Un fetichista de los zapatos preso por acoso sexual

El fetichismo es un desorden desopilante, insondable y sin fin. Leo en un diario de Estados Unidos que hace una semana en un centro comercial de Ohio la policía detuvo a un hombre por quitarle los zapatos a unas mujeres y chuparle los dedos de los pies a una de ellas, sin su consentimiento. No dejo de reír imaginando la escena del morboso arrodillado y jadeando ante los stilletos de la incauta dama.

Por el hecho Joseph Jones fue acusado de acoso sexual. Tras confesar sus culpas, el hombre se lamentó ante el juez de turno, “en realidad soy una buena persona, soy propietario de un negocio” dijo, en la corte, aunque el asunto se le complicó porque al publicarse la noticia aparecieron nuevas víctimas del extraño ataque. Sin embargo el fetichista fue puesto en libertad. Recuerdo que hace años a una compañera le pasó algo parecido. Viajaba en un taxi un dia de lluvia cuando al momento de pagar, mientras buscaba la billetera, descubre que el conductor había clavado la vista en sus pies mojados..”Qué lindos zapatos tenés, ¿me los dejás ver? comentó, y en un segundo le arrebató la chatita dorada. Ella alcanzó a manotear el zapato, tirar el dinero en el asiento y huir chancleteando, sin esperar el vuelto.


tacones poderosos lovely

Porqué no las rodillas o las manos, el dedo gordo o el ombligo? Quién sabe. El fetichismo de los pies y los zapatos, pues van juntos, tienen orígenes remotos, supe leyendo un libro muy interesante que encontré en una estantería de Yenny, años atrás. Parece que el mito empezó en China, hacia la dinastía Sung (908 -1279 d.c) cuando los pies pequeños eran considerados sexualmente atractivos por representar a los genitales femeninos.

Entonces las mujeres se los “prensaban” durante años para poder achicarlos ya que el talle estaba directamente asociado al tamaño de la vagina. En la Europa de los siglos XVI y XVII, las mujeres iban muy cubiertas y el tobillo era la única porción de cuerpo femenino visible, lo que alentaba pensamientos lujuriosos en el circuito masculino. Según el psicoanálisis el pie es un símbolo fálico, y el calzado un símbolo femenino, ya que es “penetrado” por el pie. Entendido así, esta parte de la anatomía sería una representación de poder y de mando, pues el que manda es el falo, y en esa connotación de sumisión y dominio se inscriben los rituales del bondage y el sadomasoquismo disciplinas que incluyen el ‘footjob’ (masturbación con los pies) para lo que hay ser bastante hábil o al menos flexible, y el ‘tickling (cosquillas en las plantas de los pies con distintos objetos).

Por las dudas, siempre tenerlos limpios, y sanos.

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Un hombre gratis por un par de zapatos

Los zapatos son una debilidad, pero mirando las vidrieras del otoño encuentro que un par de diseño simplón no baja de 500 pesos, lo que me parece un afano a mano armada por algo que quizá ni es de cuero. Sin embargo, si el mismo modelo estuviera en la vidriera de un shopping en Malasia, por ahí… lo miro distinto. En un negocio de calzados para dama de aquel exótico país han implementado una “promo” muy curiosa: un par de zapatos y una cita con un chico al que le guste el modelo elegido, todo al precio de uno…

¿te gustan mis “Lobutin”? stockingobsessed via bigfun

Un hombre gratis por un par de zapatos… la cosa huele a prostitución encubierta, aunque muy bien encubierta, pues cualquiera pensaría que la oferta es ingeniosa y el saldo muy aprovechable, con los precios como están y con lo difícil que es dar con un hombre disponible…

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Comprar y tener un orgasmo es casi lo mismo

Iba mirando para arriba, contando los brotes de primavera en los árboles, cuando de repente paré frente a una vidriera y me enamoré, a primera vista, locamente – así es el amor- de unos zapatos de taco alto color carne, que no son precisamente de tango pero sí sirven para la vida, léase, la estropeada vía pública.

wmagazine

ay….. quiero máass!!! WMagazine Mert Alas &Marcus Pigot via ponyexpress

Mi debilidá por este complemento del vestuario data de la infancia, quizá, de cuando mi madre me compró las guillerminas de Grimoldi que yo usaba con soquetes de puntillas, o tal vez desde que la tía Beba me regaló los primeros tacos de mi vida, unos suecos de madera que no me saqué durante todo un verano.

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