a hablar, aunque cuando ya están algo más distendidos.

Por estas razones, los bares en París son grandes concentradores de energía. Los más clásicos son aquellos donde se puede tomar una copa de vino o una cerveza, con mesas pegadas unas a otras, adentro o sobre la vereda. La variante a ello, menos francesa pero cada vez más frecuente, son los cocktail bars, aunque generalmente en salones más refinados (literalmente: más elegantes pero menos naturales). Y, por último, la mejor de las fórmulas: los bares con algo de música, para “tirar unos pasos” (de baile y de levante) antes de irse a dormir. Aquí algunas sugerencias.

– Le Pompon. Antiguamente una sinagoga, es un ambiente “new rockabilly”. Estilo The Drums, el grupo de música. Tiene unos aires neoyorquinos y un sótano abajo para bailar. Queda además bastante cerca de Chez Jeannette (también para tomar algo) y Le Mauri7 (un poco más trash).

Sans Souci. Era un antro de Pigalle pero desde hace algunos meses se puso de moda. Sigue con la misma decoración super modesta pero es cool. Como es en el barrio rojo de París, no hay problema con el ruido y están todos afuera tomando sus tragos. A veces alguien pasa música y, otras, es el búnker de alguna revista que festeja algo. A una cuadra están el Mansart (con un patio interno) y Carmen (menos rock, en un edificio clasificado como monumento histórico). Además están todos al lado de Chez Moune y Bus Palladium, para ir a bailar cuando los bares cierran.

Le Progrès (el de rue de Bretagne). Está siempre lleno, sobre todo los fines de semana. Está de moda pero conserva la dinámica super barrial de sus inicios.

Le Point Ephémère. Es originalmente un centro artístico. Conciertos de un lado, y restaurant-bar-pista de baile en el espacio de al lado. Todo frente a un canal.

Pop in. Es un bar muy muy chico y siempre lleno de gente. Ambiente más rock que en el resto de los bares y con música.

Hemingway Bar y Ritz Bar. Dos de los bares del hotel Ritz, el primero es el clásico con tragos increíbles (dicen que allí hacen el mejor Dry Martini) aunque con precios imposibles. Para los más exigentes..

Mi vecino el parisino

El parisino deja mensajes pegados en la entrada o en el ascensor avisando a sus vecinos que hará una fiesta

 

Paz llega a la casa con seis amigos. Está muy contenta. Unas amigas argentinas que viven en Barcelona vinieron a visitarla a París y las juntó con otros amigos argentinos que viven en esta ciudad y que forman parte de su núcleo fuerte de amistades. Es la una y media de la mañana de un viernes, los bares en París empiezan a cerrar (a las dos se termina casi todo y sólo quedan abiertas las discotecas) y el grupo de amigos decide tomar un último trago en esa casa.

Suben los dos pisos por escalera, hablando unos con otros. De nuevo: es viernes, una y media de la mañana. Todo es alegría hasta que, de repente, la vecina de arriba baja los escalones al galope. Está un poco descubierta, ni se imaginaba que se encontraría con seis personas (alegres) al bajar. Se empieza a quejar. La reta a Paz por haber dejado la música fuerte mientras no estaba. Gesticula como si estuviera gritando, pero está susurrando. Está enojada por el ruido, ella tiene que prepararse para un “concurso” (algún examen para un puesto de trabajo, seguramente) y no puede dormir con ese ruido.

El grupo de amigos entra en la casa mientras Paz se queda discutiendo. Las tres argentinas no entienden el enojo de la vecina: viven en Barcelona, el griterío intramuros es más tolerado. Y es viernes. Para los tres argentinos que viven en París, la escena es bastante típica: en toda fiesta o reunión es frecuente que algún vecino se venga a quejar. Y este enfrentamiento vecinal es una nueva ocasión para poner en relevancia la “mala onda” de los parisinos. “Es viernes, buscate una vida”, opina uno en español.

Los vecinos en París son super discretos. Lo positivo es que los ruidos que salen de las casas disminuyen automáticamente a partir de las 21h y casi que desaparecen mágicamente después de medianoche. Pero muchas veces ni se conocen (salvo por este tipo de altercado), y pueden ser terriblemente herméticos puertas adentro (los edificios de departamentos chicos no tienen siquiera un portero o encargado con quien quedarse charlando).

