El martes mientras volvía al diario en el subte B apareció este chico en el vagón de no más de 10 años que cargaba a un bebé en los brazos mientras pedía a los pasajeros alguna colaboración. Eran cerca de las 9 de la noche y este niño – que en realidad debería estar en su casa cenando, jugando, compartiendo un momento de ocio con su familia o mirando la televisión – estaba solo, teniendo a su cargo a quien se puede suponer era su hermanito menor, tirando por la borda lo poco que le queda de niñez. Cada vez que me encuentro con esta realidad me pregunto: ¿EN DONDE ESTAN LOS PADRES DE ESTOS CHICOS?
Lo más triste de todo, es que esta realidad que ya naturalizamos porque vemos todos los días, la padecen más de un millón y medio de chicos de 5 a 17 años en todo el país. Todos ellos realizan actividades económicas o labores domésticas, obligados a contribuir con el sustento familiar. Esto no sólo los priva de disfrutar de ser niños sino que además compromete su educación, su salud y su futuro.
Me acuerdo que cuando hice una nota para el suplemento Comunidad sobre trabajo infantil que se llamó “Una infancia perdida” también tuve oportunidad de charlar con otro chico que me encontré en el subte.
Se llamaba Facundo y vivía en Florencio Varela. No me voy a olvidar más la expresión de tristeza que tenía en la cara, pero principalmente de cansancio. Porque eso es lo que pasa: el 97% de los chicos que piden en el subte viven en el conurbano bonaerense, según el último relevamiento de las autoridades porteñas. Entonces, cuando los chicos salen del colegio, los padres los llevan a pedir al subte. Facundo, por ejemplo, cursaba todos los días el 3er. grado de la escuela y cuando caía la tarde se tomaba el tren junto a su mamá para trabajar en el subte. Era el mayor de 4 hermanos, su padre se las rebuscaba haciendo changas y su mamá estaba embarazada de 7 meses. “Vengo todos los días a vender porque tengo que juntar 100 pesos para comprarme unas zapatillas que quiero. Todavía me falta un montón. Tengo que seguir hasta las 10 de la noche y encontrarme con mi mamá en Federico Lacroze”, me dijo sin ganas un chico al que todavía se le estaban acomodando los dientes.
Lamentablemente, Facundo no podía darse cuenta de que nunca iba a conseguir comprarse esas zapatillas porque toda la plata que juntaba iba a manos de su madre.
¿Qué podemos hacer cuando vemos a un chico trabajando además de indignarnos? Llamar al 102 del gobierno porteño. A partir de allí se toman los datos, se hace una ficha y se envía a un operador a analizar la situación. Si el chico está solo, el operador puede disponer enviarlo a un hogar y si está con su familia se trabaja con ellos para poder ofrecerles todas las herramientas de política pública para que ese chico no tenga que trabajar.
¿Qué hacés vos cuando un chico te pide o te quiere vender algo en el subte?¿Le das plata, le comprás lo que te vende?¿Preferís comprarle algo de comer?