Frío y espíritu navideño

Los arbolitos (verdaderos) a la derecha para llevar a casa

Hoy hizo frío de esos que piden guantes. Meter las manos en los bolsillos del tapado, como hasta ahora, ya no es suficiente. Las manos se enfrían igual. Los días parecen más cortos. Oscurece rápido. A veces es como si nunca hubiera amanecido: gris todo el día, y de repente es de noche. La experiencia es bastante tunelera. Los mejores programas, cuando no se trabaja, son las comidas entre amigos, las sobremesas largas en lugares cómodos (evitar aquellos en donde te echan o te sientan pegado a alguien que no conoces), las fiestas indoor, las tardes de tés y las escapadas fuera de París.

Pese a ello, los parisinos están muy activos. En Buenos Aires se acercan las vacaciones, pero acá no. Una o dos semanas de corte para los estudiantes, algunos fines de semana largos para estar en familia, un descanso entre mucho trabajo antes y después. Y las tardes -a la salida del trabajo- y los fines de semanas son las ocasiones para preparar los festejos, comprar el champagne, los regalos, la decoración navideña. Con tanto frío, las botas colgantes de papá Noel y los muñecos de nieve combinan con el paisaje, y los chocolates y la comida más elaborada se justifican.

Esta semana inauguran una pista gigante de patinaje en el Grand Palais. Vuelvo con más fotos en dos días. Jo jo jo

La foto quedó medio fea pero es la decoración del Bon Marché, rue de Sèvres

Las vidrieras, decoradas con animaciones, una tradición parisina

 

Pasear con frío (photomaton 02)

Muy temprano

Todavía no hace un frío glacial, pero está por llegar. Lo peor es ya conocer de qué nivel de frío se está hablando. Como hay grandes amigos que llegaron hace poco pero que planean quedarse unos meses, ya se discute sobre las técnicas anti-frío. La mejor campera, las remeras térmicas, los guantes de cuero y cashmere, el efecto cebolla. Se les adelanta lo que se viene, de paso un recordatorio para uno mismo. Por ahora los paseos continúan. Todavía no es hora del efecto encierro, por suerte. Así que cabina de fotos, again.

En el camino a Apple, me crucé con el Louvre. Y vi esto.

A la Tour Eiffel la vi así, y me gustó. Hay una distancia especial en la que es imponente

Pude sacar dos fotos de este artista chino Yue Minjun en la Fondation Cartier antes del “ch ch”

Esta iglesia del 6e estaba más llena de lo que parece. Domingo. Foto y me fui

El jardín de Luxemburgo está lindísimo. Las flores vivas, prueba del no frío glacial

Me gustaría vivir acá

Me gusta este barrio los domingos

Mi mejor amiga tuvo un baby. Así es una maternidad pública en París

Recomiendo el barrio de Lamarck-Caulaincourt. Es very nice con subidas y bajadas

También podría vivir acá. Always Lamarck

Y de repente cuando íbamos bajando pasó esto. No es de cancheros. Pasó

Siempre miro este lugar: relojes industriales

Un poco antes de las 6pm

Me parecieron simpáticas. Fin

Cabina de fotos

Pasaron un montón de días desde el último post: trabajo, visita de amigos, visitas familiares, más trabajo. Pero siempre saqué fotos. Así ustedes también pasean por París.

De paso, por consejo de mi amigo Tete, se inaugura la categoría Photomaton (en alusión a esas cabinas que hay en todo París para sacarse fotos carnet). Cada vez que el post sean fotos de París, será Photomaton. 

