Suela naranja en el desfile de Hermès

 

Días de moda en París. Están las liquidaciones, que empezaron hace diez días y visiblemente un poco menos concurridas que en otras épocas (finalmente la crisis se siente también en París), y está la Fashion Week de hombres, que durante cuatro días (terminó el domingo 22) presentó las colecciones otoño-invierno 2012 (traducción: lo que se usará el próximo invierno, en un año) y en donde la crisis ni asoma al menos durante esos 15 minutos que dura cada show. Un mundo aparte.

El desfile de Hermès fue en uno de los espacios del Grand Palais, que intercala exposiciones y eventos privados: alquilar el espacio central del edificio, de 13.500 m2, que aquí denominan la Nef, cuesta 40.000 euros por día. El de Hermès era un espacio más discreto, de 650 m2 y con capacidad para 650 personas. Estaba lleno. Gente sentada en las tres filas de cada lado y gente parada atrás. Todos invitados o empleados (sobre todo de prensa) de la marca. Imposible entrar sin invitación. Copa de champagne o jugo de naranja mientras todos se acomodan.

Cuando todos están sentados, dos empleados se ocupan de enrollar el largo papel que recubre la pasarela. Otra controla que no haya nada en el piso que pueda desestabilizar a los modelos. Siempre hay un desubicado que, en una corrida hasta su asiento, camina justo detrás de esta gente sin darse cuenta. Empieza el show. Y la música. El tracklist está a cargo de Thierry Planelle desde hace más de diez años. Esta vez suena Nicolas Jarr (Marks), Battant (As I ride with no horse), Black Devil Disco Club (Ardent, featuring Nancy Sinatra) y Tom Vek (I ain’t saying my goodbyes).

Líneas: trajes a dos botones, trajes cruzados, trench, parkas, poleras, pantalones estrechos. Colores: carbón, azul marino, azul noche, ébano, regaliz (negro pero no), caqui, ciruela, negro. Géneros: terciopelo, lana y mohair, lana y seda, cuero encauchado. Todo ello construye al hombre Hermès para el próximo invierno parisino. Y, sobre todo, el “ton sur ton”: usar diferentes tonalidades de un mismo color para vestirse integramente (salvo para los trajes que son de un sólo color, claro). Y pequeña info: las suelas de los zapatos ahora son naranja, el color emblemático de la marca. Imposible no pensar en Christian Louboutin, cuyos zapatos son conocidos porque colorea la suela de rojo.

De la veintena de modelos, tres son argentinos. Ya estaban en el desfile del año pasado. Y son de los pocos a los que se les escapa una sonrisa cuando desfilan. El resto parece bastante enojado, aunque eso los vuelve también espléndidos. Y para seguir con la tendencia de este año, no todos los modelos son de 18-22 años. Incluyeron a algunos treintañeros.

Cuando termina el desfile, la diseñadora de la línea masculina de Hermès desde 1988, Verónique Nichanian, sale del backstage a la pasarela para saludar a los íntimos (clientes, amigos y empleados que ella llama “la familia”) que se acercan a felicitarla. Y para responder a los periodistas. “Adoro los géneros. Son la base de toda colección masculina”, le cuenta a este blog. Y precisa: “No hay un cliente Hermès, hay hombres Hermès”. No mide más de 1,60, tiene un corte carré y está toda vestida de negro (pantalón, remera manga larga y cinturón).

Aquí algunas fotos. Pequeño amateurismo: cuando prendí la cámara, antes de que empezara el desfile, me di cuenta que me había quedado sin batería. Me hubiera gustado mostrarles algo más que los modelos. La próxima, lo prometo. Estas fotos son todas de Jean-François José.

 

De paseo por París (en fotos)

Muchos lugares conservan las fachadas originales (acá venden los tés Kusmi por ejemplo)

 

 

 

Estas "épiceries" están abiertas cuando todo cierra, hasta la medianoche o las 2am según los barrios y los días

 

En el museo Bourdelle está la escultura original "Monumento a Alvear". La obra en bronce está en Posadas y Alvear

 

Cerca de la Gare de Lyon y del Sena. Siempre tiene buenas expos y buenos clásicos del cine

 

Al lado está la Biblioteca François Mitterrand (BNF). Los ángulos forman cuatro libros abiertos y, en el medio, un jardín

 

En esta librería del 14 casi no hay lugar para pasar. El único que encuentra los libros es el dueño

 

Una de las entradas de la emblemática Sorbonne, la universidad de París, en el barrio latino

 

Standing woman (1932), de Gaston Lachaise, en el jardín des Tuileries

 

 

Los jardines de la Ciudad Universitaria, al sur de París (34 hectareas)

La casa de Noruega, en la Cité Universitaire. Muchos países tienen su propia casa, como la Argentina

 

Todos los edificios tienen un código para ingresar. De día no se necesita, para facilitar las entregas del correo

 

En el museo des Arts et Métiers

 

La tumba de Frédéric Chopin en el cementerio Père Lachaise

La no excepción

Una de las boutiques que rodea los jardines del Palais Royal está especializada en pipas. El lugar es increíble

Escena 1. El grupo de amigos sale de ver, en el Grand Palais, la exposición sobre los Stein, tres hermanos (Gertrude, Leo y Michael) que llegaron de Estados Unidos a París a principios del 1900 y que en pocos años armaron una colección de arte imponente (principalmente con cuadros de Matisse, Cézanne y Picasso). Una visita de una hora en la que el grupo de amigos se sumerge en la época de oro de París. Otra época. El grupo sale del museo con ganas de una picada y de una charleta. Los amigos se instalan en un café cercano y piden una tabla mixta de quesos y fiambres. Imposible: el bar propone un plato de quesos y una tabla de fiambres, por separado, pero nada de hacerla mixta. No existe, y tampoco quieren hacerlo. Habrá que pedir los dos (y mezclar uno mismo). El concepto de “les armo algo, chicos” ni aparece en escena.

Escena 2. El restaurant propone un steak tartare (carne cruda mezclada con huevo, alcaparras, pepinillos, mostaza y ketchup). Si el cliente lo pide poêlé (vuelta y vuelta), y es un restaurant que no tiene previsto esa posibilidad, es probable que digan que no. A saber: toma dos minutos.

La excepción en París existe poco y nada. Es muy impactante, sobre todo en los restaurants. Si se pide cambiar un acompañamiento, es posible que lo hagan. Pero nada de armar algo nuevo a partir de los mismos elementos. La reglas son fijas y con poca opción de cambio. Situaciones que terminan transmitiendo siempre un dejo de hostilidad.

París es un asado

A falta de foto de asado, foto de troncos!!

La parrilla es chica pero parece gigante. El termómetro no marca más de 12 grados pero están todos instalados afuera para comer, intentando persuadirse los unos a los otros de que no hace tanto frío. Fiel a su marido, la mujer del parrillero lidera ese movimiento. Las chicas preparan la mesa, las ensaladas y, más tarde, lavarán los platos. Los chicos se ocupan de la carne y de las verduras asadas. Hay ave (pollo) en vez de vaca. La morcilla parece más sana. Bienvenidos al microclima de un asado, en pleno París.

Vivir en París es intentar “integrarse” a la sociedad francesa sumando amigos parisinos, es soñar con que serán como los de Buenos Aires, es desilusionarse y enojarse porque no tienen los mismos registros afectivos, es reconciliarse internamente con ellos después de un tiempo (nunca supieron que irritaban), es intentar entenderlos, es tratar de reubicarse en esa reconfiguración afectiva. En ese contexto, juntarse con un grupo de porteños alrededor de un asado -y en donde lo único parisino es la ubicación geográfica- se convierte en una experiencia bastante reveladora de las diferencias sociales entre unos y otros (y de lo que uno extraña cuando vive a 12.000kms de la Argentina).

1) El griterío. Basta de ser discretos y moderados a la francesa. No son características necesarias cuando hay amor. Los porteños gritamos. Nos pisamos los unos a los otros hasta lograr decir lo que queremos. Cruzamos las conversaciones. Hablamos más de lo que escuchamos. Nos ponemos de ejemplo para todo. Pasamos rápidamente del “nosotros” al “yo”. El ejemplo siempre es mejor cuando me involucra.

2) El confianzudo. Cuando uno es invitado a una casa parisina, en general no conocerá más allá del salón (y el baño para el que lo necesite). El resto de la casa forma parte de la esfera de intimidad del anfitrión. Ni hablar de la heladera: abrirla puede ser visto de mala educación. En el asado, la cocina es de las mujeres aunque todas sean invitadas. Y los cuartos están disponibles para la siestita, para quien quiera “tirarse un rato”.

