#RunningTalks: La democracia del running, según Daniel Arcucci

Doy por cierto que todos sabemos por qué estamos acá. De qué vinimos acá para hablar. De lo que habla todo el mundo en este momento, ¿no? De una moda. De un boom. No hay lugar donde no se esté hablando de esto. Vinimos acá para hablar del Mundial de fútbol, me imagino” dice Daniel Arcucci, en el inicio de su charla motivacional que, en junio de este año, cuando faltaban pocos días para el comienzo de Brasil 2014 y menos todavía para la Media Maratón WeRun Bue, Nike organizó en el ND Ateneo, bajo el nombre RunningTalks.

Si es así, si no estoy equivocado, si vamos a hablar del Mundial, entonces yo voy a empezar hablándoles de Diego Armando Maradona. Después de años y años haciéndole preguntas, él por fin me hizo una a mí: ‘¿Por qué corrés? ¿Por qué corrés tanto?, me preguntó Diego con su natural desmesura. Y a mí me salió una respuesta maradoniana, explosiva. Le contesté con el corazón, como siento que él siempre me contestó a mí: Corro porque correr me salvó la vida.

Partiendo de este concepto, Arcucci cuenta cómo el running se convirtió en un factor determinante para levantarse después de haber caído. En el momento en que sintió que todo se desmoronaba, correr lo ordenó, lo encauzó y lo hizo volver a sonreir.

Este disparador lo llevó a correr su primer maratón; a recibirse de maratonista a los 50 años en Berlín. Fue en septiembre de 2013 cuando comenzó un sueño: completar las seis majors (Berlín, Nueva York, Tokyo, Chicago, Londres y Boston).
El próximo domingo 2 de noviembre, Daniel comenzará a correr por su sueño en los 42k de Nueva York y le sumará un desafío: 112 días después, el domingo 22 de febrero de 2015, correrá el maratón de Tokyo.  

Concluye Arcucci: “Y terminé con una sonrisa, que es algo que me pasa todo el tiempo cuando corro, tengo una sensación constante de buen humor…Aparecen las respuestas a todas las preguntas, incluída la pregunta inicial de Diego: ¿Por qué corro? ¿Por qué corremos?”

En palabras de Daniel Arcucci, él corre porque:

*Corro porque me hace feliz.

*Corro porque me hace sentir joven.
*Corro porque me hace superarme y ganarme a mí mismo cada día (y, sí, es una competencia).
*Corro porque me resultaron un logro los 10, los 21, los 42 y en el futuro serán los 100.
*Corro porque me alegro cuando llego, me alegro cuando gano y me alegro por los que llegan y por los que ganan.
*Corro porque me permite conocer lugares nuevos y reconocer lugares que ya conocía, todos vistos desde una perspectiva diferente.
*Corro porque puedo hacer lo que en ningún otro deporte: competir con los mejores en el mismo lugar…
*Corro porque un día me propuse correr hasta morir, pero cuando llegué a la meta estaba más vivo que nunca.
*Corro cuando estoy mal, para estar bien; y corro cuando estoy bien para estar mejor.
*Corro, también, porque estoy un poco loco.

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Un maratón más, una espina menos

