El París de Fernán Mirás

Con más de 160.000 m2, es el museo más grande de París y el tercero del mundo. Recibe más de 22.000 visitantes diarios

En París se maneja en metro. Le llama la atención cómo los pasajeros se empujan entre ellos cada vez que entran o salen de los vagones. Dice que, en Buenos Aires, si alguien empuja así “se agarran a piñas”. No entiende si se debe o no dejar propina. Sabe que aquí el “servicio” está incluido, pero él viene con la costumbre porteña. La comida francesa le gusta. El queso brie y las baguettes. Toma cerveza, así que el vino francés no está entre sus preferidos. “Donde comas, comés bien. Los productos tienen sabor”. La idea del encuentro era que recomendara algunos paseos parisinos. Al menos los que a él le gustan. Dice que no conoce tanto la ciudad. El París de Fernán Mirás son los museos.

Le gustan los museos. El Louvre, en particular. La primera vez que vino a París fue hace ocho años. En una semana, lo visitó tres veces. Es actor, pero estudió Artes Plásticas. El interés se mantiene vigente. Y la oferta parisina es fascinante. Puede pasar horas paseando por las salas del Renacimiento italiano. En esa oportunidad estaba de viaje con su mujer, que en ese entonces era su novia. Dicen que París es una ciudad romántica. Ella lo acompañaba a todos lados. Incluso cuando él se quedaba veinte minutos contemplando un cuadro. Incluso cuando él lloraba frente a una obra.

Esta vez, Fernán Mirás vino a París por trabajo. Dos semanas. Es su segunda vez en esta ciudad. Estuvo actuando en una de las dos obras de Daniel Veronese que se presentaron aquí, en el Théâtre de la Bastille, en el marco del Tandem París-Buenos Aires. Y durante el día tuvo el tiempo para dar unas vueltas. Se siente un turista en esta ciudad. Volvió al Louvre. Esta vez le dedicó sólo un día. Aprovechó además para visitar la casa donde Claude Monet vivió durante 43 años, en Giverny (a una hora de París), y el lugar donde Vincent Van Gogh -su pintor favorito- vivió sus últimos dos meses de vida, en Auvers sur Oise (a 30kms de París). Allí pintó más de 70 cuadros. Descubrir los paisajes que lo inspiraron y revivir, mediante las cartas que le escribió a su hermano Theo, sus últimos días antes del suicidio, fue muy emocionante. Fernán conoce todo sobre la vida de su pintor favorito.

París le parece una ciudad “bella”. Le gusta su arquitectura. Pero ama Buenos Aires. Se siente muy porteño. Esta vez, los paseos por los museos fueron más solitarios. Su mujer no estaba, y el resto de los actores no está tan enamorado como para seguirle el ritmo. Ellos también tendrán sus propios intereses a la hora de visitar esta ciudad.

El animalario de Louis Vuitton

 

De nuevo una semana de la moda en París, que acaba de terminar, y esta vez para presentar las colecciones primavera-verano 2012 (es decir, las tendencias para dentro de un año). Además de los desfiles, de los grupos de estilistas que caminan por las calles (muy identificables por sus outfits), de los showrooms que se instalan de forma transitoria para recibir las visitas de revendedores y de las modelos que inundan el paisaje parisino, la fashion week es el momento en el que se inventan todo tipo de encuentros para que la gente ligada a este universo se conecte de mil maneras distintas. Alrededor de una marca, claro, y de algunas copas.

En ese marco, y para festejar los 100 años desde que Louis Vuitton comenzó a crear lo que denomina “pequeña marroquinería” (carteras, cinturones, monederos, llaveros..), la marca contactó a la británica Billie Archilleos (vieron sus trabajos en Facebook!), que hasta ese momento sólo creaba marionetas para el teatro, y le pidió que imaginara animales y que utilizara los bolsos y accesorios de LV como materia prima. Billie examinó toda la línea de la marca -por internet y con libros de colecciones-, eligió lo que quería y en dos meses había creado los primeros 20 modelos. Contó que por suerte no era fan de la marca: no le costó cortar a gusto cada elemento utilizado. Como resultado, y en un clima de autobombo de la marca, 29 animales (perros, gallos, ranas, pájaros y gatos, entre otros), presentados en Londres, en New York y ahora en París.

