Ahora que está de moda resignificar viejas costumbres para alentar nuevos estereotipos (y luego sacarles algún provecho comercial, porque siempre hay solapado un negocio), aparece en el horizonte un nuevo modelo de hombre: el gastrosexual.
Apenas leo (y ustedes perdonen, pero sobre éstos temas me estoy desayunando ahora) interpreto que se trata de un sujeto de sexo masculino que padece desórdenes digestivos. Pero no: estamos hablando de un sibarita joven que cocina como los dioses y hace de ese arte culinario una estrategia de conquista. Digamos que es alguien que entra por el estómago, y no por los ojos. Es esa clase de hombre que en vez de hacer “el verso” te atrapa con una quiche lorraine de brócoli y un volcán de chocolate como postre. Para eso el tipo hizo previos cursos de gastronomía, y compra cuánto utensilio y batidora sale al mercado, porque lo suyo es engordar a la presa antes de llevarla al horno.
Por mi parte, bienvenida sea la especie, llámese “Gastrosexual” o cocinero a secas. En mi heladera languidece un pedacito de queso semipodrido, verde de tan viejo, así que nada como un ser generoso dispuesto a darte de comer bien…y a cenarte después.
Hace unos años conocí a un encanto de éstos que muy hábilmente supo conducirme hasta su mesa. Fui convencida de que me esperaban una pizza descongelada y un flan Serenito, pero oh oh…
Además de velas, música de Nina Simone, una casa impecable y una sonrisa de anfitrión entrenado, había preparado foi a la plancha y otras delicias… que no puedo tragar. Pero, ¿cómo decirle después de semejante despliegue que yo al estómago no le mando nada que tenga ojos, es decir, que soy vegetariana?.
En fin. Creo que mi inoperancia a la hora de freír un huevo se nota a la legua, porque el rubro gastronómico se me da fácil. Tuve un amor aficionado a la cocina y de buen paladar, y también tuve la suerte de viajar con un tour por el sur de Francia y que en el grupo hubiera un chef de verdad. Viendo que mis hábitos alimentarios no encajaban con los del resto, porque nos mataron a gallo y a conejo, en cada restaurante al que entrábamos él mismo se ocupaba de ir hasta la cocina y pedir un menú especial para mí.
¿Cómo no rendirse ante un seductor profesional?…