Damián Cáceres y Dante Dib, en puerto Madero. Foto de FotoRun

Pasaron los 42k de Buenos Aires. Una nueva maratón que pude finalizar. A decir verdad, Buenos Aires se había transformado en un muro inexpugnable. O mejor dicho, una carrera en la que no me animaba a estar. El fracaso personal que significó abandonar en 2011 todavía me pesa. Aún pienso en aquella mañana de octubre en la que terminé en el hospital Rivadavia. Aún recuerdo la asistencia de mi hermano y de corredores que, seguro, nunca conoceré. Lo concreto es que me saqué la espina. Al margen del tiempo, a todos nos gusta mejorar (no vamos a engañarnos). Todos queremos bajar nuestras marcas para lucir ese palmarés personal con nuestros amigos.
Un mes y medio antes de la carrera decidí correr los 42.195 metros. Antes lo imaginaba, pero no lo veía posible. Había corrido el maratón de Rosario a fines de junio. Creo que una maratón debe correrse a conciencia. Creía que sin haber realizado dos fondos largos de no más de 26km no me encontraba óptimo para estar el 12 de octubre en la línea de partida. Sentía que no había hechos los deberes. Al final del día me daría cuenta que algo de cierto había en ese pensamiento. Sin embargo, cuando decidí correr la respuesta de mi entrenador Guillermo Balmas fue contundente: “No estás para ir a buscar tiempo. Si rondás las 4 horas de carrera, date por satisfecho. No entrenaste mucho y no podemos hacer locuras”. Sus advertencias me hicieron dudar. ¿Valía la pena exponerme a semejante esfuerzo? Creo que sí. La misión para juntar dinero por Lisandro Suárez lo ameritaba. Corrí la media maratón para recaudar fondos para que pueda cambiar su prótesis. Restaba la mitad de los $20.000 y muchos amigos se habían sumado. Entonces, me enfoqué en intentar terminar la carrera sin “hacer locuras”. Se trataba de un fondo muy largo para disfrutar de la Ciudad. Algo que sucedió al principio. Hasta el km 28 la carrera fluyó. Entre charla y charla con Luciano Larín, llegamos al km 25 y se sumó Dante Dib. A la altura del hotel Faena, promediando el km 28/29 todo se hizo cuesta arriba. Cada paso me costaba un poco más. Fuera de ritmo, me detuve. ¡Sí, me detuve y caminé! En cada puesto de hidratación, caminé. ¿Soy menos maratonista? Por supuesto que no. Tampoco soy mejor. Soy un simple corredor que intentó pasar ese muro en el que se transforma en cada maratón la zona del puerto. Un área que toma ribetes de campo desolado en el que los corredores merman su rendimiento. Da la sensación que ingresan, ingresamos, en un limbo tortuoso y difícil de sobrellevar. Acá no se trata de ver quién es más fuerte. Cada uno a su tiempo, quiere llegar. Admito que tuvo un valor preponderante la presencia de Dante. Se transformó en mi liebre. Me acompañó y me empujó a traspasar la meta en 4h5m21s. Por momentos, sus palabras pasaban de largo. No había conexión. En esos tramos (¡en muchos tramos!) apliqué la fórmula de Paula Radcliffe (récord femenino en la distancia desde 2003), quien transitaba los momentos de zozobra contando de 1 a 100 tantas veces como hiciera falta.

Al fin y al cabo, cualquiera fuera el tiempo, estaba feliz. Estoy feliz y ya pienso en una nueva maratón. Completar dos maratones en un mismo año me hizo comprender el significado verdadero de la distancia. Al menos para mí. Creo que, tras 7 maratones, debo asumir que amo la maratón. Y que voy a seguir corriéndola. 

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#Ace10k, la meta son los chicos

El próximo domingo 2 de noviembre se correran los 10k de Ace en el barrio de Palermo. Se trata de la cuarta edición de esta carrera, cuya recaudación se destinará en su totalidad a Unicef.

La carrera, que cuenta además con un recorrido participativo de 3k, largará a las 8:30 hs de Figueroa Alcorta y Dorrego. Todos aquellos que quieran inscribirse, pueden hacerlo en vía online o personalmente en la sede de Club de Corredores (Monroe 910, Capital Federal). El precio de la carrera es de $130 e incluye remera y medalla para todos los finishers, tanto de los 10km como de los 3km. Los primeros tres de cada categoría serán premiados.

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#CorriendoAvanzamos y ayudamos: 21k La Plata

“Corriendo avanzamos, corriendo ayudamos”, es el lema bajo el cual se realizará una nueva media maratón en la ciudad de La Plata el próximo domingo 26 de octubre. La carrera cuenta además con 10k complementarios y una caminata para la familia.

Los 21k de La Plata apoyan a la Sociedad Cancerológica de La Plata, ya que octubre es el mes internacional de la lucha contra el cáncer de mama. A partir de este concepto, la remera de los 10k es rosa, color característico que identifica a la campaña de difusión y prevención de dicha enfermedad. “Esta alianza la consideramos un pilar fundamental de esta carrera”, explican desde la organización.

Circuito de los 21k.

Esta nueva media maratón trae una opción diferente par aquellos que están cansados de correr por los ya conocidos circuitos de Capital Federal y zonas cercanas. La ciudad de La Plata cuenta con una gran cantidad de corredores y muchos deportistas platenses se han sumado a esta iniciativa.

Circuito de los 10 k.

La largada será a las 8:00hs del 26 de octubre en Plaza Moreno, centro de la ciudad. Partirá de la Municipalidad, ubicada en clle 12 entre 51 y 53 y saldrá del casco urbano por calle 13 hasta llegar al camino centenario. Parte del circuito incluirá la República de los Niños, parque de diversiones muy conocido por todos los runners platenses ya que se utliza mucho para hacer fondos y cuestas. Luego se volverá al casco urbano y finalizará en el mismo punto de largada.

Las inscripciones para los 21k cierran el 24 de octubre y cuestan $220. Para los 10k el precio es de $190. Existe un precio promocional para los running teams. Quienes se inscriban también recibirán un voucher para utilizar los servicios de Megatlón La Plata durante noviembre y participarán de sorteos de los sponsors.

