El crédito de las teorías de la conspiración nunca alcanzará en España los niveles preocupantes que goza en la Argentina, donde más de uno tiene amigos que saben que “todo está arreglado” para que el próximo torneo de primera división lo gane Boca, que tal o cual candidato se imponga en las próximas elecciones presidenciales o que el dólar termine cotizándose a 10 pesos a fin de año.
De esos sabelotodos de peluquería casi no hay por estos lares madrileños, o al menos a mí no me ha sido fácil ubicarlos. Pero sí me cansé de escuchar a los parientes directos de estos personajes, que no paran de hablar de la supuesta “manipulación” que realizarían algunos medios para lanzar “cortinas de humo” capaces de disimular los estragos que está causando la crisis económica más grave que está sufriendo este país desde la muerte de Francisco Franco en 1975.
Aunque, debo admitirlo, a ellos sí les creo: justamente, porque si hay algo que no se puede obviar en esta ciudad son las “cortinas de humo” que trazan -y me atrevo a decirlo, ya que mencionábamos a los xeneizes- la mitad más uno de sus habitantes en edad adulta… y mucho más allá del planeta prensa.
Claro que no son éstas cortinas de humo figuradas, sino bien reales, visibles y, sobre todo, inmediatamente perceptibles por el olfato, que no puede evitar esa violenta irrupción que arruina la promesa de degustar adecuadamente cualquier plato de la variada cocina ibérica servido en bares, confiterías y restaurantes.
En las mejores mesas del interior de esas casas de comidas, y en absolutamente todas las que tienen la mejor vista y la sombra más apacible en las limpísimas veredas de la ciudad, el pequeño edén que todo buen no fumador puede construir al tomar asiento en estos sosegados lugares de Madrid se derrumba, inevitablemente, en cuestión de minutos, e incluso segundos. Basta ordenar la entrada, o esperar el plato principal, para que el chasquido insolente de un encendedor (que aquí responde al químico nombre de “mechero”) termine en producir la célebre cortina, que además es continuada, como si se tratase de una obligación moral tácita, por otros fumadores incapaces de dejar rezagados a sus compañeros de vicio.
Ya mismo me imagino a más de un lector que en estos momentos quiere recordarme que “lo mismo pasa en Buenos Aires” y en otros lugares de la Argentina y el mundo… pero quien ha vivido en esta península, puede responderle por mí que el hábito de fumar aquí bate todos los récords, en especial los cualitativos. En ninguna otra capital de Europa en la que me ha tocado estar, a excepción de Lisboa, he visto que los códigos de los fumadores en los espacios públicos alcance el grado de impunidad conseguido, establecido y consolidado en esta ciudad. No importa que las mesas estén a una distancia de filo de hoja de afeitar, ni que el comensal esté acompañado por niños pequeños, bebés o embarazadas. Ni siquiera, tampoco, que se trate de un lugar donde la estrechez del espacio conlleve serios riesgos para la salud y la seguridad.
Nada de eso cuenta ante la urgencia del fumador español, quien, no obstante, le hará absorber sus humos a quienes los rodean: ellos, con la mano alejada de su propia mesa -no las de los otros- con el cigarrillo, cigarro, cigarrito o habano la mayor parte del tiempo desde que lo encendió, y ellas, con la mano fumadora alzada y el codo recostado sobre la mesa, en una elegante actitud de porta sahumerio humano.
Esas son escenas de todos los días, y de todos los lugares posibles y “visitables”. Por eso, no puedo aún imaginarme qué tan grande será la cuota de ficción tendrá el proyecto oficial que contempla la prohibición total de fumar “en todos los espacios públicos cerrados” del país a partir del 1º de enero del año próximo. Luce como una hermosa promesa de revolución cultural, aunque tan necesaria como difícil de realizar… simplemente, porque las leyes y las revoluciones nunca se han llevado bien en la historia de la humanidad.
A no ser, por supuesto, que toda esta campaña sea una nueva cortina de humo de las autoridades sanitarias… pero, esta vez, de las figuradas.