Vacaciones de verano en París

Domingo estival (no por las temperaturas pero sí por la poca gente)

 

Algunos barrios de París están vacíos en estos días, lo que está bastante bueno. Hay menos autos, menos tránsito, menos ruido. La mayoría de los parisinos se va de vacaciones entre el 15 de julio y el 15 de agosto. Fines de agosto incluso. En la época de vacaciones escolares, en la temporada alta europea, cuando las playas están atestadas de gente en Bretaña, en Biarritz, en la Costa Azul o en Córcega por ejemplo.

La legislación laboral francesa estipula cinco semanas de vacaciones. Es un derecho que los franceses adquirieron en los años 80, con la vuelta del socialismo al poder (con François Mitterrand). En los años 30 tenían sólo 15 días de vacaciones remuneradas. Por suerte para ellos, el tiempo de descanso fue creciendo. Francia es así el cuarto país más generoso en cantidad de vacaciones para los trabajadores (36 días) después de Finlandia (39 días), Austria (38 días) y Grecia (37 días).

Ello, claro, para quienes están integrados de manera fija en una empresa, es decir aquellos con un contrato que aquí llaman CDI (contrato de duración indeterminada), un estatus al que muchos franceses aspiran justamente para tener la seguridad y la protección que ofrece la ley laboral francesa (por ejemplo: 16 semanas prolongables a 19 para las licencias por maternidad, y hasta 29 semanas para las que ya tienen dos hijos).

El resto, es decir los que trabajan en una dinámica de “freelance”, los liberales que no dependen de la empresa de otro, o los que trabajan con un CDD (un contrato de duración determinada, por ejemplo reemplazando a quien se fue de vacaciones), y cuya condición laboral es calificada de “precaria” aquí aunque sólo por el hecho de no tener un trabajo fijo (y no beneficiarse de esas condiciones laborales), se va de vacaciones cuando puede. En general, en junio o en septiembre. Cuando los días siguen siendo lindos y soleados, cuando hay menos gente en las playas y cuando ya no es temporada alta.

Este es por ello un buen momento para visitar la ciudad. Los barrios más turísticos, como Montmartre o Ile Saint Louis, siguen muy frecuentados. También algunas exposiciones, como la de Stanley Kubrick en la Cinemateca Francesa, donde ayer domingo había fila de 15 minutos para entrar. Pero el resto de París está bastante tranquilo. Y lindo para caminar o “bicicletear”. Sólo esperando que haga un poco más de calor. Después de un mayo agobiante y de un junio lluvioso, julio no supera muy frecuentemente los 20 grados. De paso, se confirma la teoría: el problema del clima parisino no es sólo su intenso frío. Es, sobre todo, su corta época de calor.

París click: fotos de backstage

En los desfiles, los fotógrafos son protagonistas

En París, la moda se impone como actualidad. Y más allá de la información, las imágenes pueden ser de lo más interesante. Aquí van algunas (también de otros encuentros sociales) que en su momento quedaron afuera o que fueron sacadas antes de comenzar con este blog. Siempre estilo amateur pero para que paseen un poco por los “rendez-vous” parisinos.

El final del desfile de Kenzo by Antonio Marras (2010)

 

Post show Louis Vuitton (2010)

 

 

Maleta antigua de Louis Vuitton (exposición Musée Carnavalet 2011)

 

Carine Roitfeld (todavía era directora de Vogue Francia) saluda a MJ después del desfile

 

El universo ecuestre de Hermès (durante el Saut Hermès organizado en el Grand Palais)

 

Dos de los mejores jinetes del mundo en la copa Hermès

 

Jardín interno de los ateliers de Kenzo en la rue Vivienne

 

Algunos de la serie Mad Men junto a su creador durante una presentación en París

 

Foto robada de Ralph Lauren y su mujer (por eso mal enmarcada) cuando vinieron a presentar la expo de autos

 

Lindsay Lohan (Kenzo show)

Carmen Kaas (LV show)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Anish Kapoor, o la inmensidad del arte en París

Por cuarta vez el Grand Palais organizó “Monumenta, la exposición en la que invita a un artista contemporáneo de renombre internacional a crear una obra inédita que ocupe el espacio central (y monumental) del edificio: 13.500 m2 y 35 metros de alto. Por allí pasaron el alemán Anselm Kiefer en 2007, el estadounidense Richard Serra y el francés Christian Boltanski en 2010 (no hubo edición en 2009). Este año fue el turno del artista indio Anish Kapoor (nació en Bombay pero vive y trabaja en Londres desde los setentas).