Más información e inscripciones en http://21klp.com o en Facebook

Si no sos de La Plata, enterate cómo llegar fácilmente: goo.gl/b6UMzJ

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Mi primer maratón: decime qué se siente

Por Gonzalo Cornago

En las semanas previas a mi debut en un maratón, el famoso “muro” se había transformado en una verdadera obsesión. Buscaba incasablemente todo tipo de material para leer: libros, blogs, páginas especializadas. Todo me servía para tratar de conocer a ese famoso “demonio” que se apodera de todos los que transitaron alguna vez los 42 km. 195 metros. En cada encuentro con amigos durante la Expo previa a la carrera, el tema era recurrente: “Contame cómo es el muro…¿Qué se siente? ¿Cómo se lo enfrenta?”

Sabía que no llegaba con la mejor preparación para afrontar la madre de todas las distancias, pero mi meta era una sola: llegar. Todas las experiencias que había ido escuchando me indicaban que entre el kilómetro 30 y el 37 iba a tener que enfrentarlo. Intentando debilitar los efectos del famoso muro me había guardado, especialmente seleccionados, algunos temas. Música inspiradora, música motivadora. Tratando de olvidarme de todos los dolores, sólo me concentraba en cantar, a los gritos, cada tema que acompañaba mi carrera. Con la gorra metida hasta las orejas para aplacar el calor y los auriculares con el sonido al máximo, atronaba en mis oídos y se duplicaba en mi voz el ya célebre “¡Brasilll, decime qué se siente….!”. Lo que hasta ese momento nadie me había explicado, y a nadie se le habría ocurrido, es que el muro tendría camiseta “verdeamarhela”.

Justo cuando veo el cartel indicando el ingreso al km 37 me supera un corredor que, al igualar mi marcha, gira su cuello y, mirándome a los ojos, me dice: “Euu Pentacampeóooonnn, ustedes sólo dos”. Por si no había entendido el “portuñol”, con sus manos reafirmaba la idea: en una se extendían a más no poder los cinco dedos; de la otra sólo mostraba dos.

Un fuego interior recorrió mi cuerpo. Me observé las manos y temblaban como un papel. Pensé que había llegado el momento de conocer el muro, pero inmediatamente me dí cuenta que mis sensaciones poco tenían que ver con la carrera. Lo que sentía era bronca, mucha bronca. Cambié el aire y comencé a elaborar el contraataque “No son cinco, son siete los que se comieron en el Mineirao. 7 a 1, papá: Alemania 7 Brasil 1. ¿No te acordás?” El moreno, mientras yo hablaba, aceleraba el paso y sacudía su remera empapada con los colores brasileños. Y me repetía: “Euuu pentacampeón. Cinco, cinco” Debo reconocerlo, su paso era más firme que el mío y en medio del intercambio de “ideas” me sacó una distancia de unos 40 metros. Cuando ya estaba resignado a perder el clásico dialéctico, desde los auriculares comenzó a escucharse: “Dicen que escapó de un sueño, en casi su mejor gambeta…”. Los Piojos y su música había encendido la mecha. Si Diego los pudo enfrentar con el tobillo a la miseria en el Mundial 90, no me puedo entregar tan fácil”, pensé. El tema era saber si tenía algo de energía para ir en busca de quien, a partir de ese momento, se había transformado en mi obsesión. Me había olvidado por completo del muro. Mi meta era esa camiseta verdeamarelha que veía alejarse en el horizonte.

