Cuando era chica no veía la hora de ser adulta para empezar a fumar. Estaba fascinada por el sex appel que desprendía el rubio de Camel cada vez que bajaba del jeep y se prendía un puchito; más me gustaban las publicidades de los inoxidables Nono Pugliese y Claudia Sánchez, ella siempre espléndida, echando el humo con estudiado desgano por la rendija de sus dientes de conejo.
Fumé como un ekeko durante los años de facultad, pero esa absurda percepción del glamour del vicio se me fue el día que un chico me dijo que olía mal. De eso no te das cuenta hasta que alguien te lo dice. Inconscientemente muchas personas ven en el cigarrillo un accesorio de la seducción, algo que subraya la masculinidad en un hombre y aporta un halo erótico a la mujer que pita con gesto de suficiencia, o rebeldía.
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Hace unos días se celebró en Santiago de Compostela, España, el XI Congreso Español de Sexología organizado por la Federación Española de Sociedades de Sexología, y una de las ponencias anunció que el acto de fumar, amén de provocar cáncer y otras desgracias, también causa gravísimos problemas a la hora de la seducción. “El tabaco ya no es sexy”, agregó una sexóloga, ante una audiencia que seguramente no veía la hora de salir a prenderse un cigarro.
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