En este blog generalmente se escribe poco sobre exposiciones para evitar informaciones meramente turísticas. Pero la instalación de Kapoor fue visitada por más de 277.000 personas en cinco semanas (85% más que la última edición, casi 7000 por día) y la inmensidad de su propuesta merece un post: pocos lugares en el mundo pueden darse el lujo de instalar, en el medio de un museo, una estructura de membrana textil (PVC, Policloruro de Vinilo), inflada desde adentro (aire insuflado), en forma de bolas gigantes interconectadas entre ellas, con un peso de 10.701 kg y 72.000 m3. La instalación necesitó de 50 hombres durante una semana. Y se pudo visitar por dentro y por fuera.

Una proeza técnica sobre la cual Kapoor no quiso develar mucho más. Algunos creen que la instalación debe haber costado unos 6.000.000 de euros.., pero nadie informó la cifra exacta.

La obra se llama Leviathan, en referencia al monstruo acuático pero también al libro de Thomas Hobbes en donde la bestia es una metáfora del Estado todopoderoso.

Aquí planean una próxima exposición de Kapoor en la que el artista ganador del Turner Prize (mayor recompensa para el arte contemporáneo en Gran Bretaña) presentará la “muerte del monstruo”. Será en el Palais de Tokyo. Este Leviathan debería ir luego hacia América del Sur, donde será instalado, según dicen, en un edificio construido por un gran arquitecto europeo. El magazine Beaux Arts adelantó el nombre de Norman Foster, pero nada fue confirmado.

La próxima edición de Monumenta estará a cargo del escultor Daniel Buren.

 

 

En busca del parisino caballero

 

No sostienen la puerta para que pase la mujer, no la dejan pasar antes si hay espacio sólo para uno, y la obligan a bajar a la calle cuando la vereda es angosta. Son capaces de aprovechar que una mujer esté sosteniendo la puerta para pasar. No le dan prioridad en el ascensor. Pocas veces la ayudan cuando la ven haciendo acrobacias para cargar el cochecito de bebé (para subir o bajar las escaleras). Y es muy posible que un taxista, con total frescura, abra el baúl y se quede mirando cómo la mujer carga adentro su valija.

Las mujeres en París son superwomen: son mujeres maravilla que hacen de todo, todo el tiempo, como si el día tuviera 36 horas. Pero ese es un post para más adelante. El de hoy es sobre la actitud poco galante de los parisinos. Claro que hay excepciones: los amigos parisinos de Coco son, en su gran mayoría, muy atentos con las mujeres. Pero en el día a día, es increíblemente frecuente chocarse con actitudes masculinas que irritan. Y esas diferencias culturales se profundizan todavía más cuando una tiene amigos porteños que vienen de visita.

A los hombres parisinos, en parte, se los entiende: es también frecuente escuchar ciertas mujeres que protestan cuando un hombre les sostiene la puerta para que pasen o que aprovechan cada acto de caballerosidad para reivindicar la igualdad de género: algunas corrientes del feminismo ven a la galantería como un comportamiento sexista heredado de las sociedades patriarcales en donde el hombre es superior a la mujer. Aquí el feminismo está muy presente, y los hombres, despavoridos, ya no saben cómo comportarse. Están perdidos.

También es cierto que la dinámica hombre-mujer aquí es distinta a la porteña. La relación es más igualitaria, y las tareas se reparten: uno cocina y el otro lava los platos. Los hombres colaboran con los quehaceres de la casa. Quizás por eso después quedan cansados para sostener una puerta.

París en bici, una felicidad absoluta

Una estación de Vélib en Alma-Marceau

 

París en bicicleta es bastante mágico. Algunas razones: ni bien uno empieza a pedalear, el viento pega en la cara y uno se siente en ese París de los años cincuenta. Es una manera de hacer deporte al aire libre en una ciudad tan asfaltada. Es más rápido que caminar. Es una alternativa de transporte más refrescante que el metro (después de pasar por la etapa de “lo bien que funciona”, el metro puede ser bastante deprimente, sobre todo en verano). La ciudad se descubre de manera más personal. Hay sendas especiales, así que nada de miedo. Los más grandes (autos, camiones) no tienen más poder, así que nada de terror. Con amigos es muy divertido. De noche es un programón. Uno siente que conecta mejor con la ciudad, como si la conociera más, como si se adaptara mejor a ella. Es más ecológico. Es una gran libertad: no hay que esperar que el bus/metro/taxi llegue, y permite escapar individualmente de los tapones de tráfico.

