Estoy helada: acaban de invitarme a una fiesta swinger. La participación vino a mi nombre, vía mail, y por más que pienso sigo sin entender cómo, a quién se le ocurrió mandármela, y porqué razón…
La cuestión es que el 25 de julio próximo se realizará en Santiago de Chile el primer encuentro nacional de swingers y resulta que esperan “contar” con mi bella presencia. La multitudinaria reunión será en una mansión alquilada a tales fines en la ciudad trasandina, y habrá charlas, proyección de películas, stands de juguetes eróticos, habitaciones para “compartir” y una gran fiesta denominada Sexy Party, con música de los años 80.
Anton Solomoukha /Flickr.com via ponyxpres
Llamé a mi amiga Merchu para corroborar mis sospechas. Si mal no recuerdo, fue en mayo cuando caímos sin querer en un confuso evento de intercambio de parejas …
“Nos quedaremos una semana, ah, le aviso que somos swingers”. Merchu tragó saliva. Como vive colgada tardó en comprender lo que estaba escuchando. Desde que se dedica al turismo y recibe extranjeros en su casa le han pasado cosas muy extravagantes, pero nunca antes un pasajero había hecho una reserva con posterior aclaración de sus costumbres sexuales. No sé, suena absurdo. Es como pedir turno en el dentista y decirle “mi prepapaga es Qualitas, ah y soy china”.
– Uy, van a hacer una fiestita y a vos te van perseguir por toda la casa, dije. Dicho y hecho. Los canadienses llegaron un viernes a la preciosa residencia de Merchu – cuatro departamentos y un jardín comunitario de principios de siglo con parilla, pileta y farolitos de colores. Ese sábado volvíamos extrenuadas de una clase de tango dispuestas a tirarnos en las reposeras y tomarnos un Fernet. Pero cuando se abrió la puerta… oh oh oh: música, globos y unas treinta personas acostadas en las colchonetas, flirteando entre las macetas de geranios, bailando descalzos y otros en dulce montón alrededor de una pantagruélica bandeja de morcillas.
Merchu atinó a pedirles que bajaran el volumen. El gato, aprovechó para robarse una morcilla de la mesa, y una mujercita medio enajenada se me acercó hablando en francés y estirando la mano como para acariciarme el pelo, cosa que no pude impedir. Tenía los zapatos de baile en una mano y en la otra una bolsa llena de zapallitos y cebollas recién comprados en el mercado.
Viendo que los swingers querían “integrarnos”, mi amiga se refugió bajo 4 llaves en su departamento. Yo agradecí el convite, y volé. La fiesta terminó a la madrugada y según Mer, que no pegó un ojo pensando en los vecinos, las parejas terminaron durmiendo amontonados en el monoambiente de abajo. A eso de las 11 del día siguiente se sentó a esperarlos en el jardín, para invitarlos a retirarse, no por swingers, sino porque en el reglamento está clarito que fiestas, no. Pero se abrió la puerta del depto y el único que asomó bostezando fue el gato.
Merchu también está invitada al encuentro chileno. En Facebook colgaron las fotos de esa noche, y en consecuencia la invitación a conocer el mundo swinger se desparramó por todas las nervaduras de la red… Por el momento yo paso, ¡y que se diviertan!