Comodidad, cobardía….o simplemente seres demasiado adaptados el lenguaje del tiempo que nos toca vivir. Pónganle el rótulo en el idioma que quieran: siempre hubo gentes sin don de gentes que a la hora de terminar un vínculo se ha borrado sin dejar rastro. El missing in action.
Viéndolo en perspectiva, antes de que la tecnología controlara nuestras vidas, separarse era cosa de valientes. Tomabas un café en un bar y llorabas mientras el abandonador hacia el acting del consuelo, pero al menos lo “presencial” daba la chance de alguna reconciliación, o de última de un final menos traumático. Después el teléfono vino a abreviar la escena. Le llorabas por ahí y luego lo torturabas marcando su número cien veces y cortando, solo para volver a escuchar su voz. Ahora quien decide dejar se ahorra todo eso aplicando la estrategia del “ghosting”.
y ni viniste a despedirte…maigot jordi gual via happines
La palabra viene del inglés Ghost, fantasma, por la película que hizo célebre a Demi Moore y Patrick Swayze, y hoy se aplica para describir el final de una relación romántica sin aviso previo (y de forma unilateral). Hace unos meses el Huffington Post publicó una encuesta en la que el 11% de los norteamericanos consultados admitió haber “fantasmeado” alguna vez, es decir, una de cada diez personas dejó de contestar mensajes y llamados de su pareja como señal inequívoca del fin.
Esta modalidad (?) “rebautizada” saltó a la luz hace poco, cuando Sean Penn fue abandonado abruptamente por la rubia Charlize Theron que dejó de responderle mensajes tras comprobar que este descerebrado la engañaba con una chica parecida a ella. Otro gesto semejante duplicó la fama del actor irlandés Daniel Day Lewis, que le mandó un fax a Isabelle Adjani, entonces embarazada de él, para avisarle que había decidido separarse.
Hoy mandás un WhatsApp y ves con dolor que nunca se tilda de azul, aunque sabemos que gracias al widget, el destinatario lo ha leído. Pero ya ha decidido dejar que te canses de llamar y escribir. Así de simple y brutal. No sé si les conté que estoy haciendo terapia y que, entre otras cosas, la psi con toda su sapiencia me ha dicho que hay que hablar, no importa si duele, pero a las cosas hay que decirlas en su momento (que no es lo mismo que “a su debido tiempo”). he sido de cerrar la puerta y partir sin dar aviso considerando que el otro tuvo tiempo suficiente de leer las señales empíricas del final, y a mí no me gustan las redundancias. Más claro… ¡echále agua!
Pero hay que ser elegante, qué digo, práctico: afrontar, para luego soltar en paz.