Tener una bicicleta propia es bastante poético. Uno puede comprarse un lindo modelo holandés, de pista o de ruta y hacer de ella su único medio de transporte. Y es menos amateur que una “vélib” (esas que provee la municipalidad de París): existe un código vial tácito según el cual los conductores se ponen más impacientes con alguien en Vélib porque se lo cree un turista, cuando en realidad hay muchos parisinos que usan estas bicis. La bicicleta propia se percibe como más “profesional”.

Por suerte para los más pragmáticos que no quieren lidiar con el riesgo del robo, para los ansiosos que se aburren rápido y que a veces quieren ir pero no volver en bicicleta, para los turistas que vienen sólo por unos días y para todo aquel a quien no le importa que lo práctico vaya en detrimento de lo estético, están las vélib: 20.000 bicicletas, 1800 estaciones, una cada aproximadamente 300 metros.

Los únicos dos problemas molestos son el estado de las bicis y las estaciones más y menos utilizadas. La mayoría está bien y uno siempre las chequea antes de elegirlas (de hecho cuando uno está en grupo, y hay pocas unidades, se desespera por no quedarse con la peor, y los locales muchas veces la juegan “muzza” con los amigos que están de paso y sólo les aconsejan cuál sacar después de haberse asegurado la suya). Pero puede pasar que, a simple vista, una parece en buen estado y de repente el momento del “mal flash”: el asiento se baja inesperadamente cuando uno está en el medio del paseo. Fin de la poesía. Y pequeño susto casi mortal de esos que suben a la cabeza y hacen transpirar súbitamente. La segunda molestia es no saber exactamente dónde hay estaciones, o encontrarlas pero con todas las terminales en uso. Uno termina alejándose de su destino y ese es el momento en el que le gustaría dejar la bici tirada en cualquier lado.

Alternativa imposible: el abono de un día, una semana o un año se saca ingresando una tarjeta de crédito, y el sistema retira 150 euros de esa cuenta en caso de que la bicicleta no fuera restituida en las siguientes 24 horas. Una manera de responsabilizar al usuario en caso de pérdida o robo.

El sistema también fomenta el intercambio, y por ello todos los abonos (1,70 euros por un día, 8 euros por una semana, 29 euros por un año) permiten circular con la bicicleta por sólo 30 minutos (salvo el abono “vélib passion” que permite hasta 40 minutos). Pasado ese tiempo, habrá que cambiar de bici si uno quiere seguir andando o pagará un suplemento de 1 euro por la primera media hora suplementaria, de dos euros por la segunda media hora y de cuatro euros a partir de la tercera media hora.

Los amigos que vienen de visita nunca tienen una tarjeta de crédito con ese código de cuatro dígitos (necesario para los abonos). Uno termina sacando con su tarjeta para todos. Con mucho placer y con algo de miedo: si uno de ellos la estaciona mal, son menos 150 euros. El momento es también bastante ensordecedor cuando al unísono preguntan “¿Cómo hago? ¿Me ayudás?¿Me sacás una?” Pero son detalles. Pasear en bici con amigos es felicidad absoluta.

“Los frenchos no saben chupar” (dixit Rolando)

Escena 1. Los cuatro amigos están cansados. Es jueves, 1h30 am, y hace media hora que buscan un taxi. Están parados en una esquina y protestan. De lejos ven a uno que viene zigzageando. Está totalmente ebrio, y con un amigo algo más mesurado que le indica por dónde ir, gritándole como si fuera un perro. Los cuatro amigos siguen esperando el taxi. El borracho camina hacia el grupo. Ellos se quedan quietos. El borracho se acerca y se ubica al lado, como si fuera uno más, como si fuera gracioso (lo era bastante, de hecho). Pero cero interacción por parte del grupo. A ninguno le divierte. Como si hubieran estado esperando que el borracho se acercara para hacerle entender que no era divertido (una manera también de desahogar contra otro la bronca por no conseguir taxi). El borracho se da cuenta de esa energía, y se va. Uno del grupo lanza un “estos franceses no saben chupar”.