Siempre miro cuando una puerta está abierta porque en París no están siempre abiertas

El día de la apertura para la prensa de la expo de Edward Hopper en el Grand Palais

Descubrí que hasta las 42 años vivió de su trabajo como ilustrador de revistas

Finalmente ví en vivo esta pintura que durante años tuve pegada en una pared de corcho de mi cuarto

Fui a una presentación para la prensa de la próxima colección de accesorios de Hermès

Caminé con una amiga embarazada y su hijito por las calles tan anchas de París

Comí en el marché des Enfants Rouges, un mercado del Marais

Me puse contenta: hacía frío pero al menos con sol

Tomé el metro

Fui al cementerio Père Lachaise. Vi las tumbas de Chopin y de La Fontaine

Miré el cielo. De nuevo contenta porque estaba así

Llegué hasta los Champs-Elysées porque tenía visitas en París

Ví una luna así de grande a las 5am desde la mini ventana del baño. En vivo era más impactante

En los jardines del Palais Royal me di cuenta de que era otoño

En las galerías Lafayette pensé que era navidad. ¿Se anticiparon demasiado?

Saqué otra foto para que vieran lo inmenso que es este árbol

Recibí esta foto de un amigo y su menú light del mediodía

Comí en lo de una amiga que tenía esta vista. Olvidarse que está y de repente volver a verla está buenísimo

Y saqué esta desde el colectivo un día que el cielo estaba así

Cumplir años en París

La Tour Eiffel, vista desde el XVème arrondissement

Cumplir años en París es soplar las velitas de las doce inesperadamente acompañada por amigos argentinos que están de visita (y por un amigo de ellos que era un desconocido cuatro horas antes). Es empezar a recibir mensajes desde Buenos Aires cuando allí todavía es el día anterior. Es gustar de la lluvia de ese día, y pensar que el cielo gris es la mejor luz de París. Es disfrutar de un tipo que canta en el metro. Es sonreir en la calle y recibir más sonrisas a cambio. Es sentir la ciudad muy friendly. Evidentemente, es ver todo en positivo.

Cumplir años en París es organizar una comida que empieza a las 19h30. Es pensar, ayudada por amigas, en un menú práctico que sea fácil de preparar, de comer y de ordenar cuando todo termine. Es comprar empanadas (muchas de carne, y algunas de choclo y de queso y cebolla) en Carnar, porque comer empanadas en París con amigos es un programón. Es enterarse que, por la inflación, en BA están casi al mismo precio. Es emocionarse con la lata de dulce de batata, la botella de Fernet y la caja de alfajores de maicena que también venden en la boutique. Y, por un minuto, hablar en español y sentirse en la Argentina.

Es tener una amiga increíblemente generosa que presta su casa para el festejo, porque es una casa un poquito más grande (el cuarto y el salón están bien divididos, la cocina es amplia y el horno no es de juguete). Es poder invitar a más amigos que el año pasado, aunque no más de veinte (cambiamos de barrio pero seguimos en París). Es disfrutar mucho de cada uno. Es disfrutar mucho viendo que unos hablan con otros. Es saber que todos, o casi todos, traerán un vino o algo para tomar, y no tener que cargar (ni comprar) solita quince botellas. Es tener una amiga de fierro, la de siempre, que se ofrece y hace la torta (tiramisú). La trae, con velitas y todo, en bus, embarazada y con otro de tres años de la mano. Lo hace sin chistar y llega espléndida. Aplausos. Es tener amigos que llegan más temprano y terminan ayudando con los preparativos. Es tener amigos que llegan más tarde y se meten en la cocina desesperados en busca de empanadas. Es darse cuenta que entre los íntimos hay muy pocos franceses, y por eso tratar muy bien a los que están para que no huyan. Es pensar en los otros tres cumpleaños pasados en París.

Cumplir años en París es la oportunidad para escuchar la voz de muchos amigos que llaman de BA. Es meterse en la cocina, escapando del ruido, para poder hablarles. Es intentar repartir equilibradamente las energías entre el festejo presente y el llamado a la distancia. Es extrañar a los amigos de BA. Es estar feliz por los amigos que se tiene en París. Es tener unas diez botellas de vino vacías al final de la noche. Es mancharse con vino en algún momento. Es festejar con vista a la Tour Eiffel, que se ve de muy cerquita.

