Los próceres también aman

 

Mirando los festejos patrios por la tele le escuché decir al escritor Federico Andahazi, en una entrevista a próposito del Bicentenario, que la vida sexual de nuestros hombres más influyentes impactó en la amalgama de la historia, hipótesis que me despierta muchas dudas. ¿Cómo saber si el país que tenemos (y el que tendremos) es fruto de las variables hormonales de los actores de turno?

El ejercicio carnal es un acto íntimo tan doméstico y natural como tomar agua, respirar o ir al baño, asuntos intrascendentes, creo yo, para el resto de la especie, ya que no modifican la vida de nadie. A menos, claro que estemos hablando de un violador o de un pedófilo (y de un mal amante, acota mi amiga Marilú).

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los funcionarios también aman Tony Kelly via Chagrin

A fin de cuentas, ¿qué puede importarme cómo se “divierte” el jefe de gobierno si la ciudad amanece limpita y se ocupa de que el Maldonado no inunde más a los vecinos de Palermo?, ¿qué me importa cómo lo hacen Obama o Hugo Chávez, Wanda Nara, o el vecino del 9°, que cada tanto participa al consorcio de sus encuentros con la gritona. Nada, absolutamente. Por eso, volviendo al tema, pienso que la actividad erótica de Moreno, San Martín o Belgrano, por ejemplo, no le agrega ni le quita a sus gestos públicos, los que cambiaron el curso de las cosas. Si vamos por un caso, además de haber dejado embarazada a su alumna de 14 años, a Sarmiento le gustaba el sexo grupal, la orgía,

práctica no muy bien vista en las sociedades conservadoras. Cuando el gobierno de Chile lo mandó a Europa a hacer un relevamiento de la educación allá, el “padre del aula” aprovechó para enfiestarse, según dejó constancia en los viáticos. Pero mientras se dejaba llevar por los instintos imaginaba una Argentina alfabetizada y (relativamente) educada, aporte que opacó sus pequeñeces. Y en buena hora San Martín siguió adelante con sus planes militares y no se dejó llevar por la decepción al comprobar que su esposa Remedios le metía los cuernos con un soldado de la tropa.

En Argentina con pecado concebida Andahazi se hace una panzada con esta suerte de chismes de alcoba de los hombres de bronce, los que jamás sonríen en los cuadros del museo, y que en la escuela primaria nos describían como seres impolutos, sin miserias ni debilidades. Flor de sexópatas, algunos. Muchos, sin embargo, y a juzgar por los resultados, no dejaron por eso de cumplir con su destino. Bueno, salvo Lavalle, que andaba horny por una mujer por la que dejó plantados a sus soldados en plena campaña.