Conscientes de este anonimato reinante, una vez al año (este viernes 27 de mayo, por ejemplo) los parisinos festejan el día del vecino: se juntan todos en el patio interno del edificio (si tienen uno), cada uno lleva algo para comer y para tomar y aprovechan para conocerse. Claro que también pasa que las experiencias son buenas y los vecinos terminan invitándose a comer unos y otros a las respectivas casas.

Cuando uno no tiene esa suerte, y para evitar o retrasar la llegada de un mal momento, hay que seguir las reglas: cuando alguien en el edificio hace una fiesta, debe pegar mini avisos en la entrada, en la pared o en el ascensor para prevenir del posible ruido y para justificar ese ruido con un “cumplo 30”, “me recibo” o lo que fuera. Ese preaviso opera en la cabeza del parisino como un regulador de tolerancia. La gradúa. Y es mejor que tomarlo desprevenido. Lo espontáneo no funciona muy bien en estos intercambios sociales parisinos.

 

 

67 millones de visitantes por año en los museos de París

Visitantes alrededor de una obra de Jeff Koons, en el castillo de Versailles, a fines del 2008

En el sobre que envió el Centre Pompidou con la invitación a la exposición Paris-Delhi-Bombay, que inauguró el miércoles, llegaron dos cartones (algunos recibieron uno solo, otros recibieron los dos). El primero era una invitación para el domingo a la tarde, seguida de un apéro-dinatoire (no es tan formal como una cena con mesas, y con comida formato canapé/finger-foods -todo se come con las manos, sin necesidad de platos-, pero es un evento más largo y más abundante en comida que un aperitivo). Supuestamente era el vernissage (inauguración) destinado a la cincuentena de artistas que participaron de la exposición, a los invitados de esos artistas, a todos los que habían participado en la organización de la exhibición, y a lo más alto en el mundo de la cultura francesa, como el ministro de Cultura Frédéric Mitterrand. Reunió al menos unas 300 personas.

El segundo cartón era la invitación al vernissage del martes, día en el que el Pompidou cierra sus puertas al público. Esta vez, la sala del sexto piso reunía a todo el resto de personas que por alguna u otra razón es invitado a una inauguración como esta (pertenece al mundo de la cultura, es de prensa o tiene algún amigo que trabaja o que expone en el Pompidou). De nuevo, al menos 300 invitados. Lo mismo en el Museo de Artes Decorativos, al lado del Louvre, para el vernissage de la colección de autos de Ralph Lauren: hubo dos inauguraciones. Una, seguida (y sólo para algunos) de un apéro-dinatoire, y otra, de una comida.

Esta práctica de inaugurar dos veces una muestra, frecuente en los grandes museos -sobre todo cuando se presentan muestras importantes-, pone de manifiesto la cantidad de gente relacionada al mundo de la cultura que hay en París y lo monumental de las exposiciones.

La multitud que mueve el arte en París también se evidencia al mirar la cantidad de visitantes (turistas y locales) que se acercan a los museos: más de 67 millones por año. De los 130 museos que hay en París, los más visitados son el Louvre (más de ocho millones de entradas vendidas por año), el Pompidou (más de 3,5 millones), el Museo d´Orsay (más de 3 millones) y el Museo Nacional de Historia Natural (más de 1,6 millones).

Millones de razones, también, para que los museos se organicen y hagan entrar la mayor cantidad de gente posible: los visitantes pueden comprar entradas anticipadas que evitan hacer las largas filas (a veces, de hasta dos horas) o que dan un horario específico para ir a ver la muestra. El ejemplo es la exposición “Manet, inventor de lo moderno” que actualmente se exhibe en el Museo d´Orsay. En un mes y medio, la muestra recibió más de 213.000 visitantes. Este interés explosivo obligó a los organizadores a prolongarla hasta el 17 de julio y a abrir, durante esa última semana, visitas nocturnas hasta las 21h45. El curador, Stéphane Guégan, estima que irán otras 500.000 personas más (o sea, más de 700.000 en tres meses y 10 días), aunque dice que es difícil llegar a ese número por las restricciones impuestas por las normas de seguridad.

En el museo hay una primera espera afuera, para entrar al edificio, y una segunda fila adentro, para ver la exposición. Uno de los empleados encargado de la seguridad llegó a gritar: “Vamos, avancen”. Tanta gente lo debe haber confundido, y olvidó por un minuto que estaba en un museo.

 

 

 

 

Los romances de los políticos y las periodistas

DSK y Anne Sinclair, su mujer, en una foto del diario Le Figaro

En Francia, los matrimonios y romances entre hombres políticos y mujeres periodistas (sobre todo aquellas que cubren la actualidad política francesa) son muy frecuentes. Y esta especie de “endogamia” -según la calificación de la subeditora del diario Rue89, Blandine Grosjean- explica, en parte, por qué los periodistas franceses no se inmiscuyen en la vida privada de los políticos. Y por qué no lo hicieron, en consecuencia, ante la sabida conducta repetitiva de Dominique Strauss-Kahn (DSK) con las mujeres.

En 1989, DSK, entonces presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional francesa, es entrevistado en un estudio de grabación por dos periodistas. Entre ellos, Anne Sinclair, periodista estrella en los años 90 y muy popular en Francia. Es amor a primera vista. Se casan dos años más tarde. DSK ya tenía cuatro hijos (de dos matrimonios anteriores) y Anne Sinclair, dos más. En 1997, cuando DSK es nombrado ministro de Economía, Anne Sinclair decide abandonar su programa de televisión para evitar un conflicto de intereses. Dirige el departamento de Internet del canal de TV TF1 (el más visto) durante cuatro años, trabaja en dos de las radios francesas más importantes y, en 2007, deja todo y lo sigue a Washington cuando DSK es nombrado a la cabeza del FMI. Hasta ahora tenia un blog que alimentaba desde el otro lado del Atlántico.

Anne Sinclair y DSK no son originales. Isabelle Juppé trabajaba en la sección política del diario católico La Croix antes de abandonar todo por Alain Juppé, actual ministro de Relaciones Exteriores y Europeas. El canal i-Télé decidió levantar el programa político que conducía Audrey Pulvar luego de que su pareja, Arnaud Montebourg, se presentara como candidato de las primarias del Partido Socialista. La revista Paris Match retiró de la sección Política a su periodista Valérie Trierweiler por estar en pareja con otro posible candidato socialista, François Hollande (ex de Ségolène Royal). El mismísimo presidente francés se consoló en los brazos de la periodista Anne Fulda luego de su primera separación de Cecilia, entre 2005 y 2006. Fulda cubría el partido UMP, en ese entonces presidido por Nicolas Sarkozy, para el diario Le Figaro.

“Hay dos cosas. Por un lado, una ley (artículo 9 del Código Civil) muy estricta que prohíbe hablar de la vida privada de las personas, bajo pena de una multa muy fuerte, a menos de que haya primero una denuncia pública que abra el juego. La ley presupone que los periodistas no pueden hacer el trabajo de la Justicia. Por el otro, los medios somos particularmente tolerantes con los políticos, frecuentemente muy seductores, porque muchos están casados o conviven con mujeres periodistas. Es como si los políticos y los artistas se desarrollaran en un mundo diferente. Hay decenas de ministros y líderes políticos de derecha y de izquierda que actualmente viven con periodistas. Comparten el mismo mundo sentimental, pero no por eso debemos comentarlo. Anne Sinclair, por ejemplo, es amiga de muchos directores de medios de comunicación. Es querida y respetada en las redacciones. Nadie tiene ganas de comentar sobre su vida privada y la de su marido”, desarrolla para este blog la subeditora del diarioRue89.

La ley tiene, claro, zonas grises sobre qué hacer cuando una información es de interés público o cuando es legítimo que el público esté al tanto. Sobre ello, Blandine Grosjean agrega: “En Francia hay un contrato entre los políticos y sus electores, pero no de matrimonio. No somos protestantes. La vida sexual no tiene nada que ver con la vida intelectual o política. Un político puede ser leal con su electorado y engañar a su mujer. Su vida privada no nos interesa“.

La seducción entre el hombre de poder y la mujer del cuarto poder no funciona, sin embargo, al revés. Al menos no en Francia.

 

Notas relacionadas:

– Para los franceses, hubo una conspiración, por Luisa Corradini (corresponsal del diario en Francia)

– Un político brillante con un talón de Aquilés: las mujeres, por Luisa Corradini

 

DSK, un “chimpancé en celo”

La portada online del diario francés Le Monde

Año 2002. El departamento estaba vacío. Había solo una televisión y un grabador. La periodista recolectaba testimonios sobre los grandes errores en la vida de algunas personalidades. El entrevistado era Dominique Strauss-Kahn (DSK). DSK le pidió que se tomaran de la mano: así le era más fácil responder a las preguntas. La mano pasó a ser el cuerpo. La periodista desistió. DSK insistió. Hubo una pequeña lucha. La periodista logró escapar. Tenía 22 años en aquella época, y había logrado entrevistarlo porque era el padre de su mejor amiga. En 2007 relató este episodio en un programa de televisión. Se escuchó un “bip” cuando Tristane Banon pronunció el nombre del supuesto atacante, al que calificó de “chimpancé en celo”. Un año más tarde se supo que hablaba de DSK.

Si bien los hechos que hoy se le imputan a DSK todavía deben comprobarse, no es la primera vez que el hasta ahora director del FMI protagoniza un escándalo sexual. De allí que, por estas horas, dos temas se analizan en la prensa francesa.

1. Si existía un comportamiento repetitivo de DSK, y conocido por los periodistas franceses, entonces ¿por qué esos periodistas nunca investigaron su vida privada? Para la periodista del NYTimes Elaine Sciolino (quien dirigió la oficina de ese periódico en París), DSK nunca hubiera llegado a la cabeza de un organismo como el FMI de haber sido estadounidense. Entrevistada por el diario francés Le Monde, explica que en Estados Unidos los periodistas se hubieran lanzado en investigaciones extensas sobre ese carácter de seductor, y a veces brutal, que desde hace años se le atribuye a DSK. No es tanto el costado amarillista lo que interesa, sino el de averiguar si se trata de una actitud repetitiva. Sciolino explica que, para los estadounidenses, un hombre político tiene un contrato con su familia, con su mujer y con sus electores. Si le es infiel a su mujer, ¿cómo pueden los electores estar seguros de que respetará el contrato que tiene con ellos?

Investigar sobre la vida privada de los políticos simplemente no entra dentro de las costumbres periodísticas francesas. Además del caso de François Mitterrand, está el de la pareja Ségolène Royal-François Hollande. Durante la campaña presidencial del 2007, Royal era la candidata principal del socialismo y se mostraban juntos. Sin embargo, ningún periodista comentó que se estaban separando. Lo mismo sobre Nicolas Sarkozy, que se divorciaría de Cécilia justo después de ganar las elecciones presidenciales.

Para Rue89, los medios franceses no encontraron todavía la manera de tratar estos temas: no puede haber una regla absoluta, cada medio debe definir sus reglas. La lección del caso DSK, para este diario, es que la protección de la vida privada no debe servir de pretexto para esconder la personalidad de los políticos que se candidatean para dirigir un país.

2. Respetar la presunción de inocencia es el otro tema que se discute por estas horas en los medios franceses. Las imágenes de DSK saliendo de una comisaría custodiado por dos agentes y con las manos esposadas es para muchos privarlo de la presunción de inocencia: las fotos son una condena en sí mismas, en un caso en el que los cargos imputados todavía no han sido probados. En Francia, a diferencia de Estados Unidos, la ley sobre la presunción de inocencia prohíbe la difusión de imágenes de este tipo porque dañan la dignidad de la persona acusada.

Es incluso una de las tres consignas del gobierno de Nicolas Sarkozy (las otras dos son no decir nada y no retomar el tema de la humillación que este asunto representa para Francia), pese a que algunos diputados ya hicieron declaraciones en contra de DSK.

Para algunos de la derecha, la casi segura salida de DSK le abre el juego a los centristas. Para otros, refuerza la candidatura de François Hollande. Según el diario económico Les Echos, si bien este nuevo escenario parece favorecer al presidente francés (ya que DSK era el favorito para vencerlo en las encuestas), la realidad está más matizada: el disgusto llega muy temprano en la carrera hacia la presidencia y abre el juego para nuevos candidatos.

 

Notas relacionadas:

– Una ausencia que amenaza la fortaleza de Europa y del euro, por Luisa Corradini (corresponsal del diario en Francia)

Un político brillante con un talón de Aquilés: las mujeres, por Luisa Corradini

Sarkozy, con un inesperado regalo de campaña, por Luisa Corradini

DSK en un asado dominguero franco-argentino

DSK en Davos en enero del 2010. Copyright: World Economic Forum (Photo by Sebastian Derungs)

La primera reacción del argie es la suspicacia. Y el que vive en París no la pierde. La empleada del Sofitel de New York entró a limpiar el cuarto en el que se alojaba Dominique Strauss-Kahn (DSK). En algunos medios se dijo que era una argentina. DSK se estaba bañando. Salió, la vio, la agarró por atrás, la obligó a entrar en el baño, la atacó sexualmente.

Mentalidad argie: la primera observación que esta actualidad despertó en un asado dominguero y franco-argentino fue “¿cómo es posible que una empleada entre en el cuarto de un hotel tan exclusivo (la noche cuesta 400 dólares en una habitación simple pero hay cuartos de hasta 60m2) sin darse cuenta de que alguien se está bañando, o que no se vaya cuando escucha que alguien se está bañando, o que entre tan fácilmente a limpiar mientras adentro está el director del FMI?” Y enseguida la afirmación de lo más contundente: “Al tipo le hicieron una cama”.

Los franceses que estaban en el asado (para quienes la carne se sacó de la parrilla “wanna be” antes de tiempo, cuando todavía estaba cruda en el medio) prefirieron hablar directamente del golpe que este escándalo representaba para el partido socialista (PS) en vista a las elecciones presidenciales francesas del 2012: DSK es, al menos hasta hoy, el candidato socialista preferido en las encuestas. Y las elecciones primarias para elegir al candidato que representará al PS en las presidenciales es en menos de dos meses.

Los franceses siempre se destacaron por ser terriblemente discretos sobre la vida privada de sus políticos. El caso emblemático es el de François Mitterrand. El presidente socialista francés (1981-1995), respetado y amado por la mayoría de los franceses, tuvo una doble vida, al punto tal de tener una hija extramatrimonial en 1974. Mitterrand y su entorno lograron mantener el manto de silencio incluso durante su larga presidencia. Los medios nunca hablaron de ello. Y la primera foto de Mazarine, su hija, apareció recién en 1994, cuando ella ya tenía 20 años. Mazarine y su madre Anne Pingeot son uno de los secretos mejor guardados de esta República.

Cómo trataron, a pocas horas de ocurrido, el escándalo de DSK es una una muestra de que todavía algo queda de esa discreción en la prensa francesa actual. Al menos de que sea porque están muy en shock como para dar rienda suelta al periodismo sensacionalista que podría dispararse alrededor.

Los medios de aquí se preocupan por estas horas por cómo esta revelación, de ser cierta, transformará el escenario político francés, a menos de dos meses de que el PS elija quien lo representará en las elecciones para presidente. DSK era hasta hoy el favorito de un partido que tenía dificultades en posicionar firmemente a un líder con buenas probabilidades electorales. Ya se había presentado entre los socialistas en el 2006 y le había ido mal (sólo lo apoyó el 20% de los miembros). Pero su carrera al frente del FMI lo mantuvo lejos de las batallas internas de los socialistas y lo propulsó como personaje exterior que aparece en público rodeado por Barack Obama y Dmitri Medvedev. Su imagen mejoró hasta convertirse en el preferido.

No es sin embargo la primera vez que DSK, calificado como un gran seductor, es el protagonista de un escándalo sexual. Reconoció públicamente una infidelidad en el 2007, y algunos libros relatan historias, aunque sin nombrarlo directamente, de un político obsesionado por el sexo y cliente asiduo de clubes de intercambio de parejas. El diario francés Rue89 afirma que esta reputación nunca perjudicó su carrera política. Y recuerda que sólo en el 2007, cuando fue nombrado en el FMI, un periodista de Libération escribió: “el único verdadero problema de DSK es su relación con las mujeres. Insistente, roza muchas veces el acoso. Un defecto conocido entre los periodistas, pero de lo que nadie habla (estamos en Francia)”.

 

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