3) El hangeo. El parisino no comparte ese momento único de tirarse en un sillón, no hacer nada, caminar zombie sin destino por la casa, detenerse, hojear un libro, rascarse la cabeza y volver a zambullirse en el sillón de la casa ajena, rodeado de amigos. Los porteños somos profesionales. Lo hacemos muy bien. Tenemos incluso variedad, como el que sin tapujos acapara el sillón más cómodo, o el que inconscientemente se busca una tarea semi inútil para darle creatividad a su hangeo en comparación con el del otro.

4) El asado. Es una de las dinámicas que más se extrañan. Los parisinos son amantes de la gastronomía y de la buena calidad, y muy buenos por cierto. Pero todo es más aburrido sin buena compañía. Y en un asado hay equipo.

Fin de año con amigos y bailongo

Parte de la expo de la japonesa Yayoi Kusama en el Pompidou

 

Después de una Navidad en familia, el fin de año en París se festeja tradicionalmente entre amigos. Y con bailongo, a diferencia de la alegría más discreta del 24/25. Uno propone la casa (en general el que tiene el espacio más grande…o el que tiene más ganas) y entre todos se organiza el menú y lo que cada uno deberá llevar. Ostras, foie gras, salmón, charcuterie (jamón, paté) y quesos por ejemplo. Nada muy pesado. Y sobre todo mucho alcohol. Cada invitado trae al menos una botella de champagne o de vino. Siempre hay lugar para un plato más, eso no es algo especial de París, pero la particularidad es que, a falta de iniciativas, a una comida de 12 personas terminan viniendo 25. Están los que viven en París pero son originarios de otro lugar de Francia, están los que directamente no son franceses, están los que no tienen otros amigos u otras opciones. Por una u otra razón, todo el mundo aparece cuando uno hace una comida y (sobre todo) una fiesta. Nadie cae de imprevisto a la comida, claro, esa es una costumbre casi en extinción. Y hay algunas dinámicas que llaman particularmente la atención.

1. El combo comida + baile. Conscientes de las dificultades para desplazarse en año nuevo (este año el subte estuvo abierto toda la noche y gratis, pero no siempre es así), el festejo ideal para los parisinos es el plan del todo en uno. Es lo que buscan. Y es lo ideal.

2. El momento del “toast” de medianoche (el brindis). Los que se anexan un poco más tarde a la comida -de por sí multitudinaria-, no llegan a cualquier hora: llegan antes de las doce, para el “brindis”, y así ya están al pie del cañon para el bailongo que viene justo después, pegadito al “toast”, sin respiro. Si uno estaba degustando un blinis con salmón al momento de brindar, se lo deberá tragar rápido porque inmediatamente después se sube el volumen de la música y se inauguran los pasos de baile.

3. El excesivo. La noche del 31 forma parte de esas pocas noches del año en las que el francés se deja llevar (el día de la “fiesta de la música” también entra en esta categoría). El exceso está autorizado. El vómito o el desconocido que se quedó dormido en el sillón son escenarios inevitables. No porque es una noche de festejo, sino porque el exceso forma parte del “dejarse llevar” francés. Al menos para la franja adolescente-treintañero.

4. “Feliz año” hasta en la sopa. Pasada la noche del 31, y pasado el domingo 1 en modo “recuperación en familia”, llegan los primeros días laborables del año. Y con ellos el saludo de “Bonne année” (Feliz año) que viene pegado al “Hola” pero que dura al menos tres minutos: aquí no lo dicen al pasar, de forma alegre, con sonrisa y continuación de caminata, sino que es todo un momento de conversación semi profunda con los colegas de trabajo (balances del 2011 y detalles de las expectativas para el año entrante). Feliz año para todos.

Ganas de desvestirse

Uno de los pisos de Galeries Lafayette, enteramente destinado a la lencería

En las grandes galerías parisinas (y del resto de Francia), como Le Bon Marché, Lafayette o Printemps, cada piso tiene su especialidad. Las marcas dividen discretamente su espacio con algunos carteles, pero está todo bastante junto. Nada de tener que entrar en “locales” para ver una colección. El subsuelo de Lafayette, por ejemplo, tiene 3000 m2 dedicados exclusivamente a zapatos. Las marcas más importantes se sitúan a los costados de ese gran espacio, y el resto presenta sus colecciones en stands bastante más rústicos.

En esas inmensidades espaciales, llama particularmente la atención el universo de la “lingerie”, la lencería, la ropa interior femenina. Además de la larga tradición de algunas marcas francesas especializadas en la corsetería desde hace cien años, se suma ahora la moda Mad Men que vuelve por todos lados (la serie ambientada en el mundo publicitario de Estados Unidos en los sesenta). El resultado es visualmente impactante. Tops con ligas, porta-ligas, bustier. Tienen de todo. Todas las formas y en todos los colores. Super delicado (hasta las marcas menos costosas incluyen al encaje en sus diseños, por ejemplo). Y vuelven a aparecer esas elegancia y femeneidad típicamente francesas que hacen soñar. Un soutien-gorge (corpiño) puede costar entre 50 y 150 euros.

Antes de escribir sobre las tradiciones francesas para terminar el año, este mini post con algunas fotos..

Las fotos no son muy buenas porque sólo tenía el teléfono en ese momento

Hasta las marcas menos sofisticadas tienen buenos modelos

La época de la serie Mad Men reaparece por todos lados

Costumbres navideñas (que no cambian pese a la crisis)

El árbol de Navidad de Galeries Lafayette es el más grande que vi en mi vida

 

La mesa de Navidad es lo esencial para el francés. Antes que la decoración, antes que todo. Y no importa que este sea un año de vacas flacas. Las tradiciones gastrónomicas no parecen haber cambiado mucho en época de crisis. Los mercados están llenos. Los franceses quizás hayan esperado hasta último momento para hacer las compras -y así atrasar el comienzo de los gastos- pero aquí están. Comprando un último queso que se habían olvidado o algunas botellas de champagne de más. La Navidad es un momento de reencuentro familiar (ver el post anterior) y lo importante es preparar minuciosamente lo que habrá sobre la mesa.

El menú tradicional de una Navidad francesa es económicamente pretencioso: foie gras y/o crustáceos como entrada (el 60% de las ventas anuales de ostras se hace entre el 15 y el 30 de diciembre); “chapon” (capón en español, un pollo castrado) y puré de castañas (casero o marca Clément Faugier) como plato principal; quesos, y la clásica “bûche de Noël” (tronco de Navidad) para el postre. En otros tiempos, esta bûche era un verdadero tronco que se quemaba en Nochebuena en signo de robustez y de fidelidad. Hoy, son tortas de chocolate, de café o incluso heladas pero la forma de tronco se conserva. Todo ello acompañado por champagne para brindar y por buenos vinos.

Según las encuestas, un hogar francés gasta entre 150 y 200 euros en la mesa navideña, además de otros 400 euros en regalos. Este año se calcula que tres franceses sobre cuatro comprarán productos en promoción (los supermercados están, más que nunca, ofreciendo dos botellas de champagne al precio de una, o un foie gras a menos de diez euros). En definitiva, no gastar tanto pero mantener las tradiciones.

Como prometido, aquí van algunas fotos de un mercado importante de Toulouse y otras de París. Para que sigan paseando por Francia en esta época. Feliz Navidad para todos. Jo jo jo.

 

Los quesos son una etapa siempre presente. Después de la comida y antes del postre

Toda comida navideña tradicional incluye un ave, en este caso el capón (pollo castrado)

Toda la semana previa a Navidad los mercados están llenos

El capón a veces está relleno de foie gras (pasta elaborada a base del hígado -en este caso del pato-)

Según la dueña de esta pescadería tradicional, en épocas de crisis, el francés cuida sus gastos durante todo el año pero no en Navidad

Al francés le gusta seleccionar cada producto al detalle

La rueda de Concorde, a metros de Champs-Elysées. Esta semana el tráfico de París estuvo imposible

Una de las vidrieras del BHV, en la calle Rivoli, con espíritu navideño

Parece medio tristucho pero en vivo es más lindo

Una bombonería con toda la vidriera redecorada para la época

Les deseo a todos una feliz Navidad

Costumbres navideñas (post I de II)

La época navideña francesa y la argentina se distinguen por un factor principal: la temperatura. En Francia, es invierno y hace frío (a veces incluso nieva). Ese frío repercute en las costumbres: en la decoración de la ciudad, en la decoración de las vidrieras, en la dinámica de la Nochebuena (es un momento exclusivamente familiar, la salida con amigos se deja para el 31) y en el menú de Navidad (se come rico pero también caliente y pesado). Además de que la energía es diferente: las fiestas son un respiro en el medio del año lectivo (caen tres meses después de comenzado), con dos semanas de vacaciones de invierno, y no el cierre de un año. Aquí van algunas escenas -y fotos abajo- que ilustran la época navideña parisina.

1) Las vidrieras. Las principales boutiques parisinas tienen la tradición de decorar sus vidrieras de manera especial durante todo el mes de diciembre. Trineos y muñecos en movimiento, conejos que saltan, efecto nieve por todos lados. Durante las dos semanas de vacaciones de invierno, los padres tienen la costumbre de llevar a sus hijos a mirar las vidrieras. Este año, por ejemplo, el diseñador de Chanel, Karl Lagerfeld, y la cantante Vanessa Paradis (la mujer de Johnny Deep) decoraron las 11 vidrieras del shopping Printemps de París.

2) La iluminación decorativa en las calles. A partir de las 18h ya empieza a oscurecer, así que estas luces despiertan rápidamente el espíritu navideño. Las imágenes de la avenida Champs-Elysées iluminada durante esta época del año son conocidas, aunque con la crisis y con este nuevo sistema LED de bajo consumo la intensidad disminuyó en estos últimos dos años. Uno se acostumbraa esta decoración, pero cuando camina con alguien que no vive aquí se da cuenta de que el efecto es bastante mágico. Es una iniciativa de la municipalidad pero en colaboración con los comerciantes, para quienes decorar los barrios en esta época es una manera de agradecer a la clientela. El año pasado, 130 calles y 5000 comerciantes se sumaron. En total, un presupuesto de seis millones de euros (dos de los comerciantes, 900.000 euros de la municipalidad y tres millones para la comunicación).

3) Las “aldeas” de Navidad. Están en los Champs-Elysées (hay al menos 160) pero también en el boulevard Saint Germain y en el Trocadero, para citar sólo algunas. Son casitas blancas o de madera que se instalan una al lado de la otra y proponen regalos de navidad, decoraciones para el arbolito, recetas tradicionales de cada región de Francia y degustaciones. Son muy visitadas por los turistas y por las familias con chicos.

4) El consumo. Los franceses no viven las fiestas como el fin del año lectivo, y por eso tampoco llegan a estas fechas con las cuentas en rojo. Las tendrán después del festejo, quizás, pero en esta época, y pese a la crisis, el francés gasta en regalos, en decoración y en comida. Los parisinos dicen que la Navidad es “para los niños” y que los regalos son para ellos, pero en esta época se publican libros y ediciones nuevas (es el momento de mayores ventas) y aparecen cajas de películas clásicas de tal o cual director. Nada muy infantil. Las grandes boutiques están abiertas los dos o tres domingos anteriores a la Navidad. La oferta y el consumo están hiper desarrollados para esta época.

Aquí van algunas imágenes para que paseen por París en Navidad. Fotos de Xav Forcioli, especial para este blog. En el próximo post, más fotos y costumbres gastronómicas.

 

Estas fueron las diseñadas por Karl Lagerfeld para Printemps (al lado de Lafayette)

 

 

La mala educación encubierta

En el Grand Palais, en octubre, durante la Feria de Arte Contemporáneo (FIAC)

 

Coco y su mamá caminan por una vereda cerca de Place des Vosges. Siguen a tres amigos que caminan justo adelante. Son las 21h. Hace frío. Caen unas gotas. Detrás de ellas vienen dos mujeres, a paso más acelerado. Coco escucha a una de ellas decir “pardon” en dos o tres oportunidades. Los franceses utilizan esa expresión (perdón, en español) para pedir permiso. Las dos mujeres quieren pasar. La vereda es angosta. En vez de bordear a los domingueros por la izquierda, pretenden pasar por entremedio de ellos. El parisino camina rápido pero no busca alternativas cuando el recorrido está atascado. La técnica parisina es pedir permiso (qué educado) pero pisando los talones. Y con él pretenden que el mundo se congele durante dos segundos y se genere un “ábrete sesamo”.

Coco escuchó su pedido, pero tiene a los otros adelante: para dejarlas pasar, ella y su mamá deben correrse y bajar a la calle, o estamparse contra las ventanas del restaurant por el que están pasando. Ridículo. Además, en cinco segundos el grupo llegará a una esquina y la vereda se ensanchará: cada quien podrá caminar al ritmo que quiere.

