Cómo se vive la crisis europea en París

 

 

Escena 1. El dueño del restaurant está atendiendo a unos clientes que se acaban de sentar. Es un día de semana. Mediodía. Cerca de la biblioteca François Mitterand. Un hombre entra. Tiene unos veinte y tantos. Dice algo en voz baja. El dueño se da vuelta. El hombre repite: “Quiero trabajar”. El dueño le dice que no hay nada para él. El hombre se va.

Escena 2. La feria de antigüedades del Marais está llegando a su fin. Es domingo a la tarde. Duró dos días. Un hombre se acerca a uno de los puestos. Pregunta si se necesitan más manos para desarmar todo. Recibe un “no” de respuesta. Sigue con su búsqueda.

Con una poderosa clase media que trabaja y consume, y con los 40 millones de turistas que cada año visitan la ciudad y llenan las boutiques durante el día y los restaurantes incluso un lunes a la noche, París parecía hasta ahora un microclima. La crisis europea de la que hablan los medios era bastante discreta en esta ciudad, y más todavía para quienes vivieron el 2001 en la Argentina.

Pero de manera silenciosa, y lentamente, se empiezan a percibir algunos cambios. a) Las grandes compañías cuidan sus presupuestos: algunas reducen los gastos destinados a la publicidad, otras disminuyen el tamaño de sus proyectos. Los amigos que trabajan en esos lugares son las mejores fuentes de información. Se empiezan a escuchar conversaciones sobre eso. b) Los pequeños comerciantes también son más minuciosos: los artesanos cierran menos tiempo durante las vacaciones, los gastronómicos maximizan la utilidad de sus productos a la hora de servir. Son detalles, pero repercuten directamente en la cadena comercial. c) En los lugares de veraneo se ve menos gente que de costumbre. Los comerciantes se quejan y lo sufren.

A ver qué pasa a partir de septiembre, el marzo francés, cuando todo vuelve a empezar.

París está vacía

 

Como cada agosto, la ciudad se vacía. Son las vacaciones de verano (aunque las temperaturas no se hayan enterado). Las calles sin ruido, los paseos en bici a la mañana sin autos alrededor, las expos más aireadas, la ciudad en silencio. Es de los mejores momentos de París.

Los parisinos acostumbran irse un mes entero de vacaciones, o incluso cinco semanas. El ritmo de la ciudad cambia. Los que se quedaron siguen caminando rápido, por automatismo, pero todo parece detenido en el tiempo. Las grandes boutiques aprovechan para pintar, arreglar, refaccionar.

Este año, la diferencia es la crisis. La crisis existe (se viene un post sobre eso) y se siente por ejemplo cuando uno viaja por Francia durante lo que deberían ser los meses “cargados” (julio y agosto) y se encuentra con restaurantes no muy llenos o con pueblos normalmente muy visitados por turistas y que de repente están vacíos. La crisis también asoma en los pequeños comercios (tintorerías, zapaterías, carnicerías): los dueños, que generalmente cierran entre julio y agosto, este año se ausentan sólo algunas semanas de agosto.

Pero sigue siendo París, y muchos todavía se pueden ir de vacaciones. Bien por ellos, y todavía mejor para quienes se quedan.

 

 

 

Escapar de París por un día (opción 2)

Los jardines de Monet ocupan una hectárea

 

Un auto y una amiga al estilo Thelma & Louise (aunque sin guns). Una hora y media de ruta. Ruta francesa: mucha atención para no despertar a los radares, nada de cambios de carril intempestivos. De paso, una buena charlona en el camino. Cielo sin nubes, sol que pide a gritos anteojos y algo de calor. Inmejorable. Llegada a Giverny. Y directo a la casa (y a los jardines) en la que Claude Monet (1840-1926) y su familia se instalaron a partir de 1880.

El lugar fue restaurado y abierto al público en 1980. El único hijo que sobrevivió a Monet (Michel), y que había heredado la propiedad, los cuadros y una gran colección de estampas japonesas, legó la propiedad a la Academia de Bellas Artes. Durante años no se hizo mucho, falta de presupuesto. En 1977 le pidieron a Gérald Van der Kemp, que se había encargado de la restauración del Castillo de Versailles, que salvara esta propiedad, venida a menos con los años. Mecenas estadounidenses + tres años de trabajo = la fundación Monet en funcionamiento.

Cada año recibe 400.000 visitantes. El terreno está obviamente algo preparado para turistas. Pero no molesta ni molestan. Descubrir los jardines coloridos, el estanque, los nenúfares, el comedor amarillo y la cocina azul es un buen momento. La escapada suma, y vale la pena.

