El fin de semana pasado me di el gusto de visitar, junto con mi familia, el Museo del Ferrocarril, ubicado en el Paseo de las Delicias de Madrid. Y debo decir que, más allá de mi ligazón sentimental y futbolística con los trenes, la pasé mucho mejor de lo que esperaba: hay máquinas y vagones de todas las épocas y para todos los gustos. Sin embargo, lo mejor es que no sufren de restauratitis, es decir, de ese síndrome que padecen muchos edificios y artefactos antiguos, especialmente en Europa, que hacen demasiado evidente el paso de la mano del hombre contemporáneo para devolverle su aspecto -supuestamente- original. Y no me refiero ya al Ecce Homo, sino, por ejemplo, a la Catedral de Moscú o a las torres del Palacio de la Alhambra, que al menos a mí me provocaron una gran desilusión al enterarme de que su esplendor visual se apoya en esforzadas reconstrucciones. Que no está mal que se haga pero, sinceramente… ¿es igual que si tuvieran el “aquí y ahora” de la obra de arte que postulaba Walter Benjamin es su cita más famosa y ya trillada?
En fin: nada de eso vi en el Museo del Ferrocarril, un lugar ideal para visitar con los chicos -y que para mí forma el podio madrileño, en ese sentido, junto con el Zoo Aquarium y el espléndido Parque de Atracciones- ya que se hace difícil eludir la fascinación que producen tanto los enmudecidos monstruos mecánicos exhibición como el caro, carísimo paraíso prometido por la feria de ferromodelismo que se monta allí los fines de semana.
A continuación, comparto con ustedes un breve video en alta definición que edité con imágenes de mi teléfono celular. Espero que les guste: