Hoy pasé caminando por la Puerta del Sol, después de haber renunciado hace dos semanas a ese ejercicio impuesto por la rutina periodística, y me encontré con algo inesperado, acaso anacrónico. Porque, como notarán en la foto que encabeza a este post (y que tomé al mediodía) había en el centro de la plaza todavía varias carpas de aquella ruidosa “acampada” de los indignados supuestamente levantada hace casi dos semanas. Ya sin la atención de los medios, y ante la indiferencia de la mayoría de la paseantes, aquel emplazamiento testimonial lucía más como un hueco despojo de lo que llegó a ser -cuando se creyó a sí misma una reedición del Mayo Francés cruzada con carpa docente porteña de los años noventa- que como una célula latente dispuesta a renacer apenas muerto el verano boreal, o amanecida ya la próxima campaña electoral.
Pero, ¡oh sorpresa!, pronto advertí que la protesta seguía viva. Y lo pude ver en los gestos airados que enfrentaban a uno de los moradores de las carpas tipo “iglú” -el “núcleo duro” de los indignados-, y a una señora muy coqueta con sombrero de ala ancha que parecía recibir un shock eléctrico cada vez que tomaba la palabra, momento en el que se enervaba hasta sacarle chispas a su cerebelo.
Como nunca me gustaron las películas mudas, y menos en vivo y en directo, le subí el volumen a la conversación acercándome unos 20 pasos. Pero solo llegué al encendido estribo de esta candente conversación:
-SEÑORA ENERVADA: ¡Os lo digo y os lo vuelvo a decir: sois todos una panda de perroflautas! ¡Que sí, unos perroflautas de pura raza adiestrados por (el vicepresidente español Adolfo Pérez) Rubalcaba! Solo vivís del desorden, pero ahora que no hay nadie aquí, os iréis en manada a las playas a hacer vuestro negocio allí!
-MORADOR DE LA CARPA IGLÚ: Oiga señora, usted tiene la cabeza martillada por derechas. Le está haciendo muy mal vivir sola y con la única compañía del televisor…
–S.E.: ¡Y tú, y tú solo eres de utilidad para este gobierno de sociatas que os hace creer que sóis libres, y no servís para otra cosa que para perjudicar la imagen de esta ciudad. ¿Por qué protestáis aquí y no vais al Palacio de la Moncloa? Claro, si se te ve en el orillo que te mola Zapatero…
-M.D.L.C.I.: Señora, váyase usted a tomar el té con sus amigas pijas, así discuten las sandeces que veis en el canal Intereconomía y lo que leéis en el ABC- dijo, mientras le subía violentamente el cierre a su vivienda de lona.
Y la señora, para entonces, ya se había pasado de los 220 (voltios).
–S.E.: ¡Es que así termináis las conversaciones siempre, dando a secas el portazo! ¡Perroflautas, indignos…! Pero, sobre todo, ¡¡¡Perroflautas!!!
Naturalmente, la parte que más me quedó del diálogo fue, también, la más encriptada para mis oídos argentinos. Porque yo había escuchado hablar de luces de ojo de gato, de pinzas de pico de loro, de la flor azucena tigre, de las ballenitas de la camisas y hasta del hormigón armado. Pero esto del “Perro-flauta” sí que me resultó indescifrable… sobre todo, a partir de la primera imagen que asomó en mi mente tras escuchar esta palabreja tan extraña.
Y como no quería ni pensar por dónde debería soplar al perro de marras para que emitiera sus sonidos, fue corriendo a consultar al diccionario de la RAE. El resultado fue decepcionante: nada. Acto seguido, consulté a la Wikipedia: agua otra vez. Fue entonces cuando empecé a llamar a mis amigos españoles, con la excusa de saludarlos para, en realidad, atinar a preguntarles al final de esa conversación por el significado y el origen de la inquietante palabra. Las respuestas fueron varias, pero todas iniciadas por el típico “ehhhh… ¡Jo!”. Aunque, en conjunción con lo poco y contradictorio que encontré en Internet, rescaté tres rasgos definitorios para el supuesto exabrupto de la elegante señora:
-Los perroflautas son aquellos sujetos pertenecientes a una heterogénea tribu urbana española que se caracteriza por tener un estilo de vida marginal. Normalmente tienen muy pocos recursos económicos y viven de changas callejeras, principalmente de tocar la flauta o la guitarra en las terrazas (mesas de bares y restaurantes que están al aire libre) o de vender artesanías.
-Su nombre -esto no está, ni mucho menos, confirmado- se debe a que generalmente se los puede ver acompañados por un perro, que está a su cuidado, y una flauta con la que se ganan la vida… y le dan, teóricamente, de comer al animalito.
-No son todos necesariamente Okupas, ni mendigos, ni artistas callejeros, ni vendedores ambulantes, pero muchas veces forman parte o coinciden con estos grupos.
Si me hubiesen dicho antes que eran crotos, me ahorraban una panda de misterios…