A pie por Lavapiés

Al salir de la estación de metro de Lavapiés y caminar los primeros 100 metros nada llanos no pude menos que acordarme de una viñeta de Mafalda.

En la situación de historieta que vino a mi mente, la hija dilecta de Quino viajaba en un tren, cuando al ver por la ventanilla una casilla de chapa exclamó: “¡Qué ranchito miserable!”. Al instante, su reflexión fue corregida por otro pasajero, que le dijo, con tono pedagógico: “Se dice ‘pintoresco’, niña. ¡Pintoresco!”.

Yo me fui de ese barrio sin estar seguro de si era “pintoresco”, por más de que muchos argentinos que quizá no tenían tan patente ese capítulo mafaldesco utilizaron justamente esa palabra para describírmelo.

Pero más allá de eso, yo decidí ir porque estaba convencido de que algo debería tener para que tantas guías de turismo recomendaran visitarlo… aunque nunca después del atardecer, cuando los punguistas celebran su supremacía sobre el resto de los mortales.

Debajo de estas líneas encontrarán el resultado del paseíto que salí a dar un domingo con mi cámara, en busca de ese “algo”. Ustedes me dirán si lo encontraron:

Malvinas y Gibraltar, ¿un solo corazón?

Siempre había creído en la reciprocidad argentino-española a nivel periodístico de las causas de Malvinas y Gibraltar… hasta que leí este artículo, que me envió mi amigo y colega Bernardo Sagastume desde las Islas Canarias. La semana que viene les mostraré otra curiosidad al respecto…

Malvinas para Canarios

Madrid centro en auto (cuando se puede)

Aunque Madrid, al lado de otras capitales europeas, parezca una aldea de “sólo” 3,3 millones de habitantes, el trazado no planificado de su zona céntrica la pone a la altura de las grandes ciudades del continente. Entre las similitudes que, desde este punto de vista, Madrid puede tener con París, Londres o Berlín, la que más se destaca es particularmente inquietante: manejar un auto y, sobre todo, estacionarlo en un lugar cercano al destino accesible es una tarea indeseable y, en ocasiones, también bastante estresante.

Pero esta pequeña condena hace también que los días y horas en los que el tránsito brilla, alegra y entusiasma por su ausencia, andar en auto pase a ser la mejor manera de recorrer la ciudad… después de caminarla, comerla y beberla, claro.

Con ustedes, mi petit paseíto de fin de semana: