Escena 1. El dueño del restaurant está atendiendo a unos clientes que se acaban de sentar. Es un día de semana. Mediodía. Cerca de la biblioteca François Mitterand. Un hombre entra. Tiene unos veinte y tantos. Dice algo en voz baja. El dueño se da vuelta. El hombre repite: “Quiero trabajar”. El dueño le dice que no hay nada para él. El hombre se va.
Escena 2. La feria de antigüedades del Marais está llegando a su fin. Es domingo a la tarde. Duró dos días. Un hombre se acerca a uno de los puestos. Pregunta si se necesitan más manos para desarmar todo. Recibe un “no” de respuesta. Sigue con su búsqueda.
Con una poderosa clase media que trabaja y consume, y con los 40 millones de turistas que cada año visitan la ciudad y llenan las boutiques durante el día y los restaurantes incluso un lunes a la noche, París parecía hasta ahora un microclima. La crisis europea de la que hablan los medios era bastante discreta en esta ciudad, y más todavía para quienes vivieron el 2001 en la Argentina.
Pero de manera silenciosa, y lentamente, se empiezan a percibir algunos cambios. a) Las grandes compañías cuidan sus presupuestos: algunas reducen los gastos destinados a la publicidad, otras disminuyen el tamaño de sus proyectos. Los amigos que trabajan en esos lugares son las mejores fuentes de información. Se empiezan a escuchar conversaciones sobre eso. b) Los pequeños comerciantes también son más minuciosos: los artesanos cierran menos tiempo durante las vacaciones, los gastronómicos maximizan la utilidad de sus productos a la hora de servir. Son detalles, pero repercuten directamente en la cadena comercial. c) En los lugares de veraneo se ve menos gente que de costumbre. Los comerciantes se quejan y lo sufren.
A ver qué pasa a partir de septiembre, el marzo francés, cuando todo vuelve a empezar.