Foto de Fotorun

Con mucha humedad y calor, la 30º edición del Maratón de Buenos Aires se había convertido en una de las ediciones más difíciles de los últimos años. Conociendo mis limitaciones, me había propuesto cumplir con el pedido-orden de mis amigos: “Tomátelo como un paseo turístico al trote por Buenos Aires. Sólo pensá en llegar”. En los primeros kilómetros había sido impulsado por la adrenalina de los más de 10 mil atletas que se habían animado a enfrentar el desafío del maratón. Llegando al kilómetro 9, donde se baja por Corrientes dejando a un costado el Obelisco, me había encontrado con otro gran estimulo. Con su cabeza calva, tan distinta a las imágenes que veía por televisión cuando iba y venía por la banda derecha en la Premier Legue, estaba Jonás Gutierrez y su conmovedor mensaje-enseñanza en la lucha contra el cáncer “El cáncer es invisible. Detectalo a tiempo”, se leía en su pecho y en la espalda a medida que su transpiración se impregnaba en la musculosa verde. No me atreví a decirle nada, ni siquiera a darle una palabra de aliento. Pero corrí a su lado hasta la Casa Rosada acompañando su lucha y ejemplo, en silencio. A partir de ese momento intuía que nada ni nadie me detendría hasta llegar la meta. En el kilómetro 21 el mismo dolor que me había tenido acostado en la camilla del kinesiólogo la semana previa a la competencia, se hizo presente para desalentar cualquier esperanza de completar el recorrido. Estaba recién en la mitad de carrera. Decidí calzarme los auriculares e intentar que la música sea el mejor sedante. Sin mirar el reloj que marcaba las horas que llevaba trotando fui avanzando kilómetros. De repente, levanté la cabeza y vi en la espalda de un corredor un mensaje que lo resumía todo: ”El dolor es momentáneo. La gloria, eterna” Sin darme cuenta estaba en el kilómetro 37 y el muro había mostrado su particular cara. Con dificultad mantenía la distancia que me separaba de esa camiseta brasileña que se había transformado en mi única meta. La estrategia tenía que ser más precisa que un reloj suizo. El puesto de bebida isotónica iba a ser mi mejor aliado. La mayoría de los corredores, cuando nos encontramos con estos lugares de hidratación, detenemos la marcha, ya que es dificultoso beber de un vaso mientras corremos. Cuando mi “rival” comenzó a caminar para hidratarse, aceleré el paso. “Es ahora o nunca”, pensé. Lo que no analicé es que faltaban más de cinco mil metros para la meta. A partir de ahí, comencé a bajar un minuto por kilómetro mi ritmo. No había término medio. O me acalambraba y abandonaba la carrera, o me llevaba el premio mayor: llegar antes que el brasileño. A esa altura, llevaba 4 horas y 25 minutos corriendo.

El muro de Gonzalo, consituído en un atleta amateur brasilero. Foto de Fotorun

Los últimos kilómetros parecían un verdadero campo de batalla: corredores caminando con la cabeza gacha, otros acostados sobre la vereda acalambrados. Algunos, dejando salir lo poco que sus estómagos habían retenido. Había perdido total referencia del circuito, no tenía en claro cuánto faltaba. Lo único que tenía en la cabeza era no bajar el ritmo para poder vencer a mi “muro”. De pronto, reconozco al amigo Lucho Larín, que ya había completado su recorrido. Empezó a gritarme “¡Dale, Gonza, después de la curva está el arco! ¡Ya lo tenés, no aflojes, dale, dale!” Ni siquiera tenía fuerzas para preguntarle si el de camiseta brasileña venía cerca, pero traté de mantener mi marcha cuando pude observar que la meta estaba cerca. “Qué placer verte otra vez / nos decimos sin hablar / hoy todo vuelve a empezar / y será lo que ya fueeeee”, sonaba Ciro y Los Persas cuando decidí sacarme los auriculares y hacer el últimos esfuerzo. Crucé la meta y lo primero que hice fue observar donde había quedado “mi muro”. Con mi medalla colgada en el pecho esperé su arribo. Lentamente, me acerqué a él, extendiéndole la mano. Y con lo último de oxígeno que me quedaba, empujé mis palabras, una por una: “Felicitaciones. No cualquiera completa un maratón. Pero que te quede claro: yo de local no pierdo. Ustedes organizaron dos mundiales y no pudieron ganarlos”

La sonrisa no entraba en mi cara. Había cumplido. Ahora si yo sabía que se siente. Creo que él también.

Gonzalo es oriundo de Nogoyá, Entre Ríos.

(*)Gonzalo Cornago es periodista y maratonista. Trabajó en el diario La Nación y en la web oficial Diego Maradona. Director de http://www.entredeportes.com.ar 

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El camino inverso: del ultra al maratón

Por Federico Sánchez Parodi

El 12 de octubre puede tener un significado distinto para cada uno. El día del descubrimiento de América, el Día de la Raza, un feriado más…pero para mí será una fecha destinada al running: mis primeros 42.195 metros recorridos en la Maratón de Buenos Aires.