 

El dreamer

Anticiparse y pasarla bien (con fotos)

22h30, antes de que empiecen los fuegos. Así es el cielo parisino en verano a esa hora.

 

Anticiparse, prever. Palabras claves en París. Uno puede por momentos sentirse algo robótico, pero la previsión da sus frutos: esta no es una ciudad con malas sorpresas. Muy al contrario, la anticipación parisina es muy cumplidora: evita contratiempos. El ejemplo máximo fue el día de los festejos por el 14 de julio (toma de la Bastilla: Revolución Francesa).

Anticiparse a los cortes de calles y cambios en el transporte público. Chequear la página de internet. Organizar otro recorrido para llegar al destino. No pretender hacer trámites ese día porque casi todo está cerrado. Organizarse para poder ver los fuegos artificiales sin ser estrujado debajo de la Torre. Chequear a qué hora empieza el chow. Armar un equipo, encontrarse en el puente Alexandre III, al lado del Grand Palais, e instalarse en el medio, con el Sena en la espalda. Gente sí, pero no al punto de la incomodidad. Esperar que se haga la hora. Sumarse al abucheo general cuando un ómnibus gi gan te de turistas pretende detenerse en el medio del puente, cortando la vista de todos. Sumarse a los aplausos para el que se levanta, golpea la puerta de tamaño semiespacial del bus y logra que el conductor caradura arranque nuevamente. Sacar algunas fotos para los amichis del blog. Y disfrutar del chow.

 

La gente va llegando al puente Alexandre III

Los puestitos que se instalaron para la ocasión: comer mirando los fuegos artificiales

23h. Comienzan los fuegos artificiales del 14 de julio. Durarán 30 minutos

A la derecha del Sena, el Grand Palais, con luces que salen del techo esa noche

El secreto mejor guardado de Louis Vuitton

Uno de los salones principales del Musée Maison Louis Vuitton

A 20 minutos del centro de París, hacia el noroeste, en Asnières-sur-Seine, está la casa familiar que Louis Vuitton (el hombre) hizo construir y en la que se instaló en 1859. Es un lugar mágico que hoy pertenece al grupo de lujo francés LVMH, dueño de Louis Vuitton y de otras 80 marcas. El gran jardín lleno de árboles y de flores muy cuidadas y la casa art nouveau de 300 m2 sirven como lugar de encuentro, aunque muy privado, de invitados y clientes especiales. En el primer piso están expuestas algunas de las maletas creadas en aquella época. La calle donde está ubicada la casa fue rebautizada rue Louis Vuitton. Pero no es este el secreto.

Cruzando el jardín, a la derecha de casa, en parte escondidos por los árboles, están los ateliers donde unos 200 artesanos producen una parte de las creaciones de LV: los denominados “productos exóticos” (carteras de cocodrilo y de pitón, por ejemplo), los pedidos especiales (tienen unos 300 encargos al año) y los “rígidos”. Una cartera chica de pitón puede costar 6300 euros. Algunos de los artesanos trabajan para esta casa desde hace 30 años. Cuando Louis Vuitton se instaló, no eran más de 20 los artesanos. Eligió este lugar porque estaba cerca del Sena, a donde llegaba la madera de álamo necesaria para la fabricación de los valijones, y del tren que lo llevaba a París. Pero este no es el secreto.

El secreto es que la directora de todo este universo familiar es una argentina: Margarita Zimmermann, una cantante mezzosoprano nacida en Hurlingham. Bien ahí. Metimos otra.

Acá van algunas fotos para que paseen por este lugar increíble, que no está abierto al público.

 

Margarita, la argentina

 

 

 

Miren la chimenea: es increíble

 

 

En el atelier

 

Dos de los artesanos

 

 

Escapar de París por un día (opción 1)

 

Vivir en París también es escapar de París. A veces. Por un día. Tomar prestado el auto de unos amigos. Sentarse al lado de una silla para bebé vacía. Viajar durante una hora hasta Boissy-Le-Châtel, en Seine-et-Marne (muchos guiones, pero así se escribe), pasando Coulommiers. En el camino, mirar la campiña francesa. Emocionarse. Guardar ese feeling con total discreción. Ver las tierras intensamente cultivadas. Ningún espacio libre. Ni siquiera alguno muy mini. Todo utilizado. Pensar en cómo es esa imagen vista desde un avión. Recordar que Francia es el primer país agrícola de la Unión Europea.