Escena 2. Viernes, 3 am. Coco y Rolando, un amigo que está de visita en París, van a tomar una última copa a un bar abierto hasta tarde. Un parisino que no pasaría un test de alcoholemia se les acerca a hablar. El problema no es lo que dice, porque de la fiaca ninguno de los dos amigos lo escucha después de un rato. El problema no es tampoco que hable solo, porque los dos amigos se ríen entre ellos. El problema es que no respeta la ley de proximidad, ese límite en el que la concentración todavía no es agredida por las salpicaduras de saliva o por el análisis de la cara del otro. Rolando confirma: “los frenchos no saben tomar”.

Este post (y su título) no es en referencia a la cultura alcóholica de los parisinos. No está en discusión lo mucho que algunos pueden saber sobre vinos o aperitivos, o cómo muchos integran -de manera delicada, con conocimiento y sin ningún tipo de snobismo pretencioso- el vino en sus comidas. Este post es sobre la actitud del parisino post consumo de bebidas alcohólicas. Sobre como parecen liberarse…de una manera rara.

Una posible explicación gira en torno al exceso. Si bien la cantidad de alcohol consumido en Francia bajó de 10% en estos últimos diez años (sobre todo por la disminución del consumo de vino, y posiblemente ligada a los controles de alcoholemia cada vez más intensos en Francia), este país sigue teniendo una de las cifras más altas en consumo de alcohol de la Unión Europea: casi 27 gramos de alcohol puro por día por adulto (datos del Insee). Los parisinos toman despacio, pero desde temprano. Aquí está muy establecida la costumbre de ir a tomar un aperitivo después del trabajo: uno o dos vasos de vino o de cerveza, y quizás algunos más después, durante la comida.

Pero lo más llamativo es cómo opera en los parisinos ese efecto liberador del alcohol. De repente parecería que todo vale, pero en personas que generalmente se muestran tan controladas, tan moderadas, tan discretas. Y por eso ese pase de uno a otro estado se vive de manera radical: después de la escena 2, y mientras Rolando hablaba con otros amigos, el borracho se volvió a acercar a Coco e intentó levantársela…. sacando la lengua para el costado y haciéndose el gracioso.

Street looks en el desfile de Hermès

Hermès es el show al que todos quieren asistir. Los fotógrafos y los fashionistas sin invitación se amontonan en la entrada. Miran quien sale del taxi para ver si es conocido o si al menos está bien vestido como para merecer un flash enceguecedor.

El lugar elegido para el desfile es increíble: el Cloître des Cordeliers, un convento construido en los alrededores de 1790, hoy declarado patrimonio histórico, a pasos de la iglesia de Saint Germain, sobre la rue de l´école de médecine.

La invitación es un sábado caluroso, a las 20h, aprovechando que en París todavía es de día, y los modelos desfilan al aire libre por la galería que rodea el patio principal del convento. Son espléndidos.

La playlist siempre es un plus. A cargo de Thierry Planelle desde hace más de diez años: Sacha Distel (La Belle Vie), Radio Citizen feat. Bajka (The Hop), Vacationer (The Trip), Pupkullies & Rebeca (Sorry), We Are Enfants Terribles (Filthy Love & remix The Shoes).

Además de estas razones, Hermès es LA marca porque es de las pocas francesas que no sucumbieron a la dinámica de los grupos de lujo como LVMH o Gucci PPR. Si bien una parte del capital fue comprado por LVMH, en Hermès las decisiones siguen siendo tomadas por la familia que fundó la marca y por sus allegados. Una razón para creer que lo artesanal es todavía más artesanal. Una razón para que esta marca haga soñar más que el resto.

Aquí un paseo en imágenes por el after del show Primavera-Verano 2012. Una colección inspirada en la Dolce Vita, by Véronique Nichanian, la directora artística del prêt-à-porter masculino de Hermès desde hace 20 años. Una colección, según las propias palabras de Nichanian, basada “en la liviandad, estilo vacaciones, pero con materia y una silueta decidida”. Mezcla de azules, tomate, ocre, mezcla de negros y de azules marinos, y algunos toques acidulados.

