A las 3 en punto toqué el timbre.
Prolija yo, antes de ir a la cita había leído su currículum. Sabía que era bueno en lo suyo, que vivía con una tortuga y que le gustaban las plantas, pero no tenía ni la más remota idea de cómo era físicamente (ni me interesaba saberlo). Habíamos acordado via mail que la entrevista sería en su casa, y que luego combinaríamos día y hora para las fotos.
Pasaban los minutos y yo seguía en la puerta. Golpeé dos veces. Bué, pensé, un divo. Me plantó (suele suceder). Ya pegaba la vuelta cuando veo que gira el picaporte y…
Holger Pooten via codicebinario
Fue a “primera vista”. Nos quedamos parados en la puerta sin saber lo que decir, y como suele suceder, los nervios delataron que la situación nos sorpendía mutuamente. Más a mí, que nunca tengo para los entrevistados más ojos que los profesionales. Pero el sujeto era magnético.
-Pasá, pasá, disculpá la demora, no anda el timbre.
–Todo bien, gracias. Doy unos pasos, y hundo el pie en un cantero de juncos, lleno de barro.
Uno sabe, porque algo leyó, que la atracción entre dos personas no surge del aspecto físico sino de la personalidad, que cuando es empática, trasunta cualquier atributo estético. Bueno, acá no habíamos cambiado ni media palabra…entonces, ¿porque dos personas se flechan de forma irracional?, ¿eso es placer o “enamoramiento”?
Los psicólogos dicen que parece enigmático pero que no lo es, que esa sensación indescriptible que te pega en el plexo solar y te deja medio tonto no es ciega, que surge de una ecuación genético-cultural. Sin embargo, la gente se repele y se atrae por causas que la ciencia aún no logra dilucidar del todo, porque lo de las feromonas y la educación sentimental, está bien, pero no alcanza. Leía hoy un ensayo del especialista Adrián Kertesz, donde explica que el “flechazo” puede ser mágico pero también peligroso porque “condiciona nuestra conducta y nos obliga a obtener satisfacción, cumplir con la promesa del alivio, placer y éxtasis que nos genera. Muchas cosas, buenas o malas, suceden bajo los efectos de esta sensación”.
Así es que, ciegos de deseo o lo que fuere, a veces no vemos el cartel que dice ERROR.
Pude haber mordido esa manzana roja. Estas cosas solo pasan dos o tres veces en la vida. Aunque no por eso hay que tirarse de cabeza.
Esa tarde, después de la entrevista – que costó timonear porque la corriente de simpatía era poderosa- supe que volvería a verlo. Y así fue. Esa misma noche consiguió mi teléfono, y me llamó. Y a la semana siguiente me invitó a cenar.
Salimos. Era un encanto y sabía de plantas más que mi abuela, pero el hechizo se volvía calabaza sin que yo lo pudiera evitar. Nos entendíamos muy bien,sin embargo…algo me decía que no. Le tendí una trampita.
-¿sabe tu novia que estás acá?
-no….¡¿cómo sabés que tengo novia?!
Lástima. Me gustaba su jardín.