Por Federico Sánchez Parodi
El 12 de octubre puede tener un significado distinto para cada uno. El día del descubrimiento de América, el Día de la Raza, un feriado más…pero para mí será una fecha destinada al running: mis primeros 42.195 metros recorridos en la Maratón de Buenos Aires.
¿Correr un maratón? Pensar en ello antes de 2011 era una utopía que de a poco se fue haciendo realidad. La tenía pensada para 2015, pero tomó cuerpo minutos después de haber cruzado la meta de los 21km de la ciudad de Buenos Aires. Un aliento, una charla con mi preparador física y la puesta en marcha de lo que serían los ajustes previos.
No entrené preparando 30 kilómetros como hacen muchos, sino que tuve que ajustar mi preparación (y la dieta) a todo lo que vendría. Entrena entre 5 y 6 veces a la semana y he completado carreras con distancias de 80 y 160 kilómetros en montaña. Ese plus me permitió encarar mentalmente el desafío.
Ese es, a grandes rasgos, el contexto en el que me preparé para ponerme en la línea de largada…aunque todos sabemos que es una mirada muy parcial. La maratón la corremos toda la vida. La corremos día a día, preparándonos, golpeándonos, cayéndonos, levantándonos, dando lucha. Lesionándonos y recuperándonos. Entrenando bajo la lluvia, recuperándonos de una gripe, dudando, llorando, o insultando. Todo, pero todo lo que pasa por nuestras cabezas es parte de la carrera.
Y un día estás ahí. Sí, ahí, en la línea de largada, con unos cuantos miles de tipos con el mismo objetivo: completar el circuito. Es ahí cuando te das cuenta de que estás más desnudo que cuando viniste al mundo, pero que todo, absolutamente todo, depende de vos. Y es cuando te tenés que encontrar. Si lo hacés, no hay imposibles.
Recorrí los primeros 30 kilómetros a un ritmo tranquilo, por debajo de los seis minutos, pero sintiéndome impecable. Disfrute del recorrido, miré cada lugar y salí en todas las fotos con una sonrisa inmensa. Hasta ahí, era una carrera más, pero fue en ese instante cuando me dí cuenta de que acababa de empezar a correr.
Insultar a una bicicleta que se cruza, hidratarte una y mil veces, consumir geles tal como me habían indicado…todo venía bien. De repente pasé por delante de la cámara de ESPN y saludé a mi amiga Andrea Schettino (aunque parezca algo nimio, qué lindo es ver a gente amiga en el recorrido!) y más tarde a Alvarito.
De repente, una chica con la remera de boca repartía gomitas antes de llegar a las dársenas, muchos ecuatorianos y colombianos aplaudían. Allí fue que caí en cuenta de que no quedaba nada.
Mi mente estuvo al mando siempre y controló el recorrido. Mi físico tuvo sus idas y vueltas. Aguantó, supo que si paraba era peor para retomar, y mantuvo el compromiso.
Al pasar por los 30k me enteré de rebote queMastromarino había ganado. Me preguntaba si el triunfo era “entre los argentinos o en la carrera general”, y así seguí. Todas esas cosas sucedían en medio de un tramo en que intentaba manotear un vaso de Gatorade.
La Maratón es una distancia larga y al mismo tiempo corta, teniendo en cuenta las carreras que hago. Ya enfocado en los 160 kilómetros de La Misión en febrero, correr cuatro horas (y 15 minutos) no es algo que me bloquee. Pero sí te permite encontrarte, controlar las historias más íntimas. Las que uno gana y las que no.
Entrar en la recta final. Ver a toda la gente. Saber que “ya está”. Acalambrarte, retomar la carrera y cruzar la meta es algo único. Algo que debía hacer y lo hice. Y, tras pasar el reloj te encontrás con amigos corredores a los que querés abrazar, y todo tiene una connotación extra.
Por un momento fui feliz, a pesar de no haber derramado ni una lágrima. Me sentí digno de compartir una cena en la que TODOS los demás habían hecho los 42 (y yo no). En ese instante supe que era una nueva distancia que había incorporado a mi vida.
Sé que esto ha sido más una descripción de sentimientos que de anécdotas de carrera. Es por eso que evitaré recordar el momento de la elongación cuando en una charla con Flor y Dani hablamos sobre Pink Floyd. Paradójicamente, yo que suelo correr escuchando a mi entorno, necesitaba traer ya mismo la música a mi cabeza.
A la hora de los agradecimientos, mis viejos están primeros en la lista, junto a mi familia. Son todo. A la persona que me marcó con sus rutinas y hábitos de entrenamiento, Matías Stampone, que es el que permite que esto sea realidad, además de sumarse Lucho Spena, mi nutricionista de elite.
A Florencia, que me empujó a esta distancia. A Nicolás Otermin y a Damián Cáceres por bancarme y a la asistencia twittera de Claudia Villapun y Hernán Sartori. A todos los periodistas amigos que apoyan día a día. A Mariela Gallini, que me enseñó el camino de las largas distancias, tanto como mi amigo Resaka Moll que me arrastró al Ultra Trail.
Al plantel y a todo el Club Atlético Independiente, que alienta siempre, en especial a un arquerazo como Facu Daffonchio, al que se le pegó el hashtag #HoySeEntrena, a mis amigos en general y a los de todos los planteles que conocen mis locuras; y sobre todo, hoy elijo darle fuerzas a Pedrito y a Jeremías, dos chicos que luchan contra enfermedades graves. Un eterno recuerdo a un amigo, Sergio Checho Czechowicz, que desde arriba me alentó a seguir metro a metro.
Por último, al At Gimnasio y al Parque de Lomas, lugares donde entreno, y que son fundamentales para lograr esto, tanto como a Matías Marzoratti, con quien compartimos esta aventura.
Saber que ganó un argentino, me llena de orgullo. Pero no fue el único que ganó. Triunfó mi amigo lomense Santero, ganaron Juan Pablo y Marcelo, que bajaron los tiempos, ganó el flaco que corrió con su esposa con la leyenda “recién casados”, o una hermosa venezolana que me pasó. También ganó Matías, Xavier, y unas 10 mil personas que a las 7.30 largaron desde Alcorta y Monroe.
Por eso gracias. Gracias a todos por acompañarme en 42k.
(*)Federico Sánchez Parodi es Lic. en comunicación social, jefe de prensa del Club Atlético Independiente y maratonista.
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