Visitar la Galleria Continua, iniciativa de tres italianos. Una antigua fábrica de 10.000 m2 reconvertida en espacio artístico con instalaciones monumentales. Varias paredes y pisos dejados como estaban. Charming. Entre los artistas expuestos, el argentino Leandro Erlich. Bien ahí. “Metimos uno”.

Visitar la nueva fábrica que compraron esos italianos. Una antigua papelera, con instalaciones de Daniel Buren (actualmente expone en el Grand Palais, y es el que hizo esas columnas rayadas negro y blanco que están en el Palais Royal) y Sislej Xhafa. Un concierto clásico al aire libre. Matarse por conseguir un plato con un poco de algo. No lograr llegar nunca a las papas al plomo y a los chorizos: los organizadores pidieron un catering para 400 personas y son 700. Consolarse pensando que ese chori es incomparable al argentino. Consuelo de tontos. Compartir la mesa con unos que hablan inglés. Would, could, can, good. Saber irse cuando el dj no logra arreglar el sonido.

Volver a París. En el camino, de nuevo los árboles de la emoción. Tener que atravesar obligado la gay parade para llegar a casa. Y recordar que es la semana de desfiles de hombre y de haute couture cuando se cruzan pelos violetas. Darse cuenta que en París pasa de todo. Y fuera de París también.

 

Las rayas de Daniel Buren

 

Un Silvio Berlusconi gigante, hecho de arena y telgopor por Sislej Xhafa (nacido en Kosovo en 1970) y 14 ayudantes

 

Un Mercedes-Benz dado vuelta se convierte en hamaca, por Kader Attia

 

Son cientos de miles de bolsas de plástico, por Pascale Marthine Tayou

 

Las bolsas de plástico, de más cerca

 

Una orquesta practicando antes de empezar el show. Tocaron con máscaras negras tipo "bandido"

 

 

París bajo la lluvia

 

El verano en París, esa única época del año en donde magicamente uno deja de preguntarse porqué eligió vivir rodeado de franceses, tarda en llegar. Y a las temperaturas muy lejanas del calor (incluso del calor parisino), se suma la lluvia. A veces a la mañana, a veces a la tarde o a la noche, a veces todo el día. Algunas reflexiones:

1. Hablar del tiempo y de las temperaturas es un hobby para los parisinos. El tema aparece en todo momento, al menos una vez al día y sobre todo en contextos en donde la confianza es limitada: la tintorería, el verdulero, un colega de trabajo no muy amigo. Y, por supuesto, al estilo parisino: con argumentos sólidos, estadísticas, informaciones chequeadas y algo de historia. Además del material necesario (el mal tiempo) para quien quiera convertirlo en algo más que una charla pasajera. “Si no sabe de qué hablar, y si el silencio lo incomoda, hable del clima”: este letrero podría estar colgado en los espacios públicos silenciosos para invocar la conversación. O en algún libro sobre “tópicos útiles para intentar hacerse amigo de un parisino”.

2. El código paragüero. Las calles son angostas y el paraguas ocupa un espacio considerable. Habrá que levantarlo, inclinarlo hacia el costado, bajarlo. Es el código de los transeúntes parisinos. En París se camina mucho, todo el tiempo, a toda hora. El paraguas se lleva en la cartera. Y muchas veces se convierte en parte integrante del look. La lluvia pone en evidencia a los turistas: te tiran el paraguas en la cara, te golpean la cabeza, te mojan cuando lo inclinan, compran al pasar un paraguas por cuatro euros que se rompe enseguida, fruncen la cara (signo de incomodidad) cuando caen algunas gotas. Y si se trata de una familia: todos los integrantes tienen los mismos paraguas, todos los integrantes optan por el piloto de plástico.

3. Al mal tiempo, mala cara. Tantos días de lluvia, tanta falta de sol y de calor influyen en el humor. Si alguno estaba esperando el calor para salir de la depre, pobre.

4. El aficionado. Detecta cuál es el sitio web o la fuente de información más fidedigna y la chequea constantemente. Sobre todo antes de salir de la casa. “Estaba previsto”, retruca cuando alguno en su entorno se queja. Tiene razón: la previsión vuelve menos plomo el mal tiempo. Recomendación: http://www.meteo-paris.com. Parece que se viene el calor. Por fin.

 

 

Parisinos vs. porteños alrededor de una mesa

 

Y de repente están las comidas en casas de parisinos. Momentos claves para detectar las costumbres de unos y otros.

