Con una muy querida amiga solíamos ir a ver los recitales de Sandro con la cartera llena de bombachas para cumplirle al ídolo el sagrado ritual de arrojárselas al escenario, en señal de que el fuego seguía intacto. Éramos ardientes y devotísimas fans de aquel hombre divino, dueño de la boca más sexy de todos los tiempos, aunque es cierto que no le ofrendábamos nuestras mejores “galas” sino unos calzones de algodón comprados en un puestito callejero atendido por una chola encantadora que nos hacía dos por uno. Ella misma no les veía mejor destino a esas prendas gigantes que en casa de mi abuela terminaban convertidas en patines para encerar el piso.
La ropa interior siempre será una preocupación para el género femenino, sobre todo en las primeras citas románticas. Hasta hace poco el dress code mandaba a estar conjuntadas y a no repetir modelo, pero en los últimos años la hipersexualización de la sociedad y el auge de la literatura erótica magnificaron el rol de la lencería al punto de reivindicar la estética sado, las mezclas y hasta dignificar el corpiño con relleno, devenido en el preferido de los hombres contemporáneos. Así lo afirmaba una encuesta realizada por el portal askmen y el diario The Huffington Post: al 49% de los varones consultados les encanta el push up, “aun cuando creaban un efecto que no era real”.
Tan competitivo es el mercado de citas y tan grande la presión por agradar, que en la carrera todos queremos lucir lo mejor posible bajo los lienzos. Según un estudio de Persistence Market Research en 2015 la ropa interior masculina generó más de 8000 millones de dólares y se cree que las ventas subirán 5,8% en 2020. El sector apunta al cliente de entre 36 y 45 años que representa el 24.2% del mercado y compra pensando en la impresión que puede causar en la mujer. “Ocupa un papel fundamental para la excitación femenina, mejorando la primera impresión y acelerando los biorritmos” confirma la psicóloga Ángela Sampedro, consultada a propósito del tema.
En buena hora archivaron las prendas con los elásticos vencidos y deformadas por el lavarropas, pues si bien son muy dignas, a la hora de concretar, restan. Claro que todavía quedan batallas mayores: el slip.