Las maniobras de distracción -esas “cortinas de humo” que tanto vemos los argentinos en todos lados- suelen alcanzar su máxima densidad cuando los problemas duelen demasiado. En ese sentido, la España de hoy es un campo fértil en este tipo de reacciones: si se da a conocer el dato de que el país alcanzó el número máximo de desocupados de la historia (casi 4,7 millones de personas), nunca puede ser el mejor momento para hablar de otro tema menos doloroso, pero igual de preocupante, como el de la necesidad de que los que sí tienen trabajo tengan que hacer aportes durante 38,5 años de su vida para poder cobrar la jubilación en tiempo y forma. Que también es un problema, sí, pero de una calidad superior y una urgencia inferior al que ha reflotado el fantasma de volver a ser, hoy por hoy, el “vagón de cola” de las economías de la Unión Europea.
Pero también hay otros niveles de discusión, quizá menos serios y más cotidianos, donde el grito del tero se escucha con frecuencia. Y aquí, por supuesto, aparece uno de mis temas favoritos por estos días: las consecuencias de la irrestricta prohibición de fumar en espacios públicos cerrados, que ya cumplió un mes de vigencia. Porque, además del gobierno municipal madrileño -que como se ve en la foto que acompaña a estas líneas, impulsó una campaña paralela para promover la reducción de ruidos… así, en una de esas, no nos acordamos más del humo del tabaco- son muchos de los propios ciudadanos asiduos a bares y restaurantes los que también buscan distraer, distraerse y, sobre todo, desentenderse de este nuevo ambiente que reemplaza a su mundo perdido. Que por momentos alcanza, claro está, el status de paraíso perdido.
Por eso quisiera compartir con ustedes lo que me sucedió en mi visita promedio al bar de una esquina promedio en mi encuentro con un madrileño más o menos fumador promedio, mientras intentaba yo pellizcarme a escondidas para convencerme de que ahora sí ninguna emanación de pitillo iba a arruinar a los apetecibles pinchos de tortilla y bocatas de jabugo vistosamente dispuestos sobre la barra.
–Madrileño Más o Menos Fumador Promedio: Jo… Esto va fatal. Yo, si fuera el dueño de un bar estaría más deprimido que encuesta del PSOE…
–Adrián Sack: ¿Por qué?
–MMOMFP: Pues, por lo que ves: la gente ya no se queda tanto tiempo en el bar, y consume mucho menos. Si te fijas bien, todos están mirando hacia la puerta. Afuera hace frío, mucho frío, pero es donde mejor se está, ya que allí se puede fumar, y aquí… aquí sólo se pueden contar los minutos para salir mientras se sufre una caña. Porque ya no se disfruta la cerveza, sino que se sufre.
–AS: Vamos, usted porque es fumador. También tiene que pensar que mucha gente no fumadora a la que antes ni se le hubiese ocurrido entrar a este lugar, ahora por fin puede venir. Esto ya no apesta a humo…
MMOMFP: ¡Pero… qué dices! Desde que no está más el humo, ahora se huele todo lo demás que antes no se olía: sudores corporales de todo tipo, el desinfectante con el que el tío de este bar lava los pisos, los excrementos que dejan las alimañas debajo de las máquinas de hacer café, la pestilencia del frito de los churros, la mugre de los vidrios. Pues, todo…
AS: Yo creo que todo eso ya estaba antes… y el humo del tabaco no lo evitaba, sino que lo tapaba. Lo que hay que hacer, en todo caso, es mejorar la higiene de algunos lugares y algunas personas, ¿no?
MMOMFP: Hombre, no pidas demasiado, que esto es un bar, no un hospital. Lo que nos queda es dejarle en claro a las autoridades que esta medida de no permitirte fumarte un cigarro en cualquier lado es para fanáticos, no para la gente real. Tendría que haber bares para fumadores y no fumadores, y el que quiera uno o quiera otro… ¡pues, que lo elija!.
AS: ¿Y qué pasaría con los empleados de sus hipotéticos bares de fumadores, que tendrían que volver a aspirar el humo de los cigarrillos durante toda su jornada laboral?
MMOMFP: Pues, que contraten empleados fumadores, y ya. Hay que terminar con esta hipocresía.
AS: ¿Qué hipocresía?
MMOMFP: La de los políticos, de querer darnos el ejemplo de una vida sana mientras la mayoría de ellos son fumadores. Yo, cuando haya una manifestación contra esta ley absurda, allí estaré, adelante. Y mientras ese momento llega, voy a seguir frecuentando un grupo en Facebook que mola mogollón. Se llama “Gracias a la ley anti-tabaco, ahora necesitamos una ley anti-sobaco”. Entra ahí, que fliparás…
Salí del bar, y entré a Facebook. Y tanto en aquella salida como en esa otra entrada, me hubiese gustado ser un personaje de Condorito, para poder tener la virtud expresiva de desmayarme con un “¡Plop!” en el último cuadrito…