Existe, sin lugar a dudas, algo que los argentinos que vivimos en España no extrañamos de nuestro país. Y eso, es la playa. No voy a hablar aquí solo de la asimétrica comparación entre la cálida temperatura -y la transparencia- de las aguas del Mar Mediterráneo en Levante o en las Baleares y nuestro gélido y picado Atlántico sur, sino de lo que la mano del hombre, español y argentino, hicieron con ellos para garantizar su pleno disfrute. Porque, mientras en la costa bonaerense, muchas veces debemos esquivar desde cáscaras de bananas, pañales usados, latas de bebidas aplastadas, cuatriciclos sin rumbo y hasta autos mal estacionados en plena playa para llegar a darnos un decente chapuzón luego de andar a los saltitos en la arena caliente, en la España turística lo que encontramos siempre, en lugar de todos esos obstáculos, es un camino allanado en forma de rampa, hacia la playa y entre las duchas y chiringuitos (bolichitos playeros). Sí, algo nada caro, y que depende más del interés por ofrecer un servicio público a ciudadanos y turistas que del presupuesto nacional, provincial o municipal: un simple camino de listones de madera por el que se pueda acceder hasta el mar con cochecitos de bebé o sillas de ruedas, como los hay, por ejemplo, en Menorca, Mallorca, Valencia y la costa gaditana. Y pido disculpas aquí si en el último verano -en el que no pude estar en la costa atlántica argentina- las instalaron en algún balneario, pero, al menos, en la temporada anterior no había algo parecido en ninguna de las costas… y, por lo que me cuentan mis amigos y conocidos, la situación sigue siendo igual.
Todas estas ventajas de limpieza y servicio -donde las duchas a la salida de cada cala o playa no faltan y funcionan- solo encuentran, en mi opinión, con un pequeño pero molesto contrapeso: a pesar de sus formidables rampas, a las playas españolas es recomendable concurrir con una espátula en el bolso playero. Nada podría ser más útil que ese adminículo para quitarse de las plantas de los pies la infinidad de colillas de cigarrillos con las que los veraneantes parecen querer quitarse la bronca por los rigores de la aún novedosa Ley Antitabaco. Porque, si en los últimos años ya muchos tenían la costumbre de fulminarse decenas de pitillos al borde del mar, este año, la restricción de fumar en lugares públicos y cerrados ha transformado a varias secciones de las bellísimas arenas mediterráneas en gigantescos ceniceros al aire libre…
Por eso, y por contar con una esposa que no fumó en su vida -y dos hijos muy pequeños a los que les da naúseas el “humo podrido”, como dice el mayor- este año decidimos, en Menorca, ir en busca de playas menos pobladas. Fue así como comenzamos a recorrer la isla, desde Cala en Bosc, en la que encontramos varias de las postales que comparto con ustedes arriba de estas líneas. ¿Creen ustedes que se puede agregar a los estupendos paisajes que pueden ver?
Yo, en mi caso, me tomo el atrevimiento de adelantarles una personalísima respuesta positiva. Y es que, para encontrar las calas (playas de las ensenadas) más apacibles de la isla menorquina, hay que pagar el precio de internarse en pequeños bosques y caminar bastante… aunque si un día están por allí y son más bien conservadores, les ruego que no hagan lo que hice yo. ¡Lean los carteles, muchachos! Y por favor recuerden que “playa naturista” es casi un sinónimo de “playa nudista”, porque después de caminar bajo el sol casi 2 kilómetros en bajada con un chiquito sobre los hombros, las energías para volverse -si no son lo suficiente liberales para estar en familia en una de ellas sin mosquearse- pueden quedar seriamente mermadas.
Y ahora les quiero preguntar yo, que me reconozco un pacato absoluto: ¿no les da aunque sea un mínimo de impresión que la gente pase bien cerquita con sus trajes de Adán y Eva -ese sí que es un arcaísmo más antiguo que mi moral- mientras uno se está bañando en compañía de su familia? Sé que no puedo decir nada ni quejarme mínimamente, porque éramos nosotros los que estábamos invadiéndoles su espacio, pero… ¿podrían ustedes estar ahí como si nada? Vamos, espero sus más sinceras respuestas (las más progres incluidas…).
Mientras tanto, los dejo con una de aquellas vistas de aquel recordado paso por Cala Turqueta: