Un trabajo redituable y fuera de lo común

 

Mi madre díría que esto es “la ley del menor esfuerzo”. Y yo agregaría que si además de poco desgaste, incluye placer… ¡cómo no trabajar duro!. Una forma de ganar el pan de cada día sin deslomarse es ésta que ha encontrado la británica Nat Garvey, una chica común y silvestre que desde hace dos años testea juguetes sexuales para la cadena de sex shops Passion, que le paga 39.000 dólares anuales por probar en su cuerpo cada toy que fabrican. No es el primer caso que conocemos, incluso algo hemos publicado en este espacio acerca del flamante oficio.

 

estoy en horario de oficina, ahora no te puedo atender...a season hell via ponyxpress

La joven hace teletrabajo, y aclara que es una mujer común con necesidades comunes, y no una máquina sexual: “No soy adicta al sexo. Represento a las chicas normales que, como yo, necesitamos comprar estos juguetes. En vez de estar rodeada de insumos de oficina, tengo pilas de juguetes eróticos para usar”, le dijo al diario inglés The Sun.

Y la verdad que más divertido que estar en una oficina, debe ser, claro que sí.


Cómo se las arreglará el empleador para comprobar que el producto efectivamente fue testeado, no lo sabemos, pero la empleada ya ha descartado más de 1000 juguetes por no cumplir con los “requisitos” lúdicos y sanitarios básicos. Y, sin dudas, la chica tiene puesta la camiseta de la empresa. “Los juguetes sexuales ya no son un tabú y las chicas solteras y las parejas deberían saber cuánto pueden enriquecer sus vidas con ellos. Mi trabajo es descubrir cuáles son buenos para las mujeres, para las parejas, y para gente de todas las edades”, explicó al periodista, y con mucha razón.

Nat, en horario de trabajo

Acá en la Argentina estamos a años luz de conseguir una salida laboral semejante. La producción de juguetes y demás complementos es casi nula, y ahora está más condicionada que nunca por las nuevas reglamentaciones. Habrá que hacer shopping afuera o hacerle encargos a los amigos que viajan, aunque no todos se animan a pasar con el chiche por el escáner del aeropuerto.