El sexo está sobrevalorado en todo el mundo, salvo entre los jóvenes japoneses que según parece lo “subvaloran”. Las últimas estadísticas oficiales indican que en el país nipón el 42% de los hombres y el 44,2% de las mujeres jamás intercambiaron cariño carnal con nadie. Son vírgenes, de alguna manera, pues es probable que se den al autoplacer, y eso cuenta como sexo.
Más allá de las cuestiones semánticas los datos resultan una gran contradicción tratándose de uno de los países con hábitos y costumbres eróticas bastante especiales. En las calles de algunas ciudades funcionan las buruseras o tiendas que venden bombachas usadas de adolescentes, y es una de las sociedades que más juguetes sexuales consume y diseña, de hecho, los de Tenga, por lejos, son lo más refinado del mercado. No olvidar tampoco que inventaron el Shibari, un juego de sumisión al estilo del bondage y en el que uno de los amantes queda inmovilizado por un intríngulis de cuerdas y nudos imposibles de desatar. Este especie de “tortura” fingida (pues hay límites establecidos y no causa dolor) ya se practicaba en el siglo XV, y por rara Taschen editó un libro dedicado a explorar el misterio y la estética de esta antigua técnica amatoria (acá en la Casona del Sado ofrecen el servicio de Shibari, por si quieren enterarse in situ de qué va la cosa).
Las artistas plásticos también pintaron bellas y explícitas imágenes; y en el cine no se queda atrás. Lo más liviano que recuerdo haber visto es la escena de Lost In Traslation, cuando Bill Murray entra a casa para hombres y queda hipnotizado por las bailarinas de caño.
ojo con hacer Shibari casero sin saber la técnica de los nudos Taschen
Tanto estímulo hace suponer que ha de ser bien alta la población de onanistas, realidad que les ha jugado en contra, ya vemos, y que ahora el Gobierno LOCAL intenta revertir ante la baja tasa de natalidad. Pero entre las estrategias que han puesto en marcha para encenderle la mecha a la población figura un curso de…. paternidad.
En la Universidad de Ikumen de Tokio implementaron clases especiales sobre el “arte de ser padre” con el fin de infundirle ganas a los hombres jóvenes de acostarse con mujeres. Acunando a unos muñecos hiperrealistas los alumnos aprenden los cuidados básicos que exige una criatura, léase cambiar pañales, vestirlos, darles de comer e incluso bañarlos, algo muy amoroso pero deserotizante a los fines prácticos. Además de ponerles un chaleco de 7kg simulando un embarazo, también les enseñan a comunicarse con su pareja. Es que los japos son de pocas palabras.
Eso me recuerda a uno los últimos libros de Murakami, Hombres sin Mujeres. Todas las historias y fracasos sentimentales coincidían en un solo punto: la silenciosa manera de ser de la cultura japonesa. Aunque la falta de diálogo en la pareja no es patrimonio de ningún hemisferio, sino la epidemia del siglo XXI.