Lo más interesante es que esta exposición efímera fue presentada como un “cabinet de curiosités” (en español sería un cuarto de curiosidades), como aquellos de los siglos XVI y XVII en donde se coleccionaban y se exponían todas las curiosidades y los objetos extraños que se descubrían en esas épocas de exploraciones. Y para ello LV eligió hacerlo en Deyrolle, una casa especialista en taxidermia (la técnica de disecar los animales para que parezcan vivos) fundada en 1831. Por esta maison también pasó Woody Allen el año pasado para filmar algunas escenas de Midnight in Paris.

Durante la fashion week, todo es motivo de festejo.

 

 

 

 

 

Los mozos parisinos

Los parisinos disfrutan a lo loco de este fin de septiembre inesperadamente caluroso

 

Hacía tiempo que las dos amigas no se veían. Una de ellas vino de visita a París por trabajo. Estaban contentas. Vieron una mesa sobre la vereda que se liberaba y se sentaron. Era en un bar cerca del Panteón. Llegó el mozo, pero no pudieron pedir sus dos copas de vino enseguida. Lo intentaron, pero él les comunicó que primero necesitaba sacar los vasos de quienes habían estado antes y limpiar la mesa. Sólo luego les tomaría el pedido. Y, claro, no antes de correrles la mesa tres centímetros hacia la derecha y obligarlas a reinstalarse. Los que aquí viven, enseguida explican: los perímetros legales para la instalación de mesas sobre la calle están definididos y autorizados por la Municipalidad. El no respeto de ellos conlleva a una multa. Una explicación coherente… para un francés. La sensación de rareza de ese momento se mantiene.

A los mozos parisinos no les gusta hacer dos cosas al mismo tiempo. Les gusta dejar en claro que ellos son quienes mandan. No siempre lo harán de mala manera, pero la actitud siempre parecerá hostil cuando uno viene de un lugar en donde la relación mozo-cliente es más espontánea: “Un café, jefe”, mano en alto y con el mozo que mira y asiente desde la barra, o que pregunta “¿Qué van a tomar?” en medio del ruido de platitos y tazas que se está llevando.

El mozo parisino tomará el pedido cuando él quiere. Quizá se acerque a menos de dos metros de donde uno está sentado, pero no valdrá la pena que uno magnifique las señales. Él decidirá cuando venir. Volviendo a las dos amigas, a ellas no les importaba. Seguían contentas por el reencuentro. Minutos más tarde, el mozo finalemente volvió para tomar el pedido. El lugar todavía no estaba lleno, pero él estaba acelerado. Los mozos parisinos siempre parecen apurados. No acostumbran transmitir esa calma placentera de quien está ejerciendo un métier. Y no saber qué pedir cuando se lo tiene enfrente puede ser un momento terriblemente estresante. A veces, incluso, vendrán a cobrar cuando uno le está dando el primer mordisco a su “croque monsieur”. No le importará ser un “cortamambo”. Está terminando su servicio y querrá cobrar antes de irse.

Al rato llegó un conocido de una de las amigas. Un señor de unos 70 años. Una de ellas robó una silla de otra mesa para que el señor se instalara. Así estaría más cómodo. A los dos minutos el mozo vino directamente a “retarla”. Le dijo que si quería una silla debía pedirla y no sacarla de otra mesa sin avisar. Se le desajustaba toda la organización.

Por suerte, los paseos en bici y la visita al panteón sirven para remontar ese momento. Y para encontrar la convicción cuando se le explica a una amiga que viene de Buenos Aires porqué está bueno vivir en París. Pero esa es otra historia.