¿Correr un maratón? Pensar en ello antes de 2011 era una utopía que de a poco se fue haciendo realidad. La tenía pensada para 2015, pero tomó cuerpo minutos después de haber cruzado la meta de los 21km de la ciudad de Buenos Aires. Un aliento, una charla con mi preparador física y la puesta en marcha de lo que serían los ajustes previos.
No entrené preparando 30 kilómetros como hacen muchos, sino que tuve que ajustar mi preparación (y la dieta) a todo lo que vendría. Entrena entre 5 y 6 veces a la semana y he completado carreras con distancias de 80 y 160 kilómetros en montaña. Ese plus me permitió encarar mentalmente el desafío.
Ese es, a grandes rasgos, el contexto en el que me preparé para ponerme en la línea de largada…aunque todos sabemos que es una mirada muy parcial. La maratón la corremos toda la vida. La corremos día a día, preparándonos, golpeándonos, cayéndonos, levantándonos, dando lucha. Lesionándonos y recuperándonos. Entrenando bajo la lluvia, recuperándonos de una gripe, dudando, llorando, o insultando. Todo, pero todo lo que pasa por nuestras cabezas es parte de la carrera.

Y un día estás ahí. Sí, ahí, en la línea de largada, con unos cuantos miles de tipos con el mismo objetivo: completar el circuito. Es ahí cuando te das cuenta de que estás más desnudo que cuando viniste al mundo, pero que todo, absolutamente todo, depende de vos. Y es cuando te tenés que encontrar. Si lo hacés, no hay imposibles.

Recorrí los primeros 30 kilómetros a un ritmo tranquilo, por debajo de los seis minutos, pero sintiéndome impecable. Disfrute del recorrido, miré cada lugar y salí en todas las fotos con una sonrisa inmensa. Hasta ahí, era una carrera más, pero fue en ese instante cuando me dí cuenta de que acababa de empezar a correr.
Insultar a una bicicleta que se cruza, hidratarte una y mil veces, consumir geles tal como me habían indicado…todo venía bien. De repente pasé por delante de la cámara de ESPN y saludé a mi amiga Andrea Schettino (aunque parezca algo nimio, qué lindo es ver a gente amiga en el recorrido!) y más tarde a Alvarito.

De repente, una chica con la remera de boca repartía gomitas antes de llegar a las dársenas, muchos ecuatorianos y colombianos aplaudían. Allí fue que caí en cuenta de que no quedaba nada.

Mi mente estuvo al mando siempre y controló el recorrido. Mi físico tuvo sus idas y vueltas. Aguantó, supo que si paraba era peor para retomar, y mantuvo el compromiso.
Al pasar por los 30k me enteré de rebote queMastromarino había ganado. Me preguntaba si el triunfo era “entre los argentinos o en la carrera general”, y así seguí. Todas esas cosas sucedían en medio de un tramo en que intentaba manotear un vaso de Gatorade.

La Maratón es una distancia larga y al mismo tiempo corta, teniendo en cuenta las carreras que hago. Ya enfocado en los 160 kilómetros de La Misión en febrero, correr cuatro horas (y 15 minutos) no es algo que me bloquee. Pero sí te permite encontrarte, controlar las historias más íntimas. Las que uno gana y las que no.

Entrar en la recta final. Ver a toda la gente. Saber que “ya está”. Acalambrarte, retomar la carrera y cruzar la meta es algo único. Algo que debía hacer y lo hice. Y, tras pasar el reloj te encontrás con amigos corredores a los que querés abrazar, y todo tiene una connotación extra.
Por un momento fui feliz, a pesar de no haber derramado ni una lágrima. Me sentí digno de compartir una cena en la que TODOS los demás habían hecho los 42 (y yo no). En ese instante supe que era una nueva distancia que había incorporado a mi vida.
Sé que esto ha sido más una descripción de sentimientos que de anécdotas de carrera. Es por eso que evitaré recordar el momento de la elongación cuando en una charla con Flor y Dani hablamos sobre Pink Floyd. Paradójicamente, yo que suelo correr escuchando a mi entorno, necesitaba traer ya mismo la música a mi cabeza.

A la hora de los agradecimientos, mis viejos están primeros en la lista, junto a mi familia. Son todo. A la persona que me marcó con sus rutinas y hábitos de entrenamiento, Matías Stampone, que es el que permite que esto sea realidad, además de sumarse Lucho Spena, mi nutricionista de elite.
A Florencia, que me empujó a esta distancia. A Nicolás Otermin y a Damián Cáceres por bancarme y a la asistencia twittera de Claudia Villapun y Hernán Sartori. A todos los periodistas amigos que apoyan día a día. A Mariela Gallini, que me enseñó el camino de las largas distancias, tanto como mi amigo Resaka Moll que me arrastró al Ultra Trail.
Al plantel y a todo el Club Atlético Independiente, que alienta siempre, en especial a un arquerazo como Facu Daffonchio, al que se le pegó el hashtag #HoySeEntrena, a mis amigos en general y a los de todos los planteles que conocen mis locuras; y sobre todo, hoy elijo darle fuerzas a Pedrito y a Jeremías, dos chicos que luchan contra enfermedades graves. Un eterno recuerdo a un amigo, Sergio Checho Czechowicz, que desde arriba me alentó a seguir metro a metro.
Por último, al At Gimnasio y al Parque de Lomas, lugares donde entreno, y que son fundamentales para lograr esto, tanto como a Matías Marzoratti, con quien compartimos esta aventura.