 

 

Son argentinos y estaban muy entusiasmados: Lucho Jacob y Tomás Guarracino

 

 

 

 

 

El París de Woody Allen

Carla Bruni y Owen Wilson

Coco fue a ver el film “Minuit à Paris” (Midnight in Paris) con dos amigos. Uno es francés, Coco es franco-argentina y su amiga es argentina. Hace cuatro, tres y diez años que viven en París. El francés consideró que Woody “ya está un poco viejo”. Las otras dos estaban contentas de haber elegido (por casualidad) la sala Saint André-des-Arts para ver la película. Un cine más histórico y menos pochoclero, cerca de Odeon. Una zona, de hecho, que aparece en la peli de Woody.

Para su última película, Woody Allen eligió ese París que uno imagina cuando piensa en esta ciudad pero que no frecuenta automáticamente por el hecho de vivir aquí. Ese París de los años 20 que hace soñar. Saint-Georges, place Vendôme, los alrededores de la cantinona Le Polidor (en el 6e), el Odéon de otra época y esos cuartos de hotel grandes y románticos.

Woody seguramente lo hizo adrede. Posiblemente porque sabe que, si bien París siempre es París, la ciudad no es tan glamorosa cuando uno la vive a diario. El París de los turistas o de las stars siempre es más de ensueño, porque eligen pasear sólo por aquellos lugares que disparan la fantasía.

Para cruzarse a Guillaume Canet en París, por ejemplo, uno de los actores de The Beach, de Danny Boyle, y pareja de la actriz francesa Marion Cotillard, hay que pasear por Place des Vosges. Es la segunda plaza más antigua de esta ciudad, clasificada como monumento histórico, y el precio del metro cuadrado es de 15.600 euros (a partir de..).

Para ver a Jeff Bridges, hay que acercarse hasta el lujoso hotel Le Meurice, uno de los “Palaces” de París porque supera la categoría de “cinco estrellas”, frente al jardín des Tuileries. Es allí donde se alberga. Al menos así fue la última vez, cuando vino a presentar las dos últimas películas en las que actúa (True Grit y Tron: Legacy).

Jodie Foster se instala en el Royal Monceau, el hotel de 1928 que reabrió sus puertas hace pocos meses después de una larga remodelación a cargo de Philippe Starck. Las reformas le dejaron un aire de “nuevo rico” y de pretensión, pero el lugar sigue siendo imponente.

El único algo más simple (o más trash) es Pete Doherty, el de Babyshambles y ex de Kate Moss, que vive por la rue du Roi de Sicile, en el barrio de Le Marais, y allí es donde siempre se lo ve.

Confiar en el otro, base del intercambio social parisino

Las tardes de París en primavera-verano pueden ser así

 

Los intercambios sociales parisinos están basados en la confianza. Dos ejemplos sintomáticos:

Escena 1. La película empezaba a las 19h30. Los tres amigos habían comprado las entradas una hora antes y se habían ido a pasear un poco por los alrededores del centro Pompidou y a tomar unas copas por el Marais. Un poco atrasados, volvieron a la sala de cine para cuando el film ya estaba empezando. Al momento de preparar “en mano” las entradas para presentarlas, el que las había guardado se da cuenta de que no las tiene. Las había perdido. Como sucede normalmente, esa pérdida transformó la dinámica: la “pequeña fiaca por un programa planeado” se convirtió en “ganas irrefrenables por un programa imperdible” (sobre todo por la mini corrida para llegar a tiempo). Dos de los amigos son argentinos que están de paso por París (en camino al festival de publicidad de Cannes). Pero Coco vive en París. Y se le ocurre preguntar: quizás la chica de la caja los recuerde y les reimprima las entradas. Los argentinos, incrédulos. Hasta que Coco reaparece con las tres nuevas entradas reimpresas.

No fue por buena onda. Tampoco porque tenían lugar de sobra en la sala. Fue porque la chica de la caja se acordó de ellos, y les creyó. Y los tres amigos, ellos, pudieron disfrutar del documental de Julie Bertuccelli sobre el director de cine georgiano Otar Iosseliani, quien además respondió preguntas luego de la proyección (para quienes estén en París, super recomendables las películas que están pasando en el Pompidou hasta el 9 de julio en el marco deCinéastes de notre temps: ciclo -inspirado en las entrevistas de los Cahiers du cinéma– en el que por medio de documentales se retratan a los directores de cine franceses y extranjeros contemporáneos, como John Cassavetes, Jean-Luc Godard, Takeshi Kitano, David Lynch, Michel Gondry..).