El invitado porteño arrasa con todo. Mete la mano en un bol con pistachos aún cuando el bol está viajando de la mano de la anfitriona a la mesa donde será apoyado. Agarra unas almendras aún cuando la anfitriona las está pasando del paquete al bol, con algunas almendras que le rozan la mano en la caida. Si la comida se extiende, y si hay confianza, no dudará en ir a la cocina tres horas más tarde y picar algo. El anfitrión debe estar preparado para un eventual desvalijamiento gastronómico. El invitado parisino es un poco más delicado. Más controlado. Hay que insistirle para que repita el plato. Siempre dirá “no” ante el primer ofrecimiento de repetición, aunque quiera un poco más.

Escena 1. El tipo está de paso por París. Una pareja de franceses con la que se había cruzado algunas veces en Buenos Aires por trabajo lo invita a comer a la casa. Es importante la precisión: no son íntimos amigos. Es a modo de agasajo. La invitación fue pactada antes de que el tipo se tomara el vuelo transatlántico. La cita es a las 20h. El tipo quiere llevar a una muy amiga. Llama a la pareja en el transcurso de la tarde para avisarle que irá acompañado. O eso es lo que pensaba. Los anfitriones le dicen que no es posible: ya compraron el pescado (coquilles st jacques) y compraron justo. Un argentino jamás contestaría así. Haría platos más chicos y se las arreglaría.

¿Pareja rata? No. Simplemente organizada. Los parisinos lo quieren agasajar y armaron un buen menú casero y en pasos, de esos que requieren tiempos de preparación: aperitivo, entrada, plato principal y postre. El anfitrión parisino siempre arma un banquete a todo trapo cuando invita a comer a su casa. Una persona adicional a pocas horas de un encuentro integralmente planificado generaría un desbarajuste de sus planes. En esa organización se pierde un poco de espontaneidad, eso es seguro (lean este post de mi amiga Josefina Lier), pero debe reconocerse cierta delicadeza en todos esos preparativos. Mientras que en BA el acto más noble es recibir con gran sonrisa a cualquier invitado adicional que se sume a último momento, y siempre estar dispuesto a agrandar la mesa y lidiar con las espontaneidades, en París el agasajo pasa por el menú organizado y muchas veces casero, donde nada es dejado al azar.

Escena 2. Lu decide hacer una comida en su casa para amigos. A Lu le gusta cocinar. Manda un mail. Los diez invitados responden. Entusiasmados, confirman la presencia. Y, sistemáticamente, todos le preguntan: “¿qué llevo?”. Como en todas las comidas informales entre amigos en París, flota una especia de solidaridad. Todos quieren llevar algo. Un vino, un poco de pan, una torta, algo de fruta, unas flores gigantes. Llegar con las manos vacías es posible, sobre todo entre amigos, pero a ninguno le gusta. Los amigos son todos porteños, aunque bien afrancesados. Entienden que, en esta ciudad en donde todo requiere un poco de esfuerzo, una comida entre amigos será un gran momento. Y colaborar siempre está bueno.

La casa de bombones Meert existe desde 1761. Lo más rico: las "gaufres" (los wafles) con vainilla adentro. Una bomba

Algunas sugerencias de paseos lindos

Ya está. Finalmente, después de días de lluvia y con temperaturas alejadas a las de primavera/verano, salió el sol y empezaron los días de 20 grados y más también. Acá todo el mundo está contento. Los parisinos comen y beben en las terrasses, las mesas instaladas sobre las veredas. Esos espacios requieren un permiso de la municipalidad que no siempre es fácil de conseguir: algunas veredas son muy angostas. Suertudos aquellos que lo tienen: conscientes de que los días de sol y de calor no son mayoría, en París se desesperan por un lugarcito al aire libre. Literalmente.

Las chicas se dejan los shorts pero se sacan las medias cancan. Se ponen sombreros, pañuelos y polleras largas. Para los chicos, las bermudas del año pasado se convirtieron en shorts que usan con camisa y cinturón. Todos esperaban estas temperaturas para mostrar los outfits del verano.

Aprovechando el buen tiempo, y porque muchos planean venir en estas semanas, acá van algunas sugerencias de paseos. La filosofía de “compartir”.