La decisión de obligarlas a controlar su ansiedad (en otras palabras, no dejarlas pasar) despierta, claro, la queja en voz baja pero sostenida de las dos mujeres. Típico murmullo quejoso de París. Bajo la llovizna, la escena es caricaturesca.

El parisino pide permiso/perdón para casi todo. A veces sólo con un “pardon”, pero muchas otras con la dupla “pardon, excusez-moi” (perdón, discúlpeme). El problema es que creen que el sólo decirlo les permite hacerlo. Y por eso, cada vez más, el “pardon, excusez-moi” no viene antes de la acción. Viene durante. Durante los empujones en los transportes públicos para entrar o salir. Durante los empujones en la calle para pasar por un espacio ocupado en vez de elegir un atajo alternativo. Durante la entrada en una boutique cuando el parisino ve que hay alguien esperando para salir: como sabe que debería dar la prioridad, entra igual pero pidiendo perdón. Como si el “perdón” diera derecho a todo.

Mi novio el bombero (o la obra argentina Golgota Picnic)

La foto es mala (sacada con un teléfono). Es el escenario del teatro Rond Point, con un piso lleno de panes de hamburguesa

Coco está llegando tarde. La obra empieza 20h30. En quince minutos. Pero el teatro del Rond Point pidió que el público llegara una hora antes: las manifestaciones en contra de Golgota Picnic, el espectáculo del argentino Rodrigo García (vive hace más de 20 años en España) obligan a tomar medidas de seguridad. Un grupo de católicos integristas considera que la obra ofende a la religión y la policía quiere evitar disturbios.

Cuando a los franceses se les dice “seguridad”, se lo toman muy en serio: cientos (si, cientos) de policías desplegados, sólo una calle lleva al teatro (las otras están cerradas) y en dos oportunidades hay que mostrar la entrada o el pase de prensa para traspasar la barrera de policías. Ya en el “recinto”, las mujeres y los hombres son separados en dos filas para ser palpados, los paraguas deben ser dejados en la entrada -en un balde improvisado sin número a cambio (Coco no quería dejar el suyo porque es Burberry, pequeña resistencia sin éxito)- y pasaje obligado por un detector de metales para entrar en la sala. Adentro, policías vestidos de civil se mezclan entre el público para asegurar que el espectáculo se desarrolle en la calma. Todo esto a pocos metros de los Champs-Elysées, a la vuelta del Grand Palais. A Rodrigo García le da vergüenza que su obra esté protegida por medidas de seguridad. Lo dice un mensaje proyectado al principio sobre una pared del escenario.

 

La exageración de la protección/asistencia es bastante habitual en París. Uno se cae en la calle. O se cae de la moto. Y se lastima un poquito. Ante cualquier mínima urgencia, enseguida alguien llama a los bomberos (acá son ellos los que socorren a las víctimas en la calle): en menos de diez minutos, tres o cuatro hombres aparecen con todo un equipo de ayuda. En general son unas bombas, lo que hace olvidar un poco el dolor. Y llegan rápido, quizá por eso el reflejo de llamarlos. Y además porque están buenos, de nuevo.

Cualquiera sea la urgencia, el despliegue siempre sorprende. Y verlos tan preparados, tipo Robocop, con cascos espejados que parecen haber sido lustrados hace cinco minutos, llama la atención. Sobre todo cuando uno está acostumbrado al bombero argento héroe absoluto pero con el equipete desteñido (siempre con una mancha de lavandina).

Los parisinos prevén. Se anticipan, eso es cierto. Aunque tanta previsión y tanta seguridad no lograron evitar que parte del público tosiera sin parar durante el espectáculo. Al punto de incomodar. Puede que simplemente haya sido porque son un poco histéricos: ni bien ven humo (es parte del espectáculo), sienten que se ahogan y tosen. Pero la paranoia era tal -con tanto Robocop alrededor- que parecía que un grupo de “manifestantes inflitrados” lo estaba haciendo adrede para molestar al resto. Al menos el paraguas estaba al final del espectáculo. Pero eso es porque los parisinos no son ladrones.

 

Fotos by Martin Huberman. Estos bomberos aparecieron en Notre-Dame hace unos meses