Escena 2. Tres amigos (la única presente en ambas historias es Coco) van al Grand Palais a ver la exposición de Anish Kapoor (nuevamente aquí, super recomendable). Se adelantaron y sacaron las entradas con anticipación. Saben que la fila para comprar entradas es de al menos media hora. Así que llegan y entran en el museo sin esperar. Pero, ya adentro, se dan cuenta de que hay una segunda fila para entrar en la mega instalación del artista. Al menos cincuenta personas. Al menos media hora de ir acercándose pero a paso de hormiga. Uno de los amigos se acerca y habla con uno de seguridad. Le explica que no tienen tiempo para hacer la fila (era cierto). El hombre vacila pero acepta dejarlos pasar y les evita así la espera.

Las dos historias aducidas son ciertas. Pero el punto es que podrían no haberlo sido y que, de todas formas, esos dos parisinos (la de la caja y el de seguridad) las hubieran creido. Porque, aquí, el “versero” y el “vivo” no son especímenes muy frecuentes. Y, ante esa falta, no hay tanta necesidad de desarrollar la desconfianza como medida preventiva.

Empiezan las liquidaciones en París

El salón central del exclusivo Bon Marché

Detecten lo que les gusta y preparen sus billeteras. El próximo miércoles (22 de junio) comienzan las liquidaciones en París. Una época en la que uno entiende porqué las rebajas son interesantes (ya que todo está precisamente reglamentado) y en la que se pone de manifiesto la fortaleza de la clase media parisina. Cinco semanas en las que todos tienen acceso a todo, y en las que las diferencias de poder adquisitivo se borran. Al menos temporalmente.

Victoria C. es un ejemplo de ello. En sus épocas de estudiante, a los 23 años, era “fille au pair” (cuidar a los hijos de otros a cambio de comida, vivienda y un sueldo) y vivía en un cuarto de 17m2 en el último piso del edificio. Su trabajo le dejaba menos de 500 euros por mes. Cuando defendió su tesis, y para festejar el fin de sus estudios, se compró unas sandalias plateadas de Prada que deseaba desde hacía meses: costaban 250 euros, pero durante las liquidaciones las encontró por menos de 100.

Las liquidaciones en París están rigurosamente reguladas. Son dos veces al año: en invierno (empiezan el segundo miércoles de enero) y en verano (el tercer miércoles de junio y hasta fines de julio). Cada comerciante puede además agregar dos semanas suplementarias de liquidaciones durante el año pero no consecutivas a las rebajas de invierno y de verano.

El mejor momento para ir de compras son esos primeros días (del miércoles al viernes) de liquidaciones, antes del primer fin de semana: los productos, en su gran mayoría, sólo estarán rebajados de 30% pero obviamente hay muchas más opciones. Los primeros sábado y domingo son una locura: todos se levantan muy temprano en París y van a buscar directamente eso que tenían en mente y cuyo precio esperaban que bajara para comprarlo.

En las puertas de los enormes negocios de las afueras de París, denominados “grandes surfaces” (grandes superficies) y en donde venden electrodomésticos, muebles y cosas para el hogar, la gente muchas veces hace fila desde la madrugada.

En las publicidades se deben mencionar las fechas de las “soldes” y, en el caso de que no sea sobre todos los productos, precisarlo. Sólo los artículos que están a la venta hace al menos un mes pueden ser liquidados. El stock de la mercadería cuyo precio será rebajado debe ser fijado un mes antes y no puede ser renovado durante esa época. La idea es que las boutiques no agreguen ni saquen productos de la venta durante esa fecha. Las etiquetas deben incluir el precio original, el nuevo y el porcentaje de la rebaja: en general de -30% las primeras dos semanas, de -50% las dos siguientes y de hasta -60% en los últimos días. Igual hay fraudes, como en todos lados: falsas rebajas, publicidad engañosa y liquidaciones fuera del período estipulado.

Pasaron siete años y las sandalias de Victoria C. están super usadas. Pero las guarda todavía. Dice que por amor a esas primeras Prada que pudo comprarse sola.