Amigos argentinos de visita

El salón del Café de la Paix, a metros de la Opera

Muchos amigos argentinos están de visita por estos días en París. Felicidad absoluta, diversión, risotada y cuatro observaciones.

Uno. Podrán haber venido más de diez veces a París, pero ello no impide que en cada nueva visita haya un momento destinado a la discusión sobre “la propina”. Si está incluida, si no lo está, si se deja, si no se deja, hasta llegar a los testimonios de lo más personales e inútiles de quienes viven en París (del tipo: “mirá, yo, si me atienden bien, dejo a veces, pero no siempre, depende, obligatorio no es… bla bla bla”). El debate en general se zanja con la voz de algún argentino riguroso que después de años en París lanza un “según la resolución legal Nº…”. Nadie se va convencido. Habrá quienes por exagerados o despistados dejarán el 10% o 15% como si esto fuera NY. Y habrá quienes, al momento de pagar, y de forma reiterada, preguntarán si se deja o no propina. Como si no quisieran hacerse cargo solitos de no querer dejar nada, o poco.  

Dos. Eliminadas están, por suerte, las comparaciones de lo más deprimente del tipo “esto sería como Palermo Viejo” cuando se pasean por el Marais. Tampoco están todo el tiempo haciendo el cálculo de cuántos pesos son esos cuarenta euros que pagaron por una buena comida. Aunque, cuando lo hacen, empiezan con la insólita paleta de los azules (blue, celeste). Y ello abre el juego para una mini charla sobre la situación económica y política de la Argentina, las dificultades para salir con dólares, las dificultades para entrar con regalos. Todo argentino que pasa por París habla de eso en algún momento. 

Tres. Qué lindo sería si París siempre fuera un desayuno en el jardín de invierno del hotel Crillon, un café crème en la Closerie des Lilas, donde solía ir Ernest (Hemingway), un té y unos canapés en el Café de la Paix, un cheesecake en la galería Vivienne, una soupe à l´oignon (sopa de cebolla) en Le Grand Colbert. Con amigos de visita uno se reencuentra con esos detalles que hacen de París una ciudad terriblemente placentera.  

Cuatro. Los amigos se van y uno está feliz por los paseos y las risas compartidas, feliz por el fin de las multipreguntas (va a llover? dónde puedo comprar buenos zapatos? dónde podemos comer? me pedís un taxi?), triste por las despedidas, y en bancarrota por haber vivido como un turista.

Afuera, el boulevard des Capucines y un puesto de ostras y frutos de mar

La barra, la planta, el vino, el barman. Y el reloj

Un cuarto en el hotel Le Meurice y un vestido de Paco Rabanne

Un baño más grande que mi casa parisina

El Bloody Mary y el agua con pepino del Hemingway Bar, en el Ritz

Llegó el otoño

Uno de los límites de los mini espacios parisinos es no poder tener toda la ropa a la vista. Hay que elegir qué se quiere poder mirar, a qué se quiere tener acceso fácil. Generalmente depende de la estación: verano vs. invierno. Por las temperaturas que se manejan en París, verano lamentablemente engloba sólo verano, mientras que invierno incluye primavera y otoño.

La “otra” mitad está guardada en esas cajas cerradas tipo “tupper” gigante, o en valijas, y escondidas abajo de la cama (en el peor de los casos, arriba de un placard). Uno aprende a maximizar el espacio, a deshacerse sin piedad de lo que ya no usa o de las prendas viejas y con bolitas, a reconfortarse pensando que esos dos bolsones de ropa le vendrán muy bien a otras personas: en París hay más de 100 containers para dejar ropa que después será redistribuida. 

