No estaba yo tan preocupada por el cambio climático y sus efectos sobre el planeta hasta los dos últimos veranos, cuando en estas regiones padecimos temperaturas infernales, literalmente. En Buenos Aires entramos en alerta naranja por primera vez en años, lo que se percibe desalentador para los planes eróticos de aquellos individuos sexualmente activos, pese a que la ciencia insiste que esta época nos predispone biológicamente, querramos o no.
La influencia de la luz solar incrementa los niveles de testosterona y de estrógenos, también aumenta la producción de serotonina, el neurotransmisor vinculado al placer y la excitación (ver post anteriores). “En verano el calor suele propiciar los encuentros sexuales debido a que producimos más oxitocina y endorfinas relacionadas con el deseo sexual, haciendo que aumente el deseo, aunque éste puede variar a lo largo de nuestra vida y estar influido por otros factores, que no son los climatológicos. Es decir, el calor no es una causa directa de los niveles de deseo” apuntan los sexólogos.
Cuestión es que las hormonas revolucionadas reavivan la fantasía más común de la temporada estival, la del sexo en el agua, el peor lubricante de todos, por eso mismo es momento de reciclar esos lugares comunes y darle cabida a espacios y fetiches nuevos.
Ejemplo, si están de vacaciones en la montaña o el campo siempre habrá un rincón oscuro entre los árboles donde tender la manta y hacer pic nic, o si están en la ciudad las baldosas frescas de la cocina, y el balcón cuando corre la brisa nocturna son escenarios perfectos para la horizontalidad (o verticalidad). El hielo suele ser un gran juguete, como los helados y otros alimentos frescos. Y eso sí, tratándose de un ejercicio aeróbico antes hay que hidratarse bien y también cuidarse de no patinar o caer justo sobre un hormiguero. Si la fantasia del agua es mas fuerte, la ducha parece ser el menos peor de los escenarios, aunque el látex del profiláctico se deteriora con el cloro.