– Las calles Vivienne, Richelieu y Des Petits-Champs. La galería Vivienne es super. Adentro hay viejas librerías, Legrand et Filles (para tomar buenos vinos acompañados por ricos platitos, estilo tapas pero francés) y, en el medio del pasaje, un salón de té con una cheesecake deliciosa

– El jardin du Palais Royal, con todas boutiques alrededor (pipas, vintage, Marc Jacobs y los perfumes Serge Lutens, entre otros)

– La zona del canal Saint Martin: rue des Récollets y para abajo, hacia la rue Dieu, bordeando el quai de Valmy y el de Jemmapes. Hay bares, restaurants y boutiques

– El arrondissement (barrio) del 9ème, desde Pigalle bajando por la rue des Martyrs y hacia la place Saint Georges. En el camino está el museo Gustave Moreau, que es muy lindo, y el de la Vie Romantique (tiene unas mesas afuera, rodeadas de plantas, para té y torta)

– La calle Montmartre (que no es el barrio), cerca de la estación Etienne Marcel

– El jardin des Plantes, con un vivero gigante

– Tomar un helado en île Saint-Louis (las heladerías Berthillon están siempre llenas, pero el plan es bueno).

– Y un café crème en La Closerie des Lilas (como Ernest Hemingway)

– Además, rincones culturales diferentes (y así variar del Louvre!!) en este post.

 

Este es un buen plan. En vez del Sena, el lago del Bosque de Boulogne

El rugbier que se convirtió en cantante

Omar Hasan no va mucho a los cafés, pero el histórico bistrot "Chez Authié" le gusta

 

Otro post desde Toulouse, sudoeste de Francia, porque vivir en París es también viajar por Francia y, de paso, compartirlo. Esta vez, el encuentro es con el tucumano Omar Hasan, pilar derecho del equipo de rugby toulousain y de Los Pumas y hoy reconvertido en cantante lírico.

Hace ya casi 15 años que Omar Hasan no vive más en Tucumán, pero mantiene esa agradable costumbre de nunca parecer apurado: saluda y conversa con todo aquel que aparezca, ya sea un amigo con el que se encuentra de casualidad el sábado a la mañana en el centro de Toulouse o un fan agradecido que se le acerca. “Es mi gran problema. Pero soy así”, se excusa Hasan.

Descubrió el rugby gracias a un amigo de la escuela que a los 9 años lo invitó a su club. Era sábado y le encantó. “Así es como los clubs reclutan. Les piden que traigan amiguitos, y así fue”. Cuando terminó el colegio, repartió su tiempo entre la facultad (carrera de Agronomía) y el trabajo (preventista). A los 21 años ya estaba en el seleccionado argentino, Los Pumas. En 1997 jugó en Nueva Zelanda, Australia y de nuevo Nueva Zelanda. Estudiar al mismo tiempo no era fácil. “Si sos deportista de alto nivel, olvidate”. Eligió el deporte. En 1999 jugó en el Mundial de Rugby con Los Pumas, pero fue durante esos viajes en los que el equipo buscaba clasificarse que fue contactado por el club de Auch, semi profesional. “Acepté. Buscaba asentarme para también hacer otras cosas”.

Al mes de llegar a Auch lo contactan del equipo de Agen, y allí pasa los siguientes cinco años. Estudia francés y cursa la licenciatura de comercio exterior. También empieza a estudiar canto, algo que venía de más chico: en quinto grado formaba parte del coro de la escuela y le gustaba. Pero fue en Agen en donde descubrió repertorios líricos y participó en operetas.

En 2002 conoce a su mujer en un viaje. Él va como rugbier. Ella trabaja en el hotel.

En 2004 el contrato está llegando a su fin. Piensa en ir a Nueva York, donde su mujer tiene un trabajo. “En ese entonces era mi novia. Terminaba mi contrato y no tenía ninguna propuesta que me motivara. Fueron épocas de insomnio”. Y de repente aparece la propuesta del Stade Toulousain. Dos años que se convierten en cuatro, y después otros tres como entrenador, hasta finales de 2011.

Este año es el primero en el que se dedica completamente al canto. Con otros dos músicos (acordeón y violoncello), organiza “Café Tango”. Viaja por la región. Canta en francés y en español. Pero siempre vuelve a casa, en donde su mujer y sus dos hijos lo esperan.

Extraña la carne “bien cocida y en cantidad desmesurada”, la humita, los tamales y las empanadas. “También en cantidad: mínimo seis. En Tucumán están las verdaderas, cortadas a cuchillo y sobre todo de carne y pollo”.

 

Delante de uno de los afiches de la Halle aux Grains, sala de conciertos y teatro de Toulouse

 

Acá van tres videos (sugerencia de mi amigo Rulo). En los dos primeros, Omar Hasan, el rugbier, en un partido Francia-Argentina. Son las mismas imágenes, mejor y menor calidad, comentadas por periodistas franceses y argentinos. Esperen un poquito que él aparece, lo nombran y todo. En el tercer video, Omar cantando. Como no se me carga, acá el link: http://www.youtube.com/watch?v=L2jyBEAS3G0