La propuesta era argentina y la sala estaba llena

Queda sobre la rue de la Roquette, a siete minutos caminando de la Bastille (acá no se calcula en cuadras)

No paraban de hablar. Mientras esperaban para entrar en la sala, la señora M y su amiga K no paraban de hablar. En realidad, M era la charlatana. K, más bien, la “amiga que escucha”. Cuando abrieron las puertas de la sala de arriba del Teatro de la Bastille, se sentaron en primera fila. M le contó sobre una obra que había visto la semana pasada en el teatro del Odeón. Le habló de sus juanetes -una herencia de su padre-. Le mostró, comentando la acción, el color del esmalte que había elegido para las uñas de sus pies. Ambas de unos sesenta años, parecían amigas de larga data. La razón de esta afirmación fue el momento de los juanetes: K miró para otro lado. Era un tema trillado.

Una hora y cuarto más tarde, M y K estaban mudas. Aplaudían sin parar, pero estaban mudas. Como el resto del público que este martes acababa de asistir al estreno en París de “El desarrollo de la civilización venidera”, obra del director argentino Daniel Veronese basada en Casa de muñecas, de Henrik Ibsen.

Los actores salieron a saludar cuatro veces. Incluso ellos tardaron en “reponerse”. Recién en la segunda salida lograron sonreir. Y hubieran salido más, pero casi todos los que habían actuado debían prepararse para una segunda representación, en la sala de abajo del teatro esta vez: “Los hijos se han dormido”, del mismo director, basada en La Gaviota de Anton Tchekhov (ambas obras se dan en el marco de la iniciativa cultural Tandem París-Buenos Aires). Por suerte era en otra sala: en la de arriba algunos se quedaron sentados un buen rato. Paralizados.

La sala (para poco más de 150 personas) estaba llena. Misma situación el domingo pasado. Día de sol y de 25 grados que en París, y sobre todo a fines de septiembre, se disfrutan como un regalo. Los parisinos salen automáticamente a la calle cuando sale el sol (en sus cabezas, el buen clima obliga a salir). Pese a ello, para la función de las 18h de “Los hijos se han dormido” casi no quedaban entradas. 260 personas. Los diálogos están subtitulados, aunque a veces faltan algunas líneas. Es mucho mejor para los que entienden español. Pero el público parece encantado.

Cuando recuperaron el habla, los parisinos intentaban explicar qué es lo que los había fascinado tanto. Para todo buen francés es necesario racionalizar sus sentimientos, y ello da lugar a una larga discusión: la performance de “la chica” (en alusión a María Figueras), la de todos los actores (Carlos Portaluppi, Roly Serrano, Berta Gagliano y Mara Bestelli), la capacidad del director de ayudarlos a encontrar “eso” en ellos. Los parisinos buscaban la razón.

 

Gracias al dinero de la moda..

El espacio concebido por Zaha Hadid tiene un volumen total de 2500 m3

 

Hace algunos años, la maison Chanel le encomendó a la arquitecta Zaha Hadid, nacida en Bagdad (Irak) y convertida en ciudadana británica, un espacio para exposiciones de 600 m2. El “Mobile Art” viajó por Hong-Kong, Tokyo y New York en 2008 y 2009. A principios de ese año, en medio de la crisis económica mundial y justo cuando la casa de costura francesa se preguntaba qué haría con este espacio itinerante después de dos años de vueltas, Karl Lagerfeld recibe el llamado del presidente del Instituto del Mundo Arabe (IMA). Dominique Baudis le transmite su interés por albergar indefinidamente el pabellón. Chanel piensa, y luego no sólo acepta sino que además decide donar el espacio, ocupándose de los gastos de logística y de instalación al lado del edificio del IMA diseñado por Architecture Studio y Jean Nouvel.

Al principio pensado para ser armado y desarmado y así viajar por el mundo, este mecano gigante tuvo que adaptarse a las normas francesas: volverse más sólido, agregarle aire acondicionado y calefacción y, sobre todo, calcular su emplazamiento milimétricamente porque debajo hay un auditorio. Para estabilizar el pabellón fue necesario distribuir las cargas de modo que coincidan con los pilares de abajo. El Mobile Art inauguró fines de abril y por ahora tiene un permiso de permanencia de tres años.