Saber que ganó un argentino, me llena de orgullo. Pero no fue el único que ganó. Triunfó mi amigo lomense Santero, ganaron Juan Pablo y Marcelo, que bajaron los tiempos, ganó el flaco que corrió con su esposa con la leyenda “recién casados”, o una hermosa venezolana que me pasó. También ganó Matías, Xavier, y unas 10 mil personas que a las 7.30 largaron desde Alcorta y Monroe.
Por eso gracias. Gracias a todos por acompañarme en 42k.

(*)Federico Sánchez Parodi es Lic. en comunicación social, jefe de prensa del Club Atlético Independiente y maratonista.

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Desde el avión

Y llegó el día. Los últimos trotes quedaron atrás, días en los que me costaba más salir a entrenar y otros en los que era una urgencia, una necesidad. Tocó correr con lluvia, con frío y con calor. El calentamiento global ha hecho de este último mes algo muy extraño en cuanto al clima. Aunque aún no empecé con las pasadas, tuve días en los que hice cuestas, días en los que me “asesiné” a escaleras. Corrí con amigos, y corrí sola. Tuve algunos trotes inolvidables, como el del domingo pasado, acompañando a una chica de la Fundación para el Atletismo Asistido en su primer maratón. Disfruté extra de esos kilómetros junto a 10.300 otros corredores “tomando” las calles de Buenos Aires. 
Ya estoy viajando a Santiago para participar de la Endurance Challenge: una carrera que tiene un peso enorme por su fama internacional, y porque es la primera vez que cuenta con la distancia “madre”: los 160 kilómetros. Además, tiene una carga especial, ya que cuenta con más de 9000mts de desnivel positivo (casi como UTMB) y un corte horario bastante ajustado.
Pero “calavera no chilla”, amo la montaña, disfruto del desafío que presentan las subidas, me encanta llegar arriba y mirar hacia atrás, ver el camino que recorrí, hasta dónde llegué… Me cuestan las bajadas, pero sólo lo que nos cuesta, vale: como en la vida misma.
Todo arco es, a su vez, una largada y una llegada. Para mí, con mi último trote de ayer, se terminó una aventura: el camino hasta la Endurance Challenge está recorrido. El viernes empieza una nueva: ¡se larga la carrera!
(*) Sofía Cantilo competirá el 18 de octubre en los 160km de The North Face Endurance Challenge, de Chile, y será la corresponsal de Runner Blog y de @LNCorre.

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Un momento de paz

Salgo de casa y prendo el cronómetro. El GPS aún no agarró señal, pero no importa: la clave está en poner un pie delante del otro, en sumar kilómetros, en nada más. La mente me juega malas pasadas, me incita a volver a casa, me quiere engañar. La gente piensa que siempre queremos salir a correr, que siempre estamos felices de entrenar. Pero lo cierto es que hay días en que es difícil ponerse las zapatillas y salir. Hay días en los que la vida te aplasta y es difícil levantarte.
El clima es agradable, pero las caras grises de la gente y la infinidad de autos me abruma. Entonces cierro los ojos y veo la montaña: veo un sendero chiquito frente a mí, de tierra, con algunas piedras. A mi izquierda hay matorrales y, a mi derecha, la nada. Inmensidad, vacío, aire, pureza, montañas a lo lejos. Sueño con el momento de estar ahí, pisando ese suelo, esquivando esas raíces. Pronto.
Abro los ojos. La ciudad sigue igual: fría, a pesar de la cálida humedad; vacía, a pesar de la gente. En 11 o 12 kilómetros, mis zapatillas me permiten viajar 1.600 más. Correr lleva a tu mente a lugares increíbles, te permite viajar a donde más lo necesitás. He aprendido que cuanto más difícil me es salir, mejor me hace correr.

(*) Sofía Cantilo competirá el 18 de octubre en los 160km de The North Face Endurance Challenge, de Chile, y será la corresponsal de Runner Blog y de @LNCorre.

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Maratón de Buenos Aires, el debut de una amateur

Por Luján Scarpinelli

¿Podré? Camino hacia el arco de la largada, volví a preguntármelo. Lo había hecho la noche anterior; días antes, cuando tuve la remera en mis manos, y una infinidad de veces en el último año. Meses atrás, esperaba llegar sin dudas a la línea de partida. Pero mi entrenamiento, autodidacta y bastante desprolijo, echó por tierra el ideal que proyectaba de mí misma para este día.

