Era una infante taciturna y renuente a lavarme las orejas cuando el sátiro del barrio intentó manotearle el trasero a mi vecina Gabriela.
Aquello aconteció una tarde en que la adolescente en flor volvía del colegio agitando su mini-falda de tablitas escocesas, porque en la secundaria no eras nadie si no usabas el uniforme 20 centímentros al norte de la rodilla. Recuerdo muy bien la escena gracias a que por entonces vivía espiando por la mirilla de la ventana del living, trepada a un tembloroso banquito de tres patas. A los pocos segundos sonó el timbre de casa …y ahí estaba la pobre vecina, aterrada, pidiéndonos auxilio.
“Eso le pasa, Gabriela, porque en la vida no solo hay que ser, sino parecer. Si usted anda provocando por la calle, ahí tiene las consecuencias”- sermoneó mi madre, calzándose los zapatos para acompañar a la presunta víctima hasta su domicilio, a media cuadra.
tapada hasta las orejas para que no te confundan… foto de Olaf Martens
Tres décadas despúes leo en un artículo que el pasado 24 de enero un policía de Toronto expresó el punto de vista que tiene la fuerza de ese país sobre los ataques sexuales al decir, a viva voz, que “para no ser víctimas, las mujeres no deberían vestirse como zorras”. Tan desafortunada declaración alertó a un grupo de mujeres canadienses que ayer domingo convocó a una marcha para repudiar ese viejo tópico que responsabiliza a las víctimas de su desgracia.
Me pregunto porqué razón a estas alturas del siglo seguimos poniendo en tela de juicio la reputación de alguien solo por su aspecto, en este caso, el clásico dime como te vistes y te diré cuan reventada eres.