La primera exposición está dedicada a la trayectoria de Zaha Hadid, distinguida con el Nobel de la arquitectura (el Pritzker Prize) en 2004 y elegida como una de las mujeres más influyentes del mundo por la revista Time en 2010. Se pueden ver maquetas, imágenes y videos de sus proyectos y obras construidas, como el Performing Arts Center de Abu Dhabi o el estudio para una hipotética estación de tren. Lo increíble es que esas formas acuáticas y futuristas no quedan sólo en ideas sino que consiguen ser edificadas. La entrada permite también visitar el noveno piso del edificio de Nouvel y la terraza con una vista de todo París.

El espacio está armado con 413 paneles numerados y pesa 180 toneladas

 

Maqueta del Abu Dhabi Performing Arts Center

La “rentrée” de los parisinos

Una vidriera chic a pocos pasos de la Place Vendôme (y el reflejo de la calle)

El concepto de “la rentrée” merece un post. Los parisinos vuelven de vacaciones. Se tomaron todo el mes de agosto. Algunos incluso no pisan la ciudad desde fines de julio. Cinco semanas, en total, fuera de París. Lejos de sus trabajos. Lejos de los horarios. Lejos de ese ritmo frenético que tienen durante el año. El descanso fue tan largo que la “rentrée” es un tema en sí mismo. El diccionario lo traduce como “vuelta” o “reanudación”: de las actividades, del trabajo, del colegio, de las tareas parlamentarias. Porque, como ya se invocó en otro post (“Agosto, un mes sin soluciones“), en agosto todo París se paraliza. La florería, el zapatero y el carnicero del barrio cierran las persianas durante un mes. Los psicólogos, también. Agosto no es el mes para tener problemas: solucionarlos será muy difícil.

Septiembre, en cambio, vuelve con todo. Las programaciones televisiva y radial cambian, los museos renuevan sus exposiciones, los teatros reabren sus puertas con nuevas propuestas, los cursos de yoga y las clases de gimnasia se multiplican, la tintorería vuelve a ampliar su horario de atención, los transportes públicos retoman su servicio habitual, los carteles “horarios de verano” desaparecen y el tema de la “rentrée” está en boca de todos. La ciudad entera parece renovarse.

Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta reanudación de las actividades son las editoriales: septiembre es la temporada de publicaciones, y este mes 654 novelas nuevas invaden las liberías (435 títulos franceses y 219 extranjeros). Esta máquina de producción literaria disminuyó de 12% respecto al año pasado (710 libros nuevos), según la revista especializada Livres Hebdo, pero la cifra es de todas formas reveladora de cuán “seria” es esta especie de vuelta a la vida activa.

Los parisinos parecen vivir esta época con algo de pesadumbre. Se muestran activos durante esta suerte de temporada de regeneración, pero a la vez parecen padecerla. Sus vacaciones serán un tema de conversación durante varias semanas, seguidas por la aclaración “igual ya hace xx semanas que retomé el trabajo”. Cuando el tema se haya gastado, vendrá el momento de hablar de las fiestas navideñas. Y de las vacaciones de invierno.

Adentro del Comptoir Général, al lado del Canal Saint Martin

¿Cuánto cuesta alquilar un departamento en París?

Frente de un edificio parisino. Las dos ventanas grandes no parecen pertenecer a un mismo departamento

 

Si bien varía mucho según el barrio y el tamaño del departamento alquilado, en París el precio promedio de los alquileres es de 22,40 euros por m2. La cifra puede superar los 30 euros/m2 en los departamentos de uno o dos ambientes situados alrededor del Hotel de Ville o de Saint Germain, o bajar a los 15 euros por m2 para los cuatro o cinco ambientes en el noreste de París. Es decir: un departamento de 25-30 m2 puede costar 900 euros en Le Marais, el mismo precio que se paga por uno de 35 m2 cerca de Gare du Nord. En los barrios más caros, un piso de 45 m2 cuesta 1600 euros y uno de 90 m2 puede llegar a los 2500 euros por mes, más del doble de lo que se paga por 70 m2 ubicados en los bordes de París (Montreuil, por ejemplo). Un “estudio”, aquí llaman así a los espacios de entre 9 y 13 m2 (sí, eso también se alquila), puede llegar a costar 500 o 600 euros al mes.

