Saltando las veredas partidas de mi barrio, buscando alivio en los charcos de sombra (a lo Jack Nicholson en Mejor Imposible, que evita pisar la junta de las baldosas) fue que casi le aplasto el juanete a mi amigo Roberto, que venía cabizbundo por una esquina rala de árboles, enfoguecida de tanto verano.
La última vez que lo ví fue en La Milonga del Gordo, hace más de un año. Entonces, como ahora, estaba triste, qué digo, tristérrimo y apichonado.
voy a nadar un rato, no me esperes...via codicebianrio
El 2009 le pasó por encima cual manada de elefantes en furia: perdió el trabajo, le salieron dos muelas de juicio, falleció su madre y la mujer que quería, lo dejó. Era la segunda vez que ella lo abandonaba para darse a la fuga sin dejar más huella que los pedacitos dispersos de este morocho, soltero y de 42, sangrante de pena.
Al tiempo, me cuenta, logró recuperar el entusiasmo gracias a las madrugadas de milonga y a una chica de 28 (él es así, pasa sin escalas de los 20 a los 50, la edad de la “desaparecida”) con la que ya tenía algunos planes en marcha, como vacaciones y esas cosas. Pero cuando la cosa iba en popa….reapareció Vicky, vivita y coleando. Y él, que tiene el sí flojo, volvió a recibirla en el corazón de su cama…
A veces permitimos que la persona que amamos entre y salga de nuestra vida, indolente. Como si fuéramos un puerto, o un hotel al que puede caer cuando le dé la gana, en cualquier momento y sin avisar, total, siempre hay habitación disponible…. ¿pero cuántas veces uno puede hacer la gran Gandhi, la de perdonar y poner el otro cachete?… me pregunto ésto mientras escucho las razones de Roberto, que son absolutamente atendibles y suficientes: la adora. O eso cree.
necesitaba estar sola y pensar... Merkley via codicebinario
Es inconmensurable el poder que tienen sobre nuestras emociones las personas que no nos quieren, o mejor dicho, el poder que les damos, porque la culpa no es del chancho sino del que le dá de comer. Vaya a saber porqué desórdenes químicos la mente de mi amigo es vulnerable a esa mujer que lo lastima, y que sabe que lo lastima y sin embargo sigue anclando en ese puerto frágil y generoso, sin importarle el daño que hace. Aunque, claro está, no podemos culparla por los sentimientos de Roberto.
Mal que me pese, soy de las que perdonan, pero de las que no olvidan lo que perdonan. En el fondo quisiera ser mansa del todo, por mí misma, no por los otros. Perdonar es sin dudas un acto divino porque, como dicen los especialistas en psicología, supone “confrontar las reglas rígidas que uno ha trazado para el comportamiento de los demás, y es la poderosa afirmación de que las cosas malas no arruinarán nuestro presente, aun cuando hayan arruinado nuestro pasado”.
Si estás ahí, Robertito, ya es hora de ir a terapia….