Ahí estaba. 7 am. Empecé a mezclarme entre los uniformados de verde fluorescente. Esperaba encontrar un ejército de atletas estilizados, de piernas fuertes, vestidos con la última tecnología, y con aspecto de hombres de acero. En cambio, los que me rodeaban, tenían, como yo, apariencia de mortales. La mayoría estaba lejos del estereotipo que imaginaba capaz de correr semejante distancia.

Me ubiqué en un lugar al azar detrás de la largada. Abrazos, palmas y gritos de aliento acompañaron la cuenta regresiva. 7.30 sonó el disparo y la masa de más de 10.000 corredores empezó a avanzar como una savia por las calles de Buenos Aires.

¿Podré?, volví a preguntarme. Seguía sin saberlo. Pero tenía un plan, a prueba de frustraciones: intentaría alcanzar la máxima distancia que jamás hubiera corrido, objetivo que se cumpliría en el kilómetro 30. Allí, donde me esperaría Luis, mi hermano, decidiría si ponía fin a la travesía o si la seguiría hasta el final. Cualquiera fuera la elección, el resultado sería positivo.

Con esa meta en mente recorrí los primeros kilómetros. Sola, rodeada de miles, me distraje con música, explorando un recorrido atípico y leyendo dedicatorias en las espaldas. “X mi viejo”, “X Juan”, “X Vero”. Y yo, ¿por quién? Pensar en eso me ausentó virtualmente, por un rato, del entorno.

21k. ¡Puedo! El cartel que marcaba la mitad del recorrido me entusiasmó. En ese punto donde había terminado varias pruebas anteriores, todavía estaba entera, lejos de la fatiga. Alrededor, empezaban a flaquear los primeros compañeros de ruta. Me convencí de que podría terminar, o al menos, lo intentaría.

En el kilómetro 30, Luis se sumó al paso y formamos un equipo. Sentí el encuentro como una etapa superada, y el comienzo de otra, más difícil.

Sentía que estaba cerca, pero con el correr de los minutos la convicción se apagaba. Perdí el interés por los nombres y las frases estampadas; los que iban a la par dejaron de ser compañía. Los músculos, cada vez más entumecidos, acapararon toda mi atención.

¿Puedo? La afirmación volvió a convertirse en interrogante. En el kilómetro 35 sentí el deterioro. A esa altura, los que caminaban se volvieron la mayoría. No era una posibilidad para mí; si frenaba, no me creía capaz de retomar. Empezaron los cálculos, la cuenta regresiva. Y la meta se renovó de un cartel a otro, kilómetro a kilómetro. La voz de mi compañera de siempre en el teléfono, desde el exterior, me dio nuevo aliento para arrastrar un poco más el cuerpo, cada vez más pesado, más torpe.

Kilómetro 40. A la vista el número ya era enorme, demasiado. Hasta ahí, la (¿sana?) locura hubiera estado consumada. Estaba, por demás, satisfecha. Pero la formalidad demandaba un poco más. Pese al cansancio extremo, ya no quedaban dudas. Sólo emoción. El arco de llegada a la distancia destrabó las piernas. Entramos por un corredor de aplausos y, al fin, cruzamos la meta.

Cuatro horas, veinte minutos. Pude. No sabía que podía tanto.

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Maratón de Buenos Aires: por fin, un triunfo de industria nacional

“Se que se sorprendieron porque había pasado a los keniatas y ellos no me conocían. Hasta yo me sorprendí por pasarlos y porque me pedían que saliera del circuito”, confiesa Mariano Mastromarino, ganador, con 2h15m27s, de la Maratón de Buenos Aires. Un triunfo que le trajo como enorme recompensa la obtención del pasaje para los Juegos Panamericanos de Toronto 2015. La insólita situación se gestó entre los kilómetros 37 y el 38, cuando el marplatense pasó a Peter Muasya y a Julius Karinga (ganador en 2013), los líderes de la prueba hasta ese momento. Allí, desde el coche guía lo conminaron a abandonar la carrera, ya que su intromisión complicaba la continuidad de la prueba. Mastromarino, señalándose el dorsal N° 15, les indicó que era un corredor de elite y no un intruso. Desde allí hasta la meta, sólo lo separaban algo más de 15 minutos para quebrar una racha de triunfos extranjeros tras diez temporadas. El último argentino en subir a lo más alto del podio había sido Oscar Cortínez, en 2004, y luego se repartirían el primer puesto entre Brasil (3 veces), Colombia (1), Marruecos (1), Tanzania (1) y Kenia (3).