La mejor relación precio-espacio es para los 3 y 4 ambientes. Cuanto más chico, más caro, ya que en general es lo más buscado (por ejemplo, entre los estudiantes que cada año se instalan en París). Depende, también, de la suerte que cada exporador tenga, y de cuáles sean sus prioridades: se puede encontrar un departamento de 65 m2 en los alrededores de Gare de Lyon por 900 euros al mes, lindísimo y hasta con chimenea, pero oscuro de día.

Según Clameur, una sociedad que estudia los precios del mercado inmobiliario, la progresión de los alquileres desde el 2000 fue en promedio de 3% por año, mientras que los sueldos de quienes alquilan sólo ascendieron de 2015 a 2312 euros en diez años (información publicada por el diario Le Monde). Los más caros son los arrondissements 3 (Le Marais), 4 (Hotel de Ville), 5 (Panthéon, Barrio Latino), 6 (Saint-Germain), 7 (alrededor de la Asamblea Nacional) y 16 (Trocadero, Bosques de Boulogne). Los menos caros, el 19 (Buttes-Chaumont, donde está Rosa Bonheur para quienes fueron), el 20 (Ménilmontant) y el 12 (Nation).

Los departamentos parisinos que uno imagina -varios salones, una biblioteca gigante de madera que corta la respiración de sólo mirarla, varios ventanales, una alfombra entera que recubre todo el piso -sin cortes- y, por qué no, un piano- no son lamentablemente los que aparecen con frecuencia.

Hoy la biblioteca es más baja. Sirve para alargar el pasillo de la entrada. Para maximizar esos 27 o 30 m2. Para sentir que una casa está “bien distribuida”. Los libros vienen en tamaño pocket. Formato “livre de poche” (libro de bolsillo). Los servicios de mesa antes eran un arte. Hoy ocupan espacio. Uno compra platos en los “marchés”, todos distintos, al menos para preservar algo de esa poesía estética de antaño. Los cajones para transportar las botellas de vino se dan vuelta y se convierten en mesas bajas. Mesas en las que se apoya alguna lámpara. Para abrir la puerta del hornito hay que desplazar la cafetera. Para usar la cafetera hay que desplazar el plato de frutas. La aspiradora se esconde en algún rincón. Hay que hacer malabares cada vez que se la quiere usar. La ropa de invierno se guarda en unas valijas que quedan estacionadas arriba de un placard en verano. La ropa de verano se guarda en unas valijas que quedan estacionadas arriba de un placard en invierno. Los zapatos se apilan. Se entiende la existencia de una zona “rangement” en toda gran tienda, donde se ofrecen esos sistemas prácticos que se crean en los países modernos para maximizar los espacios diminutos.

Unos edificios frente al Sena, cerca de la Asamblea Nacional

 

Llegamos tarde a París

Expo de Jeff Koons en el Chateau de Versailles

 

En la película “Un homme et une femme“, del director francés Claude Lelouch (Palma de oro en Cannes 1966), él la lleva y la trae a ella en auto, ella le manda un telegrama cuando él está en Montecarlo, él la llama a su casa cuando quiere verla. Lo hará pidiéndole a la operadora que lo comunique con “Montmartre 15-40”: ella vive en Montmartre y, en esa época, París está recortada por áreas que dependen de distintas centrales telefónicas. Seguir leyendo

Las pasiones encubiertas de los franceses

David Reimondo, Fiat 500 (2009). Foto sacada en la FIAC

 

La escena transcurre durante una comida entre franceses. Si bien en otra época la buena educación excluía de la mesa los debates de política y de dinero, hoy las costumbres cambiaron. En esa mesa se habló de esto y de aquello, y después se pasó al tema “deporte”. Cuestión de distender los acaloramientos de las charlas anteriores. Coco tiró la primera piedra: “Francia no es muy buena en deportes”. Coco en realidad sabe poco sobre ello. Al sentenciar de esa manera, no piensa en terrenos como la natación, el ciclismo o el voley. Tampoco piensa en rugby o en atletismo. Sólo piensa en fútbol. En su cabeza, la mezcla de “Maradona + hinchas + fanatismo + Messi + salvajismo + todo vale para ganar” se contrapone a la imagen que se hace de los franceses: frialdad y aparente falta de emoción. Una imagen que esconde en realidad disciplina y rigurosidad, dos condiciones básicas en todo actuar francés. Pero Coco viene de Buenos Aires: en el terreno del deporte, la emoción pasa primero. Coco no sabe mucho sobre deportes. Con su afirmación, sólo busca polemizar.

Y lo logra. Enciende la llama del nacionalismo francés. Pero, de repente, se ve arrinconada por datos precisos, hechos concretos y nombres de grandes deportistas franceses. Lección número uno: a los franceses les gusta la polémica y el debate, no recuerdan a ese que durante toda la noche asintió a todo lo que decían sino a aquel que les discutió cada idea que exponían. Lección número dos: está bueno hablar cuando uno sabe. Aquí, no hay mucho lugar para el sensacionalismo. Una afirmación impactante será seguida por demandas de precisión. Lección número tres: los franceses son más apasionados de lo que se piensa. La diferencia es que a sus fanatismos los alimentan metódicamente. Lectura a fondo sobre el tema, práctica disciplinada y pocas pretensiones de contarlo. Sus pasiones no empiezan a existir cuando salen a la luz, sino que las alimentan internamente. Sin saberlo, uno puede estar frente a un dentista experto en música country, blues y jazz, o frente a un empleado del correo que revela ser cinturón negro en judo.

El debate se fue calmando y dio lugar a las charlas sobre los deportes que cada uno practica. Coco contó que en París se desplaza en bicicleta (lo más cercano a la práctica de un deporte). El comensal de al lado, también. La diferencia: esa mañana, como homenaje por haber cumplido 40 años, había hecho un “paseito” de 40 kms.

Looks en el festival parisino Rock en Seine

 

El festival Rock en Seine dura tres días, de viernes a domingo, y siempre se programa para finales de agosto. Asisten más de 100.000 personas (108.000 en esta novena edición), y no sólo parisinos: 40% del público no es de la región Ile-de-France, esa a la que pertenece París. A los ingleses, por ejemplo, se los reconoce porque insisten en usar bermudas (o polleras, las mujeres) y remeras manga corta incluso cuando el termómetro marca 15 grados.

Este año se vieron artistas como The Kills, Foo Fighters, Interpol, Deftones, Kid Cudi, BB Brunes, Death in Vegas, Death from above 1979, The La´s, The Horrors, The Vaccines, Wu Lyf o Lykke Li, entre otros, que tocaron en alguno de los cuatro escenarios instalados en 16 hectáreas del Domaine National de Saint Cloud, un espacio verde concebido por el jardinero de Louis XIV, André Le Nôtre, en el siglo XVII. 63 conciertos en total.

Este es el mismo festival en el que Amy Winehouse canceló su presentación, en 2007, a último momento. Ese mismo en el que los hermanos Gallagher se pelearon, decidieron separarse y disolver la banda Oasis minutos antes de subir al escenario.

Aquí un paseo en imágenes, con particular énfasis en el look del público. Una nota más completa (con datos sobre cómo se financian los seis millones de euros de presupuesto, o el hecho de que aquí no se paga más para estar es un espacio vip) fue publicada en la sección Espectáculos. Aquí el link.

 

Jake & Lena. Se agarraron la mano sólo para la foto. Lena acaba de volver luego de seis meses en Buenos Aires

 

Tom & Kelsy. Tom no entendía nada. Pero estaba intentando conquistar a Kelsy. Kelsy habla francés.

 

Mahe, Antonie & Mike. Estaban contentos de que su foto saliera en la Argentina

 

Renaud Montfourny expuso sus fotos de íconos del rock en el festival. Es uno de los fundadores de la revista Les Inrocks. Aquí, al lado de Iggy Pop.

 

Magali & Clara. Venían de ver la banda The Horrors. La foto les gustó.

 

Recién el domingo salió el sol. Muchos aprovecharon para usar botas de goma y creerse en Glastonbury

 

El plano del festival. El primer día uno se pierde. Ya no el resto de los días

 

Los jardines donde está instalado el festival fueron clasificados monumento histórico. Es bastante mágico