De haber sabido yo que existía un “espacio cultural” donde donar las “sobras” materiales del divorcio, me habría ahorrado el depósito de muebles. Cuando me separé, aquella triste vez, la única “propiedad” que me dolió ceder fue mi gato Sandro, mi precioso y negro minino cuya tenencia hoy comparto buenamente con el santo de mi ex, que lo quiere y lo cuida tanto, o más que yo. Entonces cumplimos con la agobiante diligencia de repartir las pertenencias que habían adornado nuestra vida en común en menos de una hora, y sin pelear ni por un almohadón.
“¿Vos querés la mesita que compramos en las pulgas? ¡¡¡llevátela, cómo no!! Yo quiero ésta repisa, ah y la heladera”.
Así de fácil fue el trámite. Para los dos, esos trastos eran sólo “cosas”, daba igual tenerlas o no. Es más, en los últimos tiempos fui despojándome de lo que me había quedado, dejando mi mundo exterior reducido a un sofá, una mesa, un cactus (Manolito) cama, libros y compu…ah y 15 pares de zapatitos de tango.
al banquito te lo dejo para que recuerdes “cuánto” te quise… via sft via bigfun
Pero si vas a forcejear con tu ex por un florero o el juego de porcelana china que les regaló la abuela, y al final resuelven que para qué lo quieren, si no les trae más que malos recuerdos, pueden donarlo al Museo de las Relaciones Rotas que, aunque queda en Zagreb, Croacia, es un espacio “cultural” creado para exhumar el “legado emocional” de miles de separados de todo el mundo.
Sipi: hay de todo en este planeta nuestro de cada día…