No hace tanto tiempo Coco había reemplazado en sus placares la ropa de invierno por la de verano. Ese fue un momento de felicidad. Llegaba el verano, el sol, el calor, la bici para todo, los parisinos en sus “terrasses”. Tres meses más tarde, empieza a hacer frío de nuevo. Asumirlo no es fácil: significa reconocer que pronto llegará el invierno, los días más cortos, la fiaca de salir, las remeras térmicas que matan el estilo, el intento de estar lo menos posible en la calle. Reacia a todo eso, Coco pasó algunos días de frío antes de decidirse a hacer nuevamente el “cambio de placard”. Un programa que toma algunas horas, que no puede llamarse realmente “programa” y que suena bastante ridículo cuando lo usa de justificación para dejar de hacer algo una tarde con amigos. Al menos ahora ya está preparada para lo que se viene. 

Un festival de música green (con video)

Y de repente están esos días de sol y de calor, en septiembre, que vienen con un plan imbatible: festival de música en un parque con amigos. El fin de semana pasado fue la segunda edición de We Love Green. Durante tres días, en un parque con construcciones del siglo XVIII, tocaron entre otros Django Django, Norah Jones, James Blake, Beirut, Klaxons, Herman Dune y Electric Guest.

Lo “green” del festival: la comida orgánica que reemplaza los panchos y las hamburguesas, los vinos y jugos biológicos en vez de gaseosas, las mini cajitas personales (entran en el bolsillo) que se reparten en la entrada y sirven para apagar y guardar los restos de cigarrillo, las fuentes de agua con vasos provistos por la municipalidad (gratis y nada de botellas de plástico), los tachos de basura divididos, la guardería para las bicicletas, los baños “secos” (no utilizan agua), el escenario reciclable, la energía solar y los autos eléctricos para transportar los materiales y a los artistas.

Lo más increíble es descubrir lo disciplinados que son los parisinos: la propuesta funciona porque ellos respetan absolutamente todo. Y cooperan. Incluso después de varias cervezas. Acá van algunas fotos, más un video al final con música de Herman Dune (de paso, dato: es la banda sonora de la película “Mariage à Mendoza”, del francés Edouard Deluc, filmada en la Argentina y que debería salir en las salas argentinas a fin de año).

 

París sería una ciudad casi perfecta si..

Es un buen momento de París: los parisinos vuelven renovados de las vacaciones, la ciudad retoma de a poco su dinamismo habitual sin todavía amagar con lo robótico, los días son soleados, la lluvia dejó de ser una constante, sigue siendo época de festivales de música, se vienen buenas exposiciones, hay muchos amigos de visita y los más suertudos cargaron buenas energías después de unas semanas en argieland.

París sería una ciudad casi perfecta si estas variantes estuvieran siempre presentes. Estas y otras. A saber: si siempre hubieran al menos seis buenos amigos para juntar alrededor de una mesa, si el clima de septiembre durara más tiempo, si los mozos atendieran siempre con una sonrisa, si los mini espacios no existieran, si se pudiera tardar más de dos segundos para decidir qué comprar en una boulangerie sin miradas impacientes, si no saber lo que uno quiere fuera más tolerado, si se pudiera vivir en más de 70m2 sin tener que instalarse en los bordes de París para no pagar un huevo, si el frío que impide moverse en bici no existiera, si tomarse un taxi fuera una costumbre diaria, si los parisinos fueran más caballeros (y un poquito más machistas, y mucho más piropeadores), si hubiera lugar para un lavarropas en casa, si hubiera un puesto de choripanes en la costanera del Sena, si caer con un amigo a una comida no fuera desubicado, si la espontaneidad estuviera más presente, si se pudiera viajar al menos dos veces al año a la Argentina y así volver recargado, si no hubiera que correr para llegar a la tintorería porque cierra a las 19h, si cada vez más amigos argies vinieran a vivir a París.

Buenos Aires vs. París

Vivir en París también es volver a Buenos Aires, de visita. Intentar en vano controlar la ansiedad antes de la partida, estar a las corridas los últimos días, abandonar en el camino la voluntad de comprarle regalitos a todo el mundo -baby boom, hay muchos nuevos hijos entre las amigas-, priorizar aquellos para la familia y resolver esa repentina obligación mental con chocolates “importados”, ser la persona más feliz del mundo y la envidia de los amigos argentinos que viven en París.

