“Es lo mismo” respondió Picasso cuando un periodista francés le preguntó si había relación entre el arte y el sexo. Pregunta tonta, creo yo, para un sexópata ilustre. Basta revisar un catálogo o visitar su museo en Barcelona (o acá mismo, en el Bellas Artes, tenemos un ejemplo que lo representa) para apreciar que toda la obra del pintor malagueño rezuma deseo, pasión y lujuria. Lo que pocos sabían es que muchos de los dibujos y grabados de su producción están inspirados en el arte erótico japonés, que no eran ningunos nenes de pecho a la hora de pintar escenas de sexo explícito. Mucho más jugados y carnales que los occidentales.
En su colección privada Picasso atesoró 61 estampas de la época Edo (1603-1867), especialmente las de tema erótico (shunga). Las imágenes son una delicatessen que encienden la cabeza con solo mirarlas una vez. Ahora 19 de ellas se exhiben en el Museo Picasso bajo el rótulo catalán Imatges secretes. Picasso i l’estampa eròtica japonesa, y Junto con dibujos del artista que evidencian su fijación con los genitales…
Una obra de Picasso, y una estampa shunga
Los artistas japoneses de ese período retrataban la intimidad de la gente común y corriente, sus fantasías, costumbres y posturas, documentos del amor y la sensualidad que además circulaban libremente en la sociedad. De todas las piezas exhibidas la más fuerte es la célebre Bussejadora i pop (1814), Buceadora y Pulpo, de Katsushika Hokusai , en la que un monstruo de largos tentáculos le practica un cunilingus a una mujercita que desfallece de placer. No he visto tantas obras de arte que representen tan nítidamente el goce femenino.
Como bien dijo Pepe Serra, el director del Picasso, “estos grabados son un modelo de como debería vivirse la sexualidad». Y, si…