En otra vida debo haber sido odalisca o vedette, porque no imaginan cuánto me gusta bailar. Lástima que para la danza tengo menos gracia que un perro con tutú. Mis padres me desalentaron toda vocación artística viendo que en los actos escolares, cuando me tocaba bailar El Gato, era incapaz de coordinar música y movimiento. Mis compañeritos iban para un lado, y yo automáticamente para el otro. Mi madre insitía en que yo tenía problemas espaciales. En fin. Como Elaine, el personaje de la serie Seinfield (y así me decía mi ex) el baile se me da mal.
Con en el tango me desquité. No es que me sale divino, pero me defiendo con dignidá. Quizá porque es una danza que parte del abrazo, y el resto es técnica y comunicación. Es poderoso. Nadie imagina lo que sucede entre una pareja cuando baila con los ojos cerrados, tejiendo pasos con las piernas. Dicen que el tango es un sentimiento que se baila, y un acto sexual figurado.
En Villa Crespo les hice este videíto (abajo) para que se den una idea de lo que digo.