Cada vuelta es la oportunidad de redescubrir la ciudad natal. Esas características que la hacen única y esas costumbres argentinas que se extrañan y que serán inevitablemente comparadas con las parisinas. Las porciones grandes (al menos dos milanesas o una sola pero del tamaño de Japón), los kioscos con miles de golosinas, las rejas por todos lados (en algunos kioscos sólo hay lugar para pasar la mano con el billete), la posibilidad de cambiar casi todo el plato en un restaurant (elige tu propia comida), los zócalos de las veredas inclinados por las raíces de un árbol, el intento suicida de querer hacerse respetar como peatón en cada cruce de calle, la espontaneidad de los amigos que llaman, vienen, van, traen, caen en todo momento, la falta de reglas, la excepción como regla, el almuerzo después de las 14h, el delivery después de las 22h, la inflación que volvió inútiles a las monedas, las mesas para cuatro ocupadas por dos personas, la amabilidad de los mozos, la predisposición para los cambios, el espacio exagerado sin que por ello sea sinónimo de lujo, la cosmetóloga que se convierte en psicóloga, la depiladora que se convierte en amiga, las mujeres de más de 40 con el pelo por la cintura, las de menos de 10 con el pelo por la cintura, todas con el pelo por la cintura, encontrarse con amigos en la calle de casualidad, o ver a un conocido en el taxi de al lado, llegar a ser SEIS amigas alrededor de una mesa.

Cada vuelta es también la oportunidad de detectar algunos “trending topics” del momento, sobre todo femeninos: 1) keratina (un producto con formol que destruye la cabeza pero que es furor en las peluquerías); 2) punta de diamante; 3) uso de la palabra “inmolar” fuera de contexto; 4) sentenciar “ya no me compro ropa en Buenos Aires”, 5) política en cualquier charla entre amigos.

Cada visita a la Argentina es volver con golosinas y novedades para los amigos argentinos que se quedaron en París. De repente, en el afán de responder a las expectativas y a las preguntas (cómo está el país, cómo viste el país), uno se convierte en analista político, economista, estadista. Los debates cruzan así el Atlántico. Las visitas a la Argentina forman parte de la vida en París, son la razón de muchos días sin escribir nada y merecen al menos un post en este blog. 

Escapar de París: la Provence (opción 3)

La llegada al pueblo de Gordes

 

Vivir en París también es aprovechar para conocer Francia. Escapar una semana. Destino: la Provence. En tren, es a menos de tres horas (entre 30 y 40 euros si se saca el ticket con anticipación; hasta tres veces más si se saca el día antes).

Un auto, alquilado en Avignon. Una banda de amigos. Pueblos de piedra. Campos de calabazas. Olor a lavanda por todos lados. Mercado de antigüedades un domingo. O mercado tradicional en la semana, en la plaza central, con productos de la región: vinos, quesos, patés, frutos secos, cosas para la casa muy artesanales. Ostras (seis euros las doce) y camarones.

Una abadía del siglo XII y, de casualidad, la última oración de los monjes ahí adentro. Una casa de 1750, con tamaños incomparables a los parisinos, un cielo todo el tiempo azul, 35 grados, días que parecen dos días (oscurece a las 22h30), pueblos elevados, vistas y más vistas, monumento monolítico. Pocos turistas, aprender a manejar en autopistas francesas (en perfecto estado).

No poder visitar todo, perderse el anfiteatro romano, justificar la fiaca diciendo que así quedarán cosas por ver para una próxima vez. Pasear en barquito y ver las calanques de Cassis, meterse al mar, caminar en alpargatas (en París se salen por lo rápido que se camina!), sombreros y bolsos de paja. Volver reloaded a París.

Acá van algunas fotos para los amichis del blog.

 

 

 

Una plaza en el pueblo Isle-sur-la-Sorgue

 

En el pueblo Ménerbes, región del Luberon