Recuerdo haber entrado en un local en el Chinatown de Nueva York con la esperanza de aliviar el dolor de cuello que me habían provocado las 10 horas de vuelo arriba de una clase turista. El cartel de la calle estaba escrito en ideogramas y la única indicación legible era el esqueleto de una espada dibujada con flechas de un rojo sangrante. Ya estaba adentro del cubículo, al fondo del local, envuelta en un pareo y con la cabeza metida en el hueco de la almohadilla, cuando se presentó un masajista oriental.
Solo alcancé a ver sus pies pequeños, pero el hombre resultó eficaz. Al término del servicio, unos 20 minutos, pronunció unas palabras en “mandaringlish” que jamás hubiera podido descifrar. “Te ofrecía un final feliz” advirtió mi amigo, muerto de risa. Solo faltaba la pipa de opio para sentirme como Mia Farrow en Alice, la protagonista de la película de Woody Allen, trasportada desde la penumbra de esa tiendita lujuriosa que olía a chaw fan, en el mismo barrio donde me encontraba yo.
Masajes estratégicos para relajar, y olvidar sunshine
Pensaba en aquello volviendo en el subte, y luego de escuchar la historia de una conocida que vivió dos años de amor a distancia con un señor mexicano. Después de haber cruzado el continente para verse en vivo por primera vez la mujer regresó tan decepcionada que decidió calmar su pena con un masaje reconstituyente. Me refiero a un masaje con servicio de masturbación manual.
Las manos sabias de un profesional de treinta y pico de años alcanzaron para aflojarle las tensiones, lograr un orgasmo y olvidarse para siempre del mexicano. Googleo y rastreo entonces al mejor masajista especializado de Buenos Aires, pues no hace falta ir a Tailandia ni a Estambul para vivenciar un verdadero happy ending massage. El llamado masaje con final feliz no es una leyenda urbana. Se consigue en cualquier spa, centro de belleza y casas de masaje de cualquier ciudad del mundo, incluso en Buenos Aires suelen publicar avisos muy disimuladamente en sitios de compra venta famosos. “Masajes para mujer” dice uno de los más inofensivos clasificados virtuales.
Esta clase de terapia no incluye penetración, ni besos, ni ninguna otra cosa que no sea la estimulación manual de los puntos sensibles, lo que lo excluye de cualquier sospecha de prostitución encubierta, pese a que es muy finita la frontera entre una cosa y otra. Al no haber un protocolo establecido, el cliente contrata el servicio tradicional, y en cualquier caso los “adicionales” dependerán de la complicidad que vaya tramándose entre el profesional y el comitente. Al final uno saldrá de la cabina vestido y medio abochornado, y el terapeuta, sonriente, dirá “La esperamos nuevamente señora, gracias por su visita”….