Acerca del post sobre los muebles que facilitan ciertas posturas amatorias, una amiga hizo una obervación interesante a raíz de una columna que leyó en un diario español.
Y es verdad: el cine y la televisión, sobre todo el material pornográfico, tienden a magnificar las escenas de sexo dotándolas de un surrealismo erótico tal que acaba causando daño a la intimidad de los mortales comunes y silvestres. Si nos comparamos con esos acróbatas capaces de increíbles piruetas al momento de la pasión, una se siente una Carmelita, un inútil, o un aburrido. Y de ahí, a la frustración.
Es que, por muy joven que seas, no todos los seres humanos estamos en condiciones físicas de planear en la mesada de la cocina, entre las tostadas y los platos sucios, sin que el mármol te parta el huesito dulce o te saque un moretón. Tampoco hay tantos audaces con ínfulas para encerrarse en el baño del avión con ese pasajero/a de la primera fila que tiró onda, o practicar el sexo oral en un asensor de uso público. Puro Hollywood… En el intento por imitar al celuloide algunos acaban con cuello ortopédico o detenidos por exhibicionismo. Ahora me viene a la mente la película Infidelidad, cuando Diane Lane y Olivier Martínez, en el rol de amante pirómano (porque fogoso era poco) se dan un revolcón parados en el extremo de la escalera del edificio, a las apuradas, y discutiendo a los gritos con los calzones caídos hasta las rodillas. Simplemente absurdo.
Yo no imagino situación parecida en mi consorcio, administrado por una banda de jubilados enajenados que se la pasan espiando por la mirilla y controlando los pasillos con un palo cada vez que hay ruidos sospechosos. Es así, aunque no lo crean.