Desde el comienzo de la 30° realización de los 42K Adidas de Buenos Aires, daba la sensación de que la historia continuaría esquiva para los atletas argentinos. La distancia prematura que habían establecido los cuatro atletas africanos parecía inquebrantable. “En el segundo pelotón de punta los perdimos de vista aproximadamente en el kilómetro 3 y no los vimos más. Iba sexto, corriendo a la par con Luis Molina, con quien habíamos pactado correr en equipo hasta el kilómetro 30. Después, quedamos en que llegara primero el que estuviera mejor”, precisa Mastromarino, de 32 años. Y añade: “Luis [Molina] en el kilómetro 20 me dijo que no podía seguir al ritmo que íbamos (promedio 3m16s el km) y aguantó un poco más hasta que me despegué. Igualmente, no me sentía cómodo con el ritmo de carrera. Creo que debería haber ido un poco más rápido para no tener que ajustar tanto sobre el final”.

Si bien el calor sobre la ciudad se hizo sentir desde las primeras horas (la carrera arrancó a las 7.30 con 17 grados y finalizó con más de 23), el factor climático no condicionó al ganador. Su entorno de trabajo es Mar del Plata y el clima de su ciudad natal lo ayuda a soportar grandes volúmenes de trabajo a mucha intensidad.

Haga frío o calor, Mastromarino corre diariamente bajo las órdenes de Leonardo Malgor, que ayer lo siguió atentamente en una bicicleta a varios metros de distancia para controlar los parciales. “No hace falta que Leo me siga pegado al lado. Primero porque no está permitido y segundo porque con una simple mirada se da cuenta cómo estoy”, refiere. Y le da pie a su entrenador: “Una cosa es lo que se planifica y se cree que puede lograrse y otra es la realidad. El trabajo que hicimos durante tres semanas en Cachi, Salta, nos daba la pauta de que Mariano podía correr como hoy (por ayer)”, indica Malgor.

“Sabía que si estaba en un día perfecto podía conseguir la marca de los Panamericanos, pero no quedarme con la carrera. No era lo que vine a buscar y sucedió. A veces la vida te sorprende y te regala momentos así”, explica Mastromarino.

El podio masculino se completó con el chileno Leslie Encina (2h18m43s), seguido por su compatriota Christopher Guajardo (2h18m44s). Entre las damas, la victoria fue para la keniata Lucy Karimi, quien se coronó en la competencia por tercer año consecutivo, con un registro de 2h38m53s, seguida por la etíope Mude Zeytuna (2h39m17) y la argentina Rosa Godoy (2h44m03s). Una jornada vibrante, con el plus de una situación insólita. Y lo tomaron por intruso… Aunque pensándolo bien hay una fantástica intromisión en su carrera. Ahora es el único argentino entre los 10 últimos ganadores de la competencia más importante del calendario de fondo en el país.

EL MENSAJE DE JONÁS

El futbolista Jonás Gutiérrez, que surgió de Vélez, corrió con sus amigos a beneficio de la Fundación para la Investigación, Docencia y Prevención del Cáncer (FUCA). El Galgo padece cáncer de testículo y se sumó a la maratón para generar conciencia.

SEIS HERMANOS, UNA DE LAS MILES DE HISTORIAS DE UNA GRAN FIESTA

Los 42K Adidas de Buenos Aires siguen en pleno ascenso: pasó de los 18 corredores de la primera maratón, en 1984, a los 10.335 (con 2535 extranjeros y 635 radicados en el país) que tuvo la 30a realización, con lo que la prueba se posiciona como la más grande de América del Sur. Una de las tantas historias es la de los hermanos Tissera. Son Rafael, Martín, Gustavo, Silvina, Cecilia y Magdalena, que disfrutaron desde adentro a la madre de las carreras. “Para nosotros, correr forma parte de nuestras vidas. Gustavo (el mayor de los hermanos) es la 20a vez que participa. Nos faltó María Eugenia, que no estuvo por una lesión”, explicó Magdalena. La alegría de los hermanos fue total. Todos finalizaron la carrera y para ellos su podio es diferente al que tuvo Mastromarino, el vencedor. Los tiempos así lo indican. El más rápido tardó 4h15m, pero para ellos, correr es ganar. El apoyo y el clima festivo en las calles de la ciudad reafirman el deseo de los organizadores de cara a los Juegos de la Juventud 2018. “Tener la carrera más grande del continente eleva la vara. Este año, más de 500.000 personas participaron de distintas carreras”, dijo el subsecretario de Deportes porteño, Francisco Irarrázaval.

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